54

 

Tal como les habían anunciado, los tripulantes de la lancha vinieron a buscarlos al cabo de tres cuartos de hora. Uniformados con pulcros trajes blancos, les saludaron educadamente y los acompañaron en silencio hasta un amplio salón acristalado.

Situado a pie de cubierta, ofrecía un aspecto elegante y acogedor a un tiempo. El suelo era de parquet y las paredes de madera oscura con ribetes dorados, a juego con las lámparas que emitían una suave luz de tonos ocres. La entrada estaba ocupada por tres confortables sillones situados alrededor de un centro de marfil. Más al fondo, una piel de oso polar extendida como una alfombra daba paso a una larga mesa ovalada servida con vajilla de porcelana y relucientes bandejas metalizadas. Ocho sillas de color crema, erguidas sobre patas espolvoreadas con motas de oro, la circunvalaban.

Presidiendo la mesa, los esperaba Leonard.

Los dos hombres que los habían escoltado hasta allí los invitaron a sentarse frente él con gesto circunspecto. Gabriel e Iria intercambiaron miradas cargadas de escepticismo, pero decidieron tomar asiento. No tenía sentido oponer resistencia. Aquellos tipos de traje blanco parecían tan contundentes como James y su otro esbirro.

Con un ademán, el director de New World indicó a sus marineros que podían retirarse. Una vez a solas, inspiró hondo antes de hablar con una expresión de sincero alivio.

—Me alegro tanto de que no te haya pasado nada, Iria… —dijo en voz muy baja, casi en un susurro.

Sus pupilas estaban dilatadas, y parecía algo desconcertado, como si le costara hablar y no fuera capaz de encontrar las palabras adecuadas. Con un movimiento instintivo, extendió la palma de la mano hacia la de Iria, pero ella la retiró para asir con fuerza la de Gabriel. El director entornó los ojos con una mirada reflexiva que destilaba comprensión y cariño. No parecía ofendido por aquel desaire. Ni siquiera contrariado.

—Por supuesto, también me alegro de que se encuentre bien, señor Blanch —afirmó Leonard, con su flema habitual. Después, frunció las cejas con severidad y Gabriel observó las arrugas que se formaban alrededor de sus ojos—. Tan pronto como me he enterado del lugar donde os encontrabais —afirmó irritado mientras meneaba la cabeza—, he enviado una lancha de inmediato. Es una vergüenza lo que habéis tenido que soportar en esa cueva. Algo inhumano por lo que James deberá responder…

—Así que no has sido tú quien ordenó nuestro secuestro —dijo Gabriel con una nota de sarcasmo.

—Os voy a ser muy sinceros —afirmó Leonard. Pero en lugar de hablar, hizo una larga pausa cargada de intención, y los observó con detenimiento antes de explicarse—. Secuestraros era inevitable. A raíz de los últimos acontecimientos había comenzado a sospechar de Natalie, que como ya sabéis es mi esposa. Siguiendo los consejos de James, mi jefe de seguridad en New World, decidí intervenir el teléfono de su casa, pero apenas lo utilizaba y no detectamos nada que pudiera comprometerla, lo cual para mí suponía un cierto alivio. Hasta ayer…. Cuando llamó pidiendo con urgencia un barco para huir de la isla, tuvimos la prueba de que nos estaba traicionando. Os engañaría si afirmara que nos cogió por sorpresa. Habíamos previsto esa eventualidad y pusimos en marcha de inmediato el plan de acción que teníamos preparado. Vosotros no estabais incluidos en la operación, pero al acompañarla en su fuga no tuvimos más remedio que improvisar.

—Ese marinero tuyo no improvisa cuando golpea —dijo Gabriel.

—Se suponía que no debía dañar a nadie. Solo dormiros con los narcóticos diluidos en las bebidas que os ofreció. Pero al atacarlo por sorpresa con un directo al estómago, tuvo que defenderse con los puños.

—¿También era necesario atarnos dentro de una cueva en pleno mar del Norte? —preguntó Iria.

—En absoluto… A lo máximo que estaban autorizados mis hombres era a reduciros por la fuerza con la ayuda del cloroformo, y eso únicamente para el caso de que os resistierais. Después, debían limitarse a custodiaros hasta que llegara yo. —Leonard entrelazó sus manos con un gesto crispado mientras sus labios se curvaban con disgusto—. Sin embargo, James decidió aplicaros un castigo por haberlo dejado en evidencia como jefe de seguridad. Me asegura que no estuvisteis más de una hora atados en la cueva y que vuestra vida no corrió peligro porque estaba a punto de sacaros de allí cuando llegué yo, pero aun así… eso no justifica nada.

—¿Y que ha pasado con Natalie? —inquirió Iria.

—Es un asunto privado entre mi esposa y yo, pero puedes estar tranquila respecto a su bienestar. Llevamos muchísimos años casados y, aunque no estamos pasando por nuestro mejor momento, yo sigo enamorado de ella. Durante los últimos meses ha estado viviendo en Moore, la isla donde nació, y seguirá siendo libre para hacer lo que desee. Al igual que tú.

—Es difícil estar tranquila, después de lo ocurrido.

—Mira, Iria, nuestros laboratorios están en mitad de una guerra que puede marcar el futuro de la humanidad. Y las guerras se cobran víctimas. Pero nada malo te va a pasar ni tampoco a Natalie. Sois demasiado importantes para mí y jamás lo permitiría.

—Pero si apenas me conoces…

Las mejillas de Leonard se sonrojaron, como si acabaran de recibir una bofetada.

—Bueno, la verdad es que de joven conocí a una mujer gallega que era tan parecida a ti… —Se detuvo y paseó una mano por la frente con gesto dubitativo—. Tenía diecinueve años cuando mi padre alquiló una casa de veraneo en un pueblecito costero gallego con el mejor marisco que jamás había probado. Casi siempre íbamos a comer al mismo restaurante, donde nos servía una camarera encantadora. Nos cogimos simpatía desde el primer día, y acabamos viviendo un romance apasionado en secreto. Fue mi primer amor. Son cosas que nunca se olvidan.

—¿Te acuerdas todavía del nombre del pueblo?

—Cedeira.

«Allí era donde había nacido y vivido Iria», pensó Gabriel conteniendo el aliento.

Ella palideció y sus músculos faciales se tensaron de una forma extraña.

—¿Hace cuánto tiempo de eso? —preguntó con un hilo de voz.

—Veintiocho años.

Un estremecimiento sacudió a Gabriel como un temblor de tierras. La cara de Iria estaba desencajada. Lo único que sabía sobre su padre era que se había dado a la fuga antes de que ella naciera, veintiocho años atrás. Su madre nunca le había dicho quién era…

El silencio se había adueñado de la estancia y era tan denso que casi se podía palpar.

Que Iria pudiera ser la hija de aquel hombre era casi inconcebible, pero Gabriel se forzó a analizar los rostros de ambos. Tuvo que rendirse a la evidencia: armonizaban perfectamente. Las pupilas de ambos eran de color azul, sus frentes anchas y despejadas, y los mentones angulados, como la estructura felina de sus rostros.

Leonard fue el primero en hablar. Sus ojos claros transmitían una gran calidez cuando dijo:

—¿Alguna vez te has preguntado de dónde sacó tu madre el dinero para pagarte la estancia y tus estudios universitarios en Barcelona?

—Pero entonces…

Iria dejó la frase inconclusa y Gabriel recordó lo que ella le había contado en su piso de la Barceloneta. Su madre regentaba una pequeña cafetería en Cedeira que le daba lo justo para ir tirando y por eso nunca le pudo explicar cómo había conseguido reunir el dinero para que ella pudiera estudiar la carrera en Barcelona. La respuesta estaba frente a ellos.

—Sí, Iria, soy tu padre… —dijo Leonard con los ojos humedecidos—. Y tienes mucho que perdonarme —añadió mientras entrelazaba sus manos con las de su hija. Esta vez ella no las retiró, sino que sostuvo el contacto.

Aquella revelación, pensó Gabriel, permitía explicar muchas cosas: la inesperada y misteriosa oferta que había recibido por teléfono para trabajar en New World, la especial atención con que la había mimado Leonard… Pero todavía quedaban muchas preguntas pendientes de respuesta.

Iria estaba conmocionada, como si apenas pudiera comprender que aquello le estuviera sucediendo a ella y no a otra persona.

—Desapareciste sin más. Igual que un fantasma. Y ahora…

—Comprendo lo que sientes. Y por eso te pido perdón. Ya no puedo cambiar el pasado, tan solo explicarlo. Cuando me fui de Cedeira no imaginé que tu madre se hubiera quedado embarazada. Lo supe cuando ya estaba en Londres. Allí se veía todo tan distinto, tan lejano… Mi padre me prohibió seguir con esa aventura sin futuro. Le ofreció una clínica privada para abortar en Inglaterra y una generosa suma de dinero, pero se negó a aceptar ni una cosa ni la otra. No volví a saber nada de ella y debo confesar que con el tiempo me olvidé de aquel amorío juvenil. No me enorgullezco de ello, pero tienes derecho a saber la verdad, por amarga que sea.

Los labios de Leonard se torcieron antes de proseguir:

—No conozco ninguna verdad que no sea desagradable. O ambivalente, porque no hay nada completamente bueno ni malo. Todo depende de la perspectiva. A veces las mejores semillas germinan gracias a haber soportado las condiciones más duras y adversas. Lo inesperado, lo sorprendente, tiene un papel esencial en eso que llamamos vida. Imagínate cómo me quedé cuando después de tantísimos años sin volver a saber nada de tu madre, contactó conmigo para explicarme que tu mayor deseo era doctorarte en biología molecular. Te habían admitido en la Universidad de Barcelona, y solo existía un problema: no tenía dinero para pagar tu estancia allí. Le envié una transferencia de inmediato. Me parecía asombroso tener una hija que, sin saber nada de mí, quisiera seguir mis pasos.

—Así que te convertiste en mi protector secreto.

—No solo eso. Más adelante, cuando ya destacabas, empecé a leer todo lo que publicabas, incluyendo tu tesis doctoral. Me sentía muy orgulloso de ti, pero no estaba preparado para confesarte la verdad. Al fin y al cabo, me había comportado como un miserable… —Su mirada se proyectó más allá de las ventanas y descansó durante un largo rato en el horizonte, donde el sol se empezaba a poner—. Pensé que sería más fácil para los dos conocernos mientras trabajábamos en los laboratorios de Moore. Un lugar tan pequeño era perfecto para establecer una relación muy estrecha, como la de un profesor con su alumna preferida. Quería dedicarte mucho tiempo, y así ir construyendo una sólida relación afectiva. Sin embargo, nada ha salido como tenía planeado y me he visto obligado a revelártelo todo antes de lo previsto.

—¿Obligado? No veo por qué. De haber querido, hubieras podido seguir manteniendo el secreto.

Leonard negó con un enérgico gesto de cabeza.

—En ese caso, no habría ninguna posibilidad de que aceptaras la propuesta que voy a realizarte.

Especies invasoras
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