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Gabriel escuchaba con incredulidad las palabras del director, que anunció con expresión airada:
—George se ha marchado. Ha dejado una nota de despedida sin ningún tipo de explicación, más allá de que su abogado se pondrá en contacto con nosotros para pactar el finiquito. —Hizo una pausa y meneó la cabeza indignado—. ¡Serán nuestros abogados quienes se pongan en contacto con él!
Iria murmuró con estupefacción:
—Es increíble…
—Quizás no tanto. Se ha llevado consigo documentación de los experimentos que ha realizado en New World. Como os anticipé, el espionaje industrial está a la orden del día en este negocio. Solo gracias a nuestras estrictas reglas de seguridad hemos podido limitar los daños.
Las sorpresas se sucedían sin pausa, pensó Gabriel.
Al regresar a New World, tras sus visitas al faro y al pub del pueblo, había encontrado un mensaje de su amigo Santi en el correo electrónico. Su artículo sobre los peligros ocultos de las redes sociales había obtenido un número de comentarios muy superior a la media y el director del periódico digital quería que escribiera otro cuanto antes.
Tras reflexionar unos instantes, decidió redactar un nuevo artículo sobre los peligros de las especies invasoras para buscar información por Internet sobre las plagas descritas por los chicos del pub sin levantar sospechas. Como empezaba a temer que el navegador de su ordenador estuviera controlado por New World, debía extremar las precauciones.
Cuando terminó de redactar el artículo, entró Iria en el chalet y le informó de que el director les había convocado a una cena para explicarles algo completamente inesperado.
—Por desgracia, nunca imaginamos de lo que son capaces ciertas personas hasta que ya es demasiado tarde —afirmó Leonard.
Iria troceó un espárrago con expresión abrumada y lo dejó olvidado en su plato.
—Quizás todavía esté en la isla y se pueda dar con él —aventuró.
Una sonrisa irónica se dibujó en los labios del director.
—Ya nos gustaría, pero las cosas son como son. Hemos localizado el coche que solía utilizar al lado de una ensenada de la costa este, ideal para atracar un barco. La organización que le ha pagado unas sucias monedas de plata también se ha cuidado de diseñar su fuga a conciencia. —Hizo una pausa y probó un sorbo de vino—. Lo único bueno es que a partir de ahora ya no tendremos más problemas.
Aquello le sonó a Gabriel como un aviso a navegantes. Tal vez supiera que la noche anterior había pasado un buen rato en el apartamento de George y quería formularle unas cuantas preguntas al respecto. Sin embargo, Leonard no volvió a mencionar aquel asunto.
Durante el resto de la velada se mostró muy ameno y tan seductor como un encantador de serpientes, logrando que el tiempo transcurriera de forma inesperadamente agradable. A la hora de los postres, tras excusarse alegando que debía atender un asunto urgente, los dejó en la anodina compañía de Jiddu Rajid. El doctor era una eminencia en el campo de la biotecnología, pero carecía de los recursos mundanos de su anfitrión.
La conversación se fue apagando sin remedio y, en cuanto el camarero retiró los platos, se despidieron de él con amabilidad.
En el exterior, apenas soplaba el viento y la temperatura nocturna era casi templada, como si tras la tormenta de aquel día la isla necesitara reposar.
—¿Por qué no aprovechamos para andar un poco por la costa? —propuso Gabriel—. Estirar las piernas nos vendría de maravilla…
Quería hablar a solas con ella, pero bien lejos de New World. No podía descartar que Leonard hubiera introducido micrófonos ocultos en su chalet para espiar sus conversaciones.
Ella sonrió débilmente.
—La luna está casi llena, no hace frío. Estará bien dar un paseo nocturno por la costa. De pequeña me relajaba el olor del mar y escuchar su respiración antes de dormirme…
La secretaria les facilitó la llave de uno de los coches que New World tenía a disposición de sus empleados. Gabriel lo condujo hasta el noroeste de la isla, y aparcó justo pasado el faro. Su luz parecía confabularse con la luna para formar una estela plateada en aquel océano extrañamente tranquilo, como una bestia adormilada tras haber saciado su hambre.
El camino que bordeaba la costa estaba iluminado por un deslumbrante firmamento de estrellas. Sin querer, a Gabriel le vino a la mente la imagen de George sentado en los peldaños de su chalet, contemplando el cielo nocturno. No dejaba de asombrarle lo que había hecho aquel aspirante a astrofísico.
—Hay algo que quería decirte, Iria. Cuando George me invitó ayer a tomar unas cervezas en su caótico apartamento, parecía un animal enjaulado. Se lo veía tan agobiado… Ahora comprendo por qué: estoy convencido de que fue él quien mató a la pelirroja.
Ella abrió mucho sus ojos azules con expresión desconcertada.
—¿Cómo puedes estar seguro de algo así?
—Por varias cosas. La primera es que el farero les vio juntos hace tres días en el borde del mismo acantilado desde el que se despeñó.
—Eso no prueba nada.
Gabriel giró su cabeza y contempló la luz que desprendía aquel faro solitario, testigo mudo de cuanto había sucedido.
—Colum también vio a un hombre de espaldas sobre las cuatro de la tarde del día en que sucedió la tragedia —reveló, bajando el tono de voz—. Estaba envuelto por la niebla, y su cabeza quedaba oculta por la capucha de un anorak azul. El mismo color del que llevaba George cuando bajamos juntos al pub del pueblo…
Iria meneó la cabeza.
—Lo que vio el farero es muy inquietante, y George ha demostrado ser capaz de cualquier cosa, pero de ahí a pensar que la asesinara…
—Espera, eso no es todo. La noche en que la policía acudió al faro, instaló a Colum en la cabina de mando de su lancha patrullera y a nosotros nos dejaron en la intemperie, tumbados sobre una colchoneta en la cubierta de popa. El trato que nos dieron fue vejatorio a más no poder. Al principio, yo estaba indignado. En cambio George parecía muy asustado, como si se supiera sospechoso de algo grave. En aquel momento no le di más importancia, pero ahora…
—¡Claro que se sabía sospechoso! De espionaje industrial y robo de patentes, nada menos. Un crimen penado con varios años de cárcel.
El mar fosforescente se había teñido de un raro dorado y el murmullo de las olas rompiendo con suavidad en la costa llegaba hasta sus oídos.
—Hay algo más —prosiguió tras vacilar unos instantes—. George me confesó que también habló con la pelirroja sobre los experimentos en que había participado. Aunque está casado, tuvo una aventura amorosa con esa chica noruega.
Iria frunció el ceño con severidad.
—¿Y qué más te dijo? ¿Que New World estaba implicado en peligrosos experimentos genéticos ilegales?
Gabriel asintió.
—A veces pecas de ingenuo —le recriminó ella—. George trabajaba en realidad para la competencia y, antes de fugarse, les quiso prestar un último servicio. Como sabía que eras periodista, te tendió un anzuelo para que picaras y trataras de vender una exclusiva sensacionalista. ¡Si hasta puedo ver los titulares! «MULTINACIONAL IMPLICADA EN EXPERIMENTOS GENÉTICOS ILEGALES Y EN LA OSCURA MUERTE DE UNA ACTIVISTA NORUEGA.» Por no mencionar al científico que se ha dado a la fuga de la isla escocesa en la que trabajaba, tal vez para salvar su propia vida según fuentes bien informadas…
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Comprendió al instante que, sin necesidad de micrófonos, Leonard sabría por boca de Iria cuanto le contara aquella noche.
—Creo que tienes razón —mintió Gabriel—. George no me aportó ni una sola prueba de sus afirmaciones, y en cambio tu explicación es mucho más plausible. Probablemente confiara en que un periodista sin empleo explotaría sin escrúpulos los aspectos más escabrosos de esa historia. Por eso trató de manipularme haciéndome partícipe de sus supuestas confidencias… Dañar la reputación de New World era lo único que perseguía.
Ella inspiró hondo y siguió caminando. A lo lejos se veía una luz alumbrando una cala oscura. Solo podía ser la casa de Natalie.
—¿Hay algún otro secreto que no me hayas contado?
Unos cuantos, pensó él. Pero no podía hablarle acerca de las averiguaciones que estaba realizando sobre New World. Y eso incluía la conversación con los chicos del pub acerca de las insólitas plagas que había sufrido la isla de Moore este verano. Respecto al encargo de Carl, el padre de Erika, tampoco pensaba soltar prenda. En cambio, hablarle de Natalie no entrañaba riesgos.
Ella escuchó con extrañeza su enigmática historia mientras ascendían por un camino que los llevó hasta el borde de un acantilado. Apostados en su cima, divisaron su casa de piedra, rematada por una buhardilla sobre el techo. De estructura triangular, a través de su ventana se veían las sombras recortadas de un hombre y una mujer. Estaban de pie, pero no era posible distinguir sus rostros desde la distancia.
Como si hubieran presentido su presencia, las luces se apagaron y la buhardilla quedó a oscuras.
—¡Vaya! —exclamó Iria—. Parece que esa misteriosa mujer no es tan solitaria como dicen.