18

 

Gabriel bajaba a toda velocidad por la pronunciada pendiente mientras su bicicleta cortaba el viento. Susan, la secretaria, le había aconsejado que utilizara uno de los automóviles del centro para evitar los constantes chaparrones y ventiscas que asolaban la isla de Moore. Pero lo que él ansiaba no era la seguridad de un coche, sino pedalear al aire libre, aunque el tiempo fuera imprevisible.

Tras completar la bajada, giró la cabeza para divisar en lo alto de la meseta rojiza las rejas blancas de New World.

Gabriel se congratuló de haber salido con aquella bici de montaña después de que Iria acudiera a su primer día de trabajo. Bajo el cielo encapotado, tenía la sensación de ser más rápido que el viento de cola del que se ayudaba para avanzar por aquel desierto rojizo de basalto. El tramo final de la solitaria carretera era muy recto, ideal para mantener un ritmo constante.

Sin embargo, al llegar a un cruce, aminoró la marcha y tomó el estrecho camino de la derecha para explorar un territorio distinto al recorrido en coche el día anterior. Pronto el paisaje se vio salpicado de pequeños lagos de aguas verdosas a ambos lados de la carretera. Pedalear entre aquel escenario de rara belleza era como estar atravesando un espejismo.

Invadido por una sensación de euforia, contempló cómo el sol lograba abrirse un hueco entre las compactas masas de nubes que cubrían el cielo.

Gabriel se apeó de la bicicleta, inspiró hondo, y estiró los brazos disfrutando del momento.

De repente, la paz natural de aquel silencioso lugar se vio alterada por el ruido de un motor. Una pequeña moto, tipo scooter, se acercaba en solitario por el mismo camino que había seguido él. Cuando llegó a su altura se detuvo a su lado, frenando en seco.

Su sorpresa fue mayúscula cuando el conductor se apeó del ciclomotor y se sacó el casco. Frente a él se alzaba la misma pelirroja que había cortado el paso al Jaguar blandiendo una pancarta en mitad de la calzada.

Le resultó aún más impactante que el día anterior. Vestida con botas altas, pantalones negros ajustados y su melena rojiza cayendo por detrás de la cazadora de cuero, parecía una versión moderna de las legendarias valkirias nórdicas.

—No tienes pinta de rata de laboratorio —dijo repasándolo con la mirada, como si estuviera sometiéndolo a una radiografía.

—No soy científico —se limitó a responder.

—De eso estaba segura… Los tengo muy estudiados. Créeme, lo que no consigo imaginar es qué hace un tipo como tú en esta isla perdida de la mano de Dios.

—He venido como acompañante de una amiga. Yo solía trabajar como periodista, pero ahora no tengo nada mejor que hacer…

—¡Periodista! —exclamó con un peculiar brillo en los ojos—. Entonces me gustaría explicarte unas cuantas cosas. ¿Qué te parece si nos sentamos allí?

Sin esperar respuesta, se dirigió hacia unas piedras redondas próximas a un pequeño lago al borde de la carretera. Con su casi metro ochenta de altura, cuerpo atlético y pechos de volúmenes rotundos, no debía de estar acostumbrada a que los hombres se hicieran de rogar.

Gabriel la siguió y se sentó junto a ella en una de las piedras frente al lago.

—Soy todo oídos.

—No sé si sabes que New World es la filial de una de las multinacionales más importantes del mundo —reveló ella, escrutándolo con la mirada.

Gabriel, a su vez, examinó a la pelirroja. Aunque actuaba como una líder acostumbrada a mandar, parecía muy joven. Tendría poco más de veinticinco años. La cara era pecosa, de rasgos fuertes y femeninos a un tiempo. La nariz recta, de perfil griego, marcaba la impronta de su personalidad. Sus ojos almendrados tenían una profundidad hipnótica, y sus labios eran carnosos y gruesos.

Decidió ser prudente y no revelarle lo poco que sabía sobre New World. Aun a riesgo de quedar como un bobo, prefería esperar a que fuera ella quien enseñara sus cartas primero.

—No tenía ni idea —mintió él, frunciendo el ceño.

—No es fácil indagar en esa organización. Son unos expertos en el arte del disimulo y gastan millones en pasar desapercibidos. Durante mi estancia en América, este verano, comprobé que tienen mucho que ocultar…

—¿Qué tratas de explicarme? Preferiría que fueras al grano.

—Lo descubrí por casualidad… mientras visitaba la granja de unos apicultores californianos. Allí me enteré de que sus abejas estaban desapareciendo, y no eran los únicos afectados. ¿Sabes que el número de colmenas en Estados Unidos ha descendido a la mitad en los últimos años? Es un hecho gravísimo, porque la mayor parte de los cultivos en el mundo necesitan ser polinizados por abejas.

—Curiosamente, escribí sobre el colapso de las colonias antes de venir aquí. Me interesa mucho lo que dices sobre esos apicultores californianos. ¿Qué opinan ellos sobre lo que está pasando?

—Han observado que al llegar el invierno las abejas se refugian en sus colmenas con el cuerpo impregnado de los pesticidas que se arrojan en los campos agrícolas vecinos. Aunque no son científicos, creen que esos productos tóxicos les debilitan el sistema inmunitario y los circuitos de memoria, hasta el punto que al llegar los primeros rayos primaverales muchas salen desorientadas, no encuentran el camino a casa y mueren sin haberlo logrado.

—Algo muy parecido opina mi amiga, que sí es científica, pero no veo la relación con New World…

—Pues es directísima. Su matriz fabrica pesticidas que se emplean masivamente tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido. No es casualidad que ambos países encabecen el ranquin mundial de mortandad entre las abejas. Sus variedades silvestres ya son especies en peligro de extinción.

Gabriel meneó la cabeza, dubitativo, y optó por hacer de abogado del diablo.

—Por lo que sé, New World investiga métodos para combatir plagas mediante modificaciones genéticas, lo que encajaría con buscar alternativas para que los agricultores pudieran cultivar sin recurrir a insecticidas…

Ella se cruzó de piernas y se rió burlona, exhibiendo unos dientes magníficos.

—La primera vez que te vi me gustaste porque eres clavadito al Harrison Ford de «La guerra de las galaxias». Pero has salido un poco inocentón para ser periodista…

—Si no recuerdo mal, has sido tú quien ha insistido en explicarme algunas cosas, y no al revés… —le replicó molesto.

Ella asintió divertida.

—Y todavía quiero hacerlo, te lo aseguro… Pero me gustaría obtener algo a cambio.

—¿Lo que buscas es publicidad para tus protestas? Antes de nada, debes saber que no trabajo en ningún medio. Estoy en el paro y he venido hasta aquí porque ni siquiera podía pagarme un alquiler.

La pelirroja le lanzó una mirada penetrante y guardó silencio. Gabriel elevó su vista hacia el cielo. Las nubes lo habían tapado por completo y las renovadas ráfagas de aire llevaban consigo el olor a tormenta.

—Eso sí, aún conservo algunos contactos en los medios de comunicación españoles. Si la información que me proporcionas es novedosa, tal vez publiquen un artículo al respecto, o incluso un reportaje. La única pega es que, por mi situación como invitado en New World, el texto no podría llevar mi nombre. Te propongo una cosa. Si damos con algo potente de verdad, tú lo firmas y yo lo escribo.

—Trato hecho… a condición de que el dinero que paguen sea para ti —dijo ella tendiéndole la mano.

Él se la estrechó con fuerza.

—Si me acompañas a mi barco —añadió muy risueña—, te enseñaré algo que te va a interesar… Está anclado a solo un par de millas de aquí. ¿Quieres ir de paquete o crees que podrás seguirme el ritmo?

Especies invasoras
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