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—No hay motivo de alarma. Una avería nos ha dejado sin electricidad, pero estamos trabajando para repararla cuanto antes.

La fuerte voz de Leonard, amplificada por un megáfono, resonó por la base con un eco metalizado.

Gabriel se forzó a respirar despacio, tratando de calmarse. Estaba conmocionado y tenía motivos para ello. Justo tras ver la cabeza de George flotando dentro de un frasco con líquido amarillento, su móvil se había quedado sin batería. Completamente a oscuras y temiendo ser descubierto en cualquier momento, había abandonado la sala de inmediato, atravesando el pasillo a tientas hasta lograr abrir la puerta que daba al recinto exterior.

Todavía llovía, pero el viento soplaba con fuerza y estaba empezando a dispersar la niebla. Sintió un estremecimiento que le atravesaba la espina dorsal y se preguntó si alguien lo habría visto saliendo de los laboratorios.

Su corazón se aceleró al escuchar de nuevo la voz de Leonard retumbando en sus oídos. ¿Cómo podía estar hablando por un megáfono si New World se había quedado sin luz eléctrica?

—Insisto, permaneced en vuestras viviendas. Un miembro de nuestro equipo pasará por ellas para cerciorarse de que todo está bajo control.

Tres rayos iluminaron uno tras otro la corona superior del círculo formado por los chalets. Gabriel respiró hondo y se dirigió raudo hacia su cubículo con la angustiosa sensación de estar siendo vigilado.

La niebla ya no era impenetrable y tardó muy poco en recorrer los cincuenta metros que lo separaban del chalet.

Al llegar, se encontró a Iria sentada en las escaleras exteriores de la entrada sosteniendo a la gata en su regazo.

—¿Estás sola?

—¡Pues claro! En cuanto el apagón nos dejó sin luz, Leonard dio por concluida nuestra reunión y salió disparado hacia los laboratorios. ¿Y tú, dónde te habías metido? Me he pegado un susto de muerte al no encontrarte en el chalet…

—Escúchame bien, Iria. Hemos de huir de aquí cuanto antes. George está muerto. Lo acabo de ver con mis propios ojos.

Ella lo miró con las pupilas dilatadas por el espanto.

Antes de que pudiera decir nada, oyeron el ruido de unos pasos acercándose. El sonido de botas chapoteando sobre el suelo encharcado era inconfundible. Intercambiaron miradas y guardaron silencio.

Envuelta en un chubasquero y con ese aire de eficiencia que siempre la acompañaba, Susan apareció ante ellos.

—¿Estáis bien?

—Sí, sí, muy bien —respondió Iria.

—Aún no sabemos cuándo solucionaremos la avería. De momento no funciona nada, excepto el megáfono con baterías que ha utilizado Leonard.

Eso explicaba que funcionara pese al corte de luz, pensó Gabriel.

—Este apagón me ha puesto de los nervios —dijo Iria—. Y aquí bien poco podemos hacer mientras no regrese la luz… ¿Por qué no bajamos a tomar algo al pub, Gabriel?

Había tratado que sus palabras resultaran espontáneas, pero sonaron un poco forzadas. Tal vez para disimular un ligero temblor de manos, estrujó a Mima entre los brazos.

La secretaria pareció dudar y tardó unos instantes antes de responder.

—La lluvia va a menos y la niebla se está alejando hacia el norte de la isla. Dentro de poco se podrá conducir sin peligro por los acantilados. Voy a acabar la ronda de visitas. Después, os dejaré un coche para que lleguéis hasta la puerta del pub.

Quince minutos más tarde, les entregó las llaves de un coche y se marchó apresuradamente.

Una vez en el aparcamiento, Gabriel encendió el contacto y arrancó con determinación. Al dejar atrás los laboratorios suspiró hondo, pero ni siquiera al aparcar el coche frente al puerto de Moore se sintió a salvo. La visión de George todavía lo perseguía.

El rostro de Iria se contrajo con una mueca de horror cuando le contó con detalle lo que había visto en la gran nevera donde se guardaban las muestras.

—No puedo creerlo… ¡Es monstruoso! —exclamó consternada.

Gabriel asintió con un gesto mudo. La lluvia caía fina sobre el paraguas que compartían y el mar brillaba con un extraño color fosforescente contra el cielo de nubes negras.

—¿Por qué harían algo así? —se preguntó Iria en voz alta, meneando la cabeza con incredulidad.

—Eso es lo que menos me importa en estos momentos. La policía tendrá mucho tiempo para averiguarlo…

Iria posó la mirada sobre un viejo bote de pescadores, sostenido sobre el suelo por unos tablones de madera y cubierto por una maraña de redes verdes. Mima los observaba con curiosidad a través de los cristales del coche, como si también tratara de resolver alguno de los misterios que escondía aquella isla.

—Justamente mañana llega el ferry semanal a la isla —dijo Gabriel tratando de mantener la calma—. Es el mismo en que vinimos y nos podría llevar de vuelta al puerto de Lerwick —añadió, cogiéndola de la mano.

—Desde allí podríamos regresar a casa… —afirmó ella con la zozobra reflejada en sus ojos azules.

—Pero antes debemos llamar a la policía.

Una ráfaga fría les azotó el rostro con brusquedad. El vello de la nuca se le erizó de repente y un temblor sordo recorrió su cuerpo.

—Creo que lo mejor será que vayamos a casa del párroco. Allí estaremos más seguros —añadió Gabriel con voz grave, como queriendo convencerse a sí mismo.

Especies invasoras
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