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El reverendo tragó saliva, con la cara enrojecida, al escuchar el macabro final del relato. Mientras tanto, por la mente de Gabriel desfilaron como en carrusel los recuerdos de su último encuentro con el malogrado científico. Aquella noche, George había pronunciado algunas frases que él no había sabido cómo interpretar, pero que ahora adquirían un cariz oscuro y terrible.

—Cuando me invitó a su apartamento, George ya temía por su vida —explicó con voz queda—. Entonces no supe verlo, pero ahora todo encaja. Cada científico de New World solo tiene información sobre los experimentos que realiza personalmente para evitar fugas que pongan en peligro sus patentes. Y también, según creo, para impedir que dispongan de una visión global. Sin embargo, George llegó por su cuenta a una conclusión alarmante. En sus propias palabras, habían franqueado la barrera de las especies y a partir de ahora cualquiera de ellas podría matar a otra con la programación adecuada.

El párroco se removió inquieto en su silla mientras intercambiaba una mirada de entendimiento con su mujer. Tras haber dejado a los niños en casa de una prima, había regresado a tiempo de escuchar, absorta, la última parte de su narración.

—Así que, tal como sospechaba, fueron ellos los que acabaron con la plaga de gusanos —dedujo el reverendo.

—Con toda probabilidad: por medio de las avispas asiáticas, uno de sus más feroces depredadores.

El sacerdote se pasó una mano por la frente, impregnada por minúsculas gotas de sudor.

—¿Y cómo eliminaron después a las avispas gigantes?

—La empresa británica Oxitec —intervino Iria— solicitó el mes pasado una autorización para eliminar una dañina plaga de insectos en España, liberando machos genéticamente modificados para que al aparearse con las hembras mueran todas sus crías durante la fase de larva. New World conoce de sobra esa técnica y otras muchas…

Gabriel tamborileó con los dedos sobre la mesa con creciente nerviosismo.

—Hay líneas que una vez que se cruzan no tienen vuelta atrás. Si podemos eliminar gusanos y avispas mediante ingeniería genética, ¿por qué no hacerlo con otras especies?

—¿Como los seres humanos, por ejemplo? —preguntó el cura—. No me extrañaría que esos locos acaben provocando un apocalipsis que borre al hombre de la faz de la Tierra.

—Eso es un disparate —protestó Iria—. ¿Por qué iban a hacer eso?

—Hay muchas razones para una mente enferma —replicó Gabriel—. Imagina que alguien estuviera interesado en eliminar solo a una parte de la humanidad. Alguien que tuviera la capacidad de iniciar una guerra invisible sin necesidad de declararla. Ya se ha intentado en el pasado. Los científicos nazis, por ejemplo, estudiaron una especie de mosquito que podía pasar hasta tres días sin probar agua ni alimentos. Su propósito era infectarlos con malaria para enviarlos a territorios enemigos y diezmar así sus poblaciones. Por fortuna, no lograron que sobrevivieran fuera de su hábitat natural. Pero New World ya ha conseguido que un animal muy parecido a las arañas venenosas pueda vivir dentro del agua.

Iria meneó la cabeza con fastidio.

—Una guerra bacteriológica es inviable en un mundo tan globalizado como el nuestro. Una vez liberado, un virus contagioso podría extenderse sin control por cualquier territorio y afectaría a todas las personas con independencia de su edad, sexo o raza, incluyendo a sus creadores.

—Excepto si ellos formaran parte de una nueva especie —observó el cura muy serio.

—Quizás el reverendo no esté muy desencaminado —intervino Gabriel—. Este país acaba de conceder el permiso de producir embriones humano-animales a New World. Ha salido hoy en todas las noticias. Lo he leído en Internet mientras comías con Leonard.

—Precisamente de eso hemos estado hablando durante el almuerzo, y os puedo asegurar que la imaginación va muy por delante de la realidad. Es verdad que se han hospedado cromosomas humanos en óvulos animales para crear embriones híbridos y extraer células madre con fines de investigación médica. Pero esos embriones se conservan in vitro tan solo durante unos días. Su proceso de desarrollo se detiene ahí y nadie pretende crear seres adultos concebidos en un óvulo animal.

—Pues según he leído hoy, ya se considera factible la creación de un chimpancé con características humanas, como la capacidad de hablar. Los científicos afirman que la diferencia cromosómica entre humanos y monos es menor que entre una cabra y una oveja, que ya se han cruzado con éxito…

—Por favor —exclamó Iria—, no sois biólogos moleculares y no podemos perder más tiempo en divagaciones de ciencia ficción. Lo único cierto es que George está muerto y debemos llamar a la policía cuanto antes.

—No puedo estar más de acuerdo —dijo el párroco, levantándose de la silla.

El salón se cubrió de un silencio tenso y espeso, solo interrumpido por el crepitar del fuego en la chimenea. El humo de turba impregnaba la estancia con su característico olor áspero, al que Gabriel ya empezaba a acostumbrarse, y nadie se atrevió a hablar hasta que regresó el reverendo.

Todos lo miraron expectantes, e incluso la gata, reclinada sobre el regazo de su dueña, izó sus orejas puntiagudas.

—El inspector jefe de Lerwick no estaba en la comisaría, pero les he informado de todos los detalles y nos llamarán en cuanto den con él.

Gabriel emitió un profundo suspiro. Para bien o para mal, la situación ya había escapado a su control y sería la policía la que, a partir de ese momento, llevase la iniciativa.

—De todas maneras, hay algo que no entiendo —dijo el cura, meneando la cabeza—. ¿Por qué confesaría George a un periodista que New World está llevando a cabo experimentos tan peligrosos?

—Solo se me ocurre una explicación. Temía que lo asesinaran y me lo reveló para que, en tal caso, pudiera investigar lo sucedido y denunciarlo. Al fin y al cabo, soy la única persona que no formaba parte de New World.

El párroco arqueó sus cejas pelirrojas y extendió sus palmas abiertas sobre la recia mesa de madera.

—Así que quizás no fue él quien asesinó a la pelirroja, después de todo…

—O sí, y lo eliminaron para taparle la boca —replicó Gabriel—. Matar a todos los que han participado en un crimen es una práctica mafiosa habitual para que nadie pueda irse de la lengua.

Moira removió nerviosa la cucharilla en su taza de té y la dejó intacta, sin probarla, sobre su plato de porcelana. Retorciendo sus rollizas manos, dijo:

—Esperemos que venga pronto la policía.

—El problema es que, si pasan las horas, en New World advertirán nuestra ausencia. Sospecharán alguna cosa y podrían destruir todas las pruebas.

El sonido de un teléfono fijo resonó en otra estancia contigua. El cura se levantó como un resorte y se encaminó raudo hacia el portón de madera del salón. Ellos permanecieron sentados, con el corazón encogido, a la espera de noticias.

Finalmente, el párroco regresó con un brillo belicoso bailando en sus ojos. Se recostó en la silla con un gesto teatral, como si estuviera disfrutando de la atención con la que aguardaban sus palabras.

—He hablado con el inspector jefe —anunció con satisfacción—. Están de camino y llegarán en un par de horas.

Especies invasoras
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