CAPÍTULO 16

 

 

 

 

Los días pasan, los mensajes matutinos persisten y es lo único que hace que me levante con ganas de asomarme a la ventana y contemplar los pequeños cambios que se están produciendo en aquel terreno que a primera vista parecía estéril por completo. Y esta sensación comienza a preocuparme. No quiero volver a ilusionarme con algo que sólo existe en mi cabeza, que no es real.

Hoy es miércoles y, cuando llego a casa después del trabajo, dejo el coche en el garaje y camino hacia el parque para poner en orden mis ideas. Ya ha pasado más de una semana desde que Mario se fue de casa y, aunque sus llamadas persisten, impidiendo que no sólo en mis recuerdos lo tenga presente, al menos no lo he vuelto a ver desde el día de la cafetería, aunque siento su presencia constantemente.

—¡Sara! —oigo desde lejos. Me giro pero no veo a nadie y pienso que me estoy volviendo loca, que mi cabeza comienza a oír voces debido a lo desorientada y confundida que me siento, debido al vacío que experimenta mi alma en estos momentos. Pero, al volver a caminar, lo oigo de nuevo. Pienso en Julio, en Mario, en el antes y el ahora... y, como por arte de magia, uno de ellos sale de mis pensamientos pronunciando de nuevo mi nombre.

—¡Sara!

Entonces veo la silueta de un chico que me hace señales con las manos. Agudizo un poco más la vista y entonces lo reconozco.

—¿Julio? —digo cuando veo que se separa del grupo de gente con la que está.

—Hola —me saluda dándome un beso rápido en los labios y dejándome tiesa como una estatua.

—¡Eh! Hola —respondo casi tartamudeando y llevándome la mano a la boca—. ¿Qué haces aquí?

—Estoy con unos amigos —dice con un gesto de cabeza para indicar a las cuatro chicas que no dejan de mirarme con cara de vampiresas defendiendo su exquisito bocado.

—¿Amigos? Yo sólo veo a cuatro chicas con ganas de descuartizarme.

—Fer se ha ido a buscar a Hugo y yo me he quedado con el resto, pero son sólo amigas. ¿O acaso estás celosa? —suelta sin dejar de mirarme, poniendo una mano sobre una de mis caderas para atraer mi cuerpo al suyo.

—¡¿Yo, celosa?! Por favor... —respondo apoyando mis manos sobre su pecho, intentando separarme de él con disimulo. Justo en ese momento oigo a alguien que aplaude detrás de mí y una voz inconfundible que dice:

—¿Y se suponía que el problema era yo? Ahora va y resulta que la verdadera razón es que me la estabas pegando con este niñato. Sabía que tenía que haber alguien más —me recrimina una voz sombría detrás de mí, imposible de no reconocer—. Ahora lo entiendo todo. Llevo toda una semana siguiendo tus pasos y comenzaba a pensar que estaba equivocado. Conmigo no hacías más que fingir y te veo aquí con él tan libre, tan suelta, y todo encaja —añade agitando las manos en el aire, acercándose a nosotros con una mirada sarcástica y llena de veneno.

—¡Mario, yo...! —contesto nerviosa, intentando separarme de Julio todo lo posible, pero éste tira de mi brazo y me coloca detrás de él.

—Sara, ¿no te has preguntado por qué tenía que buscar en otras lo que tú no me dabas? —me espeta sin dejar de avanzar—. Pues tal vez, simplemente, era porque tú ya se lo estabas entregando a otro, así de sencillo —comenta señalando con las manos a Julio—. ¡Y encima tienes la poca vergüenza de echarme en cara mi comportamiento y hacerme creer que la culpa de todo ha sido mía! No eres más que una calientabraguetas que luego, a la hora de la verdad, no sabe ni cómo encender una cerilla para calentarse a sí misma. No tienes ni puta idea de lo que en realidad le gusta a un hombre de verdad. ¿Y quieres hacerme creer que este proyecto de Ken va a conseguir calentarte? ¡¡Ésta es la razón por la que me has dejado!!

—Mario, Julio es sólo un amigo —le explico.

—¡Ya te puedes ir olvidando de ella, Ken, porque te aseguro que cualquiera de tus amiguitas te va a hacer disfrutar más que esta desgraciada! —me insulta dirigiéndose a Julio de forma despectiva y señalando a sus compañeras, que se acercan apresuradamente.

—Perdona, no quiero problemas, pero creo que te estás pasando. Ya te lo ha dicho ella. Sólo somos amigos —le aclara con voz pausada y alzando una de sus manos para tranquilizarlo, mientras con la otra sigue manteniéndome detrás de él.

Sus miradas se retan en un duelo de fuerza a pocos centímetros uno del otro, pero Julio no se amilana ni por un segundo y eso a Mario lo hace dudar. Aun así, sigo viendo el peligro en los ojos de mi ex. Sé de lo que es capaz y le suplico en voz baja a Julio que nos vayamos. Tiro del brazo con el que me protege y que está tan rígido como el acero, pero no consigo que éste me haga caso.

—¡Ja! Pero ¿tú qué te piensas?, ¿que soy gilipollas o qué? —oigo contestar a Mario con chulería—. ¿Pretendes reírte de mí en mi puta cara? No es la primera vez que os veo juntos —suelta nervioso, dando un pequeño golpe a Julio en el pecho con los dedos índice y corazón. Entonces, pensando en lo peor, sorprendentemente encuentro el valor necesario y salgo de detrás de él. Me coloco entre ambos para intentar razonar con Mario. Le agarro la cara entre mis manos con toda la dulzura de que soy capaz, obligándolo a que me mire mientras le hablo con cariño, desesperadamente, mientras realizo un gran esfuerzo para ocultar mi terror.

—Mario, asumámoslo, lo nuestro no funcionaba. La sombra de Daniela siempre estaba entre nosotros. Tu aún la sigues queriendo y es a ella a quien deberías ir a buscar en vez de a mí. Porque es a ella a quien de verdad quieres y yo lo acepto. Lo nuestro hace mucho que terminó —afirmo con tristeza, pero, lo que al principio parecía funcionar, consigue el efecto contrario.

—¡Cállate! —me grita tirándome al suelo de un empujón. Acto seguido, me habla enfurecido y con desprecio. Julio se acerca hasta él amenazante, pero yo le pido con la mirada que no lo haga—. ¡No metas a Daniela en esto! ¡Ni se te ocurra nombrarla! —añade señalándome altivo—. Se terminará cuando yo diga que se haya terminado, Sara. ¿O crees que por haber cambiado la cerradura de casa y echarme al pitbull de tu amiguita me voy a dar por vencido? ¿Piensas que te vas a librar de mí tan fácilmente como hizo ella? ¿Crees que voy a estar esperando tu llamada y que, cuando me llames, voy a correr a tus pies como lo hago con ella? Tú no vas a jugar conmigo como lo hace ella, porque tú no vales una mierda y vas a hacer lo que yo te diga —responde señalándome lleno de dolor y resentimiento, pero consiguiendo una vez más que me sienta diminuta y casi invisible.

—Daniela aún te quiere, Mario —digo desde el suelo para intentar calmarlo—. ¿Por qué crees que te busca constantemente? Lo que pasa es que la convivencia contigo resulta complicada, pero es por ella por quien debes intentar cambiar. No por mí.

—¡Oh, Cállate! ¡Cierra la puta boca! ¡No tienes ni idea de lo que dices! —me grita cerrando los ojos y frotándose las sienes enérgicamente, intentando controlar lo incontrolable. Levanta la mano en el aire para hacerme callar con ella, y por un segundo imagino el peso de su mano en mi cara y, como un acto reflejo, me encojo antes de que impacte contra mi rostro. Pero durante ese segundo, Mario duda y Julio lo detiene antes de que decida hacerme callar.

—Mira, creo que todo tiene un límite, así que será mejor que te vayas por donde has venido —le aconseja Julio dándole un empujón en el hombro con brusquedad antes de ayudarme a levantar del suelo—. ¿Estás bien, Sara? —me pregunta con dulzura.

—Sí, no te preocupes. Estoy bien. Vámonos, por favor, Julio, sácame de aquí —le suplico muerta de miedo, ya que jamás había visto así a Mario.

—Tranquila —me susurra retirándome el pelo de la cara con delicadeza—. Pero alguien tiene que pararle los pies a ese tipo.

—¡Ah! ¡¿Y ese alguien vas a ser tú, Ken?! —lo reta a nuestras espaldas de forma despectiva.

Entonces, perdiendo la serenidad, oigo a Julio repetir una y otra vez, entre dientes y a modo de plegaria:

—Dios mío, dame paciencia porque, como me des fuerza, mato a este gilipollas. —Y en décimas de segundo, veo a Mario con la espalda contra un árbol y el brazo de Julio contra su garganta, mientras alza su puño a pocos centímetros de su cara—. ¡Mira! ¡Hasta ahora creo que he sido bastante paciente, pero estoy comenzando a cansarme de ti! No me gustan los problemas, pero, si me buscas, me encuentras, así que será mejor que te largues antes de que te parta la cara.

—Eso tal vez deberías habértelo pensado antes de fijarte en la mujer de otro —le contesta a duras penas, intentando liberarse del brazo que le impide respirar con normalidad, pero sin mucho éxito.

—Que yo sepa, lo vuestro es algo que jamás debió comenzar, así que olvídala ya. Ahora está conmigo —le responde Julio, dejándome boquiabierta.

«¿Cómo que estoy con él —me pregunto interiormente—. ¿Qué ha querido decir con eso?» Justo en ese momento, aparecen los amigos de Julio.

—¿Pasa algo, Julio? —le pregunta Fer, poniéndose a su lado.

—No, sólo ha sido un malentendido y ya se iba, ¿verdad, Mario? —le plantea bajando su puño amenazante y aflojando la presión del cuello.

—Sí, sí... tranquilicémonos. Todo está aclarado —balbucea alzando las manos en señal de rendición, perdiendo toda la seguridad que antes de verse rodeado desprendía.

Entonces Julio lo suelta por completo y, agarrándome de la mano, dice para que Mario lo oiga:

—Vamos, te acompaño a casa. —Pero antes de comenzar a caminar, le hace un gesto de cabeza a Fer que tan sólo ellos saben lo que significa.

Veo cómo Mario nos mira por el rabillo del ojo y, automáticamente, agacho la cabeza. «Esto no es el final», me dice con una mirada llena de rencor antes de escupir e irse.

—Es la segunda vez que tengo que rescatarte —comenta para romper el silencio.

—¿La segunda? —pregunto confusa al llegar al portal.

—La primera fue en el parque. Te salvé de morir deshidratada por exceso de lágrimas por culpa del capullo de tu novio —dice sonriendo.

—Exnovio —rectifico.

—Exnovio, perdón. Aunque eso él aún no lo tiene muy claro. Abre, te acompaño hasta la puerta —me ordena al ver que me detengo con las llaves en la mano.

—No es necesario, de verdad —le digo nerviosa.

—Lo sé, pero quiero hacerlo.

Al oír su seguridad, una duda asalta mi cabeza. «¿No pretenderá que lo invite a entrar en mi piso? Porque, si es así, no lo voy hacer. Eso complicaría mucho más las cosas y todavía no estoy preparada para eso», pienso mientras noto cómo mis mejillas adquieren un rojo incandescente.

—En serio, Julio, te agradezco mucho lo que has hecho por mí, pero no es preciso que me acompañes hasta la puerta —insisto casi tartamudeando, intentando evitar un momento de lo más incómodo.

—Sara, sólo te voy a acompañar hasta la puerta. No tengo la necesidad de subir con una intención completamente diferente a la que te estoy diciendo. No es mi estilo, y ya deberías saberlo. No te preocupes, te aseguro que el día que quiera algo más, te enterarás —me suelta, dejándome petrificada por la seguridad con la que habla mientras me acaricia la mejilla con su pulgar. Después me quita las llaves de la mano y me sujeta la puerta para que pase. Y no sé si ha sido su caricia o ese simple gesto, pero ha conseguido que cambie de idea y, lo que antes me parecía algo descabellado, ahora me parece todo lo contrario. «¿Qué pasa?, ¿ahora no le intereso de esa manera?», me digo mientras él continua hablando tan normal.

—Me diste una alegría el otro día al saber que lo habíais dejado —comenta acercándose a mí. Justo en ese instante, se abren las puertas y yo salgo disparada del ascensor.

—Ya hemos llegado, ésta es mi puerta —anuncio metiendo las llaves en la cerradura mientras él me mira sonriendo.

—Muy bien, entonces ya me puedo ir tranquilo. He conseguido que llegues a casa sana y salva —bromea agarrándome de la cintura y dándome un beso sin previo aviso. Un beso que me deja sin aire, sin respiración. Un beso que hace que mis rodillas flaqueen y que, cuando termina, deseo que continúe. Entonces abro los ojos y me encuentro con su engreída sonrisa de satisfacción.

»Te dije que cuando quisiera algo más te enterarías. Así que vete acostumbrando, bombón —suelta antes de besarme en la punta de la nariz e irse.

Cuando por fin entro en casa, me derrumbo sobre el sofá y paso la lengua por mis labios buscando las pequeñas briznas que hayan quedado en ellos de su sabor, paladeando en mi mente ese instante. Después de todo, puedo decir que no ha sido un día tan malo como parecía en un principio, me digo recordando en detalle ese beso y dirigiéndome a la cocina para prepararme un sándwich y luego contarles a las chicas este último acontecimiento.

Tengo que pensar cómo explicar lo ocurrido en el parque, porque no quiero que Lola se tome la justicia por su mano o África le pida a Juan que haga algo. Quiero que las cosas se queden como están. Quiero que mi vida vuelva a ser como era antes de conocer a Mario y poder olvidar esta etapa de mi vida lo antes posible. Además, hoy, por primera vez, he sido capaz de decirle lo que pienso. Vale que me sentía protegida al estar Julio a mi lado, pero, aun así, estoy orgullosa de este minúsculo paso. Pienso en ello mientras saco el pan de molde, el jamón de York y el queso. Pero nada más meter todo en la sandwichera, oigo el sonido de un wasap en mi móvil. El primer nombre que aparece en mi mente es Mario y, temerosa, miro el teléfono... pero una sonrisa aparece en mi cara al ver el nombre de Julio en la pantalla.

 

Julio: Me estoy arrepintiendo de no haberte acompañado hasta tu dormitorio.

 

«¡¡Joder con el niño!! Ciertamente con él no hay ninguna duda de lo que quiere cuando lo quiere. Con Julio nunca podré decir que las señales no las supe interpretar», me digo a mí misma al leer su mensaje y, como no sé qué contestar, simplemente le envío un «Ja, ja, ja, ja».

 

Julio: No te rías. Sé que hoy no era el momento adecuado, pero también sé que ese momento llegará.

Sara: Seamos sinceros, Julio.

Julio: Sinceridad es mi segundo nombre.

Sara: No, en serio. No te gustan los problemas, lo has dicho varias veces, y yo soy un imán para ocasionarlos. No hay más que ver lo que ha pasado hoy.

Julio: No te equivoques, Sara. El problema lo tiene el capullo de tu ex, que no tiene ni puta idea de cómo tratar a una mujer. Tú el único problema que tienes es haber confiado en él, pero todos cometemos errores.

Sara: Puede que tengas razón, Mario tiene un problema en ese aspecto. Pero no tienes ni idea de la mitad de problemas que tengo.

Julio: No creo que sean tantos, pero, cuando quieras, me los cuentas. Ya sabes que soy bueno escuchando.

Sara: Lo sé.

 

Respondo eso recordando que fue lo que más me gustó de él cuando lo conocí.

 

Julio: Perfecto, entonces el viernes me paso por tu casa, me invitas a cenar y convertimos un momento de lo más normal en algo extraordinario mientras me cuentas ese millar de problemas que tienes.

Sara: No creo que sea una buena idea, Julio.

Julio: Sólo hablaremos, será una conversación entre dos amigos que se cuentas sus problemas. Sólo eso. No tengo intención de conseguir que hagas algo de lo que no estás segura, si eso es lo que te preocupa. Y no es por falta de ganas, te lo aseguro. Pero no es mi estilo. Además, me apuesto lo que quieras a que serás tú la que me pedirá que me meta en tu cama.

Sara: Me asombra tu seguridad. ¿Y si no te lo pido nunca?

Julio: Sé cuándo y por quién debo apostar. Y, para tu información, me gusta correr riesgos.

Sara: Está bien, acepto la apuesta. Ya pensaré cuando gane cómo pagarás tu deuda.

Julio: Lo mismo digo. Mañana hablamos. Buenas noches.

Sara: Ok, cena y conversación como amigos el viernes. Buenas noches.

 

Le respondo recalcando lo de «como amigos», aunque, si tengo que ser franca conmigo misma, confío en su palabra mucho más de lo que he confiado durante meses en la de Mario. Tras comerme mi sándwich recién hecho, me dirijo a la cama con la sensación de estar agotada. Hasta ahora no me había dado cuenta, pero, justo en este instante, noto la pesadez de todo mi cuerpo y tengo la impresión de que, en vez de horas, han pasado meses a lo largo del día. «Demasiados momentos de tensión», pienso al ponerme mi pijama de Betty Boop, y me meto en la cama con el móvil en la mano.

 

Sara: Hoy ha sido un día muy revelador, he vivido uno de los momentos de mayor tensión.

África: Pues ya somos dos, se acaba de ir mi madre de casa. ¿Qué te ha pasado?

Sara: Al volver a casa me encontré con Julio y con Mario en el parque.

África: ¡¿Cómo?!

Sara: Como te lo cuento. Mario, en su línea, un auténtico capullo; cada vez me sorprendo más a mí misma... ¿Cómo he aguantado tanto?

Lola: Bienvenida al club. Es un enigma que no llegaremos a entender ninguna.

África: Espera, espera... ¡¿te has encontrado a los dos a la vez?! ¿Mario, Julio y tú?

Sara: Más bien Mario ha aparecido cuando Julio y yo estábamos hablando. Ha pensado que llevábamos tiempo liados y me ha tachado de embustera, quitándose él toda clase de culpa.

Lola: Esto se pone interesante. ¿Y qué ha dicho Julio?

Sara: ¿Qué crees que ha dicho, Lola?

Lola: Espero que le haya partido la cara y le haya cerrado esa boca de un puñetazo. En plan caballero salvando a la damisela.

Sara: No ha habido puñetazo, pero sí le ha callado la boca.

Lola: Entonces, la damisela habrá tenido que agradecerle al caballero su gran valor en plan Putanieves y el príncipe, ¿no? Dime que sí, por favor, dime que sí.

 

Antes de que pueda contestar, llega un mensaje de Lola lleno de emoticonos cruzando los dedos.

 

Sara: No, pero he quedado con él para cenar el viernes.

Lola: ¡¡¡¡Bien!!!! Así me gusta. A rey muerto, rey puesto.

Sara: Pero en plan ¡¡¡amigos!!!, no te hagas ilusiones.

Lola: Bueno, bueno... una cosa puede llevar a la otra...

África: Sara, recuerda lo que hablamos. Haz lo que realmente te apetezca. No hagas nada simplemente porque te sientas en la obligación de agradecerle su valor, como dice Lola.

Lola: ¡África! ¡Calla ya! ¿Quieres dejar de aguarnos la fiesta? A ésta no le hagas ni caso. Siempre se ha dicho que es de bien nacida ser agradecida.

África: No quiero callarme. Me alegro por ella, que haya tomado la decisión correcta y que haya tenido el coraje de poner punto final a algo que no le hacía ningún bien, pero no quiero que vea en Julio lo que no llegó a tener con Mario.

Sara: Ya te dije que eso lo tengo claro. Julio no es para mí y sólo hemos quedado como amigos.

Lola: África, esto es una buena noticia y lo estás convirtiendo en un drama. La chica quiere darse una alegría y ha elegido al mejor candidato. ¿Qué hay de malo en eso?

África: Nada, pero no quiero que se haga castillos en el aire. Quiero que no planee un final tipo comieron perdices y fueron felices para siempre.

Lola: ¡No, no! Prohibido enamorarse, Sara. Julio es un parche para un descosido. Te enseña lo que es un polvo en condiciones. De esos que te dejan sin respiración y estás a punto de perder el conocimiento. Me he dejado llevar, lo sé, pero es que el chaval tiene toda la pinta de echar polvos así. No hay más que fijarse en cómo se mueve. Bueno, al grano, que me pierdo. Te planta una sonrisa permanente en esa cara que tienes desde hace meses y aquí paz y después gloria. ¿Entendido, Sara?

Sara: Os lo vuelvo a repetir, sólo hemos quedado como amigos. No pienso equivocarme otra vez.

Lola: Bueno... Quien dice amigos también puede decir follamigos. Sara, te hace falta echar un polvo en condiciones urgentemente, te lo digo yo. Además, estoy segura de que el Chucho no tiene el diploma de nivel experto, más bien un aprobado raso. En cambio, Julio...

África: Yo sólo quiero que se deje llevar sin pensar en el futuro. Lo que tenga que ser, será, y no hay por qué pretender algo más. Julio es joven, tiene un don con las mujeres y él lo sabe.

Lola: Eso es lo que te hace falta, Sara. Que te proporcionen un señor don... don polvazo, don orgasmo, don éxtasis total...

Sara: No sé si habéis leído mi mensaje anterior, pero he escrito que ¡¡¡¡sólo hemos quedado como amigos!!!! No pretendo nada más. Creedme cuando os digo que sólo somos amigos. En estos momentos no me veo capaz de iniciar una nueva relación. Julio me hace ver las cosas más sencillas de lo que a mí me parecen, y eso me gusta, nada más. Pero no pretendo complicarme la vida.

Lola: ¿Complicarte la vida? ¡Con quién te la has complicado es con ese saco de pulgas! Además, yo no le he visto el cartel de chico problemático colgado en la espalda. Él sólo quiere hacerte pasar un buen rato y ya, de paso, tú averiguas lo que es eso. No sé dónde está el inconveniente, cuando ambos buscáis lo mismo.

Sara: Yo no busco eso, Lola.

Lola: Pues no es por nada, pero te vendría muy bien buscarlo, Sara. Estás falta de...

África: Sara, estoy deseando que te diviertas, pero con los pies en la tierra, ¿vale? No hagas caso a Lola, porque tú no eres ella y lo que para ella sirve para nosotras no. Lola es una mujer fuera de lo común. Así que, si comienzas algo con Julio, piensa que tal vez no seas la única. Él no te lo va a ocultar, como sí hacía Mario, pero es algo que debes tener en cuenta.

Sara: Tranquila, es obvio. Siempre está rodeado de chicas que babean por una mirada suya. Yo tan sólo soy un capricho, por eso os digo que sólo somos amigos.

Lola: ¡Oye, maja! Que a mí me guste el sexo más que a un niño los caramelos no quiere decir que sea rara, sino excepcional. El problema es que, para el resto de las mujeres, cualquier excusa es buena para no practicar algo tan gratificante y saludable. Y a mí me pasa lo contrario, que cualquier excusa es buena para practicarlo. Así que haz el favor de callar, África, porque estás fastidiando la fiesta. Primero la ánimas y luego reculas, y así mal vamos.

África: Lola, sólo la estoy advirtiendo. No quiero verla sufrir más. Le digo los pros y los contras.

Lola: La acojonas, África, eso es lo que haces. Mira, Sara, en lo único que tienes que pensar es en que, de entre todas esas chicas con las que pudiera estar, el viernes te ha elegido a ti por el motivo que sea. Porque es contigo con quien quiere estar y no con ellas. Así que sé un poquito más positiva y, por una vez, piensa que eres la más guapa del baile y están a punto de coronarte como la reina.

Sara: Para ti es fácil pensar así.

Lola: Y para ti también, Sara. Sólo debes mirarte al espejo. De verdad, yo me desespero contigo. Si fueses un callo malayo, vale, ¡pero es que no lo eres!

Sara: Bueno, vamos a dejar el tema, que mañana la única que no madruga es África. Y me estáis agobiando entre las dos.

África: Vale, pero piensa en lo que te he dicho. Y en esto último que te acaba de decir Lola, que es en lo único que tiene razón. No tienes nada que envidiar a ninguna otra chica.

Lola: Perdona, pero yo siempre tengo razón. Así que hazme caso a mí: dale alegría al cuerpo, Macarena. En serio, Sara, a todos nos iría mucho mejor si la gente follase más y pensase menos. Un orgasmo te ayuda a liberar tensiones y te abre la mente, entre otras cosas... Ja, ja, ja, ja.

África: Estoy de acuerdo con Sara, vamos a dejar el tema. Tú decides quién tiene razón.

Lola: ¡¡¡¡Yo!!!!

Sara: La razón siempre está en mezclar la sensatez, los instintos primarios y el punto justo de locura necesario para sentirte viva. Y eso es lo que me aportáis cada una... Ja, ja, ja, ja, ja. Buenas noches.

 

Me despido dejando el teléfono sobre la mesilla y luego contemplo la luna a través de la ventana desde mi cama. Y por primera vez en mucho tiempo me encuentro realmente a gusto en ella. No la encuentro ni fría, ni vacía, ni mucho menos encuentro tensión. Porque mi cama, como el resto de mi casa, ha vuelto a ser mía, pienso levantando la cabeza de la almohada para echar un vistazo al bienvenido desorden que me ha caracterizado siempre.