XIV
Ortach

Volvía a empezar el escollo. Después de los Casquets, Ortach. La tempestad no es un artista, es brutal; y omnipolente, y no varía sus medios. La obscuridad es inagotable. Jamás se agotan sus lazos y sus perfidias. El hombre llega pronto al extremo de sus recursos El hombre se gastó, el abismo no.

Los náufragos se volvieron hacia el jefe, su única esperanza. Este no pudo hacer más que encogerse de hombros; sombrío desdén de la impotencia.

El peñasco Ortach es una losa en medio del océano. El escollo Ortach, todo de una pieza, superior al choque de las olas, sube recto a ochenta pies de altura. Las olas y los buques se estrellan en él. Cubo inmutable, sumergía a pico seis flancos rectilíneos en las innumerables masas serpenteantes del mar. De noche, semeja un enorme tajo, colocado encima de los pliegues de un gran paño negro. En la tempestad, aguarda el hachazo que es el rayo.

Pero en la tromba de nieve jamás hay rayos. Verdad es que el buque tiene la sonda en los ojos; todas las tinieblas están aliadas contra él. Hállase dispuesto como un condenado a muerte. Al rayo, que es un fin rápido, no hay que esperarle.

La Matutina, con no ser más que un resto flotante, dirigiose hacia ese peñasco, como se había dirigido hacia el otro. Los infelices que por un momento se habían creído salvados, volvieron a experimentar angustia. El naufragio que habían dejado tras de sí, reaparecía ante ellos. El escollo volvía a salir del fondo del mar. Nada se había hecho.

Los Casquets son una criba, el Ortach es un muro. Naufragar en los Casquets, es ser hecho pedazos. Naufragar en el Ortach, es ser aplastado.

Sin embargo, había una probabilidad favorable. En los frentes rectos, y el Ortach lo es, las olas, lo mismo que las balas, no tienen rebote. Están reducidas al simple juego. Es el flujo, luego el reflujo. Llegan olas y olas se vuelven.

En semejantes casos, la cuestión de vida o muerte se plantea así: si la ola conduce el buque hasta el peñasco, lo destroza y está perdido; si la ola retrocede antes de que el buque haya tocado, se lo vuelve a llevar, y está salvado.

Punzante ansiedad. Los náufragos divisaban en la penumbra la enorme ola suprema que venía hacia ellos. ¿Hasta dónde iba a arrastrarles? Si la ola estrellaba al buque, ellos serían precipitados contra la peña y hechos pedazos. Si pasaba por debajo del buque…

La ola pasó por debajo. Todos respiraron. Pero ¿qué retroceso iba a tener? ¿Qué haría de ellos la resaca? La resaca se los llevó consigo.

Algunos minutos después, la Matutina estaba fuera de las aguas del escollo. Desaparecía el Ortach como habían desaparecido los Casquets.

Era la segunda victoria. Por segunda vez había llegado la urca al borde del naufragio y había retrocedido a tiempo.