EPÍLOGO
Pasa el tiempo... Alma tiene dos años, Lola está embarazada y yo sigo soltera y sin compromiso, pero con una visión completamente diferente a la que tenía años atrás. Julio y yo seguimos quedando. Y, sobre lo que hablamos aquel día, no nos duró mucho. La atracción que existe entre nosotros es evidente y él siempre será mi debilidad, porque ha conseguido contagiarme el entusiasmo por la vida que lo caracteriza, convirtiendo pequeños momentos en grandes oportunidades. Pero, al menos, la época que estuvimos sin mezclar la amistad con el sexo, a mí me sirvió para darme cuenta de que hay sentimientos que son muy fáciles de confundir. Entre la amistad y el amor hay una delgada línea y, si no tienes claro dónde empieza y dónde acaba, puedes dejarte arrastrar por un círculo vicioso y nocivo, llegando a consumir esa amistad. Sin embargo, desde que delimitamos esa línea, tuve claro el tipo de relación que tenemos Julio y yo. He conocido a otros hombres después de él, pero ninguno me ha interesado lo suficiente como para empezar algo por lo que luchar. A Mario lo veo de vez en cuando, amargando la vida a alguna pobre diabla que, como yo, se deja seducir por ese brillo peligroso que tiene en la mirada... aunque después te percatas de que ese brillo no resplandece como imaginabas. Sé que Daniela y él lo volvieron a intentar, pero acabó de forma catastrófica y ahora ya ni se hablan.
«Han cambiado muchas cosas en muy poco tiempo, pero lo único que permanece intacto es la amistad que África, Lola y yo mantenemos», concluyo mientras camino con paso firme hacia El Cultural.
—Llego tarde, lo sé —me disculpo nada más verlas.
—Muy tarde. Exactamente veinte minutos tarde —contesta Lola—. ¡¿No habrás quedado con Julio?! —me pregunta ofendida.
—¡Qué va! Mi jefe, que necesitaba unos papeles sí o sí.
—¡Ah, bueno! Porque antes te lo hubiéramos perdonado, estabas muy necesitada, pero ahora es todo lo contrario. ¡No le das respiro desde que sales con tus nuevos amigos! —contesta Lola entre risas, señalando mi entrepierna.
«Y la verdad es que es cierto, porque, cuando salgo con Sam, conozco a hombres muy interesantes. Y cuando salgo con Julio y sus amigos, siempre acabo o con alguien tan loco y espontáneo como él o con Julio», pienso sin poder contener una sonrisa perversa al acordarme de lo bien que lo pasé el último fin de semana con un amigo de Samira.
—¡Déjala! Que disfrute ahora que puede. Luego, con los hijos, es imposible. ¡Te absorben! —responde África alzando las manos y sacándome de mi ensoñación.
—¡Ah, no! Pues yo me niego a que me priven del sexo. Si es necesario, contrataré a una canguro para disfrutar de un poco de tiempo para nosotros. ¡O mejor! —añade Lola anunciando la idea que se le acaba de ocurrir—: Lo que debemos hacer es dejarlos con la tita Sara una noche al mes mientras nosotras disfrutamos de nuestros hombres. El resto del tiempo ya iremos robando momentos al día para ello.
—Ya sabéis que, por mí, encantada. No tenéis más que pedirlo —acepto bebiendo de mi Malibú.
—¡Cómo se nota que no sabes de lo que hablas, Lola! —comenta África.
—¿Por qué no?
—Para empezar, a quien primero debes convencer es a la pareja. En mi caso, de momento, Alma no ha dormido ni un solo día fuera de casa y, si fuese por él, aún dormiría con nosotros. Se vuelve loco con su niña y a mí me encanta verlos, la verdad, así que veo difícil eso de la noche al mes.
—Juan no es como Yago —sentencia Lola.
—Tienes razón. Yo creo que va a ser peor —contesto—. No hay más que verlo jugar con Alma. Tiene devoción por los críos. Además, ya sabes que él proviene de familia numerosa, así que no se va a conformar con uno solo, Lola. De hecho, yo me miraría bien si llevas uno o dos ahí dentro —le digo divertida, chinchándola.
—¡Sabéis que me estáis comenzando a agobiar, ¿verdad?! Lo digo por si no os estáis dando cuenta —responde seriamente, a lo que nosotras no podemos evitar reírnos sin parar—. A mí no me hace gracia —añade molesta.
—¡Venga, Lola! Si sabes que te lo decimos en broma. Ya verás cómo cambia tu forma de pensar en cuanto lo tengas en brazos —interviene África, intentando calmarla—. Encontrarás un equilibrio entre la maternidad y la vida en pareja, ¡ya lo verás!
—Eso espero o me volveré loca. —Suspira—. Y si no es así, siempre nos quedarán estos momentos para recuperar la cordura —dice alzando su cerveza sin alcohol a modo de brindis.
—¡Venga, vamos a brindar! —les propongo animada, alzando mi copa y sacando mi nariz de payaso.
—Pero ¿es qué ahora siempre llevas esa nariz o qué? —me pregunta Lola, sorprendida.
—Es mi amuleto de la suerte. Me recuerda que nunca hay que dejar de sonreír —respondo al ponérmela.
—Entonces deberíamos tener todas una —comenta África.
Al oír su comentario, abro mi bolso y rebusco entre mis cosas. Saco una para cada una. Nos las ponemos y África declara, alzando su copa:
—Por que no perdamos nuestras reuniones de chicas.
—Por que no nos falten los días de sexo lujurioso e indecente ni a los ochenta años —agrega Lola.
—Por que llenemos la vida de instantes mágicos como éste —termino diciendo yo, pensando en todo lo que he vivido en este período de tiempo.
Me doy cuenta de que no cambiaría ni un solo instante, porque hasta los momentos más duros de mi vida me han enseñado algo, y cada uno de ellos ha forjado la mujer que soy ahora mismo, reflexiono bebiendo de mi copa.