VIII
Inferi

En la corte se puede arraigar de dos maneras: en las nubes, y se es augusto; en el fango, y se es poderoso.

En el primer caso se es del Olimpo; en el segundo caso, del retrete. El que es del Olimpo no tiene más que el rayo; el que es del retrete tiene la policía.

El retrete contiene todos los instrumentos de reinar, y a veces, por ser traidor, el castigo. Nerón va a morir en él. En este caso se le llama letrina.

Habitualmente es menos trágico. Allí es donde Albero ni admira a Vendôme. El retrete es con gusto el lugar de audiencia de las personas reales. Hace las veces de trono, Luis XIV recibe en él a la, duquesa de Borgoña. Felipe V está en él mano a mano con la reina. El cura penetra en él a cada instante; el retrete es a veces una sucursal del confesonario. Por eso hay en la corte las fortunas, que no son las menores. Si queréis ser grande en el tiempo de Luis XI, sed Pedro de Rohan, mariscal de Francia; si queréis ser influyente, sed Oliverio el Gamo, barbero. Si, en tiempo de María de Médicis, queréis ser gloriosos, sed Sillery, canciller; si queréis ser considerable, sed la Hannon, camarista. Si, en tiempo de Luis XV, queréis ser ilustre, sed Choiseul, ministro; si queréis ser temible, sed Lebel, criada. En tiempo de Luis XIV, Bontemps, que le hace la cama, es más poderoso que Louvois que le hace sus ejércitos y que Turena que le hace sus victorias A Richelieu, quitadle el padre José, y tendréis a Richelieu casi nulo. Tiene de menos el misterio. La eminencia roja es soberbia, la eminencia gris es terrible. Ser un gusano ¡qué fuerza!

Precisamente la condición de esta fuerza, es la pequeñez. Si queréis manteneros fuerte, manteneos mezquino. Sed la nada. La serpiente en reposo, acostada en ruedo, figura a la vez cero y lo infinito.

A Barkilphedro le había caído una de estas fortunas viperinas. Habíase arrastrado a donde él quería. Las bestias plenas entren por doquier. Luis XIV tenía chinches en su cama y jesuitas en su política. Incompatibilidad: ninguna.

En este mundo, todo es oscilación. Gravitar es oscilar.

Un polo quiere al otro. Francisco I quiere a Triboulet; Luis XV a Lebel. Existe una afinidad profunda entre esta altura extrema y una extrema bajeza. Es la bajeza la que dirige. Nada más fácil de comprender. El está debajo, tiene los hilos. No existe posición más cómoda. Se es el ojo y se tiene el oído, él es el ojo del gobierno: se tiene el oído del rey. Tener el oído del rey, es correr y descorrer a su capricho el cerrojo de la conciencia real, y meter en esta conciencia lo que se quiere. La imaginación del rey es vuestro armario. Si sois trapero, es vuestra banasta. Los oídos de los reyes no les pertenecen a ellos; lo cual hace que en suma esos pobres diablos sean poco respetables. Él que no es dueño de su pensamiento, tampoco lo es de sus actos. Un rey, obedece. ¿A qué obedece? A una mal alma cualquiera que desde el exterior le zumba los oídos. Sombría mosca del abismo.

Ese zumbido manda. Un reinado es un dictado.

La voz alta es el soberano; la voz baja es la soberanía.

Los que, en un reinado, saben distinguir esta voz baja y oír lo que ella le sopla a la voz alta, son los verdaderos historiadores.