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JUDITH se puso ambas manos sobre su boca, mirando a su hijo pasmada.

Acababa de escuchar toda la historia entre Juan José y Ángela, desde que la viera por primera vez y apostara llevarla a su cama en menos de una semana, hasta cuando se volvieron a casar. Judith no sabía cómo mirar a su hijo ahora. Debía reprocharle? Eso no se le hacía a ninguna mujer! Debía felicitarlo? Porque se había enamorado de verdad, y había luchado hasta reconquistarla.

Pero y... ahora qué iba a hacer con Ángela? Siempre la había mirado dándole el único valor que para ella tenía, que era el ser la madre de su hermosa nieta. Ella siempre había sido un obstáculo que se había acostumbrado a sortear para poder llegar a Carolina, pero ahora tenía que admirarla, pues había conseguido lo que ella no: doblegar el orgullo de un Soler.

Juan José la miraba con una media sonrisa. Las reacciones de su madre lo estaban tomando un poco desprevenido, pero era divertido verla así, totalmente fuera de base.

—Entonces, como ves —dijo él—, Ángela no se embarazó para atraparme; fui yo quien usó ese argumento para hacer que al fin cediera sin quebrar demasiado su orgullo. Y si me lo vas a preguntar, sí, madre, soy muy feliz a su lado. Cada día es especial, diferente; cada mañana estoy más enamorado que el día anterior. Y todos los días me felicito a mí mismo por haber luchado por ella hasta conseguirla de nuevo. Así es como se siente uno cuando está enamorado y es correspondido, siente que todo está en su lugar, que ya nada le falta. Si la hubiese perdido, no tendrías de mí más que el cascarón del que solía ser tu hijo, porque eso fui yo durante el tiempo en que no estuve a su lado.

Por las mejillas de Judith rodaron unas gruesas lágrimas. Al verla así, Juan José se levantó del sofá en el que estaba y se sentó a su lado sin tocarla, pero muy cerca. No le hizo preguntas, sólo la miró en silencio, y Judith no se molestó en limpiarse las lágrimas, que siguieron saliendo.

—Hey, no llores —susurró él, pero Judith simplemente lo ignoró. Sin saber qué hacer, Juan José extendió una mano hacia ella y la puso sobre su brazo, sin ir más allá, ni moverse. Nunca había abrazado a su madre, nunca se habían hecho demostraciones de afecto. A él ella no le tomaba el rostro entre sus manos y le besaba ambas mejillas, como hacía con Carlos, así que no supo cómo consolarla, o si debía hacerlo.

Muchas veces, de niño, y luego de adolescente, quiso preguntarle: en verdad soy tu hijo? Pero luego veía el parecido físico entre los dos y tenía que tragarse la respuesta.

—Se enamoran de verdad —dijo Judith en un susurro y cerrando sus ojos—. Los Soler se enamoran de verdad.

—Qué quieres decir con eso?

—Toda mi vida... —dijo ella, sin explicarle—, y nunca lo creí... era verdad.

—Madre? —pero Judith se puso en pie y se secó las lágrimas.

—He llorado tanto! —volvió a decir, y dejó salir una risita histérica.

—Madre? —volvió a llamarla Juan José. Pero Judith respiró profundo varias veces tratando de calmarse, y luego miró a su hijo menor. Lo miró por largo tiempo, detallándolo, como si lo estuviera viendo por primera vez. Juan José no estaba acostumbrado a esto, así que no sabía qué hacer, ni qué decir; ser el centro de atención de Judith era algo que jamás había sucedido. Si había necesitado contarle la historia para que esto al fin sucediera, tendría que reprocharse el no haberlo hecho desde hace mucho tiempo.

—Perdóname por todo, hijo —dijo ella poniendo su mano sobre la mejilla áspera de Juan José. Él cerró sus ojos.

—No, madre...

—Creo que he sido la peor madre del mundo.

—No...

—Pero tan sólo creí que eras igual a él, que me romperías el corazón tal como él hacía con todas... e hice de nuestras vidas un infierno!

—Hablas de papá? —Judith tragó saliva, guardando silencio—. De quién hablas, mamá? Siempre he querido hacerte esta pregunta... soy tu hijo realmente? Soy hijo de papá? De Carlos Soler?

—Sí, por supuesto que lo eres.

—Entonces por qué... —ella negó, y lo dejó pasmado cuando se acercó a él y lo abrazó. No supo cómo reaccionar, si lo estaba haciendo para que no hiciera más preguntas, lo había conseguido, Juan José estaba mudo de asombro. Pasados unos segundos en los que supo que debía hacer algo, la rodeó también con sus brazos, pero al instante, ella se separó de él.

—Debo irme —dijo—, Carlos regresará en cualquier momento.

—Sí, claro.

—Tal vez tenga que suplicarle para que no me eche de mi casa—. Juan José no dijo nada, sentía como si le hubiesen amarrado la garganta, así que la observó recoger su bolso y encaminarse a la puerta; él la siguió en silencio. Cuando estuvo frente al auto, Judith se volvió a él.

—Dile a Ángela que no quise ser grosera con ella.

—No, claro.

—Y ni siquiera volteé a mirar a Alex, pobrecito mi niño.

—Lo superará.

—Vendré otra vez a ver a Caro... a todos.

—Lo sé.

—Si logro convencer a Carlos.

—Háblale con el corazón, y lo conseguirás—. Judith sonrió, y sin hacer ni decir nada más, se introdujo en el auto.

Juan José dio unos pasos atrás dándole espacio para que se alejara. Cuando estuvo solo en el jardín, se pasó una mano por la nuca, y dio la media vuelta para entrar en la casa a paso lento. Qué había pasado? Qué ocurría en la mente de su madre? Por qué nunca había sido capaz de comprenderla?

Subió hasta la habitación de Alex, donde seguramente estaba Ángela, necesitando tremendamente de su contacto y de su consuelo.

Ana vio luz en las habitaciones del segundo piso de su casa. Tenía puesto un abrigo nuevo que impedía que el frío de la noche se colara dentro, y además de eso, el brazo de Carlos alrededor de ella la calentaba más que cualquier abrigo.

—No entres, nos harán preguntas embarazosas —Carlos se echó a reír.

—Es tu culpa, si no me hubieses distraído cuando te dije que sólo teníamos una hora...

—Ah, ahora es mi culpa! —él murmuró algo abrazándola fuerte, renuente a separarse de ella.

—Cuándo podremos estar otra vez así? —preguntó él con pesar—. No podríamos pedirle a Fabián que se vuelva a llevar a tus hermanos lejos?

—Qué malo eres —dijo ella, pero realmente estaba riendo. Recibió sus besos, pero estos empezaron a profundizarse, y ella tuvo que empujarlo un poco para separarse al fin.

—Nos vemos mañana en la fábrica, señor Soler.

—Me odias —se quejó él, cabizbajo.

—Duerme bien.

—Será imposible—. Ella le dio otro beso, pero no se dejó atrapar de nuevo, así que dio la vuelta y abrió la puerta de su casa. Carlos se estuvo allí otro rato, mirando con pesar la puerta tras la cual había desaparecido Ana. Quería entrar, estar con ella otra vez, ver a sus hermanos y bromear con ellos por un rato, y luego poder dormir a su lado... sólo dormir, aunque lo dudaba tremendamente.

Saber cómo era hacer el amor con ella no hacía sino exacerbar su deseo.

Dio la media vuelta y se internó en el auto conducido por Edwin, quien empezó a hablarle de los pormenores de lo sucedido en la casa durante su ausencia. Ahora tenía que enfrentarse a su madre.

Ana se asomó a la habitación de sus hermanos y los encontró profundamente dormidos. Sebastián ya dormía a pierna suelta en su cama, al igual que Paula, aunque se notaba que ella había tomado un momento para arreglar su uniforme y sus libros para el día de clase mañana. Cuando aún no había abierto la puerta de la habitación de Silvia, supo que ésta se encontraba despierta, pues hablaba por teléfono con alguien.

—Espectacular, lo pasamos divino —decía ella—, traje un montón de fotos, mañana te las enseño. Fabián es de lo mejor! —Cuando vio a Ana, su mirada se iluminó—. Nos vemos mañana —le dijo a su interlocutor—; mi hermana está aquí y quiero hablar con ella —Ana alzó sus cejas interrogante y se cruzó de brazos.

—Quieres hablar conmigo? Y de qué?

—Qué tal Carlos?

—Qué tal más bien un “Hola, Ana, cómo estás, lo pasaste bien?”

—Sé que estás bien —dijo Silvia sacudiendo su mano para quitarle importancia—; estás viva y de una sola pieza, y me imagino que lo pasaste más que bien, mi curiosidad es: qué tal Carlos?

—Qué indiscreta.

—Nunca contestas directamente mis preguntas —se quejó Silvia—. Habla! —Ana sonrió. Se sentó en su cama y suspiró.

—Carlos es... Dios, es... espectacular.

—Aaaah! Me lo imaginaba!

—Estuvimos en Trinidad y Tobago.

—Quéeee? —gritó Silvia, y Ana tuvo que silenciarla para que no despertara todos en casa—. Pero eso es tetra romántico!

—Sí, lo fue... —la sonrisa de Ana era tan íntima y satisfecha que Silvia sólo pudo suspirar.

—Estoy tan feliz por ti, Ana.

—Lo sé.

—Luego de lo que tuviste que pasar con ese cerdo de Orlando, no te merecías más que un príncipe azul—. Ana siguió sonriendo, aunque ya no con la alegría de antes. En el pasado, había sido inevitable que Silvia se enterara de lo sucedido con Orlando Riveros, pues había escuchado todo lo que García había dicho cuando fue esa vez a su casa a presionarla para que hiciera lo que Orlando quería. Silvia no era tonta, había madurado muy pronto, así que había deducido lo que aquello significaba. Se había sentido muy indignada y dolida por su hermana; lo que afortunadamente desconocía, pensó Ana, era que lo había tenido que hacer para salvarla a ella, y tal vez a Paula.

—No recordemos eso —dijo, sacudiendo su cabeza—. Ya quedó en el pasado.

—De veras?

—De veras.

—Y Carlos lo sabe? —Ana hizo una mueca.

—Sí, se lo conté —Silvia la miró seria.

—Se puede llegar entonces a ese grado de intimidad con un hombre? —preguntó al cabo de unos segundos, y Ana vio que la pregunta iba en serio. Su hermana, al parecer, había desconfiado de eso.

—No sólo se puede —dijo Ana—, se debe. No debe haber secretos entre dos personas que dicen amarse.

—Entonces le develaste todos tus secretos? —Ana dejó caer hacia atrás su cabeza y cerró sus ojos.

—Soy un libro abierto ante él.

—Dios querido, eso asusta.

—Sí, pero al tiempo... me siento libre. Cuando le ocultaba todo acerca de mí, me sentía insegura, como dudando de que su amor fuera real sólo porque él no conocía la verdadera persona que soy yo.

—Qué bonito escucharte hablar así. Yo quiero enamorarme!

—Nunca te has enamorado?

—Claro que no! O si no, lo sabrías.

—Bueno, no sé; has tenido un par de novios, no?

—Tontos adolescentes, que sólo buscan una cosa. Quiero un hombre de verdad. Me puedo quedar a Fabián? —Ana sonrió.

—Me temo que el corazón de Fabián no es para ti.

—Por qué no? Soy guapa, no? Si me empeño...

—Cuando te enamores, lo sabrás, no tendrás que luchar por nada, eso simplemente entrará en tu corazón como un soplo de aire fresco. Lo sabrás por ti misma—. Silvia miró a su hermana mayor admirándola una vez más mientras que en el pasado discutían una y otra vez por todas sus prohibiciones. Nunca pensó en la profundidad y enormidad de su corazón.

—De verdad que te deseo lo mejor, hermanita.

—Y yo a ti... así que búscate a alguien de tu edad.

—Tengo problemas, en mi colegio todos son menores que yo... me siento muy sola a veces.

—Espera a llegar a la universidad. Allí sí que hay variedad.

—Es verdad —dijo Silvia con ojos iluminados.

—Pero ten cuidado.

—No soy tonta.

—No, eso lo sé —rezongó Ana poniéndose en pie—. Y mañana me enojaré contigo por haberle dicho a Carlos que no tengo ropa para clima caliente. Hoy estoy muy cansada.

—El sexo cansa —Ana se giró a mirarla con los ojos enormemente abiertos—, y no me digas que te molestó que le dijera esa mentirijilla —siguió diciendo Silvia, como si nada—. Él debió comprarte ropa, zapatos, tangas... qué afortunada eres, Ana.

—Me sentí como una aprovechada!

—No seas tonta.

—No vuelvas a hacer algo así.

—No lo dudes.

—Silvia...

—Está bien, si te hace feliz...

—Estás cruzando los dedos...

—Claro que no —Ana sacudió su cabeza dándose por vencida, y cuando salía, escuchó la risita de su hermana.

Entró en su habitación y a medida que se desnudaba, lamentó no tener los brazos de Carlos alrededor de su cuerpo. Ya lo extrañaba.

Carlos entró a la mansión y le llamó la atención la luz que salía de una de las salas de la primera planta. Imaginó que Judith estaba allí esperándolo, a él y a su veredicto, y aunque podía alargar su tortura ignorándola y subiendo de inmediato a su habitación dejando la conversación para el día siguiente, prefirió encaminarse a la sala y hablar con ella de una vez. La encontró de pie, mirando por el ventanal hacia el oscuro jardín; desde allí debía haberlo visto llegar.

—Madre —saludó, aunque con voz muy plana. Ella se giró de inmediato a él, y Carlos no encontró la mirada altiva y retadora que esperaba. Ella estaba intentando controlar sus emociones, y Carlos se preguntó qué estaría pasando por su mente.

—Ya sé que dijiste que a tu vuelta yo me iría —empezó ella—, pero quiero pedirte que reconsideres la idea —él no dijo nada, sólo la miró con el rostro neutral, esperando que continuara—. Admito mi error, que me porté terriblemente mal. Admito que... tal vez ella no se merecía que la tratara así...

—Tal vez?

—Sigo sin conocerla.

—Eso ya no es culpa nuestra...

—Por favor! —insistió Judith—. Dame una oportunidad! Dame la oportunidad de... conocerla, de...

—Para que vuelvas a juzgarla, y a hacerla quedar como una ladrona delante de mí y tus amigas? Ponte en su lugar, madre; cómo te habrías sentido tú? —Judith miró a otro lado ladeando su cabeza.

—Admito que estuvo mal.

—Pésimo. Tu comportamiento fue deplorable. Y como no pienso darte oportunidad de que vuelva a ocurrir...

—No me eches! —volvió a pedir Judith—. No medí las consecuencias, y no quiero perder a mis nietos, Carlos! —él la miró frunciendo el ceño, los ojos de su madre se habían humedecido. Estaba llorando de verdad?— No quiero dejar de ver a Carolina, y si tú me echas, me estarás castigando de una manera que no podré soportar! Lo siento! —exclamó—, es eso lo que querías escuchar? Lo siento! He sido egoísta, tremendamente egoísta, estuve a punto de arruinarle la vida a Juan José, y ahora a ti porque sólo pensaba en mí y en el qué dirán. Lo siento! —Carlos seguía mirándola ceñudo, aún dudando de la sinceridad en las palabras de su madre.

—No sé si creerte —dijo. Judith cerró sus ojos, y las lágrimas corrieron—, pero eres mi madre, y no puedo negarte la oportunidad que me pides —ahora Judith lo miró con esperanza, atenta—, esta vez yo controlaré la situación; ahora no se trata de que tú aceptes o apruebes a Ana, se trata de que Ana te acepte a ti; y si ella decide que no quiere perder el tiempo contigo, yo acataré su decisión, pero si decide que te perdona y te va a dar una oportunidad, habrás tenido buena suerte—. Judith lo miró casi con terror, como si no se creyera que él estuviese hablando en serio, pero cuando él se mantuvo en su posición, comprendió que sí, que Carlos estaba terriblemente serio. Él dio media vuelta para salir de la sala, pero antes de atravesar la puerta dijo—: Y Ana no viene sola, también vendrán sus tres hermanos. Ya que estás predicando humildad, vamos a ponerte a prueba; es lo mínimo que puedes hacer luego de la escena tan bochornosa por la que la hiciste pasar—. Y sin agregar nada más, salió de la sala.

Judith quedó allí, quieta y en silencio por más de una hora; luego del veredicto de Carlos, sentía como si toda la estabilidad de su preciada vida, cómoda y tranquila, se estuviera derrumbando; el mundo tal como lo conocía estaba por desaparecer. Eran demasiadas cosas el mismo día! Aceptar que se había equivocado con Juan José toda su vida para luego tener que escuchar a su hijo precioso tratarla como a... como a cualquier persona sin importancia, no como a su madre!

Y ahora se habían volteado las tornas, Ana era quien debía aceptarla a ella, no al revés, el mundo estaba patas arriba. Sus hermanos! Había olvidado ese detalle! Qué castigo más grande por el que tendría que pasar!

Pero eso era mejor que irse lejos y perderlo todo, tuvo que decidir al final. Ah, si las cosas entre esa mujer y su hijo avanzaban, Ana pronto sería la señora de esta casa y ella quedaría en un segundo plano. Aunque eso siempre lo había sabido, siempre aceptó que la que se convirtiera en la esposa de su hijo sería de ahí en adelante la señora y ella tendría que darle su lugar, pero siempre había pensado que cuando ese momento llegara lo haría con gusto ante una mujer que obviamente sabría gobernar una mansión tal como ella había aprendido que se hacía.

Estaba en un dilema, podía cumplir ahora su palabra y de verdad darle una oportunidad a Ana, o decidir que no tenía por qué aceptar semejante humillación e irse con dignidad. Pasar un fin de semana con ella no había ablandado la decisión de Carlos, por el contrario, la había reafirmado; él ni siquiera se había acercado a ella para que le diera su beso de saludo, así que si entre ella y Ana no nacía una buena relación, ya sabía lo que le esperaba.

Podría hacerlo? Podría tolerarla, soportarla?

Lo dudaba.

Pero en este preciso momento, no toleraba la idea de irse sin dar primero la última batalla, ni perder a sus nietos.

Judith no sabía qué hacer.