30

 

Gabriel la alcanzó cuando ella se disponía a abrir la puerta de su coche: un Porsche Cayenne todoterreno. Vestía un largo abrigo granate y calzaba unas botas altas de agua. Debía de medir alrededor de un metro setenta y, aunque resultaba difícil calcular su edad, aparentaba estar en la mitad de su treintena. Su cutis blanquecino armonizaba con la media melena rubia que le caía sobre los hombros. Los ojos rasgados de color miel estaban enmarcados por unas finas cejas que trazaban un arco bien definido y ovalado.

—Disculpa, ¿eres Natalie? —le preguntó, todavía resoplando por la carrera.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—El párroco me ha hablado de ti y me he arriesgado a probar suerte…

Sus labios, gruesos y esponjosos, se curvaron en una mueca de desdén.

—El viejo Tom Baker… Mala hierba nunca muere —dijo imitando la voz grave del cura.

Gabriel se encogió de hombros.

—Para ser un sacerdote, es un tanto supersticioso y gasta unas malas pulgas…

La expresión de Natalie se dulcificó y esbozó una débil sonrisa al decir:

—Supongo que debes trabajar en New World.

—No soy científico, sino periodista. Iria, una amiga de Barcelona, sí trabaja en los laboratorios y me ha invitado a pasar una temporada con ella.

—Iria —repitió ella lentamente—. Un nombre precioso.

Él asintió con la cabeza. Las ráfagas de viento volvían a arreciar con fuerza.

—¿Qué te parece si seguimos hablando en mi casa? —propuso Natalie—. Está muy cerca de aquí y nos evitaremos soportar este viento tan molesto. Si conduzco despacio no tendrás problemas para seguirme —añadió señalando su bicicleta caída en el suelo.

Gabriel la recogió y se montó sobre el sillín. Era la segunda vez que decidía seguir a una mujer en aquella isla. La primera había acabado muerta…

La casa, muy próxima al faro, estaba construida con piedra nueva sobre una playa de guijarros negros. Los grandes acantilados que circundaban aquella cala la protegían de los vientos, y su privilegiada posición le permitía disfrutar de vistas panorámicas sobre la pequeña bahía que se abría frente a ella.

Desde las ventanas del salón se podía admirar el resplandeciente azul cobalto del océano. Los anaqueles de madera que cubrían una parte de sus muros sostenían centenares de libros y la temperatura era cálida gracias al fuego de la chimenea, muy próximo al sofá de piel donde se habían sentado.

Natalie se había sacado el abrigo. De complexión delgada, vestía unos tejanos y un jersey blanco de cuello de cisne muy ceñido que marcaba las formas de sus pechos. Se ausentó unos minutos y volvió portando una bandejita en la que se apoyaban dos delicadas tazas de porcelana y una tetera.

—Un poco de té nos vendrá bien —dijo mientras le servía su taza.

Gabriel recordó los rumores que había oído sobre ella. Desde luego, no parecía ninguna loca. Por el contrario, su aspecto era el de una mujer elegante y acostumbrada a la buena sociedad. Aquella casa rústica, pero de líneas modernas, había sido diseñada para fundirse con naturalidad con el paisaje. Si los lugareños de Moore le profesaban tanta animadversión, quizás habría sido necesario trasladar a albañiles de otra isla cercana para construirla.

Según el párroco, se había ido de la isla muy joven. Gabriel se preguntaba por qué habría regresado allí. Tras agradecerle su hospitalidad, decidió tantearla.

—El lugar donde vives es precioso, aunque un poco solitario.

Ella le dirigió una sonrisa triste.

—Siempre he sido un ave rara. Estas tierras fueron sacudidas por un terremoto justo el día en que nací. ¿No te lo ha contado el párroco? Es una historia que le encanta…

—Soy periodista y no suelo creerme todo lo que me dicen a no ser que lo pueda contrastar. El cura también me aseguró que nadie te había visto durante los últimos meses, y yo, que solo llevo dos días aquí, ya te he encontrado esta mañana…

Natalie se quedó en silencio con expresión pensativa. Unas arrugas apenas perceptibles se dibujaban en las comisuras de sus ojos rasgados. Era sin duda una mujer muy hermosa pero, tras su mirada de color miel, se adivinaba un poso de amargura que la torturaba sin descanso.

—La verdad —dijo bajando el volumen de su voz— es que si me hallaba en lo alto de ese acantilado es porque quería observar el lugar desde el que se cayó ayer una joven noruega.

—¿Y cómo supiste lo que le sucedió a esa chica? Según tengo entendido, no hablas con nadie del pueblo.

—Y así es.

—Entonces…

—Me lo dijo Colum. El irlandés y yo formamos una suerte de alianza en esta parte perdida de la isla. Él en su torre y yo en mi castillo de piedra…

Gabriel dio un sorbo a su taza de té. Quizás, pensó, fuera el irlandés el que le hiciera las compras para evitarle el mal trago de bajar a un pueblo en el que nadie deseaba verla. Con toda probabilidad el farero estaría más que contento de poder ayudar a una mujer tan atractiva, pero eso no resolvía muchos de los misterios que la envolvían.

—Torres, castillos de piedra… y, en el centro de Moore, el laboratorio que promete revolucionar el mundo genético.

—Un nuevo mundo no será el mejor para todos —auguró ella con gesto sombrío.

—¿Qué quieres decir?

Natalie no respondió. Se levantó y, tras repasar con su vista los anaqueles de madera, escogió un libro muy grande bellamente encuadernado y se lo entregó en silencio. Era la Biblia. A continuación lo abrió por el pasaje del Génesis en que Adán y Eva son expulsados del Paraíso. Una parte estaba subrayada.

Y dijo Yahvé:

«¡Resulta que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, que no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre. Y lo echó Yahvé del Jardín del Edén.»

Tras expulsar al hombre, puso delante del Jardín del Edén querubines y la llama de espada vibrante para guardar el camino del árbol de la vida.

—¡Vaya por dónde! —exclamó Gabriel—. Toda mi infancia creyendo que la expulsión del paraíso se había producido por culpa de morder una manzana, y lo que de verdad preocupaba a Yahvé era que el hombre probara los frutos del árbol de la vida.

—Nuestra secuencia genética está diseñada —explicó Natalie— para que tengamos una vida relativamente corta, pero si fuéramos capaces de cambiar su programación, nuestros años se transformarían en siglos. El santo grial de la genética siempre ha sido la inmortalidad. Cuando se consiga, seremos los nuevos dioses y podríamos superar incluso a los elhoim del Antiguo Testamento…

Natalie recogió la Biblia y la cerró con cuidado. Sus labios temblaban ligeramente.

—En un futuro próximo —afirmó—, existirán personas que tengan acceso a comer de ese árbol y a vivir durante siglos o incluso milenios…

Imágenes espantosas cruzaron por la mente de Gabriel.

—Los recursos de nuestro planeta son limitados. ¿Qué pasaría entonces con los miles de millones de habitantes que actualmente lo pueblan?

Natalie dio un pequeño sorbo a su taza de té.

—Por eso decía que el nuevo mundo no será para todos. Será solo para los elegidos.

—En ese caso, los nuevos dioses serían para nosotros un nuevo tipo de especie invasora: la definitiva…

Especies invasoras
titlepage.xhtml
Portadilla72315.html
Creditos72316.html
toc.html
Capitulo_172318.html
Capitulo_272319.html
Capitulo_372320.html
Capitulo_472321.html
Capitulo_572322.html
Capitulo_672323.html
Capitulo_772324.html
Capitulo_872325.html
Capitulo_972326.html
Capitulo_1072327.html
Capitulo_1172328.html
Capitulo_1272329.html
Capitulo_1372330.html
Capitulo_1472331.html
Capitulo_1572332.html
Capitulo_1672333.html
Capitulo_1772334.html
Capitulo_1872335.html
Capitulo_1972336.html
Capitulo_2072337.html
Capitulo_2172338.html
Capitulo_2272339.html
Capitulo_2372340.html
Capitulo_2472341.html
Capitulo_2572342.html
Capitulo_2672343.html
Capitulo_2772344.html
Capitulo_2872345.html
Capitulo_2972346.html
Capitulo_3072347.html
Capitulo_3172348.html
Capitulo_3272349.html
Capitulo_3372350.html
Capitulo_3472351.html
Capitulo_3572352.html
Capitulo_3672353.html
Capitulo_3772354.html
Capitulo_3872355.html
Capitulo_3972356.html
Capitulo_4072357.html
Capitulo_4172358.html
Capitulo_4272359.html
Capitulo_4372360.html
Capitulo_4472361.html
Capitulo_4572362.html
Capitulo_4672363.html
Capitulo_4772364.html
Capitulo_4872365.html
Capitulo_4972366.html
Capitulo_5072367.html
Capitulo_5172368.html
Capitulo_5272369.html
Capitulo_5372370.html
Capitulo_5472371.html
Capitulo_5572372.html
Capitulo_5672373.html
Capitulo_5772374.html
Capitulo_5872375.html
Capitulo_5972376.html
Capitulo_6072377.html
Capitulo_6172378.html
Capitulo_6272379.html
Capitulo_6372380.html
Capitulo_6472381.html
Epilogo72382.html
fondo_amabook.xhtml
ecosistema-digital.xhtml