CAPÍTULO 5

 

 

 

 

Acabamos de llegar a casa de África. Juan nos abre la puerta y por la escalera veo bajar un camión cisterna con la cara de mi amiga.

—¡Joder, Afri! Pareces una ballena —le suelta Lola tranquilamente, mientras Juan le pega un pisotón en el pie, adrede—. ¡Ay! —se queja ella, dándole un golpe en el hombro.

—No hagas caso. Estás preciosa —le digo acercándome a ella para abrazarla.

—Lola tiene razón, parezco una mesa camilla —confirma África mientras se oye decir a Lola: «Yo siempre tengo razón», haciendo un gesto de satisfacción—. Y, ahora, cuéntame qué es lo que ha pasado —me pide sentándose en el sofá.

Yo comienzo a explicarle lo de ayer y, después, lo que hemos estado hablando hoy en el piso. Juan, al igual que Lola, insisten en que debería denunciarlo, pero no quiero verme envuelta en ningún jaleo más y que esto siga creciendo. Lo único que deseo es volver a mi casa, olvidarme de todo lo que he vivido junto a él y recuperar mi vida.

—Quiero continuar con mi vida como si Mario nunca hubiera formado parte de ella, y necesito borrar de mi mente todo lo que tenga que ver con él, lo bueno y lo malo —sentencio firmemente.

—No digas eso, Sara. De las malas decisiones se llega a aprender mucho más que de las cosas buenas. Porque, si las cosas salen bien, ¿para qué cambiarlas? En cambio, cuando te das cuenta de lo equivocada que estabas, empiezas a plantearte las diferentes opciones que tienes para que todo vuelva a funcionar como es debido —interviene África, haciendo una breve pausa para comprobar que la estoy escuchando de verdad—. Ahora tienes que ser constructiva y procurar buscar el lado positivo de la situación y aprender de él. Porque de los errores es de lo que más se aprende.

—Pues saca papel y boli, guapa, porque creo que Mario ha sido el gran error de su vida y convertir las cosas malas en buenas le va a permitir editar una enciclopedia. Ya veo el título: «Aquellos detalles que te abren los ojos, tomo 1».

—Hay muchos detalles, Lola, la diferencia es cómo los veo ahora. Antes decidía pasarlos por alto y no me daba cuenta de lo que todos ellos escondían. Sin embargo, lo que ahora descubro es un iceberg todavía más grande que aquel contra el que chocó el Titanic. Lo veo todo en conjunto y aún no me acabo de creer hasta qué punto he estado engañándome a mí misma.

—Todas nos engañamos en algún período de nuestra vida y vemos la realidad distorsionada. Me ha pasado a mí, a Lola y ahora a ti. Le pasa a todo el mundo en determinados momentos. Lo importante es ser consciente de ello y rectificar —replica África.

—La cuestión es cuánto deseaba yo vivir en esa mentira. Lola me lo advirtió una y otra vez, pero nunca quise escucharla. Como la noche en que África nos dijo que llevaba una niña y que su nombre iba ser Alma. Recuerdo la tensión que se produjo en la pista de baile. Vosotros ya os habíais ido; tú estabas cansada y os marchasteis —le aclaro a África—. Al parecer Lola no era la única que no se fiaba de Mario, pues, según me dijo él, tú también le habías advertido de que se portara bien conmigo. Eso me molestó mucho. ¿Por qué no dejabais de meteros en mi vida?, me preguntaba. De Lola me lo esperaba, pero, de ti, no, y eso me mosqueó todavía más. Así que tiré del brazo de Lola para exigirle que dejara de hacerlo. «No pienses que de ésta os vais a librar tan fácilmente las dos. Sé lo que pretendéis y os ordeno que dejéis de conspirar a mis espaldas. Estoy con Mario os guste o no, y eso es decisión mía. Vosotras, lo que deberíais hacer, es manteneros al margen», te dije —comento mirando a Lola.

—Sí, y debo confesar que me sorprendió mucho tu reacción —contesta Lola al recordarlo.

—Aun así, no me hiciste caso —respondo.

—No. Ya sabes lo terca que puedo llegar a ser —replica ella, orgullosa.

—Sí, pero con el tiempo te rendiste. Y ahora me apena.

—Sara, si lo hice fue porque lo creías a él antes que a cualquiera de nosotras y, todo lo que yo te decía, Mario se las arreglaba para desmentirlo o para usarlo en nuestra contra, así que le hice caso a Yago y decidí esperar a que tú me pidieras ayuda... porque sabía que ese día llegaría. Lo que nunca imaginé fue que aguantases tanto. Aquella noche de la que hablas te juro que, si no llega a ser por Yago, le corto el cuello. Pero él tenía razón y no se puede poner gafas al que no quiere ver.

—Aquella noche me demostraste que siempre estuvisteis a mi lado, aunque yo no os lo permitiera. Y conseguisteis sacarme una sonrisa en los peores días. Sois como un rayo de sol en un día nublado y agradezco que, pese a la distancia que he interpuesto entre nosotras, quieras seguir estando junto a mí.

—No hay nada que agradecer, tonta. Sabes que, para mí, vosotras sois mi familia.

—Aun así. Quiero que sepáis lo agradecida que estoy de que consigáis despejar las nubes que hay en mi atormentada cabeza. Recuerdo cómo te las ingeniaste para conseguir que mi cabreo se esfumase con ese estúpido baile. Cuánto me pude reír cuando te vi hacer los pasos de Uma Thurman. Pero la diversión duro poco —añado con tristeza.

—Sí —responde Lola.

—Yago se tronchaba desde la barra al vernos bailar a las dos y, sin embargo, Mario... Cuando mis ojos se cruzaron con los suyos, supe que no le estaba haciendo tanta gracia como a nosotros. Cambié mi forma de bailar disimuladamente para que no te dieras cuenta de lo que sucedía, pero eso no fue suficiente, porque, en menos que canta un gallo, Mario se acercó a mí.

—¿Disimuladamente? Por favor, Sara. Creo que vivimos dos realidades paralelas. Fue como si su mirada te hubiese dado un latigazo y, antes de que yo reaccionara, ya lo tenías encima. Si no llega a ser por Yago, te juro que aquel día me lo como. ¿Qué fue lo que te dijo?

—«¡Quieres dejar de menear el culo como una furcia!»

—¡¿Qué?! ¡Mierda! Debí haberle golpeado en la cabeza con el bate ayer.

—Para mis adentros recé al cielo para que no hubieras oído lo que me dijo.

—Y no lo hice, o te prometo que ése no sale vivo esa noche.

—Vi cólera en tus ojos y pensé que lo habías oído, por eso decidí acompañarlo y así evitar un enfrentamiento entre titanes. Pero, aun así, la tensión era palpable. Una parte de mí se sentía mal por hacer enfadar a Mario y, otra, sentía que te decepcionaba a ti al permitirle que me humillase de esa manera... por elegirlo a él en vez de a ti, y me preocupaba que pensases que Mario era más importante para mí que tú. Justificaba mi comportamiento pensando que a él debía demostrárselo; sin embargo, tú ya sabías lo importante que eras para mí. Pero lo que más rabia me daba era que no alcanzaba a entender qué era aquello que había hecho tan mal y por lo que había conseguido que su humor mutase en décimas de segundo. Luego vi cómo Yago bailaba contigo estilo Pulp Fiction y eso me hizo sonreír con tristeza. Envidié vuestra relación. Una relación que ni siquiera habías buscado y, en cambio, yo... —Suspiro antes de proseguir—. Se os ve tan compenetrados que me alegro muchísimo por vosotros. Por las dos, sois afortunadas al haber encontrado a la persona perfecta.

—Tú también la encontrarás —afirma África con esperanza e ilusión.

«No veo cómo», pienso para mí, desanimada.

—No os podéis imaginar lo persistente que puede llegar a ser Mario. No me lo va a poner nada fácil, lo sé. Y en ese momento, cuando lo tenga frente a mí en lugar de a vosotras, estaré sola. Porque vosotras ya tenéis vuestras vidas, con vuestros problemas y preocupaciones, y yo no os puedo cargar con los míos ni reprocharos nada, porque es ley de vida a fin de cuentas. La rutina nos arrastra a nuestras monótonas existencias y la mía hace tiempo que, aparte de aburrida, ha sido un calvario.

«Así que me parece imposible que esto vaya a mejorar tan sólo porque haya cambiado la cerradura de una puerta —me digo mentalmente mientras en mi estómago va creciendo el miedo al instante en el que tenga que volver a ver a Mario—. Porque, aunque no lo quiera ni pensar, sé que ese momento llegará y, cuando lo haga, no sé si tendré fuerzas para enfrentarme a él.» En eso cavilo mientras el recuerdo de aquella noche comienza a crecer con todo lujo de detalles.

 

* * *

 

—¡Sólo estábamos divirtiéndonos un poco! No era nada más que un baile —intenté explicarle a Mario cuando me arrastró hacia la barra, de mal humor.

—Sara, estabas poniéndote en evidencia delante de todo el mundo. ¿No te has dado cuenta de que se estaban riendo de ti?

—¿Quién? —pregunté, confundida.

—Todos —respondió señalando a la gente que nos rodeaba. Yo no daba crédito a lo que me decía, así que añadí—: Entonces, ¿quieres decir con eso que también se estaban riendo todos de Lola? —Planteé esa cuestión intentando ver lo que él había visto cuando era yo la que bailaba a su lado.

—Por favor... no es lo mismo —me contestó cortante.

—¿Por qué no es lo mismo? —demandé, contemplando la entrañable y divertida escena que en ese momento protagonizaban Yago y Lola.

—No te lo tomes a mal, cariño; a mí me gustas tal y como eres, pero, seamos justos... a su lado no tienes nada que hacer. Por eso me pareció que debías moderarte un poco en la forma de bailar, porque las comparaciones son odiosas y a su lado parecías un esperpento. Ahora bien, si quieres que todo el mundo piense eso, allá tú, yo sólo lo he hecho por tu bien —me respondió mirándome con desdén e invitándome con la mano a que regresara a la pista de baile.

Pero al escuchar su respuesta toda la seguridad que tenía mientras mi cuerpo se meneaba alegremente junto a Lola desapareció. Algo dentro de mí se encogió, y me dije a mí misma que Mario tenía razón. Era como comparar el brillo de un diamante con el de una circonita, concluí desanimada.

 

* * *

 

—¡Sara! —me llama África.

—Lleva así desde ayer. Está más en su mundo que en el nuestro. Cuéntanos... ¿Cuál es el capítulo que ocupaba tu mente en este instante?

—¡Qué más da! —contesto restándole importancia.

—Claro que nos importa —replica África indignada.

—No quiero aburriros con el mismo tema. Ya os he mostrado parte de mi denigrante relación. No quiero seguir compadeciéndome de lo tonta que he sido y de cómo no me he dado cuenta antes de lo que estaba sucediendo. Hay millones de situaciones como esa que he vivido junto a Mario, pero siempre acaban igual. Yo rindiéndome a sus pies por una muestra de cariño sincera.

—Si te sirve de algo, Sara, a mí también consiguió engañarme —me confirma África.

—Gracias, me hace sentir un pelín menos estúpida —le agradezco sonriendo levemente—. Es que no me lo puedo quitar de la cabeza, los recuerdos se agolpan en ella una y otra vez. Veo pequeñas reproducciones de mi vida junto a él. Detalles que ahora me parecen tan evidentes y que antes ignoraba. Esto que me ha pasado me parece tan surrealista... ¡Todavía no alcanzo a entender qué es lo que he hecho mal! ¿¡Cuál es mi problema!? Porque es evidente que tengo un problema. Siempre me sale todo mal, pero tengo que reconocer que esta vez ha sido catastrófico —murmuro con los ojos humedecidos.

—¡Y dale! ¿Cómo te voy a hacer entender que aquí el único que tiene un problema es el Chucho? —interviene Lola, exasperada, alzando las manos al cielo.

—¿Y cómo te voy a hacer entender que yo me tenía que haber dado cuenta de que era una garrapata, como tú dices? Debí escuchar tus advertencias, pero me negué a creer nada de lo que me decías.

Lola se queda sin palabras; no puede rebatir mi argumento en esta ocasión.

—Tal vez tengas razón, Sara, pero hay momentos en los que, por mucho que los demás nos adviertan las cosas, nosotros vemos lo que queremos ver. Y no hay que darle más vueltas —declara África.

—¿Cómo que no hay que darle más vueltas? ¡Me es imposible parar la cabeza! Es como si en ella estuvieran proyectando una pésima película de esas que dan de madrugada. Ahora mismo me estoy acordando de la noche en que fuimos a cenar al italiano donde trabajaba Mario.

—No me recuerdes esa velada, por favor —pide Lola.

—¿Por qué no? ¿Qué es lo que pasó aquella noche? Todo iba bien y de repente... —digo sin poder terminar la frase.

—Es mejor que lo dejemos así, Sara, en serio. No remuevas más la mierda, porque al final termina salpicando —me aconseja Lola, poniéndose de pie, nerviosa.

—¡No! Me niego a quedarme con la duda, porque esa noche marcó un punto y aparte en nuestra relación. A partir de ahí, tú evitabas por todos los medios estar con Mario; si estaba él, tú no estabas. ¿O crees que no me daba cuenta? Él nunca me lo quiso explicar y a ti no me atreví a preguntártelo por miedo a la verdad. Pero ahora quiero saberlo, Lola. Habíamos quedado para cenar y Mario trabajaba de noche, así que decidimos ir allí, aunque tú no estabas de acuerdo. África y yo insistimos tanto que al final accediste. Todo parecía ir bien, nos estábamos divirtiendo y Mario estaba encantador.

—Si tú lo dices... —me interrumpe Lola, con cara agria.

—¡Yo así lo recuerdo! —me defiendo, desconcertada.

—Aquí voy a darle la razón a Lola. ¿Realmente no te percataste de lo que sucedió?

—¡¡Pero ¿qué sucedió?!!

—¡Joder, Sara, verdaderamente estabas más ciega de lo que yo pensaba! —me espeta Lola, mosqueada.

—Gracias —respondo, ofendida.

—¡Es cierto! ¿En serio nos quieres hacer creer que, cuando se presentaron Arturo y Félix a saludar, no te diste cuenta de que el Chucho apareció como por arte de magia a marcar su territorio?

—¡Ah, eso! —susurro bajando la voz, mientras en mi mente aparece la escena.

 

* * *

 

—¡Hola, guapísimas! ¿Qué hacen semejantes bellezas aquí solas? —nos saludó Félix, apoyando sus manos sobre mis hombros de forma inocente. Notar el contacto de las manos de otro hombre, aunque fuera gay, sobre mi cuerpo me hizo ponerme en alerta y buscar a Mario con la mirada para asegurarme de que no nos estaba mirando. De momento no se había dado cuenta y eso permitió que me relajase un poco.

—Hola, chicos. ¿Cómo vosotros por aquí? —les preguntó África, levantándose a darles dos besos. Lola también se levantó y yo hice lo mismo, pero cruzando los dedos para que Mario no viese la escena. Como siempre, Félix abrazó a África con demasiado entusiasmo. Lola le tocó el abdomen a Arturo, que cada vez estaba más cuadrado, y yo intenté pasar lo más desapercibida posible. Les di dos escuetos besos e intenté volver a sentarme, pero Félix posó su mano en mi espalda para impedirlo.

—Hemos venido a cenar con unos amigos, pero está completo, así que nos vamos —respondió Arturo, señalando a los tres chicos que estaban esperando a un lado de nuestra mesa.

—¿Qué hacéis los gais, que cada día estáis más buenos? —bromeó Lola sin poder apartar la vista de los tres jóvenes que sobresalían del resto.

—Uno de ellos es hetero —replicó Félix, decepcionado—. No ha cruzado aún al lado oscuro, porque sabe que todo el que va, no vuelve —añadió divertido.

—¡Qué desperdicio! —comentó Lola sin poder apartar la vista.

—¡Oye, guapa! Que todos tenemos derecho a comer.

—¡Qué pena estar prometida! —bromeó Lola dejándose caer sobre la silla mientras suspiraba. Yo aproveché para hacer lo mismo.

—Te quejarás de lo que tienes en casa —le reprochó Félix.

—Para nada. Es más, hay que comparar para apreciar lo que tenemos en casa.

Justo en ese momento, Mario se acercó a nuestra mesa.

—¿Todo bien, cariño? ¿Qué tal lo están pasando mis chicas? —preguntó con un tono formal, intentando disimular.

—Estupendamente; como puedes ver, estamos muy bien acompañadas —le respondió Lola, lanzándole una mirada fulminante. Yo noté la rigidez de sus dedos en mis hombros y cómo, poco a poco, fue aferrándose con más fuerza, llegando a hacerme daño. Un silencio pesado, tenso y espeso se instaló en nuestra mesa mientras Lola y Mario se retaban con la mirada.

—Bueno, nosotros nos vamos —se despidieron Arturo y Félix al percibir la tensión del ambiente.

 

* * *

 

—Pero no pudo ser sólo eso —planteo intentando averiguar por qué Mario actuó de esa manera posteriormente.

«Tuvo que haber algo más», pienso desorientada.

—¿De verdad quieres saber lo que sucedió después, Sara?

—¡Claro que quiero! Necesito comprender a qué se debían sus cambios de humor.

—Veamos: yo resuelvo una de tus dudas y tú resuelves una de las mías.

Sé lo que me va a preguntar, porque en su día lo hizo y no le contesté, pero a estas alturas me da igual que sepan lo bajo que he llegado a caer o las locuras que he llegado a cometer escudándome en que lo hacía por amor.

—Está bien —acepto, confiando en que de esta manera podré entender alguna de las reacciones que Mario tenía.

—Arturo y su cuadrilla de dioses se acababan de ir y nosotras estábamos esperando a que tu Chucho nos trajera los postres, pero yo me negaba a volver a verlo. Me estaba poniendo enferma y sabía que en cualquier momento le iba a soltar cualquier barbaridad y lo único que iba a conseguir con ello sería que tú te enfadaras conmigo y él se regodeara en el placer de ver cómo se salía con la suya. Así que me fui al baño para evitar verlo de nuevo... no me imaginé que él vendría detrás. —Al oírle decir esto, estoy a punto de pedirle que no continúe, que no quiero saber más. Pero en el fondo necesito hacerlo, así que realizo un gesto con la cabeza para que prosiga—. Bien —confirma ella al entender lo que le pido—. Sabes que, entre la cocina y los servicios, hay una especie de almacén. —Asiento de nuevo—. Supongo que la sanguijuela estuvo esperando a que yo abandonara el servicio, o quizá salió casualmente de la cocina. No lo sé, el caso es que, cuando lo hice, alguien tiró de mí y me metió en el almacén, tapándome la boca. Me empotró contra la pared con su cuerpo y me preguntó, antes de que quitara su sucia mano de mi cara: «¿De verdad quieres comparar? Pues yo te facilitaré la comparación. ¿O prefieres a esos prototipos de musculitos? Seguro que no dices a nada que no. Sé cuánto te hubiera gustado hacer una cama redonda con todos ellos y ser tú la reina de la fiesta. Conozco muy bien a las mujeres como tú, temperamentales, insaciables y a las que en la cama les gusta que las domine un hombre de verdad, uno con un par de huevos». Todo esto me lo dijo frotando su erección contra mis caderas. Tuve que fingir que estaba en lo cierto, que lo deseaba. Incluso creí que debía hacer el esfuerzo de besar a semejante babosa, pero es más estúpido de lo que pensaba y, con tan sólo relajar mi cuerpo y frotar mis caderas contra las suyas, él aflojó la presión que ejercía sobre mí. En ese instante deslicé mis manos suavemente por su pecho hasta llegar a su bragueta y, cuando el Chucho se dejó hacer, lo agarre con tanta fuerza que sentí cómo sus pelotas casi explotan en mi mano. Mario se quedó inmóvil y contuvo la respiración. «¡Reza todo lo que sepas para que tu virilidad siga intacta, montón de mierda! Que te quede claro que cualquiera de los hombres que había ahí es mucho más hombre que tú y que, para llegar a su altura, te va a hacer falta mucho más de lo que tienes aquí abajo», le espeté enfurecida. Entonces lo empujé con todas mis fuerzas, tropezó y cayó al suelo, momento que aproveché para abrir la puerta. «Una cosa más te voy a decir: me gusta el sexo, y mucho, pero que te quede claro que siempre he sido yo quien ha decidido, y tú nunca estarás dentro de mi lista. Es más, espero que desaparezcas muy pronto de la de Sara», le grité con resentimiento. Me hubiera gustado que no te hubieras enterado de esto, pero has querido saber y yo estoy deseando mostrarte el tipo de garrapata con el que has estado.

—Eso lo explica todo —confieso en voz baja.

—¿A qué te refieres? ¿Qué es lo que ocurrió después? —se interesa África, pero, como no contesto, pues sigo atando cabos en mi cabeza, ella relata su percepción de los hechos—. Acababan de servirnos los postres y tú volviste del baño, pero venías tan cabreada que ni siquiera te sentaste. «¿Qué te pasa?», te pregunté, pero tan sólo dijiste que había surgido un contratiempo en el hotel y que debías irte. Así que yo decidí acompañarte.

—Pero... ¿por qué no nos contaste lo que había pasado en realidad? —planteo ingenua, pero, antes de que ninguna de ellas responda, lo hago yo con voz de ultratumba, aún en trance por lo que acabo de descubrir—: Porque Mario apareció en ese instante. Además, Lola sabía que él conseguiría convencerme para que lo creyera a él antes que a ella, como sucedió en El Cultural.

—Exacto —corrobora ella—. Bueno, y ahora, cuéntanos, ¿qué sucedió cuando nosotras nos fuimos?

—Mario salió antes de lo previsto; discutió con su jefe por algo que había pasado en el almacén, me dijo, y ahora sé a qué se refería. Seguramente pensó que os lo habíais montado allí los dos... a Mario le da morbo que lo pillen y estoy segura de que no era la primera vez que desaparecía con una mujer en dicho almacén. Es más, supongo que ése fue el verdadero motivo por el que lo despidieron. El caso es que no tuve que esperarlo demasiado y, cuando accedimos a la parte de atrás, donde estaba estacionada su moto, consiguió aquello que no obtuvo de ti.

—¡Os lo montasteis en mitad de la calle! —exclama África, escandalizada.

—¡Ay, África, me haces sentir como una guarra!

—Y tú a mí como una mojigata, y nunca he pensado que lo fuera.

—Tu turno —anuncia Lola, antes de formularme la gran pregunta. Pero esta vez, como la anterior, no me siento preparada para contestarla, aunque en esta ocasión estoy dispuesta a hacerlo.

—Antes de que me preguntes nada, creo que es evidente la respuesta. Mario tan pronto era capaz de hacerme sentir la mujer más querida como la más odiada. Era capaz de hacerme mucho daño si se lo proponía, pero también al contrario. A veces incluso llegué a pensar que sufría un trastorno bipolar. Ahora creo que simplemente sigue amando a Daniela y que a mí me ha hecho pagar el dolor que ella le ha causado. Y por eso la respuesta es sí: en muchas ocasiones he aceptado hacer cosas tan sólo porque a él le gustaban, aunque tengo que reconocer que algunas de ellas, con el tiempo, me acostumbré a hacerlas y, lo que antes me causaba aversión, aprendí a aceptarlo.

Veo cómo los ojos de Lola se incendian y su respiración se acelera. Es impresionante el instinto de protección que ha desarrollado con nosotras. Al fin y al cabo, somos todo lo que tiene y sé que lo defiende con uñas y dientes. Contemplo cómo África también se da cuenta de que Lola está a punto de explotar y posa una mano en su pierna, procurando que se calme. Pero supongo que eso es algo tremendamente complicado para ella y, al final, consiguiendo regular su ritmo respiratorio, interviene.

—Lo que más me fastidia no es que hayas hecho cosas tan sólo porque a él le gustaban, ya que eso es algo que hacemos todas por nuestras parejas de vez en cuando, pero lo hacemos porque, aunque a nosotras no nos agrade, sabemos que eso los hace felices a ellos y que, más tarde o más temprano, ellos harán lo mismo por nosotras. El problema aquí es que tú lo aceptaras como algo normal. Él no hizo nunca nada que a ti te agradase y a él no. Es un egoísta y jamás ha pensado en ti por encima de sus necesidades.

—Lo siento, Sara, pero en esto no puedo contradecir a Lola, ella tiene razón. Para que una relación funcione, ambas personas tienen que tener claro desde un principio que es cosa de dos y que hay que estar dispuesto tanto a dar como a recibir. No es posible que funcione si tan sólo es uno el que aporta y el otro quien exige. Al final, eso no es una relación, sino una dictadura.

Al oírles decir eso, vuelvo de nuevo a aquella noche, cuando Lola y África ya se habían ido...

 

* * *

 

—¡Vámonos!

—¡¿Ya?! ¿Qué es lo que ha pasado? —le pregunté al notar cierta hostilidad en su forma de hablarme.

—He discutido con mi jefe —respondió al salir del restaurante, dirigiéndonos hacia la parte de atrás de éste, donde estaba aparcada su moto.

—¿Por qué?

—No preguntes —me ordenó tajante.

—Sólo pretendía ayudar —contesté agachando la cabeza.

—¿De verdad quieres ayudarme? —espetó tirando de mi brazo y colocándome frente a él, mientras me miraba profundamente a los ojos.

—Sí, claro —respondí acercándome a él para intentar calmarlo. Le acaricié la cara con delicadeza, pero Mario estaba demasiado cabreado como para dejarse amar. Aun así, posó su cara sobre mi mano cerrando los ojos para sentir la dulzura con la que yo lo tocaba, pero, cuando fui a besarlo, se retiró bruscamente, como si estuviera despertando de una ensoñación y, al encontrarse conmigo, su enfado hubiera aumentado todavía más.

—Si realmente quieres ayudarme, déjate de chorradas y agáchate —me dijo comenzando a desabrocharse los pantalones.

—¡Aquí! —exclamé abriendo los ojos como platos. Era una calle sin salida y por allí no pasaba nadie, pero desde donde estábamos se podía ver cómo la gente caminaba por la acera a unos metros de distancia.

—¡Déjalo, Sara! —vociferó furioso cuando vio que yo retrocedía—. Lo que no puedes hacer es ofrecerme tu ayuda y, cuando te digo cómo conseguirías hacerme sentir mejor, ignorarme por completo —me recriminó, comenzando a abrocharse los pantalones y dispuesto a subirse a la moto.

—No es eso. Quiero ayudarte, pero aquí nos puede ver cualquiera —argumenté obligándolo a mirarme.

—En eso está la gracia, Sara —me respondió con cariño—. Ya sabes cuánto me gusta eso y es lo único que ahora lograría relajarme.

—Lo que pasa es que para mí no es igual que para ti... y esto no es como cuando estuvimos en el campo —repliqué nerviosa.

—Lo sé, y eso aún me excita mucho más —concluyó orgulloso de sí mismo, sin dejar de contemplarme con esa mirada hipnótica que empleaba en determinadas ocasiones.

Entonces acarició mis labios con su pulgar, para posteriormente apoderarse de mi boca. Después desabrochó sus pantalones de nuevo y dirigió mi cabeza hasta sus caderas. Dócilmente, me dejé guiar. Me postré sobre el asfalto y abrí la boca. Mario colocó ambas manos sobre mi cabeza y comenzó a moverla adelante y atrás, adelante y atrás. Notaba cómo mi garganta se llenaba y cómo, cada vez, la profundidad era mayor; percibí la rabia en sus movimientos y cómo descargaba su ira en mí. Las lágrimas me invadieron, aunque intenté contenerlas con todas mis fuerzas. Era agónico notar esa sensación. Procuré inútilmente alejar sus caderas con mis manos, porque cada vez me costaba más respirar, pero él, al notarlo, me agarró del pelo y empezó a moverse aumentando el ritmo de sus embestidas, sin importarle otra cosa que su propio placer. Mario estaba extasiado, supongo que imaginando que no era mi boca la que rodeaba su erección. En aquel instante creí que era en Daniela en quien pensaba, hoy sé que era en Lola. Y con ese pensamiento, las lágrimas comenzaron a resbalar por mi cara sin control, deseando que ese suplicio acabara lo antes posible. Pero los minutos se hacen eternos cuando te das cuenta de lo poco que le importas a la persona que tú crees amar. Me sentí como una muñeca hinchable... sucia, desinflada y parcheada. Una muñeca rota a la que nadie quiere, a la que usan para desahogar su rabia y su propia frustración... abandonada en cualquier lugar oscuro, frío y siniestro. Aunque la luz llegó cuando noté el sabor agrio de su semen en la boca y, entonces, las arcadas fueron irrefrenables... pero no por la sensación que produjo en mi garganta, sino por la humillación que sentí en aquel instante. Me di asco a mí misma por no tener el valor de negarme a aquello, y esa repugnancia hacia mi persona es algo que sentí en diversas ocasiones a partir de ahí.

 

* * *

 

Juan entra por la puerta y yo cambio de tema rápidamente. No quiero volver a revivir más aquella noche. Fue dolorosa y lo está siendo ahora. África y Lola notan mi necesidad y comenzamos a hablar de los preparativos de la boda de Lola.

Otro episodio que marcó un antes y un después en nuestra relación. Pues en la invitación de la ceremonia, sólo aparecía mi nombre. Ella se negó a invitar a Mario y ahora lo entiendo perfectamente, pero en su momento eso me supuso una gran discusión con él. Aunque, dadas las circunstancias, hoy me alegro de que Lola no cediese ante mis suplicas de que lo tuviera en cuenta, pienso mientras las oigo hablar en segundo plano.