VI
Se creen ayudados

En medio de su creciente preocupación, el doctor pasó una especie de revista a la situación, y quien hubiese estado junto a él, habríale podido decir:

—Demasiado balance y poco cabeceo.

Y dominado por el obscuro trabajo de su imaginación, volvió a hundirse en su pensamiento como se hunde un minero en un pozo. Esta meditación no excluía la observación del mar. El mar observado es una meditación.

El sombrío suplicio de las aguas, eternamente atormentadas, iba a empezar. De todas aquellas olas salía un lamento. En la inmensidad hacíanse preparativos confusamente lúgubres. El doctor contemplaba lo que tenía ante los ojos, y no perdía ni un solo detalle. Por lo demás, en su mirada no había contemplación alguna. No se contempla el infierno.

Una vasta conmoción medio latente aun, pero transparente ya en la perturbación del espacio, acentuaba y agravaba cada vez más el viento, los vapores, las oleadas. Nada hay tan lógico ni parece tan absurdo como el Océano. Esta dispersión de sí mismo, es inherente a su soberanía, y es uno de los elementos de su amplitud. La ola se ata sólo para desatarse. Una de sus vertientes ataca, la otra se defiende. No hay visión parecida a las olas.

La brisa acababa de declararse en pleno Norte. Era tan favorable en la violencia, y tan útil en el alejamiento de Inglaterra, que el patrón de la Matutina se había decidido a cubrir de velas el barco. La urca se evadía en la espuma, como al galope, con todas las velas desplegadas, viento en popa, saltando de ola en ola, con rabia y alegría a la vez. Los fugitivos, encantados, reían. Palmoteaban aplaudiendo las olas, las velas, la velocidad, la huida y el ignorado porvenir. El doctor parecía no verles y meditaba.

Ya no quedaba vestigio alguno de claridad. Aquel era el instante en que el niño, atento en lo alto de las lejanas rocas, perdió de vista la urca. Hasta aquel instante su mirada había permanecido fija y como apoyada en el buque. ¿Qué influencia tuvo esa mirada en el destino? En aquel instante en que la distancia borró la silueta de la urca y en el que el niño ya nada vio, éste se fue al Norte mientras aquélla iba al Sur. Todo se hundía en la noche.