CAPÍTULO 11
A la mañana siguiente, después de ver el deseo en los ojos de Mario y el interés que tenía por conocer a Sam, necesitaba urgentemente hablar con alguien. Y ese alguien tenía muy claro que no iba a ser Lola, así que quedé para comer con África cerca de su trabajo.
—Dame dos minutos y enseguida estoy contigo —me pidió a modo de saludo cuando me vio aparecer por su centro.
—Tranquila —le contesté sentándome en la sala de espera.
Diez minutos más tarde apareció con una sonrisa resplandeciente y, agarrándome del brazo, me dijo:
—Esperaba tu llamada.
—¿Ah, sí? —dije sorprendida, mientras caminábamos hacia el restaurante.
—Llevas toda la semana dándole vueltas al mismo tema y supuse que, si decidías hablar con alguien sobre este asunto, sería conmigo, ya que Lola no es neutral. No me malinterpretes, no la estoy criticando ni mucho menos, pero ya la conocemos y, al igual que yo acudí a ti antes que a ella, pensé que tu harías lo mismo.
—Tienes razón —respondí encogiéndome de hombros—. Es demasiado impulsiva y extremista; además, cree que siempre tiene razón. Y así está ahora. Ha dado con la horma de su zapato, porque Yago, ni mucho menos, se amilana. Está dispuesto a conquistarla y, por mucho que ella lo frene, él sigue ahí dispuesto a todo. No se da cuenta, pero debería sentirse afortunada de tener a alguien como él. Que un hombre sea capaz de remover cielo y tierra por enamorarte tiene que ser extraordinario.
—Si te soy sincera... creo que ése es el verdadero problema, que, por mucho que ella lo niegue, está enamorada hasta la saciedad. Pero no has venido a hablar de Lola, ¿no?
—No, ni mucho menos. Ayer hablé con Mario —le solté sin previo aviso.
—¿Con Mario? —repitió África, desconcertada.
—Sí. A veces te juro que creo que estoy loca, África, porque hay momentos en los que es una persona completamente diferente a la que vosotras conocéis. Sé que eso te puede parecer absurdo o que estoy ciega, pero te prometo que en ocasiones es el chico ideal para mí. Me escucha, me seduce y me hace el amor como nadie. Tengo que reconocer que esos momentos no son muy abundantes, pero, puestos en una balanza, pesan mucho más que el resto de las situaciones que me muestra cada día. A veces me parece que vivo con el doctor Jekyll y míster Hyde. —Suspiré derrotada—. El caso es que le conté que Samira es bisexual y que intentó besarme. Ahora sé que debería haberme callado, ¡no pasó nada entre nosotras! Pero, aun así, me sentía culpable por ocultárselo, no tenía la conciencia tranquila, me sentía como si lo hubiera engañado... y ayer se dio uno de esos instantes mágicos. Era el momento perfecto para acallar ese sentimiento de culpabilidad que tenía. Sé que esto que te cuento te sonará ridículo, pero es así. Estábamos en la cama porque acabábamos de hacer el amor; no fue sólo sexo como otras veces, y me pareció el instante oportuno para contárselo. «¿Quieres saber lo que me pasó esta semana en el trabajo?», le dije. «Sorpréndeme», me respondió risueño, ya que le cuento lo menos posible para evitar sus celos. «El otro día, cuando me quedé terminando unos papeles con Sam, al irnos a casa nos quedamos encerradas en el ascensor e intentó besarme», le expliqué. «Sam, ¿quién coño es Sam? —contestó mosqueado, soltándome de sus brazos—. No me habías dicho que tenías compañero nuevo en el trabajo. Ahora ya no sólo debo preocuparme por esos dos chupasangres que trabajan contigo, sino que tengo que añadir otro más a la lista.» Me hizo gracia su reacción y no pude evitar reírme. Así que me dijo: «¡Borra esa estúpida sonrisa de tu cara, Sara; no entiendo de qué cojones te ríes ahora!». Estaba enfadado y se estaba poniendo cada vez más nervioso, cosa que, por una vez, me hizo mucha gracia porque sabía que lo iba a sorprender cuando le dijese que me refería a Samira... Lo que no pensé fue que la sorprendida iba a ser yo. Cuando le aclaré la confusión, fue como si le hubiera tocado la lotería. Se acurrucó de nuevo a mi lado y me susurró al oído: «Eso lo cambia todo, cariño; querías ponerme celoso porque en el fondo te gusta. Te gusta que reclame lo que es mío, lo que me pertenece», me dijo girándome la cara para que lo mirase y luego abrazándome con fuerza. «¡¿Te das cuenta de cómo eres?, pura tentación! ¿Entiendes ahora por qué pierdo los nervios cuando alguien se te acerca? Porque hay verdaderos motivos, Sara. Eres un caramelito que todo el mundo desea degustar sin mi permiso, ya lo has visto. Hasta a tu compañera le ha sido imposible resistirse al impulso de saborear tu dulce boca —comentó acariciándome los labios antes de besarme—. Y me apuesto el cuello a que no le importaría nada hacer esto», añadió deslizando la mano hacia abajo, hacia mi interior, intentando reavivar mi cuerpo de nuevo. «Pero lo mejor de todo es que a ella sí le permitiría hacerlo; disfrutaría muchísimo viendo sus manos en tu cuerpo», añadió mientras yo me retorcía de placer. Fue oír eso y como si un jarro de agua fría cayera sobre mí, África. «¿Pretende que hagamos un trío?», pensé nada más oírlo. «Estoy seguro de que a ti también te gustaría, y yo estoy dispuesto a que lo probemos», apostilló, mientras su excitación aumentaba al pensar en aquella posibilidad y comenzó a besarme para recuperar la mía, pero eso le fue imposible después de lo que me acababa de decir.
África no dijo nada al escucharme, supongo que necesitaba asimilar lo que le acababa de contar. Pero el silencio se prolongó más de lo que yo deseaba, así que, nerviosa, la achuché.
—¡Di algo, por Dios, África! Te acabo de contar con pelos y señales lo que Mario me ha propuesto sin pasar por alto el detalle más importante: que él también ha pensado que puede que me gusten las mujeres.
—¿Cuándo has dicho eso? Yo lo único que he oído es que quiere hacer un trío, ¡para nada ha pensado en lo que a ti te apetecería hacer!
—No me refería a eso.
—¿Y a qué te referías, Sara?
—Me refiero a que ha dado por hecho que me gustaría tener una relación sexual con Samira y que disfrutaría de ello. Tal vez haya pensado eso porque sabe perfectamente que no siempre llego al orgasmo; aunque no me lo diga, sé que lo sabe. Y tal vez él también se ha planteado la posibilidad de que yo no termino de disfrutar por completo porque...
—¡Joder, Sara! Te prometo que estoy intentando seguirte y ser objetiva. Te juro que me estoy esforzando en comprenderte. Pero me es muy complicado creer que de verdad pienses eso. Yo lo único que veo, y en esto le tengo que dar la razón a Lola, es que es un capullo que no quiere más que sacar provecho de la situación. No sé si te atraen las chicas o los chicos, y tampoco te puedo ayudar a descubrirlo. Lo que sí sé es que te estás echando toda la culpa a ti y nunca te has planteado que tal vez sea culpa de ellos. De él, en este caso. Quizá realmente no te tratan como deberían. Tú misma me acabas de decir que, cuando se comporta como a ti te gusta, es el hombre ideal, y que en esas ocasiones logras disfrutar a nivel sexual. Por lo tanto, puede que el problema sea que él que no se esfuerza lo suficiente. Y otra cosa te voy a decir: me parece fatal que se haga el sueco cuando tú no lo consigues. Hacer el amor es muy satisfactorio, no te lo voy a negar, pero no sólo por el placer que se experimenta mientras lo haces, sino por lo que tú consigues que sienta la otra persona.
—Te estás fijando sólo en una parte de la conversación, África.
—Me estoy fijando en la conversación por completo, cosa que creo que tú no has hecho... porque, si lo hubieses hecho, te hubieras percatado de que ni siquiera te ha preguntado si tú estarías dispuesta a hacer un trío. Automáticamente ha dado por hecho que lo harías tan sólo porque él así lo quiere, y eso es lo peor de todo, Sara.
—Estás hablando como Lola.
—Tal vez es porque me estoy dando cuenta de que ella tiene más razón de la que yo pensaba.
—Prométeme que no se lo vas a contar a Lola.
—Te lo prometo. Pero tan sólo si tú me haces otra promesa a cambio.
—¿Cuál?
—Que no harás nada mientras no estés absolutamente segura de que de verdad lo quieres hacer.
—Te lo prometo. Debo irme, es tardísimo y ya debería estar de camino a la oficina —me excusé para evitar escuchar su rapapolvo.
—¡Sara! Te lo digo en serio. Tal vez haya perdido un poco los nervios al exponer mi punto de vista, son las hormonas las que alteran mi temperamento, pero creo firmemente que, si al final decides hacer un trío, tienes que hacerlo por ti y no por él. Para meter a un tercero en una relación debe haber una confianza plena entre ambos miembros de la pareja y dudo de que ése sea tu caso, Sara. Ya oíste lo que nos contó Lola: en esos casos hay que estar dispuesta a compartir, pero también opino que es muy importante saber quién pertenece a cada uno y marcar ciertos límites. De la misma manera que pienso que, si lo que quieres es comprobar si te gustan las mujeres, creo que lo correcto sería que lo descubrieras poco a poco y en la intimidad. Y no creo que bajo la atenta mirada de Mario consigas crear ese clímax que en tu situación considero que es imprescindible. Prométeme que vas pensar en lo que te acabo de decir.
—Que sí, que te lo prometo. Adiós —me despedí mirando el reloj.
Al final resultó que África tenía razón, que sólo pensaba en su disfrute personal y así me lo ha ido demostrando día tras día.
* * *
—¿Pensando en mí? —me pregunta Sam dejándome unos papeles sobre la mesa.
—No, más bien pensando en lo estúpida que he sido.
—Es una pena, que no pensases en mí, digo. Y sobre lo otro... tú no eres estúpida. Lo que pasa es que eres demasiado buena.
—De buena a tonta va un paso, y yo ya he rebasado la línea con más de diez zancadas, así que imagina lo rematadamente idiota que me puedo llegar a sentir en estos momentos.
—¿Te apetece que lo hablemos luego? ¿Te invito a una copa?
—Gracias, pero hoy he quedado con Lola... quizá mañana.
—Perfecto, entonces mañana.
Los segundos pasan como si fuesen horas y que Mario me llame varias veces no ayuda a que los minutos pasen más deprisa. Cuando al fin son las seis, los nervios comienzan a crecer en mi estómago. Le he colgado tres veces el teléfono y no he contestado ninguno de sus mensajes. De hecho, los he borrado antes de leerlos. «El cabreo que llevará debe de ser monumental y supongo que estará esperando a que salga para volver a llamarme», reflexiono mientras oigo cómo parlotean Javier y Samira en el ascensor. No me imaginaba que iba a encontrármelo sobre su moto, frente a la puerta.
Nada más verlo, la respiración se me colapsa y las piernas se me bloquean, impidiendo que dé un paso más. Nuestras miradas se cruzan y, al comprobar la intensidad con la que me observa, inevitablemente empiezo a temblar. En esa mirada que antes veía pasión, que veía algo peligroso pero tentador, ahora no consigo adivinar más que furia, rechazo. Veo cómo sus ojos recorren cada centímetro de mi cuerpo mientras niega con la cabeza, desaprobando mi corto vestido. Intento ponerme en movimiento y camuflar mi miedo, pero apenas puedo dar un paso tras otro. Él percibe ese miedo como un depredador, nota el pánico de su presa antes de ser aniquilarla, y su ego se alimenta de ese temor. Intento buscar en mi interior el impulso que esta mañana conseguí al colgarle el teléfono o rechazarle las flores. «Pero esta mañana él no estaba delante de mí», pienso mientras camina hacia mí, confiado y soberbio.
Pero justo en ese momento, cuando ha recorrido un metro de distancia, un fuerte ruido de ruedas rechinando en el asfalto hace que nuestra atención se centre en el coche que ha aparcado junto a su moto. Aunque no puedo ver quién lo conduce, no me hace falta, porque sé perfectamente de quién es.
—¡Eh! Ni se te ocurra dar un paso más o te juro que te puedes ir despidiendo de tu mierda de moto —le grita mientras sale del vehículo como una loca, sacando un bate de béisbol del maletero.
Yo me quedo alucinada y con la boca abierta. Lola ahí, empuñando un bate de béisbol como un auténtico caballero de la Edad Media empuñaría su espada. Pero ella, como armadura, ha elegido una gabardina Dolce & Gabbana roja escarlata que resalta su cintura, una falda de tubo negra que se asoma tímidamente y unos taconazos de escándalo. Es una imagen surrealista la que registran mis ojos: Lola amenazando a Mario con hacer añicos su moto, pero a la vez tremendamente sexy y perfecta, como siempre.
Mario reconoce su voz tan bien como yo, pero, al contrario de lo que me pasa a mí, él no se alegra de ver allí a Lola, sino que la fulmina con la mirada, no sin antes repasarla de arriba abajo.
—¿Es una percepción mía o realmente siempre te estás entrometiendo en mi vida? —le espeta dirigiéndose hacia ella, desafiante.
—Mientras tu vida tenga algo que ver con la de mi amiga, no será una percepción, sino una realidad inevitable —responde altiva, mirándolo a los ojos con odio mientras lo señala con el bate.
Y por muy sorprendente que me parezca, Mario se queda callado, se sube a su moto y me dice, amenazante:
—Ya hablaremos tú y yo en otro momento.
Sé que Lola está esperando a que le conteste a Mario, pero él sabe que no lo haré, al igual que sabe que no siempre estará ella. Por un instante nuestras miradas se cruzan y es tal la furia que veo en sus ojos que me es imposible no agachar la cabeza. Él, al ver mi gesto, sonríe exultante antes de ponerse el caso y arranca su vehículo.
—Pero ¿por qué no le has contestado? —me recrimina Lola, perpleja y enfurecida a la vez.
—¿Y qué querías que le dijese? —me defiendo, encogiéndome de hombros.
—No lo sé... cualquier cosa. Olvídate de mí, vete a la mierda, que te jodan... la lista es interminable. Pero no, te has quedado ahí callada. ¿Dónde está la Sara que yo conozco? Esa que fue capaz de plantarle cara a la bruja de Andrea y su escoba infernal.
—Si la encuentras, me la presentas —le digo entrando en su coche, enfadada conmigo misma.
—Mira, Sara, sé que Mario te ha hecho mucho daño, mucho más de lo que imagino. Pero ahora que has tomado la decisión de romper por lo sano, no debes mostrarle tus inseguridades. Ahora más que nunca debes enfrentarte a él, aunque por dentro estés muerta de miedo. Puede que no te reconozcas en estos momentos... pero nunca, bajo ningún concepto, y esto es fundamental, debes hacerle creer que él tiene control sobre ti y jamás debes manifestarle lo vulnerable que eres. Debes hacer todo lo contrario, sacar valor para afrontar estas situaciones, porque, hasta que él no vea que ya no le tienes miedo, seguirá buscándote y no te dejará en paz. Demuéstrale que estás dispuesta a todo por sacarlo de tu vida. Enséñale tu odio y no tu dolor, exhibe con orgullo tus cicatrices y no tus heridas sangrantes. Descúbrele tu capacidad de superación y de levantarte después de haberte caído. Y jamás, jamás, vuelvas a permitirle que te humille, que te pisotee o que te menosprecie. Tú vales mucho, Sara, ahora sólo debes confiar en ti.
Oír a Lola hablarme así hace que me dé cuenta de lo estúpida que he llegado a ser permitiéndole adueñarse de mi vida y unas lágrimas de impotencia resbalan por mis mejillas.
—¡¿Y cómo se hace eso, si no tengo valor ni para mirarlo a la cara?! —confieso cubriéndome la cara con las manos.
—Empezando por el exterior; está demostrado que nuestro cuerpo manifiesta con sus gestos lo que sentimos, nuestras emociones. Así que tú debes centrarte en ocultarle a Mario lo que sientes. Sara, aunque estés cagada de miedo, no se lo debes mostrar jamás. Se acabó eso de agachar la cabeza y desviar los ojos. Cuando lo vuelvas a ver, debes mantener la mirada y el cuerpo firme y nunca retroceder. Si poco a poco vas corrigiendo tu postura, terminarás reduciendo tu miedo —me explica Lola arrancando el coche.
—¿A dónde vamos? —le pregunto intentando tranquilizarme y limpiándome las lágrimas del rostro con una mano.
—De compras. Últimamente lo único decente que te compras son bolsos y zapatos. Incluso me ha extrañado verte con ese vestido, pero luego te he mirado hacia arriba y mis retinas aún están dañadas. ¡Por Dios, Sara! ¡Las monjitas de nuestro cole enseñaban más carne que tú últimamente! —dice mirándome de arriba abajo y desabrochándome los cuatro primeros botones para que la solapa del vestido caiga sobre mi escote y deje ver parte de él.
—Lola, no necesito comprarme más ropa. Es lo único que hago desde hace tiempo —me quejo lamentándome.
—Ya, pero tu criterio de lo bueno, bonito y atractivo está seriamente dañado y con lo que te compras ahora pareces una monja, Sara; reconócelo. Lo único con gusto que te compras últimamente son zapatos y bolsos.
—Lola, este vestido es nuevo. Me lo compré hace un mes.
—¿Y por qué no te lo has puesto antes? No, mejor no quiero saberlo. No me lo digas que me enciendo, Sara. ¡Qué hijo de puta! Me dan ganas de estamparle los sesos en su preciosa moto. ¡Joder, Sara! ¿Cómo le has permitido tanto?
—No lo sé, Lola. Supongo que pensaba que así conseguía que me quisiera más y que lo hiciera como yo deseaba que lo hiciese. Como te quiere Yago a ti o Juan a África —contesto derrotada.
—Sara, el amor no se debe forzar. No hay que cambiar tu forma de ser para que la otra persona te quiera más. Tu pareja te debe querer tal y como eres. Si intenta cambiarte es porque realmente no te quiere.
—Sí, pero tú has cambiado.
—Tienes razón, Sara, he cambiado, pero te aseguro que Yago jamás me ha pedido que cambie por él. En todo caso, hemos cambiado juntos, los dos, un poco él y otro yo. Eso es una relación de verdad. Cuando las dos personas siguen una misma dirección, no cuando una le impone a la otra qué dirección debe tomar y la velocidad a la que debe avanzar. Pero bueno... eso creo que te ha quedado claro ahora.
—Demasiado claro. Si algo tengo que sacar bueno de este calvario, es eso. Mario me ha enseñado claramente lo que no quiero en mi siguiente relación. Aunque, si te digo la verdad, no sé si quiero ninguna otra relación más.