CAPÍTULO 23

 

 

 

 

Esta semana es más corta de lo habitual. El jueves es Todos los Santos y tener un día festivo a lo largo de la semana hace que me levante de mejor humor. Cuando llego a la oficina, deseo hablar con Samira. Necesito comprobar cuánto de verdad hay en lo que me contó ayer Mario. Aunque, después de lo que pasó el viernes antes de que se fuera, no sé ni por dónde empezar.

Deseo que llegue pronto, pero, como de costumbre, llega la última. Nada más entrar, nuestras miradas se cruzan y ella agacha la cabeza. Ese gesto, ese pequeño detalle, lo interpreto como un signo de culpabilidad, y la explicación de Mario va ganando terreno. Al final se sienta a su mesa, después de dar los buenos días oportunos, y el silencio se instala entre nosotras. Es el siguiente detalle que me hace creer que Mario no ha mentido. Normalmente Sam no para de hablar, y más después del fin de semana. Al poco rato recibo mi ya tan habitual mensaje con su correspondiente dibujo: una chica sobre una almohada de la que sale un bocadillo diciendo «yo creo que deberías ir».

 

Julio: Aquellas preguntas que por la noche te crean tantas dudas, al salir el sol tienen una simple respuesta. Buenos días, bombón.

Sara: Mi almohada se lo debe de estar pensando, porque aún no me ha contestado. Buenos días.

 

Y ésta es otra de las señales que me confirman que Mario fue sincero, porque Sam es muy curiosa y, ver que me río para dentro y no hacer mención alguna, resulta muy extraño en ella. Así que soy yo la que le hablo.

— ¿Qué tal el fin de semana, Sam?

—No he salido de casa. Vinieron unos amigos, pero nada especial.

Esa respuesta me da la clave para confirmar que es cierto, que Mario decía la verdad. No es que me moleste, él puede hacer lo que quiera. Pero sí tengo que reconocer que me fastidia que Sam se haya acostado con él. ¡Se supone que era yo la que le gustaba! ¡Era conmigo con quien quería estar! Veinticuatro horas antes me lo había dejado claro. ¿Tan pronto me ha relegado? ¿Tan fácil soy de olvidar, que todos lo consiguen? Es absurdo que me plantee estas preguntas, porque nunca he pensado en ella de esa manera. «¿O sí?», me digo mentalmente al descubrir mi reciente mosqueo. Es halagador saber que atraes a alguien y que ese alguien desea estar contigo por encima de todo. Sam siempre me ha dicho que tengo muchas posibilidades de que me gusten las chicas, pero yo la he frenado continuamente. El día que le conté que Mario quería hacer un trío, ella aceptó sin pensárselo dos veces; sin embargo, yo se lo dije como la idea más descabellada del mundo. Y pese a que estoy bastante convencida de que no me atraen las mujeres, aquí estoy, ofendida porque a Sam no parece que le haya importado reemplazarme.

Como es costumbre, bajamos al bar a comer un pincho y, al sentarnos, no puedo evitar preguntarle directamente si es cierto o no. Llevo toda la mañana dándole vueltas a la cabeza y me parece ridículo darle importancia a eso, pero, aun así, necesito saberlo. ¿Será porque Sam, en el fondo, tiene razón? No puede ser, lo que sentí con Julio el domingo por la mañana no lo sentí cuando Sam me besó. Con todo, no puedo más y me arranco.

—Sam... ¿Te puedo hacer una pregunta?

—¡Claro!

—El domingo Mario vino a verme y me dijo que había pasado la noche contigo. ¿Es verdad? —Ella me mira directamente a los ojos y tarda unos segundos en contestarme, reafirmando mis sospechas. Entonces añado—: No hace falta que me respondas, si no quieres. No tienes que darme explicaciones. Ambos sois adultos y no tenéis compromiso.

—No, no. Quiero contestarte —comienza a decir, yéndose por las ramas como de costumbre—: Mario llevaba insistiendo en ese tema desde hacía tiempo y a diario. Me llamaba, me escribía mensajes... y el sábado se presentó en mi casa con una chica sin previo aviso. Él sabía que yo no iba a salir. Me quedé muy rallada después del bochornoso encuentro que tuvimos en el baño y tras el cual lo único que me apetecía era quedarme sola en casa todo el fin de semana. Bueno, el caso es que él lo sabía, porque el viernes por la noche Mario me propuso tomar una copa juntos, a lo que yo me negué. Así que el sábado me escribió un mensaje volviendo a insistir, pero ya te digo que no tenía intención alguna de salir de casa y menos de quedar con él, por lo que ni siquiera contesté a su wasap. Si te soy sincera, me hubiera gustado que me hubieses llamado tú en vez de él. Aunque sólo hubiera sido para hablar. Pero bueno... el caso es que a las diez de la noche sonó el timbre. Me sorprendió, porque no esperaba a nadie. Así que, cuando pregunté quién era y oí la voz de Mario a través del interfono, no me lo podía creer. Nunca imaginé que pudiera llegar a ser tan insistente y por eso ahora te entiendo perfectamente. ¡No acepta un no por respuesta! Cuando me contabas tus malos rollos con él, nunca llegué a creérmelo del todo. Pensé que exagerabas, porque él da una imagen muy diferente. Pero nadie puede fingir eternamente.

—No, al final lo vas conociendo.

—Bueno, pues digamos que este fin de semana lo he conocido de verdad. Ya le había explicado por activa y por pasiva que no quería nada con él. Pero, aun así, Mario apareció por mi portal. Soy un poco rara o desconfiada, llámalo como quieras, pero no suelo abrir la puerta de mi casa a cualquiera, y menos si no lo he invitado. Sabía dónde vivía porque yo misma le di mi dirección hace tiempo, aunque no me acuerdo de por qué. El caso es que bajé a la puerta pensando que estaba solo. Cuál fue mi sorpresa cuando vi que lo acompañaba una mujer. «¿Qué quieres, Mario?», le pregunté sin dejar de mirar a aquella chica. No entendía qué hacía ella allí, hasta que el muy cretino me lo explicó. Al parecer había pensado que, si traía a una chica que ocupase tu puesto, estaría dispuesta a complacerlo. ¡Yo no daba crédito a lo que me proponía! ¿Cómo pudo tan siquiera imaginarse que aceptaría? No me lo explico, la verdad ¡Se cree la gente que, por el mero hecho de tener una condición sexual distinta a la heterosexual, estás dispuesta a cualquier cosa! ¡Soy bisexual, no una viciosa! ¡A los gais se los tacha de promiscuos, y a nosotros, de viciosos! ¿Por qué? ¿Porque hablamos y practicamos el sexo libremente? ¿Sin tapujos? ¿Sin ataduras? Hay mucha mente estrecha por el mundo y Mario tiene una de ellas.

—Mario es gilipollas.

—Una cosa te voy a decir, Sara. Me gusta el sexo, disfruto mucho en mis relaciones sexuales, tanto con una mujer como con un hombre, pero busco una relación estable con mi pareja y siempre he sido fiel. Para acostarme con alguien tengo que sentir algo por la otra persona. Y si a mi pareja le apetece ir un poco más allá e introducir a otra persona, perfecto, pero tiene que haber una unión entre dos para que yo acepte un trío. Contigo hubiera roto esa norma, hubiese aceptado, pero tan sólo porque me gustas muchísimo, y es la única vez que he estado a punto de romper ese principio. De hecho, he estado en una cama con dos personas en muy pocas ocasiones y en todas ellas tenía una relación sólida con mi pareja. Tú eres una excepción, Sara. Una excepción que debo sacarme de la cabeza lo antes posible o, de lo contrario, me quedaré atrapada en un bucle que no tiene ningún sentido y a la única que me perjudica es a mí.

—¿Te puedo preguntar otra cosa?

—Adelante.

—¿Por qué estabas tan segura de que tal vez buscaba el amor en el equipo contrario?

—No lo sé... Supongo que deseaba tanto que así fuese que veía señales donde no las había... y confundí una amistad con algo más. Incluso cuando me propusiste lo del trío, aunque supe que tú no lo decías en serio, vi una oportunidad para conquistarte. Sabía que tú, con él, no estabas bien, así que... ¿qué podía perder? Si no conseguía nada, al menos hubiésemos pasado un buen rato, ¿no?

—Seguro que sí. Es más, estoy convencida de que, si no hubiese conocido a Julio, tal vez te hubiera dado la oportunidad de...

—No quieras consolarme ahora, Sara. Si Julio no hubiera aparecido, tú seguirías con Mario. De hecho, creo que él ha sido la razón por la que lo has dejado, aunque no lo quieras reconocer. Él es quien te ha dado el valor suficiente para luchar por una vida mejor y no yo. Y eso significa algo, Sara. Piénsalo —afirma antes de levantarse para irnos.

De vuelta a la oficina, no paro de pensar en lo que Sam me ha contado. No es la única que piensa que Julio me ha empujado a tomar esa decisión. Es algo que hasta yo misma he considerado, y eso me aterra. Y, reflexionando sobre todo esto, antes de entrar por la puerta, la agarro del brazo.

—Sólo una última cosa, Sam. ¿Qué es lo que más te ha gustado de mí? Quiero decir... ¿Por qué te has fijado en mí y no en otra persona? ¡Soy poca cosa! —exclamo señalándome a mí misma.

—Tienes muchas cualidades, Sara, y una de ellas es ésta, la inocencia —afirma antes de entrar, sin aclararme mucho las dudas.

«Yo soy poca cosa. No deslumbro como Lola ni llamo la atención como África. No soy arrolladora ni tengo la fortaleza e integridad de ambas. Yo simplemente soy yo», pienso repetidamente, sin explicarme cómo le he podido hacer sentir a alguien algo tan intenso como lo que me cuenta Sam.

Por la tarde, justo cuando Samira apaga su ordenador, me entra un correo electrónico de ella.

La miro antes de abrirlo y ella me hace un gesto, animándome a que lo lea antes de despedirse.

 

De: Samira                                Enviado el: 29/10/2012 16.55

Para: Sara

Asunto: Qué es lo que me gusta de ti

 

Como te conozco, sé que le das cien mil vueltas a las cosas y, como tengo claro que esa cabecita loca estará pensando sin parar, te voy a responder claramente qué es lo que más me gusta de ti.

Durante los primeros días, cuando entré a trabajar aquí, tengo que decirte que no me llamaste la atención. Hay que conocerte. Eres demasiado reservada, llegando a rozar la antipatía antes de que te abras un poco. Tal vez me dio esa sensación al principio porque yo soy todo lo contrario. Me gusta ser el centro de atención, lo admito. Me gusta que la gente se entere de que he llegado.

 

Al leer esto ahora entiendo por qué siempre llega tarde.

 

En cambio, tú prefieres pasar desapercibida. Aunque tengo que confesar que ése es uno de tus encantos... el misterio que te rodea y del que tú ni siquiera eres consciente. Y, cuando al fin muestras tu verdadera personalidad, te haces querer sin darse uno cuenta. Te metes en el corazón de las personas sin previo aviso; en mi caso, eso me desconcertó. Confías en el ser humano. Demasiado, diría yo. Porque no crees que haya gente mala en el mundo, sino incomprendida. Consideras que hay personas que no saben expresar sus sentimientos y que reaccionan de forma incontrolada debido a que nadie se ha parado a darles una segunda oportunidad. Sabes escuchar olvidándote de que tú también necesitas ser escuchada. Despliegas bondad y dulzura por los cuatro costados, porque esas palabras se inventaron pensando en ti. Y eso te hace grande, Sara. Haces que la gente se sienta feliz a tu lado y haces la vida sencilla a todos los que te rodean. Como ves, no me fijo en tu aspecto físico o en si eres hombre o mujer. No soy mujer de una noche, aunque lo parezca. Yo necesito dar un paso más, ir más allá. La forma en que me gustan los hombres o las mujeres no cambia. Para mí el amor debe llegar a lo más profundo de tu ser, independientemente del embalaje de la persona, y tú, sin saberlo, desprendes luz y color allí por donde vas.

Espero que esto que te acabo de escribir no cambie nuestra amistad, porque no sabría vivir con tu ausencia. Y para que nos sea más fácil a las dos, creo que deberíamos zanjar aquí el tema y no volver a hablar de él, a no ser que tú cambies de opinión. Confío en que respetarás esto que te pido.

Un beso, Sam.

 

Las palabras de Samira me han emocionado. Nadie me había dicho algo tan bonito... y me sorprende que alguien piense así de mí.

Cuando levanto la vista de la pantalla, me doy cuenta de que se han ido todos, excepto Mateo y yo misma. Apago el ordenador y me despido de él sin mencionarle nada de la semana que Julio quiere que me pida.

Antes de llegar a casa, y como si Julio supiera que no he hablado con Mateo, me lo encuentro en el parque junto a un grupo de amigos. Él se acerca al coche y yo bajo la ventanilla.

—Hola, Julio.

—Hola —me saluda—. ¿Has hablado ya con tu jefe?

—No.

—¿Y cuándo piensas hacerlo?

—Julio, no sé para qué quieres que me coja una semana de vacaciones. ¿Acaso planeas llevarme a algún lado?

—Planeo muchas cosas contigo, pero vayamos por partes. ¿O quieres empezar por el final y ya pretendes acostarte conmigo?

—¡Ja! Julio, ya te expliqué que yo no...

—Chist, chist, chist... —repite con un chasquido de su lengua mientras entra dentro de mi coche—. Mira, Sara, como veo que no vas a confiar en mí si no te cuento mis planes, te diré lo que tengo en mente. ¿Saber eso te aportaría seguridad?

—Sí, supongo que sí.

—Vale. Pues primero pienso meterme en tu cama, voy a conseguir que te quites de la cabeza la absurda idea de que eres como un témpano de hielo entre las sábanas. Y después vas a ser tú la que me pida esa semana conmigo.

—Veo que confías mucho en ti mismo y en tu potencial.

—Ten claro que puede que descubras algo con lo que luego no sabrás vivir.

—Lo dudo, pero si tú lo crees... —respondo sin mucho ánimo.

—Estoy convencido de ello.

—Y tú vas a ser quien me lo muestre, ¿verdad? —suelto con retintín.

—Ésa es mi intención, sí —contesta acercándose a mi cuello, rozándolo con sus labios y provocando que todo mi vello se erice y mi cuerpo se estremezca. Deseo que su boca saboree la mía como a veces, espontáneamente, hace. Mi respiración se colapsa, mi cuerpo se paraliza y cierro los ojos, esperando ese beso que en estos momentos tanto anhelo. Pero esta vez Julio no me besa y, antes de que yo descienda de mi nube, oigo la puerta del vehículo al cerrarse—. Debo irme —se despide señalando a sus amigos—, pero piensa en lo que te he dicho.

Pasan dos días y, como de costumbre, obtengo mis buenos días particular, y eso, como ya es habitual en mí, me arranca una sonrisa.

 

Julio: Cada día es una nueva oportunidad para demostrarte a ti misma lo que eres capaz de hacer. Así que sorpréndete y haz algo intrépido y que jamás harías. Buenos días, bombón.

 

Pero hoy no sólo es un mensaje el que recibo.

 

Julio: Pide a tu jefe esa semana para mí.

 

Su descaro me hace reír.

 

Sara: Buenos días, Julio. No vas a descansar hasta que lo consigas, ¿verdad?

Julio: Así es.

Sara: ¿Y qué vas a hacer si no me la concede? ¿Vas a dejar de insistir?

Julio: Si no puede ser una semana, dame la oportunidad de pasar contigo cuatro días. Un fin de semana largo.

Sara: Pero ¿no entiendo para qué te hacen falta? ¿Qué pretendes demostrar? Yo no merezco la pena, Julio, en serio.

Julio: Eso lo tendré que decidir yo, ¿no? Además, ¿qué pierdes? Date una oportunidad y dámela a mí. Puede que te asombres a ti misma.

Sara: Yo soy lo que soy, Julio. No puedes agitar tu varita mágica y, como por arte de birlibirloque, convertirme en algo que no soy. Es más, no quiero eso. Llevo demasiado tiempo siendo quien no soy tan sólo por gustar más a los demás, por ser aceptada, por ganarme un cariño que no me han dado después.

Julio: Yo tampoco quiero eso, Sara. Pero sé que eres más de quien crees que eres, de lo que ves frente al espejo.

Sara: ¿Cómo puedes estar tan seguro?

Julio: Confío en ti, sé que serás capaz de ver quién eres en realidad. Simplemente eso.

 

Me dice esto último a modo de despedida, dejándome con la palabra en la boca. Apenas me conoce y dice conocerme más de lo que yo misma lo hago, y eso me desconcierta. Pero, a la vez, me infunde una energía y una ilusión que jamás he sentido. Tengo ganas de proponerme nuevos retos y superarlos. Tengo ganas de volverme a tirar a la piscina, pero eso me da tanto miedo que, cuando me siento en el borde, tan sólo sumerjo un pie y, cuando compruebo lo helada que está el agua, instintivamente retrocedo un paso, aunque me atraiga la claridad de las aguas.

Entro en el trabajo y, sobre la mesa, veo que hay una montaña de papeles que ayer no estaba cuando me fui, junto a una nota sobre ellos en la que pone «Los necesito para las doce». Resoplo indignada, pero me pongo a ello. Cuando llega Sam, nos repartimos el trabajo. No hemos tenido tiempo ni de respirar, pero, como si Mateo tuviera un radar, se acerca a mi mesa exactamente en el preciso momento en el que Sam me pregunta por Julio y yo le cuento mis avances.

—Luego diréis que no os da tiempo —gruñe Mateo, añadiendo más informes a la enorme pila de documentos que parece no descender ni siquiera un poquito.

Ninguna de las dos respondemos y en mi mente crece la idea de unas vacaciones con tan sólo ver el interminable montón.

Llegan las seis de la tarde, al fin puedo respirar. Como de costumbre, Sam se ha ido antes. «Ella cumple a rajatabla su horario y yo soy la pringada que mete horas sin que se las paguen», refunfuño mentalmente al salir del curro, mientras cruzo los dedos para que por la noche no se multipliquen los papeles. Pensando en darme un respiro, escribo a las chicas para ver si quieren tomar algo.

 

Sara: He tenido un inicio de semana horrible en el trabajo, menos mal que mañana es fiesta. Necesito un trago. ¿Os apuntáis?

Lola: Lo siento, Sara, pero hoy me es imposible. Yago vuelve de viaje a las siete y debo ir a buscarlo al aeropuerto.

África: Yo ya sabes que si quieres venir... mi casa es tu casa.

Sara: Ok, voy. Necesito un respiro.

Lola: Mañana, si quieres, podemos quedar. Pero hoy tengo una cita con mi hombre y pretendo incendiar el edificio... Ja, ja, ja, ja.

África: Conociéndote seguro que lo consigues. ¿Si os apetece podemos cenar todos en mi casa?

Lola: Perfecto y luego nosotras nos tomamos una copa por ahí.

Sara: Eso sería estupendo.

África: Ok, le diré a Juan que prepare su delicioso pollo al limón.

 

Al entrar por la puerta, Juan aún no ha llegado y le enseño a África lo que Samira me escribió y mi conversación con Julio.

—¿Sabes lo que pienso, Sara?

—¿Qué? —le pregunto, atenta a lo que me va a decir.

—Creo que Julio tiene razón. Has desdibujado tanto la imagen que tienes de ti misma que ahora no sabes quién eres realmente. Desconoces lo que te gusta o lo que no te gusta. Lo que quieres hacer y lo que no. Has perdido la capacidad de decidir. Te has acostumbrado tanto a que sean otros los que decidan por ti, que ahora te encuentras frente a un folio en blanco. Con Mario pensaste que lograrías vislumbrar lo que te gustaba; sin embargo, lo único que hiciste fue adaptarte a sus gustos, olvidándote de los tuyos.

—Pero al principio sí que disfrutaba con él —replico excusándome.

—Eso era la novedad del momento. El estado que te producía esa nueva situación y la ilusión de tener lo que nosotras teníamos te hacía pensar que la vida que te ofrecía Mario era la que tú deseabas. Pero, cuando todo se normalizó, te diste cuenta de que de nuevo todo era un espejismo y no sabías cómo salir de ese tipo de vida que tú misma habías creado. Al conocer a Julio, viste una pequeña luz al final del túnel. Algo por lo que ilusionarte. Pero no te ves merecedora de experimentar esa fantasía, esa magia que te propone, porque, según tú, estás estropeada, incompleta. No te das cuenta de que la única que tiene el poder de completarse eres tú misma y que no te hace falta ninguna pieza para que brilles con luz propia.

—No es que crea que no lo merezco, África, sino que me duele tanto la caída que no tengo fuerzas para levantarme de nuevo y prefiero permanecer en el suelo antes que agarrarme a la mano de alguien. Porque, si lo hago, si me ayudo para levantarme de esa mano que me ofrecen y luego me suelta, el golpe será mayor.

—Creo que Julio no te está ofreciendo su mano, sino un bastón en el que puedas apoyarte. Creo que quiere que andes por ti misma y por ese pequeño detalle se merece una oportunidad. Sin compromisos, sin planes de futuro, pero sin rechazar propuestas que puede que te aporten más de lo que parece en un principio.

—¡Por favor, África, no hay más que mirarlo! Julio es puro sexo. ¿Qué es lo que le puede atraer de mí?

—No lo sé, pero algo habrá, ¿no? Seamos realistas, si no hubiera algo que le gustase de ti, no perdería el tiempo contigo cuando tiene la posibilidad de tener a quien quiera, ¿no crees?

—En eso llevas razón, pero me parece increíble y no deja de sorprenderme.

Justo en ese momento llega Juan y yo decido irme a casa.

Entro en mi piso y la pesadez de mis cuatro paredes se me viene encima. Cuando Mario vivía conmigo, deseaba que no estuviera en casa para poder disfrutar un poco de la soledad. Ahora que la tengo toda para mí, echo de menos la compañía de alguien a mi lado. Creo que esto me ha sucedido siempre. Nunca me he adaptado bien a la soledad. No soy como África, que disfruta de su casa cuando no está Juan, o como Lola, a quien le hizo falta estar a punto de perder a Yago de forma drástica para compartir su piso. A mí, las paredes se me apoderan y necesito llenar el tiempo haciendo algo. Las manías de Mario conseguían que llenase el escaso tiempo que estaba sin él aquí, pero ahora he vuelto a mis costumbres de tener la casa hecha un desastre, o incluso peor, diría mi madre. Así que, para matar el rato, me pongo mi chándal viejo y comienzo a recoger y limpiar la casa. Cuando termino, me doy una ducha rápida, me pongo el pijama y me planto en el sofá frente al televisor con un bocadillo entre las manos, dispuesta a ver una película. Pero cuál es mi sorpresa cuando a las once recibo un wasap de Julio.

 

Julio: ¿Estás despierta?

Sara: Sí, ¿por?

 

Antes de que me conteste, suena el timbre de casa.