56

 

El islote resultó albergar una cala encajonada entre enormes promontorios de rocas negras que se adentraban en las profundidades del océano. La zodiac redujo la velocidad, se dejó llevar por el vaivén del mar, y atracó lentamente en la orilla.

El marinero más alto, provisto de una linterna, fue el primero en bajar. Gabriel e Iria lo siguieron, mientras su otro compañero permanecía custodiando la barca. Había anochecido, pero la claridad de la luna permitía vislumbrar los contornos de los gigantescos acantilados que rodeaban aquella playa de duros guijarros.

Caminaron en silencio unos cien metros hasta alcanzar el umbral de una diminuta casa de madera.

El individuo que les guiaba extrajo una llave de su bolsillo, y abrió la cerradura de la puerta. Su interior olía a sal, humedad y turba. El haz de la linterna atravesó la oscuridad y alumbró unos estantes sujetos a la pared. Sobre ellos se amontonaban numerosas velas. Encendió un par de ellas con la llama de su mechero y las depositó encima de una sencilla mesa flanqueada por sillas plegables.

—Este refugio fue construido por un ornitólogo amigo de James para observar el comportamiento de las aves durante las migraciones estivales —explicó con tono pausado—. Aquí puede uno guarecerse de las tormentas de verano, e incluso pernoctar varios días. Aunque no hay energía eléctrica, la madera está reforzada con aislantes térmicos.

Gabriel intentó evaluar la pequeña estancia donde se hallaban. A la tintineante luz de las velas entrevió dos camastros pegados a la derecha. A su izquierda, distinguió entre las penumbras unos armarios. Y, en la esquina, una vieja estufa forjada de hierro. Poco más.

—Aquí no tendréis lujos, pero sí todo lo necesario para vivir —dijo el marinero, abriendo uno de los armarios.

El foco de la linterna iluminó su interior: bidones de agua, latas de comida y barriles cortados rellenos de turba.

—Este combustible es un poco engorroso, pero ha funcionado bien durante siglos —afirmó con un nota de orgullo en la voz—. Una vez arda la turba dentro de la estufa, podréis calentar las latas aquí mismo —añadió posando una mano sobre su parte superior, pulida como si fuera una plancha de cocina.

—¿Y si queremos ir al baño? —preguntó Iria.

—Me temo que no hay ducha, pero sí un lavabo químico portátil. Está adosado al refugio, justo al lado de las camas.

Iria suspiró y acarició la cabeza de su gata, que ronroneó complacida, como si estuviera satisfecha de cambiar el yate por aquella casucha anclada en tierra firme.

Desde luego, era mucho más acogedora que la gruta marina, se dijo Gabriel para sí. Pero eso no significaba que estuvieran fuera de peligro…

Una vez se quedaron a solas, examinaron a fondo el contenido de los armarios. Escogieron sábanas limpias y, tras hacerse las camas, decidieron salir al exterior protegidos por sus anoraks y pertrechados con unas mantas de refuerzo. Se sentaron sobre los negros guijarros y esperaron a que la lancha desapareciera de su campo de visión para empezar a hablar.

—Todavía no puedo creerme que Leonard sea mi padre biológico —dijo Iria, meneando la cabeza—. El shock me ha dejado bloqueada. Demasiadas emociones contrapuestas. Reconozco que no puedo evitar sentir algo de orgullo por ser la hija de un hombre tan brillante y reconocido por toda la comunidad científica. Pero su lado oscuro me aterra, porque forma parte de mi vida. Sin él, yo no existiría y mi madre, en lugar de haber sufrido tanto, habría podido ser feliz. Todo esto me consume por dentro. Me siento tan mal…

Gabriel envolvió con el brazo el hombro de Iria. El ruido de las olas se mezclaba con el ulular del viento, pero la cala en la que se habían sentado, rodeada de gigantescos arrecifes, les ofrecía una inmejorable defensa natural contra los elementos.

—Mi llegada al mundo —prosiguió— presentó grandes complicaciones… Aunque al final lograron sacarme con fórceps tras horas de lucha, una hemorragia posparto obligó a los médicos a extirpar la matriz de mi madre. Es un asunto del que jamás quiere hablar, pero la ha marcado profundamente. Estoy segura de que el mayor deseo de mi madre era casarse y formar una gran familia, pero mi nacimiento la condenó a ser una solterona que no podía tener más descendencia.

El cielo oscuro como un manto de azabache, estaba salpicado por incontables estrellas; en aquel lugar recóndito, tan apartado del mundo, Gabriel se sintió libre de expresar sus sentimientos por una vez en su vida.

—Culparse de la infelicidad familiar es una carga demasiado pesada y además injusta. Yo entiendo algo de eso, porque también soy hijo único.

—Puede que tengas razón, pero eso no me evita el sufrimiento de saber por lo que ha debido pasar mi madre. Cuando yo nací, Cedeira era un pueblecito apegado a sus costumbres tradicionales, de mentalidad muy cerrada. Todavía sigue siéndolo, y allí el ser madre soltera es un estigma para toda la vida. —Unas lágrimas se desprendieron lentamente de los párpados humedecidos de Iria—. Con una niña a cuestas, y sin posibilidad de engendrar más hijos, ¿quién se iba a querer casar con ella? Conservo fotos de cuando tenía diecisiete años. Era solo una niña que empezaba a ser mujer… Ni siquiera había cumplido los dieciocho y ya estaba condenada por su pecado de amor. Hubiera sido más fácil abortar, pero prefirió tenerme y trabajar como una mula para sacarme adelante. Por eso, su gran obsesión siempre fue que yo estudiara una carrera universitaria y pudiera ser una mujer independiente.

Bajo aquel firmamento repleto de astros que se contaban por millones, Gabriel se preguntó si el futuro no estaría escrito en las estrellas, tal como creían los antiguos. Al fin y al cabo, todos los átomos de nuestros genes provenían del polvo de estrellas extinguidas.

—Resulta increíble que, pese a no haber conocido a Leonard, tu vocación te llevara a convertirte en una doctora especializada en biotecnología.

Iria asintió, con aire pensativo.

—Es asombroso cómo pueden influir los genes sin que uno ni siquiera lo sepa. Pero ahora mismo no puedo sacarme de encima la impresión de que toda mi vida está edificada sobre una mentira…

El viento había amainado y el sonido de las olas llegaba a la cala como un murmullo relajante, completamente ajeno a sus cuitas personales. Guardaron un prolongado silencio hasta que Gabriel se sinceró.

—Todas las familias mienten y esconden secretos. La mía, sin ir más lejos, también guarda uno terrible que nunca he confesado a nadie.

Las pupilas azules de Iria lo miraron anhelando escuchar su historia, pero a él se le formó un nudo en el estómago. Nada nuevo. Expresar ciertas emociones siempre le parecía un imposible. Sin embargo, por una vez logró vencer sus renuencias y sus labios pronunciaron las palabras malditas.

—Mi madre murió de sida —dijo abruptamente—. Contagiada por mi padre. Es algo que nunca le he podido perdonar…

Iria lo abrazó y él sintió como si en su interior hubiera estallado la esclusa de un dique resquebrajado por el mar. A duras penas podía contener las lágrimas.

—¿Hace cuantos años que ocurrió? —preguntó ella.

—Siete.

Iria frunció el ceño con extrañeza.

—El sida es ya, desde hace tiempo, una enfermedad crónica que no provoca la muerte si se sigue el tratamiento adecuado. ¿Cómo es que los fármacos no le hicieron efecto?

—Porque se negó a tomarlos. Mi madre era naturista convencida y no quiso probar ni una sola medicina. Por más que le suplicamos, no dio su brazo a torcer, ni siquiera cuando resultó evidente que no saldría de aquella…

Inspiró hondo, y consiguió apartar de su mente las terribles imágenes del inútil sufrimiento de los últimos días de su madre.

La cabeza de Mima asomó de improviso y husmeó el aire con curiosidad. Luego entornó sus ojos, y volvió a acurrucarse bajo su manta. Demasiado frío para una gata casera. Gabriel e Iria intercambiaron una sonrisa furtiva.

—Es tan extraño todo lo que nos está sucediendo… —murmuró Iria.

—Al menos pudiste conversar a solas un buen rato con Leonard. ¿Qué razones te dio para retenernos en esta isla? Porque lo cierto es que seguimos secuestrados.

—Según me dijo, tiene que explicar personalmente a sus socios todo lo que ha ocurrido en New World. Cree que la competencia busca destruir su proyecto a cualquier precio, y que los acontecimientos de los últimos días, incluyendo el apagón, no son productos de la casualidad.

—¿Y se puede saber por qué?

Ella se tomó su tiempo antes de responder.

—Aunque no me lo dijo con claridad, Leonard piensa que todavía existe un infiltrado en sus laboratorios, y yo sospecho que New World también tiene topos espiando para él en la competencia. Lo más probable es que se reúna con ellos durante estos dos días. Según aseguró, estamos en medio de una guerra despiadada y hasta que no reúna más información, nos quiere fuera del campo de batalla para que estemos seguros.

Gabriel esbozó una sonrisa amarga.

—De momento, todas las bajas caen del mismo bando: la joven noruega, George…

—No es que quiera justificar sus acciones, pero me dio la impresión de que era muy sincero conmigo. Me juró que él no ordenó asesinar a la chica y que la muerte de George no fue premeditada, sino accidental, durante una trifulca en la que James trataba de impedir su fuga. Después lo ocultaron en la nevera de seguridad mientras esperaban un cargamento de ácido sulfúrico para disolver las huellas del crimen.

—Una solución muy eficiente. Sin el cuerpo de George, no se podrá abrir ningún juicio por asesinato… Pero ¿qué pasaría si rechazo su propuesta y denuncio públicamente la desaparición de George con base en lo que vi con mis propios ojos?

—Lo achacaría a una campaña de difamación y se querellaría contra ti por acusarlo sin pruebas. Según tu propia declaración, los laboratorios estaban completamente a oscuras y solo podías ver algo gracias a la luz de tu móvil. Sin embargo, no sacaste ninguna foto del cadáver porque se te agotó la batería justo al abrir la nevera. ¿No te suena muy raro incluso a ti mismo?

Gabriel frunció el ceño con preocupación.

—No me fío un pelo de sus promesas ni de sus discursos. De todas sus historias, la única que me creo es que eres su hija. Gracias a eso, tú estás a salvo… Conmigo la cuestión es muy diferente porque le molesto y sé demasiado. Así que, tarde o temprano, querrá sacárseme de encima con un desafortunado accidente como los que ya hemos presenciado en Moore. —Tras meditarlo un rato, añadió—: Si se nos presenta una oportunidad, deberíamos tratar de escapar.

Especies invasoras
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