CAPÍTULO 12
Recorremos las tiendas del centro comercial, pero realmente a mí, por raro que parezca, no me apetece comprarme nada. Es como si ya no tuviera esa necesidad de desahogo que sentía días atrás. Veo cómo Lola se prueba ropa e incluso me insiste en que yo haga lo mismo, pero en estos momentos no me siento con ganas de ello y mi mente no hace más que transportarme al pasado una y otra vez.
—¿Te gusta éste? —me pregunta mi amiga saliendo del probador, sacándome de mis pensamientos. Lleva un vestido entallado de escote barco largo hasta los pies, con dos aberturas laterales hasta la rodilla y manga tres cuartos. No es tan despampanante como lo que suele llevar Lola, pero hay que reconocer que le sienta muy bien.
—¡Es precioso, Lola!
—Pruébatelo tú.
—Ya te he dicho que no me voy a comprar nada, tengo la tarjeta de crédito en la UCI.
—Sí, ya lo sé, ya lo sé; ya me lo has dicho —refunfuña tirando de mí hacia dentro del probador sin hacerme caso. A regañadientes, me meto dentro del vestido y, sin mirarme al espejo siquiera, me giro hacia ella para que vea cómo me sienta.
—Así te quiero ver a partir de ahora. Sencilla pero atractiva —declara obligándome a mirarme en el espejo—. Necesito que vuelvas a ser tú, Sara —añade poniendo su barbilla en mi hombro y pegando su mejilla a la mía, mientras las dos contemplamos mi silueta—. Éste te lo regalo yo, no te lo quites —me pide dándome un cachete en el culo antes de salir del probador.
—¿A dónde vamos? —demando al salir de la tienda y ver cómo acelera el paso tras responder a un mensaje.
—Hemos quedado con África y ya llegamos tarde.
—No entiendo a qué tanta prisa. Tampoco se va a mover de casa, así que...
Salimos del ascensor y, justo cuando estamos a punto de tocar el timbre, se abre la puerta y me encuentro de lleno con la persona que menos me esperaba encontrar. Un manojo de nervios comienza a acumularse en la boca de mi estómago, como me pasa cada vez que él está cerca, y empiezo a entender a qué venía tanta urgencia.
—¡Sara! ¡Menuda sorpresa! —dice mirándome de arriba abajo—. Hola, Lola —saluda dándole un beso en la mejilla sin apenas rozarla.
—Hola, Julio —responde de igual forma.
Mis ojos pasan de Lola a África y de África a Lola, hasta que se centran en los labios de esta última. «A mí no me mires, esta vez fue idea suya», se defiende sin emitir sonido alguno, levantando las manos mientras señala a África. Aún no me puedo creer lo que han tramado.
Entonces miro de nuevo a Lola, que me muestra una sonrisa radiante y, antes de entrar, me da un beso en la mejilla y me susurra al oído:
—Aunque, como comprenderás, yo no me he opuesto, así que aprovecha la ocasión que te ofrecen tus amigas, Sara.
—Llegáis tarde —oigo que protesta África por lo bajini, tirando de Lola para dejarnos solos.
Justo en ese momento, Julio, para captar mi atención, se dirige a mí.
—Hace demasiado tiempo que no sé nada de ti. ¿Acaso me estás evitando?
Giro la cabeza y, con cara de sorpresa, lo miro a los ojos, pero no puedo aguantar la intensidad con la que él me escruta y agacho la mirada. Entonces Julio pone su dedo índice bajo mi barbilla y, obligándome, a mirarlo, me dice:
—Jamás bajes la mirada por un hombre. Ni siquiera por mí, bombón —añade en un tono meloso pero firme, acercándose a mi oído y acariciándome con cada una de sus palabras antes de darme un beso muy cerca de la comisura de la boca. Mi cuerpo reacciona inmediatamente y, antes de que mi cabeza registre lo que estoy haciendo, me doy cuenta de que mi lengua busca su sabor justo donde antes estuvieron sus labios. Es algo inconsciente, pero que él percibe con claridad, y se ríe satisfecho al comprobar cómo mi cuerpo responde cuando él está cerca.
—Hola, Julio —lo saludo con voz entrecortada y la respiración agitada.
—¿Tengo razón o estoy equivocado? —plantea sin soltarme la barbilla para que mire a sus profundos ojos verdes.
—Perdona... ¿Qué me has preguntado?
—Que si me estás evitando —responde con una sonrisa divertida.
—No, para nada. Lo que pasa es que he andado muy liada últimamente.
—Humm —emite con la garganta sin estar muy convencido de mi respuesta—. ¿Y vas a seguir liada los próximos días? Echo de menos esas conversaciones tan reveladoras que teníamos.
Es oírlo decir eso y buscar a Lola con la mirada.
Y como por arte de magia, en ese preciso instante casualmente Lola sale de detrás de la puerta, lo que me hace sospechar que estaba escuchando, y responde:
—La verdad es que Sara ahora tiene una agenda totalmente libre, porque ha decidido pasar página de una vez por todas. ¿Verdad, cariño?
La fulmino con la mirada mientras noto cómo el calor asciende por mis mejillas, pero ella hace caso omiso y se mete dentro de casa de África, intentando contener la risa.
—¿Eso quiere decir lo que imagino? —demanda Julio resplandeciente, volviendo a mantener el contacto visual.
—Sí, supongo que sí —contesto encogiéndome de hombros.
—Entonces ya no hay ninguna razón para que no te llame —afirma metiendo sus llaves en la cerradura de su puerta.
—No, creo que no —suspiro derrotada.
—Perfecto. Me encantaría seguir charlando contigo, pero debo irme; he quedado y todavía tengo que ducharme. Llego tarde —se excusa antes de entrar por la puerta de su casa—. Ya nos veremos, ¿vale? —se despide con un rápido beso, esta vez en los labios.
Antes de entrar, cojo un poco de aire para intentar recuperar el control de mi cuerpo. Respiro profundamente y expiro un par de veces. «No puedo creer lo que acaba de suceder», me digo al entrar en casa de África y, pensando en cómo mis amigas han organizado todo esto, mi mente recrea la primera vez que lo vi.
* * *
Mario aún no vivía conmigo, así que yo disponía de un poco más de libertad y eso me permitía no tener que darle tantas explicaciones. Aquella noche Lola y yo habíamos quedado para ir a El Pingüino Helado. África se retiró después de cenar y Yago tenía un viaje, así que sólo estábamos Lola y yo. La velada prometía, porque Mario trabajaba en el turno de cenas y luego se iba al bar de Jaime. Aquella noche lo estábamos pasando bien. Lola me había prometido no sacar el tema de Mario, pero, así como quien no quiere la cosa, no hacía más que presentarme a chicos y obligarme a que me fijase en todos y cada uno de los que había a nuestro alrededor.
—¿Has visto a aquel de la camisa a cuadros? Ese chico con gafas que tiene un aspecto muy intelectual y atractivo...
—¡Lola, ¿cómo te puedes fijar en todos?! Estás planeando cómo pedirle a Yago que se case contigo, por Dios —la reñí, molesta.
—Sara, los ojos los tenemos para mirar y disfrutar de lo que con ellos podemos ver —respondió observando a un chico de arriba abajo sin ningún pudor.
—Cierto, pero podrías ser un poco menos descarada —protesté cuando vi cómo él se percató de la manera en que Lola lo miraba.
—¿Por qué? ¿No miran ellos sin ningún disimulo?, pues yo hago lo mismo. Piénsalo de esta manera: imagina que estás en una galería de arte y tienes a todos esos hombres expuestos en sus vitrinas. ¿No los contemplarías de arriba abajo y de izquierda a derecha? Pues aquí igual; hay que mirar bien la mercancía antes de comprarla —me contestó, girándose hacia mí bebiendo de su copa.
—Ya, pero yo no quiero comprar nada.
—¡Y eso qué tiene que ver! Cuando vas a una galería no cierras los ojos para impedir ver los cuadros o las esculturas que allí exponen porque tú ya tienes cuadros en tu casa, sino que haces todo lo contrario. Contemplas esas obras de arte detenidamente, disfrutando de las maravillosas curvas de una figura. Te quedas extasiada al observar la belleza de esa obra y lo que te consigue transmitir con sólo mirarla. Pues esto es exactamente lo mismo, Sara, así que deja de cerrar los ojos y disfruta contemplando estos monumentos que la madre naturaleza ha creado para nosotras —argumentó cogiéndome de los hombros y girándome sobre mí misma para que mirase la pista de baile en vez de a ella.
Y fue en ese instante cuando lo vi por primera vez. Allí, en mitad de la pista, rodeado de chicas y con una sonrisa radiante, pícara y seductora que me enloqueció nada más verlo. Llevaba el pelo revuelto, como si nunca se hubiera peinado, pero se notaba que ésa era la impresión que le gustaba dar: la de un chico desenfadado y seguro de sí mismo. Cuerpo atlético, pelo castaño, ojos verdes y una sonrisa traviesa y seductora. El tipo de hombre que nunca se fijaría en mí, fue lo primero que pensé. Justo en ese instante, nuestras miradas se cruzaron y me fue imposible apartar la vista. Entonces él me guiñó un ojo y yo, rauda, me giré avergonzada.
—¡¿Qué?! ¿Te gusta?
—¿Quién? —pregunté aún ruborizada.
—¡¡El de la camisa de cuadros!! —respondió Lola sin percatarse de que ni siquiera me había fijado en él.
—No es mi tipo —respondí para luego pegar un trago a mi copa.
—¡Uff! Desisto. Cuando quieras abrir los ojos, me avisas. Vamos a bailar, anda —propuso tirando de mí.
Estuvimos muy cerca de aquel chico alto de espalda ancha y con un cuerpo que me calentaba tan sólo de ver cómo movía sus caderas. Nuestras miradas se cruzaron en varias ocasiones, pero yo no le comenté nada a mi amiga, pues sabía que sería capaz de hacerse hueco entre las chicas que lo rodeaban tan sólo para presentármelo.
* * *
—¿Estás bien? —me pregunta Juan al terminar su partida en la PlayStation, devolviéndome a la realidad.
Yo le respondo con monosílabos, porque ahora toda mi atención está en lo que África y Lola cuchichean en la cocina.
—No te lo podía decir, Lola, se lo prometí. Si no te lo ha querido contar es por esto mismo. Porque tú observas, interpretas y después actúas sin ni siquiera preguntar. Eres demasiado impulsiva y, a veces, eso nos arrolla.
—¿Nos? —se defiende Lola.
—Sí, nos. No me malinterpretes, pero a veces tomas decisiones que no te corresponden. Tienes la suerte de que casi siempre suelen salir como tú esperas, pero aun así...
—África, lo hago por su bien. Demasiado me he contenido ya o, mejor dicho, me han contenido —responde refiriéndose a Yago.
Justo cuando decido que es el momento de intervenir, el móvil suena dentro de mi bolso. Rebusco dentro de él y, cuando lo localizo, no reconozco el número de teléfono. Un pensamiento fugaz pasa por mi mente. ¿Será Mario con otro número? Aun así, descuelgo, pero temerosa.
—¿Sí?
—Hola, bombón.
—¿Cómo has conseguido mi teléfono? —pregunto mirando a Juan, y el muy cobarde desaparece escaleras arriba al oírme hablar.
—Tengo mis métodos y te advertí de que me gusta jugar sucio.
—Sí, pero también me dijiste que no te gustan las complicaciones y toda yo soy...
—¿Un bombón? ¡Cierto! Un bombón que estoy deseando probar. De hecho, mi madre se acaba de ir. Así que estoy solo en casa, y estaba pensando en que estaría bien que pasases a enjabonarme la espalda. —Me quedo boquiabierta al oír lo que me acaba de proponer. La seguridad y el atrevimiento que tiene me dejan pasmada.
—¿No habías quedado?
—Sí, pero los planes se pueden cambiar en el último momento. Siempre pueden surgir imprevistos, Sara. Tú, por ejemplo, también has quedado con tus amigas, pero te acaba de surgir un imprevisto por el que deberías cambiar tus planes.
—¡Y ese imprevisto eres tú, claro!
—Veo que vas captando la idea.
—¿Y qué te hace pensar que voy a ir?
—Nada; de hecho, sé que no lo harás aunque lo estés deseando, pero aun así debía intentarlo.
—¿Y por qué estás tan seguro de ello? —pregunto mirando a la puerta.
—Sara, hay cosas que se saben sin más y ésta es una de ellas. Aunque no pierdo la esperanza de que algún día me sorprendas. —«Me repatea que tenga razón», pienso recordando que ya en otra ocasión la tuvo—. Bueno, como no has aceptado mi proposición, debo dejarte. Guarda mi número, esta semana te llamo —se despide antes de colgar.
Cuando entro en la cocina, Lola me pregunta con quién hablaba.
—Con Julio, pretendía que le enjabonase la espalda. ¿Tú le has dado mi número? —demando señalando a África con el móvil todavía en la mano.
—Juan me preguntó si se lo podía dar y yo...
—Espera, espera... —la interrumpe Lola—. ¿Estás diciendo que te acaba de llamar míster yogurín? —suelta Lola, sorprendida.
—Sí —le confirmo.
—¡¡¿Y qué coño haces aquí?!! No lo entiendo, Sara, no puedo llegar a procesar cómo has podido rechazar semejante oferta. Si yo fuese tú... —añade dejando volar su imaginación y dejándose caer sobre una silla.
—Ya, pero no lo eres y yo tampoco soy como tú y lo sabes. Además, ¡no estábamos hablando de eso! No cambies de tema. ¿Por qué le has dado mi número? —le pregunto a África, queriendo encauzar de nuevo la conversación.
—La que me estaba sermoneando hace un momento por meterme en mitad de su conversación. Sí, ya veo lo bien que observas tú desde la grada... —interviene Lola dirigiéndose a África.
—No es lo mismo, Lola. Yo sólo le proporcioné el número, tú quieres empujarla a sus brazos —replica señalando hacia la puerta para rememorar el momento en el que Julio y yo nos hemos encontrado—. Además, me lo pidió hace mucho tiempo.
—¿Que yo qué? ¿Quién insinuó que estaría bien que Julio y Sara coincidieran?
—Sí, pero sólo fue una sugerencia.
—Porque sabías que, en cuanto me lo propusieras, yo iba a estar más que dispuesta.
—Mi idea era proporcionarles la oportunidad de que se viesen de nuevo, luego eran ellos los que debían decidir si quedar o no. En cambio, tú has forzado la situación, como haces siempre.
—Si no llego a intervenir, la conversación se hubiese quedado en un hola y adiós.
—¡Bueno, da igual, dejaos ya de tonterías! Acabo de salir de una relación muy complicada y, aunque no voy a negar que Julio me atrae, de momento sólo me interesa como lo que ha sido hasta ahora, un buen amigo —aclaro con un tono de voz muy firme y convincente.
—¡Más que amigos, diría yo! ¿Se puede saber cuándo pensabas contarme que ya habéis quedado anteriormente?
—Yo no he quedado nunca con él. Hemos coincidido en el parque en varias ocasiones, pero yo aún no sabía que él era Julio. Tan sólo hablábamos, nada más —le respondo alterada, alzando la voz.
—Pero ¿qué os pasa? ¡Esto parece un gallinero! Queréis dejar de discutir y hablar las cosas como buenas amigas —participa Juan en tono conciliador, rodeando a África por la espalda y acariciando su barriga de forma entrañable y cariñosa—. Esto no es bueno para mis niñas y tampoco para vosotras, así que dejad de tiraros los trastos a la cabeza y hablad de lo que os preocupa con sinceridad, sin buscar culpables. Como siempre lo habéis hecho.
—Tienes razón, cariño —acepta África, acariciándole la mejilla y girando la cabeza para darle un pequeño beso—. Lola, si no te dije nada de ese encuentro que tuvo Sara fue porque ella me lo pidió y sabía que, cuando ella estuviera preparada, te lo hubiese contado. Y sí, yo también he estado preocupada por la relación que mantenía con Mario. Es más, ha sido una alivio que lo dejases —añade mirándome a mí—, pero, si te doy la razón, no tengo forma de frenarte, Lola, y francamente, si te dan carta blanca, eres temible... y hay veces que las cosas deber ir resolviéndose poco a poco. —Lola guarda silencio, reflexiona sobre lo que África está diciendo y ella continúa—. Mira, Lola, te voy a poner un ejemplo: si a las dos nos mandasen tirar un muro para liberar a alguien, tú cogerías una grúa y lo derribarías en un segundo, pero, tal vez, a la persona que se encontrase detrás de ese muro le abrumaría la sensación de libertad. Eso no quiere decir que dicha persona no esté deseando ser libre, sino que quizá aún no está preparada para ello. En cambio, yo primero le hubiera abierto una ventana para que pudiera contemplar el exterior y prepararse para su futura libertad. Después no te digo que hubiese ido a por la grúa, pero no sin antes permitirle que se fuera haciendo a la idea, que se adaptase a lo que le esperaba, a ese cambio. Con esto no quiero decir que tus métodos no sean eficaces, pero necesito que comprendas que no con todas las personas se pueden emplear. Y Sara es una de ellas.
—No te pongas en plan terapeuta conmigo, África. Entiendo lo que dices y puede que tengas razón, pero, aun así, me hubiera gustado enterarme.
—Hagamos la prueba. Te voy a contar lo que pasó esa noche y luego me vas a responder sinceramente lo que hubieses hecho, ¿vale? —le propongo mirándola a los ojos.
—Para esta conversación creo que no debe faltar una copa entre las manos. Tú, una infusión —le señala Juan con una sonrisa a África, intuyendo lo que voy a contar.
—¿Y una cerveza? La levadura de cerveza es muy buena para la leche —suplica tocándose los pechos.
—Está bien, la ocasión lo merece. Id al salón, yo os lo llevo y os dejo tranquilas. Luego me iré a comprar. ¿Os quedáis a cenar?
—No, yo no. Yago saldrá en un par de horas y quiero pasarme antes por el gym.
—¿Y tú, Sara?
—Quería pasar a ver a mi madre. No sé... ya veré.
Juan nos sirve unas cervezas, unas patatas y unas olivas para picotear. Le da un beso rápido a África y después besa su barriga.
—Cuida bien de tu madre mientras yo no estoy —le dice a Alma a modo de despedida, antes de salir por la puerta.