48

 

El ruido del viento era tan ensordecedor que apenas se oían los crujidos de las barcas amarradas en el puerto mientras las olas restallaban furiosas contra el espolón como bombas de espuma blanca. Las nubes surcaban los cielos a una velocidad vertiginosa y el mar embravecido parecía querer devorar el embarcadero con cada nueva acometida.

—Nuestro ferry estará ya al llegar —dijo Iria sin convicción.

Gabriel meneó la cabeza inquieto, con la mirada fija en la luz crepuscular del horizonte. El registro de New World había resultado un fracaso, y aunque el inspector jefe les había asegurado que investigarían a fondo la desaparición de George, también les había amenazado con denunciarles a la Fiscalía de Lerwick si aparecía cualquier noticia en la prensa sobre aquella intempestiva visita policial.

El párroco, visiblemente decepcionado, les acogió después en su casa, donde apenas pudieron conciliar un sueño ligero plagado de pesadillas.

Al despertar, Gabriel se sintió como un desertor decidido a huir del campo de batalla, pero ahora dudaba de que ni siquiera eso fuera posible.

—El ferry acumula ya mucho retraso —murmuró en voz baja.

—Debe de ser por culpa del tiempo…

Los ojos de Iria reflejaban un temor que no se atrevía a expresar con palabras. Ambos sabían que algo iba mal y no tenía sentido seguir ocultándolo.

—Será mejor que nos acerquemos hasta el pub, a ver si allí nos pueden informar de qué sucede con el ferry semanal.

Iria asió en silencio el transportín de la gata, y dieron la espalda al muelle desierto de Moore. Enseguida alcanzaron la única calle del pueblo y entraron en The Devil’s Anchor. Allí tampoco encontraron ni un alma, a excepción de Arthur, apostado tras la barra con el rostro arrugado y su fría mirada de acero.

Gabriel fue directo al grano y le preguntó si sabía cuándo arribaría el ferry.

Por toda respuesta, el dueño del pub resopló y desapareció tras la puerta del fondo de la barra. Gabriel e Iria intercambiaron miradas nerviosas.

—Imagino que habrá ido a llamar a la compañía naviera —aventuró él.

Ella se mordió la comisura de los labios.

—Pronto lo sabremos —dijo preocupada.

Arthur regresó al cabo de cinco minutos de tensa espera. Su expresión sombría no invitaba al optimismo.

—Hoy no vendrá el ferry —anunció lacónico.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Iria.

—Se ha suspendido el trayecto semanal a causa del temporal.

Gabriel sintió escalofríos recorriendo su cuerpo. Ya había sido testigo de dos muertes en una semana y no se sentía a salvo en aquella isla.

—¿Hay algún barco que nos pueda sacar de Moore hoy mismo?

El viejo lobo de mar meneó la cabeza con energía.

—Imposible. Hay un temporal de mil demonios ahí fuera, y ninguno de nuestros pescadores estaría tan loco como para arriesgar su barco y su vida, por mucho que paguen. Lo mejor es que esperen al siguiente ferry.

—¿Cuándo vendrá?

Arthur se encogió de hombros.

—Con suerte mañana, pero eso depende de las previsiones meteorológicas. He llamado al irlandés y no me ha cogido el teléfono. Seguro que se encuentra demasiado ocupado dándole a la botella —añadió sarcástico.

—¿Por qué no vamos a verlo? —propuso Iria—. Todavía tenemos el coche que nos dejó ayer New World y llegaríamos en un momento.

En aquellas circunstancias, también a él le pareció la mejor opción.

Estaba oscureciendo cuando avistaron la silueta del faro recortada contra el cielo plomizo. Tras bajarse del vehículo, recorrieron en silencio la alargada lengua rocosa que llevaba hasta su puerta sin desprenderse de un mal presentimiento. Intuían que de un momento a otro podía suceder algo terrible.

Llamaron al timbre y vociferaron el nombre de Colum varias veces, pero no sirvió de nada. A continuación, decidieron probar suerte en el edificio que albergaba la estación meteorológica. Tampoco obtuvieron respuesta.

El frío viento les azotaba el rostro y las nubes bajas amenazaban con descargar un diluvio en cualquier momento.

—Estará durmiendo la mona —dijo Iria con una mueca de disgusto.

—O tal vez haya decidido escapar de su soledad visitando a Natalie, la misteriosa vecina sobre la que te hablé. Por lo visto, se han hecho buenos amigos en los últimos meses. ¿Qué te parece si nos acercamos hasta su casa?

—No perdemos nada por intentarlo…

Volvieron sobre sus pasos y bordearon un camino irregular, desde el que se sucedían las vistas sobre acantilados que se precipitaban al vacío, como si una parte de la costa hubiera sido arrancada de cuajo.

Las nubes habían empezado a descargar gotas de aguanieve cuando alcanzaron un interfono protegido por unos muros de piedra. Gabriel pulsó el botón con decisión y una minúscula luz indicó que se había activado la cámara de seguridad.

—Natalie, ¿me escuchas? He venido con mi amiga Iria.

La voz de Natalie, ligeramente distorsionada, no se hizo esperar.

—¿Qué hacéis aquí a estas horas?

—Un asunto urgente —dijo él—. Ábrenos, por favor…

—De acuerdo. Bajad por donde la otra vez.

Gabriel hizo un gesto a Iria para que lo siguiera, y ambos se internaron en un pasaje pedregoso sin aparente salida que se adentraba en los arrecifes. Tras avanzar varios metros, llegaron a una bifurcación y el camino de la izquierda les condujo hasta unas escaleras irregulares de piedra que bajaban hacia la costa.

Una verja rematada con púas de metal detuvo su descenso. Oyeron un chasquido metálico y, sin necesidad de pulsar ningún botón, comenzó a abrirse con lentitud. Salvado ese último obstáculo, las escaleras se tornaron más amplias y les condujeron cómodamente a una casa de piedra nueva construida sobre una playa de guijarros negros.

Natalie les esperaba en la puerta. Vestía tejanos, una parka acolchada y botas camperas. Su media melena rubia le caía sobre los hombros de manera algo alborotada y su rostro, desprovisto de maquillaje, presentaba unas finas arrugas que le habían pasado desapercibidas a Gabriel durante su primer encuentro.

Tras presentarse con Iria, los invitó a pasar al salón. La chimenea estaba encendida y toda la estancia gozaba de un agradable calor. Desde sus amplios ventanales, el mar resplandecía bajo la incipiente luz de la luna, y uno podía tener la ilusión de sentirse a resguardo de las agresiones exteriores. Sin embargo, las punzadas que aguijoneaban el estómago de Gabriel le recordaron la realidad: Moore se había convertido en un lugar muy peligroso.

—Y bien… ¿Cuál es ese asunto urgente? —preguntó Natalie visiblemente nerviosa.

—Queríamos hablar con Colum —respondió Gabriel— y, al no encontrarlo en el faro, pensamos que podría estar en tu casa.

—Pues hace días que no lo veo… ¿Tenías algo urgente que comunicarle?

—Más bien que preguntarle. Queríamos irnos de esta isla con el ferry semanal que llegaba hoy, pero ha suspendido su trayecto a causa del temporal, y necesitábamos saber las previsiones meteorológicas para las próximas horas.

—¿Crees que podríamos alquilar algún barco que nos sacara de aquí cuanto antes? —preguntó Iria con la ansiedad reflejada en el rostro.

—¡Pero si acabáis de llegar a la isla! ¿Acaso ha ocurrido algo en New World?

Gabriel inspiró hondo y pasó a resumirle lo sucedido en las últimas horas. Natalie escuchó en silencio, pero no hizo falta que hablara para revelar el miedo que brillaba en el fondo de sus pupilas.

Al acabar, les lanzó una advertencia fulminante.

—Si eso que has contado es cierto, hay que huir cuanto antes. Estamos todos en grave peligro.

—¿Tú también? —preguntó Iria con incredulidad.

Natalie asintió lentamente con la cabeza.

—Yo también he traicionado a Leonard.

Especies invasoras
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