CAPÍTULO 35

 

 

 

 

A la mañana siguiente, el sonido de mi teléfono me despierta.

 

Julio: Cada amanecer es el nacimiento de un nuevo día, la oportunidad de mejorar el anterior y una nueva ocasión para disfrutar de los pequeños detalles. Pero lo que me niego a perder cada vez que sale el sol es la posibilidad de hacerte sonreír durante siglos. Buenos días, bombón.

Sara: No sé si lo conseguirás durante siglos, pero te aseguro que lo consigues cada día. Buenos días, Julio.

 

Le respondo percatándome de cómo las comisuras de mis labios ascienden.

 

Julio: ¿Has desayunado?

Sara: No, me acabas de despertar.

Julio: Perfecto. Paso a buscarte, me invitas a desayunar y te doy la crema.

Sara: Vale. Voy a preparar café, entonces.

 

Suena el timbre y me doy cuenta de que me he dormido. De un salto, salgo de la cama, pregunto quién es y, al oír a Julio, le abro la puerta de la calle y dejo la del piso entreabierta. Rápidamente voy al dormitorio y busco algo que ponerme, pero justo en ese momento oigo cerrarse la puerta.

—¿Acabas de salir de la cama o estás deseando entrar de nuevo? —me pregunta con una mirada perversa desde el marco de la puerta.

—Acabo de salir. Me he dormido —respondo poniéndome mi pijama de Betty Boop.

—¿Y qué haces poniéndote el pijama, entonces?

—He dormido desnuda —respondo con naturalidad.

—¡¿Tú, desnuda?! Alguien está corrompiendo tu dulce e inocente alma, bombón —dice acercándose a mí con voz ronca, posando sus labios en mi hombro y deslizando la yema de sus dedos por mi columna. Noto cómo todas mis terminaciones nerviosas responden a su caricia y siento cómo mi piel se eriza al suave contacto de su mano.

—Siempre me ha atraído el peligro, lo prohibido, pero no pensé que, entre los depredadores más corruptos, iba a encontrar a aquel que es capaz de enseñarme a vivir intensamente el riesgo y disfrutar libremente del pecado —susurro con la cabeza baja, antes de girarme para saborear su boca.

Sus manos se pierden por mi cuerpo y, sorprendentemente, las mías hoy se muestran más agiles y hábiles que de costumbre.

—Aprendes deprisa, bombón.

—Tengo un gran maestro —digo al quitarle la camiseta y deslizar mi lengua de manera provocativa de abajo arriba por todo su torso, manteniendo el contacto visual.

Me deshago de sus pantalones y de sus bóxers, encontrando aquello que busco y, hambrienta, lo abrazo con mis labios. «Es sorprendente cómo los sentimientos nos influyen y te pueden llevar a que aborrezcas algo por completo o bien a desearlo con todas tus fuerzas», pienso al comparar la sensación que me producía este mismo gesto con otro protagonista. Julio me da la mano para que me ponga de pie y me guía hasta la cama. Allí me hace suya de nuevo y mi cuerpo se queda saciado entre sus brazos una vez más. Tendida en la cama, vuelvo a comparar lo uno con lo otro... a Mario con Julio, y tengo claro por quién quisiera ser rescatada de las tinieblas, porque uno me ha demostrado ser una nueva amenaza, y el otro, un héroe de verdad.

Después de desayunar, Julio y yo nos dirigimos al hospital. Cuando llegamos, África está dándole el pecho al bebé y es una imagen preciosa la que contemplamos.

—Es perfecta, África —le digo acercándome a ellas y dándole un beso en la mejilla, mientras no dejo de observar ese cuerpecito tan pequeño y que despide tanto amor.

—Sí que lo es, ¿verdad? —acepta África sin poder apartar la vista de la niña.

—Y tú, ¿cómo estás? ¿Qué tal te encuentras?

—Estupendamente. No me acuerdo con precisión de todo, pero guardo un recuerdo entrañable de su llegada —confiesa embelesada.

Justo en ese momento suena mi teléfono.

—Perdón —me disculpo al ver cómo Alma se remueve—. Dime.

—¿Vienes al hospital? —me pregunta Lola al otro lado del teléfono.

—Estoy aquí ya. ¿No dijiste que por la mañana no podías venir?

—Al final sí. Vamos para allá.

—Muy bien, aquí estaremos —le digo antes de colgar—. Era Lola, viene para acá —informo a África.

—Tus tías están impacientes por conocerte, cariño —le dice con voz dulce, frotando su nariz con la de la criatura al retirársela del pecho—. Toma, cógela.

Me la ofrece para que la coja en brazos y la ayude a expulsar el aire.

Julio me contempla con admiración mientras acaricia su pequeña mano y mi mente vuelve a comparar la gran diferencia que existiría si esta situación la tuviese que haber vivido con Mario y, al compararla mentalmente, me alegro enormemente de la decisión que he tomado al respecto. «Si cuando conocí a Julio tenía pocas dudas, ahora no tengo ninguna», me digo sin dejar de mirarlo.

—¿Qué? —me pregunta al sentirse observado.

—Nada —respondo en paz conmigo misma—. Gracias por estar aquí —añado en voz baja, a lo que él me contesta con una espléndida sonrisa y una mirada resplandeciente, mientras sigue jugueteando con los pies de Alma.

Minutos más tarde entran por la puerta Lola, Yago y Juan, con un ramo de flores tremendo.

—No había ramo más grande en la floristería, ¿no, Lola? —se queja Juan.

—Pequeño es para el significado que tiene —responde ésta abrazando a África.

—¿Y qué es esto que pone en la nota? —pregunta Juan leyendo el texto. «Con mucho cariño. De parte de tus chicas de plata. Enhorabuena.»

—¡Tus chicas de plata! ¿Qué es eso de tus chicas de plata? —le pregunta África, tan extrañada como yo.

—Ayer, cuando nos fuimos de El Cultural, estuve pensando en todos los años que llevamos juntas. Intenté recordar algún momento importante que no hayamos compartido y no encontré ninguno. Y pensé que tenemos algo muy valioso entre nosotras. Algo que no es muy común y que debemos preservar para que siga tal como hasta ahora. Así que he pensado que, al igual que en los matrimonios se celebran esos años que llevan de unión, nosotras deberíamos hacer lo mismo. Y tal vez, en un futuro, lleguemos a ser como las protagonistas de aquella serie sobre cuatro abuelas que compartían piso.

—«Las chicas de oro» —intervengo.

—¡Exacto! No encuentro mejores compañeras de habitación en una residencia que vosotras. Y, llegado el momento, seremos las chicas de oro, así que ahora somos las de plata.

—¡Qué bonito, Lola! ¡Me encanta! Llegado el momento, estamos seguras de que tú serás nuestra mejor compañera —dice África recogiendo las lágrimas que asoman por sus ojos—. Son las hormonas —se excusa sonriendo mientras Juan acaricia su espalda con ternura.

—¿Puedo? —me pregunta Yago pidiéndome al bebé.

—Por supuesto —respondo yo, observando cómo se acerca a Lola con Alma entre los brazos.

Lola no la coge. La contempla con cariño y roza su mejilla con la parte externa de su dedo índice, pero no la coge. En su mirada hay una combinación de ternura mezclada con una pizca de tristeza... recuerdo de una herida que ya cicatrizó, pero que aún permanece en su memoria. Yago percibe lo mismo que yo y veo cómo uno de sus brazos rodea la cintura de Lola y la besa en la frente sin dejar de mirarla mientras mantiene entre ambos a Alma.

Es una imagen especial la que se aprecia en esta habitación de hospital. Pero no sólo por la esperanza que se ve en los ojos de Lola y Yago. Ni por el amor que llegas a sentir cuando África y Juan miran con tanta devoción a Alma, ese amor te llega a envolver. Ni siquiera por la confianza que experimento en este mismo instante y que he llegado a encontrar gracias a Julio. Lo que hace especial esta imagen que contemplo es que todos en nuestro fuero interno deseamos vivir intensamente lo que nos depare el futuro. Detalle que se distingue claramente al contemplar la felicidad que expresan cada una de las caras que me rodean.

 

* * *

 

«Mis días de vacaciones terminan. Y eso significa que mañana vuelvo al trabajo y recupero mi vida en solitario», pienso mientras una sonrisa diabólica se instala en mi cara al visualizar lo que estoy tramando mientras escribo en un papel: «¡¡¡Estoy en el dormitorio». Minutos más tarde, suena el timbre.

—¿Quién? —pregunto por el interfono.

—Julio —responde desde el otro lado.

—Sube. Dejo abierto —anuncio nerviosa, colocando el pequeño cartel en el pomo de la puerta. Luego corro a esconderme rápidamente en el baño antes de que llegue.

Oigo el ascensor y cierro la puerta casi por completo, dejando sólo una pequeña ranura para observar lo que hace.

—¿Sara? —pregunta tras cerrar la puerta al contemplar que todo permanece en penumbra—. ¡Oh, bombón! Espero que estés desnuda sobre la cama, porque esto promete —añade tirando por encima de su hombro el papel; después se quita la camiseta y se descalza por el camino mientras comienza a desabrocharse los pantalones.

Pasa justo frente a la puerta del baño y yo me retiro para impedir que me vea y, cuando estoy segura de que está en mi dormitorio, enciendo la música. Joe Cocker y su voz desgarradora se apoderan de mi casa y la canción de Nueve semanas y media, You can leave your hat on,[*] invade la estancia. Oigo cómo Julio se ríe a carcajadas debido a la sorpresa, y yo aparezco en mitad de la puerta, uniformada con un perfecto traje de colegiala picante, cortesía de Jessie y su tienda erótica Tu Placer es mi Placer: medias, liguero, minifalda demasiado corta, camisa blanca y, por supuesto, un sombrero. Julio se gira hacia mí y, sin poderse creer lo que estoy a punto de hacer, comienza a aplaudir con esa sonrisa pícara y sensual que tanto me enloquece.

—Siéntate en la cama, bombón —le ordeno seductora.

Cuando lo hace, se da cuenta de que sobre ésta no está sólo él, sino que lo acompaña nuestro querido Elise, el vibrador que nos regaló Lola... y nuestro amado Tor, un anillo vibrador para él de la misma marca, del que estoy profundamente enamorada.

—Veo que hoy vamos a jugar fuerte, bombón —suelta al darse cuenta de que tenemos compañía.

Y al oírle decir eso, un fugaz recuerdo aparece en mi mente. Tan sólo hace unos días que me dijo esa frase y fue cuando me propuso ir los dos juntos al sex shop. Aún me acuerdo de cuánto me divertí en la tienda. Y lo excitados que salimos no sólo con nuestra adquisición, sino con todas las posibilidades que aparecían en la mente de Julio con cada uno de los artículos. «Él siempre consigue que viva cada momento con la mayor intensidad», me digo a mí misma al evocar esa situación. Lo que Jessie trajo a mi casa fue una nimiedad comparado con todo el universo de juguetes sexuales que hay en el mercado. Y ahora entiendo perfectamente a Lola cuando me dice que ella es adicta a experimentar diferentes formas de usar cada uno de ellos.

La música me trae de vuelta a la realidad. Entonces me doy la vuelta, sacudiendo el trasero, y noto cómo el borde de mi falda roza la parte más alta de mis muslos, justo ahí donde las piernas pierden su frontera. Separo un poco los pies y pongo, decidida, ambas manos a cada lado de mis posaderas, trazando una sugerente circunferencia con mis caderas antes de deslizarlas lentamente por mis piernas sin flexionar las rodillas y permitiendo que Julio contemple aquello que mi pequeña falda ocultaba. Vuelvo a ponerme de pie y me giro para que vea cómo desabrocho uno a uno los botones de mi blusa mientras contoneo como un flan todo mi cuerpo. Cojo un puño de mi camisa y deslizo la manga por el brazo para liberarlo de la ropa. Después, de forma provocativa, le pido a Julio que sujete el puño de mi camisa. Él lo coge con la mano y se lo lleva a la boca para apresar la tela entre sus dientes, mientras no deja de mirarme con deseo. Su gesto me hace reír y, manteniendo su mirada, giro sobre mí misma para deshacerme de la blusa, dejando al descubierto mi sexy sujetador de tul y satén negro. Mis pezones se endurecen debido a la excitación y así lo demuestran sin ningún pudor a través de la fina tela. Entonces Julio, sin abrir la boca, tira con fuerza de la camisa y, desesperado, se cubre la cara con ella emitiendo un grito ahogado para contener su deseo antes de arrojarla a un lado.

—Hoy voy a lamer cada una de las letras —me amenaza con lujuria, refiriéndose a mi tatuaje, a lo que mi cuerpo le responde humedeciéndose al oírlo.

Agarro los dos extremos de mi falda y doy un brusco tirón, logrando que los corchetes se suelten con facilidad. Me giro rápidamente y muevo de un lado a otro la prenda que tengo entre las manos al ritmo de la música, antes de dejarla caer al suelo y mostrar el entrelazado que lleva la parte de atrás de mi tanga. La canción me pide que me quite los zapatos, y así lo hago: lanzo por los aires cada uno de ellos y veo divertida cómo Julio esquiva uno para evitar que le dé en la cara. Pongo un pie en una de sus rodillas y sus manos, rápidamente, se posan en mi muslo. Entonces, con mucho desparpajo, le pongo el pie en el pecho y lo empujo hacia atrás mientras con el dedo índice le digo que no, indicándole que no puede tocarme. Julio se deja caer por completo sobre la cama y se tapa los ojos con el brazo, resoplando. Un gesto evidente de que le va a costar horrores no hacerlo y eso me hace reír al comprobar que tengo el poder.

Vuelvo a poner mi pie sobre su rodilla y meneo mis caderas al ritmo de la música. Mis manos comienzan a ascender lentamente por la pierna, buscando la parte alta de mi media. Pero, antes de soltar el elástico del liguero que sujeta la media, de forma premeditada y con picardía, mi mano pone rumbo hacia mi trasero. Introduzco mis dedos debajo de la goma y estiro el liguero al máximo. Éste, al soltarlo, emite un sonido muy excitante al chocar contra mi piel. Justo en ese instante nuestras miradas se cruzan, consiguiendo aumentar nuestra libido de manera abrasadora. Julio no puede parar de sonreír y eso me encanta.

—Me matas, Sara. Como sigas así, me vas a matar —dice disfrutando de la tortura.

Suelto los corchetes que sujetan la media y deslizo mis manos por la pierna mientras me la quito. Primero una y después la otra. Veo fuego a través de sus ojos y eso hace que me vuelva mucho más descarada y diabólica de lo que tenía pensado. Me cubro el pecho con el sombrero y suelto mi sujetador con una mano. Me lo quito y trazo círculos en el aire con él por encima de mi cabeza, antes de soltarlo. Éste sale volando y, como por arte de magia, cae justo sobre su entrepierna. Julio lo mira sorprendido y después me regala una mirada traviesa y divertida, consiguiendo que los dos nos riamos de manera provocativa. Entonces me siento sobre él y le pongo el sombrero, mostrando así mis pechos.

—Creo que te falta una prenda por quitar —me dice con voz ronca y mirada lujuriosa.

—Ésa te dejo que me la quites tú, bombón —contesto poniendo punto y final a esta semana fantástica.

 

* * *

 

Pasan las semanas y tanto Julio como yo volvemos a nuestras vidas, a la rutina. Los mensajes de buenos días persisten, consiguiendo que mi sonrisa aparezca cada mañana, como me había prometido. Nuestros encuentros se distancian debido a que las obligaciones nos absorben, pero eso no significa que, cuando quedamos, no vivamos el momento con la misma intensidad que aquella semana que compartimos. Unas veces disfrutamos de una sesión tórrida y pasional; otras, lo acompaño al hospital o quedamos para practicar algún tipo de deporte de esos que me ayudan a quemar adrenalina, y otras muchas, como la de hoy, tan sólo quedamos para charlar. Suena el timbre. «Julio ya está aquí», pienso levantándome del sofá para abrir.

—Hola, bombón —me saluda como de costumbre, dándome un beso rápido en los labios antes de entrar.

—Hola, Julio —le respondo dejándolo pasar—. ¿Qué quieres tomar? —le pregunto dirigiéndome a la cocina mientras él se sienta en el sofá.

—Una cerveza, si tienes.

Saco dos cervezas de la nevera y le ofrezco una.

—Y bien... ¿Qué es eso tan importante de lo que querías hablar? —me pregunta intrigado.

—He estado pensando en nosotros —comienzo a decirle nerviosa. Julio levanta una ceja con expresión de sorpresa, y yo bebo un gran trago para decirle lo que llevo varios días meditando—. La cosa es que me encanta compartir contigo cada minuto, pero, seamos realistas, tú y yo no buscamos lo mismo.

—¿Qué intentas decirme, Sara? —me pregunta incorporándose para prestarme más atención.

—Lo que intento explicarte es que yo necesito poner unos límites en nuestra relación. No quiero perderte, eso me mataría, pero tampoco quiero dejarme arrastrar por algo que no existe en realidad. Seamos sinceros: te gusto, me gustas, pero ahí acaba todo. No nos queremos como para formalizar una relación. Para empezar, porque tú no buscas formalizar nada. Sé que, a excepción de nuestra semana idílica, quedas con otras chicas. Nunca me lo has ocultado. Sé lo que hay y me parece bien. Pero yo necesito dar un giro a nuestra relación y de momento no mezclar la cama en nuestra amistad. Creo que el compromiso que tenemos como amigos es mayor que el que tenemos como pareja, y ése es el que me niego a perder.

—¿A qué viene esto ahora, Sara? ¿Necesitas mi consentimiento para salir con alguien? Sabes que eso no es necesario —dice estudiando mis palabras e intentando buscar una explicación a cada una de ellas.

—¡No! No hay nadie. —respondo con sinceridad.

—¿Entonces? ¿Qué más da que nos acostemos o no? La cuestión es que, hagamos lo que hagamos, juntos siempre lo pasamos bien.

—Lo sé —le contesto francamente.

—¿Entonces? Dime la verdad, Sara. Sabes que puedes confiar en mí, se supone que siempre vamos a ser sinceros —añade al ver que no contesto, respetando el espacio que hay entre ambos.

—El problema es... —comienzo a decirle, titubeando—... es que eres demasiado bueno para ser real, Julio. No quiero enamorarme de ti y, si seguimos como hasta ahora, no habrá nada que impida que eso suceda —le suelto por fin.

—Entiendo —me dice pensativo.

—¿No vas a decir nada? —planteo esperando una respuesta tras mi confesión.

—¿Qué quieres que diga?

—No sé... lo que piensas al respecto —respondo encogiéndome de hombros y agachando la cabeza.

—Te dije una vez que no agachases la cabeza por ningún hombre —me recuerda posando su dedo índice en la base de mi barbilla y levantándola para que lo mire a los ojos. Cuando lo hago, él contesta a mi pregunta—. Si eso es lo que has decidido, a mí no me queda otra opción que aceptarlo. No voy a negar que te voy a echar de menos entre mis brazos, pero, como dices, me importa mucho más tenerte a mi lado —acepta dándome un casto y dulce beso. «El último beso», pienso con tristeza al relamer mis labios intentando extraer todo el sentimiento que Julio ha dejado con ese tierno beso.

—Reconocerás que, en este aspecto, la que sale perdiendo soy yo —le digo con nostalgia.

—Siempre puedes arrepentirte —declara mirándome intensamente—. Bueno, y dicho esto, ¿qué película vamos a ver hoy? —me pregunta cambiando por completo de tema y recuperando el buen rollo que existe entre ambos.

Lo que tenía que pasar, pasó. Julio me regaló una semana inolvidable, que nunca olvidaré y por la que le estaré agradecida el resto de mi vida.

Y es ahora cuando entiendo lo que es el nirvana. África creyó tocarlo cuando se rencontró con Juan, pero cuando de verdad lo encontró fue cuando los dos compartieron el nacimiento de Alma. Lola lo alcanzó cuando se enfrentó a sus miedos y permitió que el amor entrara de nuevo en su vida con el nombre de Yago. Y yo lo he descubierto al darme cuenta de que sentirse feliz, completa, sensual y segura de una misma no depende de nadie, sino de ti, y que no se puede llegar a amar intensamente si primero no amas a la persona más importante en tu vida: tú misma.