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-QUÉ lugar es este? —preguntó Ana, mirando en derredor. El bar tenía las luces tenues, la barra de licores formaba una isleta en medio del lugar, y entre las licoreras, hombres y mujeres uniformados con camisetas blancas y ajustadas servían tragos y margaritas a quienes lo pidieran.
En un rincón había una tarima, y en él, un piano de cola y varios instrumentos de viento.
—Es Jazz? —preguntó Ana.
—Sí. Un reconocido grupo va a hacer un show aquí hoy.
—Me encanta!
—De verdad?
—Sí! Ah, perdí un Cd de jazz en el incendio. Con tantas cosas... ni me acordaba.
—Me alegra mucho que te guste —Ana lo miró sonriendo y, sin querer restringirle sus besos, se acercó a él.
—Carlos? —escuchó que decía alguien, y Ana se quedó a mitad de camino de su beso. Ambos se giraron para encontrar a una mujer alta, de ojos bonitos y grandes, con cejas negras y arqueadas. Labios rojos y pestañas rizadas. Era bonita en verdad... y estaba mirando a Ana como se mira a una cucaracha.
Ana frunció el ceño mirándola también. Qué quería esta mujer, pelea? Luego sintió que la conocía de algún lugar...
—Andrea! —exclamó Carlos, y Ana lo miró entonces a él—. Amor, es Andrea, una de las ejecutivas de Jakob.
—Ah... —de allí la conocía, concluyó Ana. Seguro había ido a Texticol para algo.
—Sabía que vendrías —dijo Andrea mostrando una sonrisa de dientes blancos y parejos—. He reservado una mesa para los dos. Vamos?
—Reservaste una...? —Carlos no termino la pregunta, pues sintió la mirada de Ana—. Debe haber un error. Yo reservé una mesa para mí y para mi... novia.
—Qué?
—Te la presento —tomó a Ana de la cintura y la hizo avanzar un paso. Ana lamentó el no haber ido a un salón de belleza para que la maquillaran y la peinaran. Estaba como siempre, poco maquillaje, su cabello suelto y ondulado, aunque esta vez se lo había peinado a medio lado y al salir de casa había considerado que se veía bonita. Pero ahora había perdido un poco de esa confianza. Además, no le gustó la mirada estudiosa de ella, ni la cara de decepción que mostró—. Andrea, esta es Ana, la mujer que amo y con la que pronto me casaré.
—De veras? —rió ella, como si lo pusiese en duda. Carlos mantuvo su sonrisa.
—Claro que sí. No juego con esas cosas. Lamento que hayas entendido que tenías que reservar una mesa para mí, pero cuando me hablaste del lugar, sólo pensé en traer a Ana... Ya tengo la reservación.
—Pero yo tengo un buen sitio.
—Supongo que VIP es un buen sitio también —sonrió él, y Andrea elevó sus pobladas y bien delineadas cejas. Era hermosa, la condenada.
—Es una lástima.
—Oh, de todos modos, espero que lo pases bien con tus amigos —sonrió Carlos. Inclinó su cabeza a modo de despedida y dio la vuelta con Ana aún de su brazo, que ahora estaba un poco rígida.
Cuando llegaron a la mesa, desde la cual se podía ver perfectamente la tarima de instrumentos, en seguida alguien se acercó para dejarles la carta de bebidas. Ana miraba la lista de diferentes tragos, mezclas, cocteles, margaritas, pero no veía nada, en realidad.
—Estás molesta?
—Claro que no.
—Ok —dijo él, y se concentró en su carta, pero estaba mordiendo una sonrisa—. Te gusta el sitio?
—Sí.
—Ya —elevó una mano, y enseguida un camarero vino a tomar su orden—. Estás celosa? —preguntó él cuando ambos hicieron su pedido.
—Celosa? Claro que no.
—Mmm... —Carlos extendió su mano para tomar la suya por encima de la mesa, pero ella lo esquivó.
—Por otro lado —comentó ella, mirando en derredor—, por qué esa zorra tenía una reservación para ti y para ella en este sitio? —Carlos casi se echa a reír.
—Zorra?
—Zorra.
—No es una zorra.
—Es una maldita zorra.
—Por qué las mujeres tienen que odiarse unas a otras en cuanto se ven?
—Eso es una estupidez; quiero a Ángela y a Eloísa.
—Porque no son una amenaza para ti.
—Disculpa, esa zorra es una amenaza?
—No quise decir eso.
—Me quiero ir —dijo ella poniéndose en pie, y Carlos se interpuso en su camino. Sonreía de ver sus reacciones, nunca la había visto así, e imaginó que tenía que ser muy cuidadoso con cada palabra que soltara ahora.
—Está bien, amor. Es una zorra. Y una quita-maridos también. Pero olvidémonos de ella, no arruinemos nuestra noche—. Ella lo miró justo a sus ojos aguamarina, que sonreían, aunque él estaba muy serio. Respiró profundo, él tenía razón.
—Ella no me gusta.
—Es que es mala, seguramente.
—No te burles de mí.
—Cariño, he aprendido a tomarme en serio tus corazonadas. Si no te gusta, por algo será. Lo de la reservación fue un malentendido. Ella me habló de este lugar, y por alguna razón creyó que vendría con ella...
—No, por alguna razón no. Es una oportunista, y si te descuidas, nos hará daño.
—No nos hará daño, no soy tan tonto—. Ana respiró profundo, y se volvió a sentar, y esta vez, no rechazó la mano de Carlos.
—Trabaja en Jakob, dijiste? —le preguntó. Él acercó sus dedos a sus labios para besarlos.
—Incluso la tenía como candidata para posible gerente.
—La “tenías”?
—Bueno, lo estoy reconsiderando—. Ana se echó a reír al fin, más relajada. Recordó que este hombre de aquí era capaz de revolucionar medio mundo con tal de hacerla a ella feliz.
—Está bien, olvidémonos de ella. Me gusta el sitio—. En el momento, los músicos se ubicaron en su lugar, uno de ellos saludó a la concurrencia y algunos vitorearon. Ana se puso en pie y caminó a una barandilla desde la cual se podía ver mejor. Carlos se ubicó a su lado, rodeándola con su brazo y Ana olvidó de inmediato a todas las zorras que pudieran estar codiciando a su novio. Sin embargo, a la distancia vio a Andrea, sentada sola en su mesa y cruzada de brazos. Miró a Carlos y se dio cuenta de que él también la había visto.
—Tal vez deba llamar a alguien para que le haga compañía.
—Busca a alguien que haya sido muy malo en la vida.
—Había pensado llamar a Fabián.
—De ningún modo! —casi gritó ella—. No relacionaré a uno de mis amigos con esa mujer.
—No son unos niños...
—Carlos, te lo suplico, no —Carlos la miró entonces atento. Ana nunca usaba ese tono.
—Está bien, cariño.
—No son celos, ni complejo de inferioridad... ella no me gusta. Y no se te ocurra traer a Fabián aquí.
—Está bien, está bien—. Pero cuando ella se giró, Carlos hizo una mueca.
Pasados unos minutos, se olvidaron de Andrea, y del resto del lugar. Aunque ninguno de los dos tenía idea de cómo bailar Jazz, se acercaron el uno al otro y se movieron al compás de la música, hablando, riendo.
—Bueno, tenemos una petición especial entre nuestro público —dijo el músico que sostenía el bajo—. Carlos —dijo, mirándolo significativamente—, adelante.
Ana miró a Carlos interrogante, y de inmediato un reflector los iluminó. Carlos, con una sonrisa de oreja a oreja, buscó algo en su bolsillo y sacó una caja de cristal. Ana abrió su boca queriendo exclamar algo, pero no salió sonido alguno.
—No quería que fuera algo sencillo —dijo él, y a pesar del reflector, Ana vio que estaba terriblemente sonrojado. Él odiaba destacar en público, y ahora eran el centro de atención de un bar a rebosar—, pero... —agregó él, a la vez que hincaba una rodilla en el suelo y elevaba un anillo con una enorme piedra engastada en oro— Te casas conmigo?
Ana se cubrió la boca, segura de que el alma se le iba a salir por allí. Sonaron unos redoblantes, la gente alrededor gritó, Andrea incluso se puso en pie para mirarlos mejor, con sus ojos abiertos como platos; y el sitio se volvió una locura total hasta que Ana movió su cabeza afirmativamente, y él se puso en pie para recibir su abrazo y su beso.
Ana sentía estar flotando, o algo así. Carlos la alzó, y ella escuchó su risa de júbilo. Cuando la bajó, él le puso el anillo.
—Estás loco! —gritó ella, para hacerse oír en medio de la algarabía.
—De amor por ti.
—Pero a ti... a ti no te gusta este tipo de espectáculos.
—Tan aburrido me crees?
—No! Pero...
—A que te he sorprendido.
—Definitivamente, sí —rió ella, y le rodeó el cuello con sus brazos, lo besó en la boca y se pegó a su cuerpo tan feliz que todo su cuerpo vibraba. Luego sintió que alguien tocó su hombro, y ella se giró para encontrarse con Ángela, Eloísa, Fabián, Mateo, Juan José e incluso a Silvia y Judith.
Se ubicaron en una mesa más grande, y celebraron, hablaron cháchara y ella se miraba el anillo en su mano sin poder creérselo. Era feliz, y no sabía cómo expresarlo, cómo demostrarlo.
—Ves? —dijo Ángela— el anillo es importante.
—Sí, ya veo. Parece más real...
—Felicitaciones! —escuchó decir, y Ana sintió un peso en el estómago al ver a Fabián ponerse en pie y hacerle un sitio a Andrea, que se había autoinvitado a la mesa. Eloísa la miró preguntando quién era esa, y Ángela, que por lo general esperaba siempre para hacerse una opinión de las personas, miró a Andrea haciendo una mueca.
Pero era una noche especial, así que olvidaron el asunto y se dedicaron a celebrar.
-Fue espectacular! —exclamó Ángela sonriendo. Tenía a Alex en sus brazos, un poco inquieto y queriendo saltar en su regazo, y Ana los observaba sonriente. Había traído a Paula y a Sebastián con ella, pues Ángela se quejaba de que cada vez la visitaban menos. Ahora ellos estaban con Juan José y Carolina en el jardín; él les mostraba un pequeño helicóptero que funcionaba a control remoto; un juguete de Alex, pero que quien lo disfrutaba era su padre—. Nunca me imaginé que Carlos hiciera una cosa de esas. Qué romántico!
—Sí —estuvo de acuerdo Ana, y era verdad. Ni ella misma se habría podido imaginar que Carlos fuera capaz de algo así. Todavía se llevaba sorpresas con su novio—. Espero que ese romanticismo no muera con los años—. Ángela sonrió negando.
—El matrimonio es diferente, no te lo voy a negar —dijo ella, sosteniendo a duras penas a Alex—. Es como por rachas... Con Juan José, hay veces que ni siquiera podemos tener las manos quietas, o vernos el uno al otro con la ropa puesta —Ana soltó una risita—, y en otras ocasiones —siguió Ángela—, estamos más tranquilos, y nos gusta más hablar, sólo dormir, y esas cosas cursis.
—No me lo hubiera imaginado.
—Claro, que no fue así al principio —siguió Ángela—, pero Juanjo y yo ya tenemos más de dos años casados, y dos bebés a bordo. Las cosas cambian mucho.
—Y quieres tener más? —Ángela mostró una sonrisa de picardía.
—Apenas Alex cumpla el año, trabajaremos en el otro.
—Tres? Ángela, estás segura?
—Hacemos hijos guapos. Le estamos haciendo un favor a la futura generación —Ana se echó a reír, y de repente, Alexander se tiró un pedo y Ángela hizo una mueca tan cómica que Ana no pudo evitar la carcajada. Estuvieron allí varios minutos, y Ángela desnudó a su hijo para cambiarle el pañal—. Tengo que ir por uno arriba, lo sostienes mientras, por favor? —Ana se puso en pie y ocupó el lugar de Ángela en el sofá. Alexander estaba de espaldas en el mueble sobre una pequeña frazada y la miraba sonriente, como si en vez de defecar, estuviera dándoles un regalo de altísimo valor.
—Tú y tus pedos en los momentos más oportunos —Alex se rió estruendosamente, y Ana recordó a Sebastián cuando tenía esa edad. Se acercó a él y le besó las plantas de sus piececitos desnudos. Alex volvió a reír; al igual que Sebastián, tenía cosquillas en los pies—. Ah, te gusta, te gusta? —Alex reía, y encogía sus piernas regordetas escondiéndose de ella. Y entonces Ana lo vio; la marca de nacimiento en la pierna de Alex, y que también Sebastián tenía. Palideció y sintió que la sala giraba en derredor. Miles de conclusiones llegaron a su mente, verdades que siempre estuvieron allí y que ella no pudo ver porque nunca tuvo tanta malicia.
No, no era difícil imaginárselos, a Lucrecia y a Orlando. No era difícil.
Cuando Ángela bajó de nuevo a la sala, Ana estaba pálida.
—Te sientes bien, nena? —le preguntó aprehensiva.
—Sebastián es hijo de Orlando Riveros —dijo ella de repente, y Ángela se detuvo en su camino al sofá. Ana la miró, y cuando la vio más preocupada que sorprendida, se echó a reír—. Tú ya lo sabías—. Ángela hizo una mueca.
—Lo descubrí en el hospital, luego del incendio.
—Y no me lo dijiste?
—Ana, tú estabas en medio de una pesadilla, viviendo un infierno con tu hermano herido y la amenaza sobre los demás. Cómo te iba a mortificar con algo así?
Ana miró a Alexander, que la buscaba para seguir jugando, con su hermosa sonrisa coqueta.
“No, no es mi hijo —recordó que dijo su padre en su ensoñación—, pero no lo quieras menos por eso”.
Orlando Riveros había sido su peor pesadilla. Recordarlo era recordar que había tenido que vender su virginidad a cambio de la seguridad de sus hermanas, era recordar la vergüenza y el dolor. Cuando tuvo esa terrible visión donde herían a sus hermanos, no fue a Antonio Manjarrez a quien vio, no, fue a Orlando Riveros, con su gordura y su cabeza brillante y su bigote. Su maldad pintada en los ojos grises, grises como los de Ángela, grises como los de Alex.
—Ana? —la llamó Ángela, y Ana la miró. Los ojos de Ángela eran bonitos, llenos de bondad, y ahora, de preocupación. Ser hijo de ese monstruo no indicaba llevar el gen de maldad. Su hermano era un buen chico, siempre preocupado más por sus hermanas que por sí mismo, intentando ser el hombrecito de la casa cuando no era más que un niño. Curioso por la electrónica, aficionado por el fútbol, inquieto, inteligente. Bueno.
Y era su hermano.
“Su alma es un alma vieja —había dicho también su padre—. Me sorprende que nadie alrededor se haya dado cuenta, en especial, Juan José. Los incendios persiguen a ese niño”.
—Ana—. Volvió a llamarla Ángela.
Ana no entendía por qué su padre había dicho que Sebastián era un alma vieja, o que los incendios lo perseguían. Qué vínculo había entre Juan José y su hermano?
—Es tu hermano —dijo de repente, y Ángela sonrió.
—Sí, lo es.
—Y es mi hermano también.
—Tú y yo también somos hermanas. Lo olvidas? Los lazos de amistad pueden llegar a ser más fuertes que los de sangre.
—Con razón... eso explica tantas cosas—. Ana se puso en pie y Ángela tomó su lugar de vuelta en el sofá, y se concentró en cambiarle el pañal sucio a su hijo mientras Ana caminaba por la sala atando cabos—. Lucrecia le fue infiel a mi padre con Orlando Riveros —dijo—. Papá lo descubrió, discutieron... pero como era tan engreída, ella no se mostró arrepentida. Quizá pensó que Orlando dejaría a tu madre para quedarse con ella.
—Eso nunca habría ocurrido —contestó Ángela—. De alguna manera, papá y mamá se llevaban bien, se complementaban. Es obvio que él tenía sus aventuras por fuera, pero respetaba la posición de mamá como su esposa y señora de la casa.
—Lo cual echó por tierra los planes de Lucrecia —siguió Ana—. Y al ver que no había hecho sino parir otro hijo más, huyó. No había progreso para ella en ese pueblo.
—Crees que se lo haya dicho? A papá.
—Que tenía un hijo suyo? Muy probablemente.
—Pero entonces por qué papá no le prestó atención? Quería desesperadamente un hijo varón.
—Tal vez no le creyó. Tal vez no fue la única que llegó a su puerta con esa historia.
—Sí... tal vez.
—Y por eso Sebastián es... en cierta forma, diferente a nosotras. Siempre lo notamos, pero la genética es una cosa loca.
—Juan José quiere mucho a tu hermano. Desde la primera vez que lo vio, me dijo que le causó una curiosa impresión —Ana la miró atenta.
—Por qué? —Ángela se encogió de hombros.
—Ni él mismo sabe explicarlo. Estaba muy angustiado cuando te fuiste con ellos y no sabíamos a dónde. Es... un afán protector—. Como Ana no dejaba de mirarla, Ángela continuó—. Tal vez sea porque... bueno, son huérfanos.
—No, no... hay algo más. Los incendios persiguen a ese niño —repitió Ana, y vio cómo Ángela se quedó quieta al escucharlo—. Qué relación hay para ti? —Ángela se echó a reír. Las lágrimas acudieron a sus ojos—. Angie?
—No, no... sólo... Qué importa? Es nuestro hermano, y de alguna manera, eso nos acerca más a nosotras, no te parece? —Ana asintió. Se arrodilló al pie de ella, y la miró atentamente.
—Es sólo que hay tantas cosas...
—El universo, cuando lo desconocemos, parece demasiado grande —dijo Ángela, tomando nuevamente a Alex y poniéndolo en su regazo—. Pero al final resulta que es tremendamente pequeño, y todo está entrelazado; para bien, o para mal, nuestros hilos están tejidos—. Ana sonrió.
—Eso es muy cierto. Cómo me iba a imaginar yo que estaba pidiendo empleo en la casa del padre de mi hermano?
—Cómo me iba a imaginar yo que aquella muchachita que me pasaba los libros a escondidas y me ayudó en una ocasión para escapar y verme con aquél chico que me gustaba se convertiría en mi concuñada y mi hermana?
—Qué chico te gustaba? —preguntó Juan José entrando a la sala, con el cabello un poco alborotado por el viento y agitado por la actividad al aire libre.
—Nada, ninguno —le contestó ella—. Sólo tú me gustas.
—Ah...
—Mira, Ana! —exclamó Sebastián, mostrándole el helicóptero—. Vuela de verdad!
—No lo vayas a desarmar para ver cómo funciona.
—Claro que no, lo estropearía!
—Yo sí te imagino desarmándolo —dijo Paula sonriendo, y acercándose a Ángela para pedirle al niño. Ángela se lo dio, y recogió las cosas que había utilizado para cambiarle el pañal. Ana observó a Juan José y a Sebastián. De verdad. Qué vínculo había entre los dos?
Oscureció, y entonces llegaron Carlos y Silvia, que por haber estado haciendo tareas y trabajos, no habían podido estar con ellos desde antes. Cenaron juntos, y como siempre, la velada estuvo llena de risas y bromas. Ana miraba a su hermano y a Ángela, tratando de encontrar rasgos parecidos, y realmente no fueron muchos los que halló. Sin embargo, eran hermanos, o medio hermanos, al igual que ella y él.
Debía contárselo? Se preguntó. Tal vez Ángela quería tener el derecho de llamarlo hermano. Ella no tenía ninguno, y ahora lo había descubierto.
No sabía qué pensar ahora, pero estaba segura de que Carlos la ayudaría a tomar una decisión.
-Entonces es él —sonrió Juan José, acomodando la frazada para abrigar mejor a su hija y hablando con su esposa, que lo miraba desde el otro lado de la habitación. Le había contado el descubrimiento que acababa de hacer gracias a Ana; Sebastián era aquel niño que había muerto en un incendio de Trinidad, en el que murieron también cuatro hombres, dejando a la mujer del árbol caracolí sin su amante—. La primera vez que lo vi me impresionó; fue allá, en esa casa que se incendió. En el diario que vi en la biblioteca de Trinidad la foto del niño estaba censurada, tal vez para proteger su identidad, o yo que sé. Pero ahora podría ir de nuevo y comprobar si de verdad es él.
—No creo que haga falta —dijo Ángela—, lo que dijo Ana fue muy certero: a ese niño lo persiguen los incendios —Juan José frunció el ceño analítico.
—Ese hombre murió tratando de salvarlo, y dejó sola a la mujer que amaba... eso entrelazó sus destinos...
—Nuestros destinos —corrigió Ángela acercándose a él y rodeándolo desde atrás con sus brazos—. Él está aquí con un propósito. Es un niño aún, pero tal vez podamos averiguarlo más adelante.
—Crees que Ana se lo dirá? Que es tu hermano.
—Ojalá se lo diga. Te imaginas? Tengo un hermanito.
—Ya era tu hermanito desde antes.
—Sí... es verdad. Pero es bonito tener un hermano de sangre —Juan José sonrió y se dio la vuelta sin salir del círculo de sus brazos.
—Ves por qué es sensato tener varios hijos?
—Juan José, no tienes que tratar de convencerme al respecto; mi experiencia como hija única fue horrible.
—Bueno, nuestra familia será totalmente diferente.
—Sí —contestó ella sonriendo, y recibiendo su beso.
Carlos miró a Ana bastante asombrado.
Ella todavía estaba en shock, y caminaba de un lado a otro en la habitación, en silencio, mientras que él estaba recostado en el diván al pie de la cama.
—No sé si decírselo a Sebastián —dijo ella de pronto—. Qué voy a hacer? No quiero desestabilizarlo de ese modo!
—Sebastián es un niño bastante maduro a pesar de su edad.
—Pero saber que quien él creyó que era su padre no es su padre...
—Un padre que ni siquiera conoció... —él elevó una pierna sobre el diván, acomodándose mejor—. Y si somos sinceros —siguió él—, tú has sido su padre y su madre. Lo que en verdad lo desestabilizaría sería saber que tú no eres su hermana.
Ella se giró a mirarlo con sus brazos cruzados.
—Soy su medio hermana.
—Eso no te resta importancia en su vida. Piensa que por el contrario, él gana una hermana más —Ana sonrió sin poderlo evitar.
—Pobre Sebas... rodeado de más y más hermanas.
—Para eso estoy yo, Juanjo y los demás. Ahí hacemos contrapeso.
—Seguro.
—Ven aquí —dijo él extendiéndole una mano, y Ana no rechazó su invitación. Se acomodó muy bien en su regazo, recostando su cabeza en su pecho—. No te preocupes demasiado por eso —le dijo él—, si trataras de ocultarlo, de algún otro modo se sabrá. Si tienes dudas, ponte en su lugar. Qué crees que preferiría él? Siendo hermano de Ángela, tiene entonces dos sobrinos, no? Su familia se agrandó inesperadamente. Yo imagino que estará muy emocionado—. Ana sonrió admitiendo la verdad en aquello. Como siempre, el punto de vista de Carlos le ayudaba a ampliar sus propios conceptos. Se giró a él y lo miró, tan de cerca, que pudo observar su barba un poco crecida.
Suspiró feliz. Por muchas cosas, y por saber que en los momentos como este en el futuro, seguiría contando con él.