CAPÍTULO 29
Salimos del coche, Julio me rodea con un brazo para acercar mi frente a sus labios y me besa con ternura, mientras me regala una sonrisa ardiente. Pero mi excitación cae en picado cuando llegamos al ascensor y leemos un cartel en el que pone «Averiado. Disculpen las molestias».
—¡Otra vez! —alzo la voz con fastidio—. Lo siento mucho, Julio, es la tercera vez en dos meses.
—¿Te disculpas por una avería en el ascensor? —plantea incrédulo.
—Eso parece —respondo con tristeza al ver lo patética que debo resultar en este momento. Al contemplar mi cara, y como si pudiera saber lo que pienso, me sugiere:
—Haremos una cosa: te propongo una apuesta. El último que llegue tendrá un deseo que el otro deberá cumplir sin excusas, y te concedo doce escalones de ventaja. —Mi sonrisa aparece inmediatamente en mi cara y, divertida, acepto el reto pensando que soy la que va a ganar. «Con doce escalones de ventaja estoy casi en la primera planta; estoy convencida de que no podrá ganarme», pienso para mí mientras comienzo a subir peldaños.
—Desde aquí tengo unas vistas exquisitas de tu culo, bombón —me dice con deseo, y yo contoneo mis caderas exageradamente, provocándole una carcajada.
Cuando estoy en el duodécimo escalón, veo que sólo me quedan dos para llegar a la primera planta y, sin que él se entere, los subo antes de dar la salida.
—¡Ya! —grito echando a correr directa al segundo tramo de catorce escalones y, sin perder tiempo, los subo todo lo rápido que puedo uno a uno... pero oigo a Julio avanzar detrás de mí a toda velocidad. No puedo parar de reír y eso me impide ir más deprisa. Cuando lo tengo a mi altura, evito que me adelante bloqueándole el paso con mi cuerpo.
—No te va servir de mucho hacer trampas —me advierte divertido, mientras me aparta hacia un lado sin ningún tipo de problema—. Pienso ganar esta apuesta y ya tengo pensada mi recompensa, bombón —añade seguro de sí mismo cuando me adelanta. Como me niego a perder, lo agarro de la cinturilla de su pantalón para intentar frenarlo, aunque me es imposible. Julio se deshace de mi mano en un segundo y desaparece de mi vista en el descansillo del segundo piso. Necesito recuperar el aliento y me detengo un segundo, sabiendo que me es imposible alcanzarlo. Subo lentamente el último tramo de escaleras mientras saco las llaves y él se hace a un lado, sonriente y orgulloso por su victoria.
—¿No vas a decir nada? ¡¿No hay regocijo ni recochineo por tu parte?! —pregunto extenuada.
—No —responde resplandeciente. No le hace falta añadir nada. En su cara se ve la felicidad más absoluta por haber ganado. Se echa a un lado para que abra la puerta y me escabullo para entrar primero.
—Gana el que antes entre en casa —digo sin parar de reír, pero, justo antes de que mis dos pies atraviesen el umbral, noto cómo uno de sus brazos rodean mi cintura y mi cuerpo se eleva, mientras con la mano libre saca las llaves de la cerradura y entra en casa como aquel que llevase una pluma en la palma de su mano. Una vez que cierra la puerta tras de sí, me deja en el suelo y yo hago un mohín, cruzándome de brazos.
—Eso ha sido trampa.
—¡Ah! ¿Yo soy el tramposo? —replica sonriente, señalándose a sí mismo.
—¡Sí! —respondo frunciendo el ceño.
—¿¡Y qué hay de tu placaje o de añadir una nueva norma en el último momento?! ¿Eso no es hacer trampas?
No respondo y hay un duelo de miradas entre ambos, pero al final me doy por vencida, porque tiene razón... y eso que no sabe que comencé con catorce escalones de ventaja en lugar de doce.
—¡Está bien! Tú ganas. ¿Qué es lo que has pensado esta vez? —me rindo.
Veo cómo se dirige al sofá mientras mira su móvil. Se sienta, coloca el teléfono sobra el baúl, apoya su espalda y pone los brazos detrás de su cabeza. De fondo comienzo a percibir una música que procede del móvil y, cuando al fin la identifico, mi semblante cambia por completo.
—¡Noooo! —suelto mientras noto cómo el rubor invade mis mejillas—. No pienso hacerte un estriptis, si es lo que has pensado.
—Sí que lo harás. —Sonríe satisfecho mientras, de fondo, se oye You can leave your hat on—.[*] ¡Venga, Sara, muéstrame ese lado salvaje que me has dejado vislumbrar hace breves instantes en el coche! Sé que está deseando salir y yo tengo unas ganas infinitas de conocerlo —me ánima con una mirada tentadora mientras se humedece los labios. Mientras tanto, permanezco ahí de pie, frente a él, durante unos segundos, meditándolo.
—Lo haré si tú después me haces otro a mí.
—¡Yo no he perdido! —protesta.
—Ya, pero estoy convencida de que tienes mucha más práctica que yo. Seguro que has hecho alguna vez alguno.
—Sí, pero esto no es una negociación.
—¡¿Ves?! Yo, sin embargo, no he hecho un estriptis en mi vida, y sé que me voy a morir de vergüenza.
Julio se incorpora un poco, alargando un brazo y ofreciéndome la mano. Al atrapar la mía, se deja caer de nuevo en el sofá, arrastrándome con él. Me rodea por la cintura y me susurra al oído:
—Estoy seguro de que eres mucho más atrevida y fogosa de lo que aparentas ser, Sara.
La respiración se me colapsa al oír sus palabras y dentro de mí comienza a crecer ese fuego del que habla. Noto cómo sus labios ascienden por mi cuello trazando un camino húmedo hacia mis labios. Al llegar a mi mandíbula, noto cómo sus dientes se clavan en ella y eso me estremece.
—¡¿Ves?! Sólo hay que saber dónde están los puntos necesarios para ello —dice con voz ronca, antes de que sus labios atrapen los míos y ese sabor fresco invada mi boca.
Me siento a horcajadas sobre él y Julio tira de la parte baja de mi camiseta hacia arriba; yo subo los brazos para que me la quite. Hago memoria de la ropa interior que me puse esta mañana y, por suerte para mí, llevo un conjunto sencillo pero muy bonito. Veo cómo sus pupilas se le dilatan al ver mi sujetador de encaje blanco y noto cómo mi cuerpo responde cuando Julio atrapa mi pezón a través de la fina tela. Un gemido ahogado sale de mi garganta al percibir cómo una de sus manos se desliza por mi espalda lentamente. Cuando alcanza su parte más baja, su mano impulsa con firmeza mi cuerpo para que sienta su erección entre mis piernas a través de nuestros pantalones. Es una sensación sumamente agradable y mis caderas comienzan a moverse sin previo aviso.
—Ven. Vamos a la cama —me propone ofreciéndome su mano.
Cruzamos la puerta, Julio se quita la camiseta y, al ponerse detrás de mí, coloca mi espalda contra su pecho. El calor que desprende es acogedor y me aporta una seguridad que con Mario jamás sentí. Introduce sus dedos por debajo de los tirantes del sujetador y los deja caer sobre mis brazos. Después besa lenta y meticulosamente uno de mis hombros, provocando que mi espalda se arquee y eche la cabeza hacia atrás en busca de su boca. Noto cómo desabrocha mi sujetador, lo deja caer al suelo y, mientras cubre mis pechos con sus manos, siento cómo el pulgar y el índice comienzan a juguetear con mis pezones, provocando que mis entrañas se contraigan. Diestramente, se deshace de los dos primeros botones de mi pantalón con una sola mano, mientras la otra sigue centrada en uno de mis pechos sin dejar de torturarme y consiguiendo que mi excitación no disminuya, sino todo lo contrario. Introduce la otra mano entre mis piernas y doy un respingo. «Lo siento», digo mentalmente al notar mi vello incipiente bajo sus manos, pero eso a él no parece molestarlo y eso consigue que me relaje aún más.
—Eso es, Sara, déjate llevar —susurra tirando del lóbulo de mi oreja, mientras mis caderas comienzan a moverse instintivamente buscando mayor contacto con sus dedos. Noto cómo uno de ellos se introduce dentro de mí y me quedo perpleja al sentir la humedad que lo abraza. ¡Jamás había estado así de mojada! Al sentirme así, todavía me excito más. Julio lo percibe y añade otro dedo y otro más, provocando que un gemido de placer infinito surja de mi garganta.
Entonces me gira y me obliga a caminar hacia atrás, mientras me besa, hasta que la parte posterior de mis rodillas choca contra la cama. Me da un pequeño empujón y mi cuerpo cae desplomado. Rápidamente se deshace del resto de mi ropa. Doblo los codos y apoyo el peso de mi cuerpo sobre ellos para contemplar cómo se deshace de sus pantalones y de sus bóxers hasta quedar completamente desnudo. Admiro su cuerpo perfecto, su vientre plano y bien dibujado y... «¡Madre de Dios!», pienso al bajar un poco más la mirada y centrarla en sus caderas. Me es inevitable disimular mi sorpresa al ver el tamaño de su erección y Julio, al descubrir mi expresión, sonríe satisfecho al contemplarse a sí mismo en ella. «¿De dónde ha salido eso? ¡El otro día no me percaté de su tamaño!», me digo intentando recuperar la laguna mental que los nervios del momento provocaron cuando él se desnudó en su habitación la otra noche.
—No te asustes de mi culebrita, Sara. Ya la conoces. «¡¡Culebrita!! ¿Está de broma, verdad? ¡Eso es una anaconda!», pienso mientras se coloca encima de mí. En un acto reflejo, cierro las piernas y mi cuerpo se tensa. Julio, al notarlo, me susurra con cariño:
—Tranquila, no hubo ningún problema el otro día, recuerdas, y hoy tampoco, así que déjate llevar. Iremos despacio si eso te da más confianza, Sara.
«Sí, pero en tu dormitorio yo no era consciente de su tamaño», respondo para mí.
—Tengo lubricante —le comento con la respiración entrecortada, sin dejar de estar asombrada por el tamaño de la serpiente de un solo ojo.
—No nos va a hacer falta, y lo sabes —me dice pacientemente.
«¡¿Cómo que no nos va a hacer falta?! ¡Claro que nos va hacer falta! ¡¿Pero tú has visto su tamaño?!», replico mentalmente, removiéndome debajo de él.
—¡Chist! Confía en mí, Sara, te aseguro que no te haré daño. Estás permitiendo que tu mente tome el control, y sabes que a quien debes escuchar es a tu cuerpo —dice con palabras tranquilizadoras, mirándome a los ojos—. ¿Confías en mí? —pregunta agarrándome la cara para que lo mire a los ojos. Unos ojos sinceros y con ese brillo especial que él tiene y que tanto me fascina.
—Sí —respondo convencida, aunque en el fondo estoy pensando que una cosa es confiar y otra muy distinta dilatar y relajar los músculos de ahí abajo, que ahora mismo están más cerrados que la concha de una ostra.
—¡Chist! —me susurra antes de apoderarse de mi boca con voracidad. Al notar su sabor, consigue silenciar un poco la voz que hace breves instantes se desgañitaba en mi cabeza.
Muy despacio, abandona mis labios trazando un estudiado recorrido hasta mis pechos, que le responden instantáneamente, endureciéndose. Y mientras su lengua y sus dientes se apoderan de uno de mis pezones, el otro es torturado por la habilidad de sus dedos. No tiene prisa y eso me gusta, y noto cómo las comisuras de mis labios se elevan al comprobar que Julio no tiene nada que ver con el Chucho, como lo llamaría Lola. «Mario ya estaría poniéndose los pantalones y saliendo por la puerta —pienso mientras disfruto cada uno de los matices de este placer tan carnal—. ¡Olvídate de Mario y céntrate, Sara!», me riño interiormente al notar cómo sus dedos bajan por mi abdomen sin apenas rozarme, produciendo en mi interior un cosquilleo eléctrico. Siento cómo Julio repite la misma operación de antes, primero un dedo, después otro y otro más. Luego los mueve de forma rítmica y sin darme tregua. Advierto la humedad en la parte alta de mis muslos, y el fuego de mis entrañas aumenta mientras mis caderas comienzan a menearse de forma sistemática y sin control, exigiendo mayor contacto con sus dedos.
—No pares —le suplico con la esperanza de conseguir el orgasmo de mi vida.
Justo en ese instante, Julio entra dentro de mí, y eso hace que dé un respingo instintivamente, pero, por muy extraño que me parezca, mi cuerpo lo recibe con un grito ahogado de placer. Reconozco la sensación de plenitud que sentí la otra noche en su casa cuando su cuerpo invadió el mío y percibí cómo Julio no sólo llenaba mi cuerpo, sino también mi corazón, y eso hace que me relaje, que disfrute del momento y que mi interior lo abrace con ansia, mientras mis caderas comienzan a convulsionar.
—No tan deprisa, bombón —me dice al notar mi deseo. Sale por completo de mí y siento un vacío desgarrador mientras contemplo, ahora fascinada, cómo se coloca un condón a lo largo de su grande, gruesa y potente anaconda. Esa que ya no me da miedo, sino que recibo con pasión cuando vuelve a mí. Julio retrocede unos centímetros, y yo rodeo su cintura con mis piernas para evitar que esto que siento desaparezca de nuevo. Él, al ver cómo mi cuerpo espera y desespera con cada acometida, me regala una sonrisa que consigue que no sólo mi ser vibre, sino también mi alma. Nuestras miradas se cruzan y, sin perder el contacto visual, siento cómo Julio entra cada vez más hondo dentro de mí, gira sus caderas sobre sí mismo y vuelve a salir una y otra vez, consiguiendo que todo mi cuerpo se tense debido a lo que experimenta. «¡No pares!», le suplico mentalmente, extasiada. Julio comprende a la perfección lo que mi cuerpo le reclama y, sin un ápice de duda, aumenta el ritmo y me lo da de la forma más desmesurada que jamás hubiera imaginado.
Sorprendentemente no sale de mí nada más terminar y eso es otra cosa que me encanta. Me besa mientras noto cómo presiona sus caderas contra las mías y me muestra esa sonrisa resplandeciente que tanto me gusta, poniendo la guinda en el pastel. Un pastel tierno, dulce y espectacularmente gratificante. Un pastel que jamás hubiera pensado que yo pudiera degustar. Después de un rato, sale de mí, hace un nudo en el preservativo, comprueba que no hay fugas y vuelve a mi lado. Me rodea con sus brazos y el silencio nos envuelve.
—Creo que me podría quedar así toda la vida —digo después de un par de minutos.
—Conformémonos con el resto del día —me responde con sinceridad.
A Julio no le gustan los compromisos y eso es algo que siempre he tenido claro, pero, después de descubrir lo que consigue mi cuerpo a través de sus manos, ¿cómo voy a seguir adelante? Quiero sentirme llena día tras día y no me refiero sólo al sexo, sino a todo en general. Con él me siento protegida, satisfecha y feliz. Me siento segura para decir y hacer lo que quiero, para ser yo misma. No tengo que meditar mis palabras antes de hablar para evitar una reacción inadecuada, como me ocurría con Mario. Ni tengo que medir mis pasos antes de actuar. Quiero ser yo, la chica que está entre los brazos de este hombre que me vuelve loca.
—¿Tienes hambre?
—No mucha —respondo intentando prolongar el abrazo, pero el ruido de mis tripas me delata.
—Pues creo que tu estómago opina todo lo contrario —se burla haciéndome cosquillas para que me levante—. Venga, vamos a comer algo o desfalleceré —añade levantándose de la cama y poniéndose tan sólo los bóxers.
Lenta y con pereza, hago lo mismo: me pongo unas bragas básicas de algodón para estar cómoda y un vestido blanco del mismo tejido.
Cuando me acerco a la cocina, lo veo abrir y cerrar armarios.
—¿Qué buscas?
—Aunque no lo creas, la cocina se me da fatal y lo único que sé hacer bien son unos simples macarrones. Uno no es perfecto, aunque lo parezca, bombón —añade con esa sonrisa de gañán que hace que mi corazón aletee.
—Es un dato que tener en cuenta, pero que puedo pasar por alto mientras me alimentes sexualmente —respondo encogiéndome de hombros, quitándole importancia, mientras abro el armario donde está la pasta.
Oigo una gran carcajada tras de mí al agacharme para coger el bote de los macarrones... y noto cómo Julio me da una fuerte palmada en el culo que me obliga a enderezarme. Entonces siento su pecho pegado a mi espalda y me susurra con voz ronca:
—Parece ser que la señorita se ha quedado más que satisfecha. —Al oír sus palabras, busco su boca con una sonrisa pícara en los labios. Julio me regala un delicado beso y añade, meneando sus caderas tras de mí—: Tal vez la próxima vez debamos experimentar un poco más. —«¿Un poco más?», me pregunto a mí misma. Él percibe mi ignorancia y, a modo de explicación, acaricia la línea central de mis nalgas—. La próxima vez me voy a follar este bonito culo que tienes —me aclara con decisión.
Instantáneamente mis glúteos se contraen y Julio no puede evitar reírse al ver cómo se me resbala de las manos el bote de macarrones. Menos mal que él, en un acto reflejo, lo coge antes de que toque el suelo.
Yo sigo sumida en mis pensamientos. «¿El culo? ¿Ha dicho que me quiere follar el culo? No puede ser, he debido de entender mal. Sé que otras personas lo hacen, pero eso no puede ser. Eso es un orificio de salida y no de entrada», pienso nerviosa mientras imagino su anaconda detrás de mí y noto cómo mi cuerpo se tensa inconscientemente. Veo cómo Julio me mira divertido, pero yo aún sigo en estado de shock por lo que me acaba de decir y él, al percibir mi preocupación, puntualiza:
—No vamos a hacer nada que no quieras hacer, Sara. Eso ya deberías saberlo. Tan sólo era una idea.
—Sí, pero... has hecho... alguna vez... — pregunto sin articular palabra.
—Sí, y te aseguro que es mucho más placentero de lo que te estás imaginando. Pero, tranquila, sólo pretendía ver tu reacción. Y te garantizo que pagaría por ver tu cara de nuevo —bromea divertido, soltando una carcajada mientras me da un beso rápido en la mejilla.
«Pero ¿qué es lo que no ha hecho? ¿A qué edad tuvo su primera experiencia sexual?», me planteo, atónita, sin saber qué decir. Noto cómo la tensión de mi trasero se mantiene, pero, al oír cómo Julio cacharrea en la cocina en busca de los demás ingredientes, reacciono y me pongo a cocinar. Cocemos los macarrones y sofrío un poco de cebolla, tomate y unos trozos de chorizo, ya que no tengo carne picada. Por último los gratinamos en el horno.
—Listo —anuncio cuando estoy sacándolos del horno, pero justo en ese momento suena el timbre de la puerta.
—¿Quieres que abra yo?
—Sí, por favor. ¿Quién será? —Y al hacerme esta pregunta, noto cómo mi cuerpo se encoje pensando que puede que sea Mario. Dejo corriendo la bandeja sobre la encimera y me acerco a ver quién es.
Veo que un repartidor le entrega una caja que Julio sostiene en las manos mientras firma el recibo de entrega.
—Es de Lola —me comenta mirando el paquete, mientras cierra la puerta.
—¿De Lola? —pregunto extrañada, mientras observo la caja antes de rasgar el papel. Un rubor asciende por mis mejillas al leer «LELO», el nombre de la empresa sueca que diseña y fabrica sofisticados juguetes eróticos. Reconozco inmediatamente lo que hay en su interior con sólo abrir un poco el envoltorio. Entonces, y sin perder ni un segundo, vuelvo a envolverlo rápidamente.
Julio, al percatarse de mi reacción, me pregunta qué es, y, al evitar responderle, su curiosidad aumenta y me quita de las manos la caja.
—Veamos qué te ha enviado esa mujer de mente retorcida —exclama levantando las manos y desenvolviendo el paquete.
Una carcajada estruendosa sale de su garganta y, mostrándome esa sonrisa de gañan que tiene, añade divertido:
—Esto tenemos que probarlo, Sara. Venga, vamos a comer, que luego tenemos un suculento postre —comenta mientras me rodea con sus brazos, apoyando su cabeza sobre mi hombro derecho y sacando el objeto de su estuche para que lo contemplemos ambos.
Al observarlo no puedo evitar cabrearme y hacer una nota mental de matar a Lola... pero al parecer mi cuerpo no piensa de la misma manera que mi mente y noto un cosquilleo en mi entrepierna mientras mis pezones se endurecen y se muestran expectantes y curiosos a través de la fina tela de mi vestido. Julio se percata de ello y posa una mano sobre uno de mis pechos, centrando toda la atención de sus dedos en la punta que emerge por debajo de mi vestido. Mientras tanto, su otra mano rodea mi cintura y noto cómo su cuerpo me abraza de forma delicada.
—¿Impaciente por estrenar tu regalo o sólo me lo parece? —me pregunta con voz ronca, sabiendo que mi interior arde de deseo. Un deseo que hasta a mí me sorprende.
—Mejor vamos a comer —suspiro muerta de vergüenza, deshaciéndome de su abrazo, mientras él no puede contener su irónica sonrisa.
«¿Por qué coño me ha mandado eso Lola, sabiendo que esta semana Julio estaría conmigo? Tal vez por eso Sara, porque quería que él lo viese», me respondo a mí misma, aún cabreada.