...18...
CARLOS tuvo que reunir todas sus fuerzas y detenerse. Ella, su piel trigueña y suave, sus pequeños senos de pezones morenos, y sus labios dispuestos eran un imán para su boca; quería lamerla, besarla y morderla de pies a cabeza, pero ahora no podía. Intuía que si la alzaba en sus brazos y la llevaba a su habitación, ella entonces se pondría a pensar en el ejemplo que le estaba dando a sus hermanos y la magia se apagaría, así que simplemente se obligó a sí mismo a parar y se alejó de ella. Sin mirarla demasiado, le abrochó de nuevo los botones de su blusa, y se puso en pie dando la espalda. Tenía una tremenda erección bajo sus pantalones, y no era cuestión que ella se diera cuenta y se asustara.
—Necesito un trago —dijo, y se encaminó al armario donde sabía que Ana guardaba los restos de una botella de vino. Se sirvió una copa, y cuando se sintió de nuevo en control, se giró a mirarla. Ella estaba sentada muy correctamente en el mueble donde habían estado, con su ropa toda otra vez en su lugar, y mirándolo atentamente.
—Estás bien? —preguntó ella, y él sólo sacudió su cabeza.
—Estaré bien —Ana sonrió. Él estuvo en silencio por largo rato, y Ana sólo lo observó desde su puesto acabarse la copa de vino—. Quiero llevarte este fin de semana a mi casa —le dijo—. Hablaré con madre mañana y le contaré de ti y de mí—. Ana se puso visiblemente nerviosa. Sabía que Judith la rechazaría con todas sus fuerzas, y no quería poner a Carlos ni ponerse a sí misma en esa situación. No podían simplemente pasar de ella? —No te asustes —dijo él desde su sitio— no puede hacerte daño.
—Y a ti? —él se encogió de hombros.
—Qué me puede hacer? —Ana suspiró.
—Tal vez vayamos a averiguarlo —Él sonrió, y volvió a acercarse.
—No dejaré que te haga nada malo.
—Lo sé.
—A Ángela la aceptó, no te das cuenta?
—No compares; Ángela, a pesar de venir de un pueblo, es la hija de un hombre rico, y ella también lo es. Salvó tu empresa con su dinero, y le dio la nieta que ella tanto había deseado. Una sola de esas razones es suficiente para que le esté eternamente agradecida por haber decidido casarse con su hijo.
—La obligaré a que vea tus virtudes —ella se echó a reír.
—No puedes hacer eso! Y qué virtudes podría ver en mí? Por favor!
—Verá que eres una buena mujer, leal, entregada, de carácter firme y con principios. Y verá que me hace extremadamente feliz tenerte a mi lado—. Ana lo miró por un largo segundo, preguntándose si de veras él la veía así. Como él estaba serio y la miraba con gravedad, asumió que sí, que él la consideraba tal como la había descrito. Sonrió cuando se dio cuenta de que en el pasado nunca se había sentido tan insultada como con Carlos, y ahora, nunca tan halagada.
Miró hacia un lado respirando profundo. Carlos la veía así, pero Judith era y sería otra historia.
—Oh, ella preferirá verte al lado de una rubia extranjera —dijo—, hija de un diplomático o cualquier otra cosa de igual importancia.
—Tan materialista la crees? —ella lo miró entrecerrando sus ojos.
—Carlos, cariño... Es tu madre, la conoces mejor que yo —él hizo una mueca, reconociendo que ella tenía razón.
—Ya veremos si a su edad, y con todo lo que ha tenido que vivir, sigue pensando que lo material es más importante que la felicidad. Ataquemos por ahí —eso la hizo reír, y también la puso más nerviosa aún; él estaba confiando en que lo que tenían ahora sería duradero.
Por qué no? Se dijo. Por qué no podía durar? Relaciones más disparatadas se mantenían aún, como la de Juan José y Ángela. Nadie que supiese cómo habían iniciado esos dos habría apostado un solo peso por esa relación, pero aquí estaban, dándoles una bofetada a todos los que creyeron que no se podría.
Se puso en pie y caminó hacia él despacio. Él la miraba recorriendo con sus ojos su cuerpo como una caricia, y cuando la tuvo delante, tragó saliva.
—Está bien —aceptó ella, respirando profundo, y poniendo sus manos sobre su pecho—. Dile, y que sea lo que Dios quiera —él no pudo resistirlo, y se inclinó a ella para besarla. Ana lo aceptó feliz y lo rodeó con sus brazos, besándolo tan profundo como podía, pegándose a su cuerpo y aceptando su dureza; pero otra vez él se detuvo. Esta vez miró el reloj y se encaminó a la puerta, poniendo distancia entre él y ella rápidamente. Ana se abrazó a sí misma sintiéndose vacía de pronto.
—Es tarde, mañana tú y yo trabajamos —ella asintió con un movimiento de su cabeza, mirándolo aún con anhelo, y Carlos se rascó la cabeza soltando un gemido—. Tengo que detenerme, Ana. Si no...
—Lo sé, lo entiendo —él volvió a mirarla, quizá preguntándose qué tanto sabía ella del tema. Pero sacudió su cabeza y se encaminó a la puerta. Ana lo acompañó hasta la salida. El frío de afuera le vino bien para despejarse un poco.
En el beso de despedida, tuvo más cuidado. Ella era adictiva.
Ana lo vio subirse a su auto, ponerlo en marcha e irse. Se recostó a la puerta cerrada apoyando su frente sobre la madera. Lo quería, lo quería!
Las razones que le había dado a Fabián, las razones que gritaba su cuerpo, las razones que su corazón le repetía se habían juntado para llegar a una misma conclusión.
Tal como Ángela había dicho, había pasado del odio al amor.
Sonrió por lo trillado de la frase.
Ahora quería decírselo, pues sabía que lo haría feliz. Pero, por teléfono? No; la primera vez que ella le dijera un “te quiero” a alguien, tenía que ser, por lo menos, en persona.
La reunión se extendió un poco. Carlos miró su reloj con cierto pesar e incomodidad, hoy no podría almorzar con Ana, tendría que comer algo rápido en la oficina y seguir trabajando hasta la noche. Miró uno a uno a los ejecutivos de Texticol, todos ellos gente capaz y con experiencia. Necesitaba urgentemente delegar responsabilidades y poder tener un poco de tiempo libre para sí. Había invertido bastante en la empresa los últimos siete años, así que ya era hora de poder relajarse aunque fuera un poco.
—Bien, entonces eso es todo —dijo al fin, y cada uno levantó de la mesa sus archivos y papeles y salieron de la sala de juntas tan rápido como aguda era su hambre. Debió haberlos invitado a un almuerzo rápido, pero sabía que ellos preferían su tiempo de descanso que eso.
—Susana —la llamó. La anciana se detuvo en su camino a la puerta y lo miró solícita—. Necesito un favor tuyo. Se trata de Ana. Pídele por favor su pasaporte y toda la documentación necesaria para salir del país. Si tiene visa, que no lo creo, también.
—Ah... claro, claro —dijo Susana, sin agregar nada más, pero obviamente curiosa.
—Te pedirá explicaciones, pero no necesitas hacerlo, es sólo un asunto corporativo.
—Está bien. Algo más?
—Sí. Cuando regreses de tu hora de almuerzo, tendremos que arreglar un asunto importante. Como ya sabes, compraré Jakob, y no quiero tener que dirigirla yo —ella lo miró un poco confundida.
—Va a poner a alguien específico a dirigir las tiendas?
—Sí, eso quiero. Ahora mismo, lo que necesito es descargar responsabilidades, no asumir más. Tendremos también que ampliar la plantilla. Creo que habrá que crear un nuevo cargo—. Susana lo miró con ojos grandes de sorpresa.
—Te vas a casar? —Carlos se echó a reír.
—Qué te hace pensar eso?
—No lo sé, estás deseando tiempo libre para ti, vas a invertir una enorme cantidad de dinero para eso... En todos estos años no te tomaste tus vacaciones reglamentarias ni siquiera para disfrutarlas con esas novias que tenías, así que imagino que por fin te has enamorado de verdad y ese alguien te hizo darte cuenta de que eres joven, y tienes que vivir la vida —Carlos miró a su anciana secretaria sonriendo aún. Susana encontró esa sonrisa tan hermosa que se lamentó de ser tan mayor como para ser su abuela.
—Bueno, no le he pedido la mano, pero... tal vez lo haga más adelante —Susana aplaudió feliz.
—Esto es maravilloso! Con gusto seleccionaré el personal calificado para esto. Déjelo en mis manos—. Susana salió y dejó un Carlos tan soñador que de verse a sí mismo habría tenido que negar que estaba poniendo esa cara.
Casarse con Ana? Susana había viajado de una vez más allá de lo que él antes se había atrevido a imaginar, pero bueno, era una abuela y con la imaginación de una. Sin embargo, ya que la idea estaba allí, tuvo que saborearla y rumiarla un poco.
Lo aceptaría ella? Fue la pregunta que quedó flotando al final.
Salió de su oficina un poco a paso lento, y la encontró sentada en los muebles del pasillo. Ella se puso en pie cuando lo vio y le sonrió.
—Qué haces acá? Deberías estar almorzando —dijo él, feliz de verla.
—Tenía dos opciones —contestó ella—, almorzar a tiempo, pero sola; o esperar un poco, aguantar un ratico el hambre, pero comer contigo —él se acercó a ella sonriente, y la besó.
—Pero no tendremos mucho tiempo, incluso estaba pensando en pedir un sándwich o algo...
—No importa, comeré sándwich contigo —él la miró sonriente y enamorado.
—Qué buena novia que tengo —dijo.
—Es sólo para ahorrarme lo del almuerzo.
—Qué novia lista que tengo —ella sonrió, y le tomó la mano para salir. Carlos miró las manos enlazadas y decidió que definitivamente debía estudiar la idea.
Carlos no encontró razón suficiente para llevar a Ana a comer un simple sándwich, así que fue con ella a un restaurante. Ana tenía clase en la universidad un par de horas más tarde, así que no tendría que volver a la fábrica, y él llegaría unos minutos después de lo acostumbrado, pero tal vez era tiempo de empezar a hacer uso de su poder como jefe. Llegar unos minutos pasado de tiempo por hoy seguro no haría que la empresa se cayera a pedazos. Además, estar aquí al lado de ella y comer juntos, bien valían unos minutos extra.
Luego de pedir los platos, Ana empezó a buscar el momento adecuado para decirle acerca del descubrimiento que había hecho anoche cuando se fuera de su casa, que lo quería. Se moría por decírselo. Quería ver su expresión, sus ojos iluminarse, y quería sacarse de adentro esas palabras. Había pensado que tener un “te quiero” por decir era algo hermoso, pero estaba descubriendo que en su caso era como pretender esconder un cactus en su sostén. ¿Cuándo sería mejor, luego del almuerzo? O mejor en otro momento, cuando estuvieran en un sitio más privado?
Oh, sí, quería eso. Seguro que esta vez él no se contendría, no importa el lugar en el que estuvieran, y la desnudaría y le haría el amor. Al fin. Se moría por eso. No importaba no ir a clase.
Y al segundo se sentía como una pervertida por desearlo tanto.
—Míralos aquí, qué hermosos se ven —dijo alguien arrimándose a su mesa. Ana alzó la mirada para encontrarse con los ojos gatunos de Isabella Manjarrez—. No me imaginé que fueras tan vendida, Ana. Mira que relacionarte con este tipo...
—Isabella... —empezó a decir Carlos, con un tono de voz que le advertía que no iniciara un show aquí.
—Yo estoy con Carlos porque quiero —dijo Ana, sin alzar la voz—; tú, en cambio, estabas con él porque era parte de un contrato. Cuál de las dos es más vendida?
—Ana... —susurró Carlos entonces, censurándola tal vez por sus palabras. Isabella había puesto una cara épica, se le notaba que no soportaba la verdad que Ana le había lanzado a la cara.
—Ojalá te dure, querida —masculló.
—Oh, tus deseos me tienen sin cuidado, pues no influirán en lo más mínimo—. Isabella dio la media vuelta y se fue. Ana entonces vio que no iba sola, a la salida del restaurante la habían estado esperando dos personas mayores, tal vez sus padres. Hubo algo en la que debía ser la madre de Isabella que le llamó la atención, pero no logró verle la cara, pues habían salido ya.
—Son sus padres? —Carlos se giró a mirar.
—Sí, ese es el padre de Isabella. He tratado con él antes. Ana, no debiste decirle nada.
—Por qué, porque iba a lastimar sus sentimientos?
—Bueno...
—Ella vino aquí con el propósito de lastimar los tuyos, y si podía, también los míos. Por qué no se le puede pagar con la misma moneda?
—Eso haces siempre? Pagar a todos los que te hacen daño con la misma moneda?
—No, no a todos, ojalá hubiese podido—. Carlos la miró intrigado.
—Una vez me dijiste que tenías experiencia odiando a la gente. A parte de mí, a quién más odiabas, Ana? —ella se echó a reír.
—Ese no es un tema adecuado para comer, sabes?
—Nunca me lo dirás? Esa parte de ti que me ocultas, y que cada vez que toco el tema, haces cualquier cosa para distraerme... nunca me la dirás? —Ana miró en derredor, incómoda, molesta porque su momento romántico para decir “te quiero” había sido echado a perder.
—No es justo que me ataques así sólo porque no me dejé de Isabella. Y te advierto que no me dejaré, no permitiré que intente pasar por encima de mí sólo porque ella es una señorita de la alta sociedad y yo no. O porque crea que tú le perteneces por ese contrato, o lo que sea...
—No te estoy atacando, Ana...
—Pues eso es lo que siento...
—Increíble, estamos teniendo nuestra primera discusión —Ella lo miró a los ojos entonces y se mordió los labios.
—No quiero discutir —dijo.
—Está bien, dejemos así —él estiró la mano por encima de la mesa y tomó la suya, la apretó suavemente y sonrió—. Pongamos pausa aquí, pero tienes que comprender que debemos aclarar ciertas cosas...
—Es mi forma de ser... toda la vida he peleado sola mis batallas, estoy acostumbrada a que cuando alguien me ataca, yo contraataco...
—Eso lo entiendo, Ana... no quiero cambiar tu manera de ser. Y no estoy hablando de lo que acabó de suceder con Isabella.
—Entonces? —él respiró profundo. Ella sabía de qué le hablaba él, pero se rehusaba a tocar el tema y hablarlo. Sin embargo, él cada vez estaba más intrigado por esa parte de su vida que le había enseñado a odiar a la gente, y a estar prevenida y atacar como víbora cuando se sentía amenazada.
Sé paciente, se dijo. Has tenido paciencia antes, tenla otra vez. Afortunadamente, los platos de comida llegaron y pudieron cambiar de tema, sin embargo, ella no mostraba mucho apetito como acostumbraba.
No podía hacer nada al respecto, se dijo Carlos; Ana debía comprender en algún momento que ya no estaba sola, y que ya no tenía por qué seguir peleando sola sus batallas. Quería que confiara en él, que descansara un poco sus cargas confiándoselas a él. Esto tomaría más tiempo del que pensó en un principio, pero tendría que esperar. Tarde o temprano, ella vendría a él con todo lo que tenía, y entonces, al fin podrían ser la pareja que él se imaginaba que podían ser.
Ana estaba molesta, furiosa, quería coger a Isabella y halarle los pelos así como esas mujeres de barrios pobres muy pobres y de mal hablar. A ese punto estaba molesta. Todavía tenía instintos demasiado rebeldes, pensó.
Pero cómo era posible que su rato soñado se echara a perder por esa bruja? Cómo podía ella con su veneno dañarle el humor?
Miró a Carlos un tanto avergonzada.
Ahora recordó una anécdota que una vez alguien contó. Era la historia de un gato amaestrado, que sabía llevar un traje y caminar en sus dos patas traseras, y se conducía con mucha elegancia, imitando a los humanos casi, pero en cuanto alguien había desatado unas ratas, el gato había perdido todo su adiestramiento y se había echado a correr y a perseguirlas para cazarlas... Aquello indicaba que en el fondo, todos tenemos un instinto y este no se puede anular por mucha enseñanza y buen comportamiento que aprendamos. Ana seguía siendo la misma de antes que tuvo que luchar por el bienestar de sus hermanos con uñas y dientes. Tal vez nunca se había peleado con otras mujeres, tal vez no había robado ni matado por el sustento, pero todavía tenía en la sangre ese instinto de sacar las uñas cuando alguien a su alrededor estaba siendo amenazado.
Isabella cada vez que podía soltaba su veneno sobre Carlos, porque estaba resentida, pero eso a ella ya la estaba cansando y no quería que su copa llegara a rebosar. No estaba segura de qué pasaría entonces.
Y no quería, si eso pasaba, avergonzar al hombre que tenía delante.
Lo miró largamente mientras masticaba su comida con pocas ganas. Lo quería, confirmó. Lo quería porque él era todo lo que ella no era; él era paciencia, y luz, y bondad, y buen estar. Tenía tanto que aprender de él!
Él le sonrió, y el humor de Ana empezó a mejorar.
—Está bueno? —preguntó él, señalando su plato. Ella miró y sonrió.
—Sí, muy bueno.
—Tienes un buen paladar, sabes?
—Y buen manejo de los cubiertos, no has notado? —preguntó ella sonriendo. Carlos frunció el ceño.
—No, perdona. No noté nada fuera de lo normal a ese respecto.
—Mejor. Eso quiere decir que lo he estado haciendo bien.
—Te preocupa el tema?
—Sí. Luego de la escena de los caracoles, tomé clases de etiqueta y glamour. Me salió casi por un ojo de la cara, pero aprendí mil cosas que ustedes los señoritos de alta sociedad aprenden desde la cuna —Carlos sonrió, sintiéndose entre apenado porque ella había tenido que hacer eso por su culpa, y orgulloso porque sin que nadie le dijera, ella se había propuesto mejorar.
—Entonces tendremos que ir a comer caracoles, para que me muestres eso que has aprendido —Ana sonrió con toda su dentadura.
—Me encantará, siempre quise restregarte en la cara lo mucho que he aprendido —él se echó a reír.
—A mí me encantará verlo. No tienes que restregármelo para que lo vea.
—Lo tendré en cuenta.
El resto de la comida fue tan relajado como al principio. Ana comprendía que si la discusión no había continuado, había sido gracias a Carlos, pero que en algún momento la tregua se acabaría y ella tendría que desembuchar, como decían por ahí.
Bueno, cuando se diera, hablaría. Mientras, dilataría todo lo que pudiera el momento. Se sentía demasiado bien estar así a su lado como para echarlo a perder con verdades desagradables.
-Oh, querido, hoy llegaste temprano! —Exclamó Judith al ver llegar a su hijo. Carlos dejó el abrigo y el maletín en un mueble y se acercó a ella para besarle ambas mejillas, como era regla hacer— Estás bien? —preguntó ella poniendo el dorso de sus dedos en su frente, como si fuera un niño con fiebre—. No te sientes mal, verdad?
—No, madre, estoy perfecto.
—Entonces por qué llegas tan temprano?
—Porque quería hablar contigo de algo importante —Judith lo miró alzando sus delineadas cejas. No aparentaba los cincuenta años que tenía; era delgada y de piel suave aún. El cabello rubio se había aclarado un poco, pero eso no le restaba belleza, al contrario.
—Es algún problema en la empresa? —preguntó, poniéndose una mano en su pecho.
—No, no se trata de la fábrica.
—Entonces todo está bien, no? Oh! Carolina! Está enferma? Alex?
—Madre, los niños están bien. Siéntate.
—Si me mandas a sentarme es que no me va a gustar...
—Si no paras de hablar, no podré decírtelo —Judith lo miró un poco contrariada, pero se sentó haciéndole caso. Lo miró en silencio; la curiosidad la estaba matando.
—Se trata de mí. Estoy en una relación con Ana, madre. Estoy enamorado de ella —Judith no procesó las palabras de inmediato. Giró su cabeza sin dejar de mirarlo fijamente, casi como una muñeca. Frunció levemente el ceño y preguntó:
—Cuál Ana? No conozco a ninguna Ana, qué apellido es?
—Velásquez, y sí la conoces...
—Velásquez, Velásquez... —repitió Judith tratando de ubicar entre sus conocidos la coincidencia—. No. No me suena de nada.
—Es la amiga de Ángela. Tiene tres hermanos menores, estuvo aquí con ellos en la fiesta de navidad.
Judith se quedó tan quieta que parecía una muñeca de cera.
—Madre?
—Esa Ana?
—Sí, madre. Esa Ana. Estoy enamorado de ella y... —Judith se echó a reír, lo que hizo que Carlos se detuviera.
—Es una broma de muy mal gusto, querido. No tengo edad para esto...
—No es una broma. De verdad estoy enamorado; es la mujer de mi vida, madre. La amo.
Judith se puso en pie moviendo su cabeza en una negación interminable, y se puso a dar vueltas por la sala. Carlos se puso en pie también, dispuesto a sujetarla por si se desmayaba o algo; Judith estaba blanca como el papel.
—Pero... por qué? —Carlos sonrió ante la pregunta.
—Porque así son las cosas. El amor no necesita ni da explicaciones...
—Estás en una relación con ella? Son novios, o algo...?
—Sí.
—Sí qué?
—Sí estamos en una relación. La quiero y me gusta estar con ella. Si me dijera que sí, me casaría ya mismo.
—No! Jamás! —exclamó Judith—. Tú no! Tú eres mi hijo bueno, mi hijo perfecto! Tú no harás lo mismo que Juan José casándote con una mujer que nada tiene que ver contigo ni con nosotros; a ti no te lo permitiré!
—De qué estás hablando? Pensé que habías aceptado a Ángela.
—Porque es Juan José; qué se podía esperar de él? Además, es la madre de mi nieta, lastimosamente; pero tú buscarás una madre perfecta para tus hijos, porque tú eres diferente, tú eres Carlos, MI Carlos!
—No te permitiré que hables así de mi hermano ni de Ángela. Somos iguales en cuanto a derecho y a nivel, y él es feliz con su esposa, lo que la hace a ella ideal para él. Y Ana me hace feliz a mí, así que...
—No, no, NO! —gritó al fin.
—Es inevitable.
—A esta casa no se te ocurra traerla! Primero me muero!
—Lo siento, madre!
—Es que no me quieres? No te importa lo que me suceda?
—No te está sucediendo nada, más que un berrinche de niña malcriada.
—Por qué me hablas así?
—Porque todo este tiempo he estado callado. Vi como insultabas y herías a mi hermano y me faltó valentía para encararte y hacerte ver que lo que hacías estaba mal. Ya no será así, y te advierto que si le haces daño a Ana me lo haces a mí, y si eso llegara a pasar me perderás. Así que elige: Ana y yo o ninguno de los dos.
Carlos tenía la mirada decidida del hombre que sabe lo que dice, que está dispuesto a llevar hasta las últimas consecuencias su dictamen. Los ojos de Judith se humedecieron.
—Yo sólo quiero lo mejor para ti —dijo, y las lágrimas corrieron por sus mejillas. El corazón de Carlos se ablandó un poco, y caminó a ella, la rodeó con un brazo y apoyó su cabeza en su hombro.
—Lo sé. Con el tiempo comprenderás que Ana es eso para mí. La aceptarás, ya verás —Judith cerró sus ojos y se echó a llorar en el hombro de su hijo. No era posible que sus dos hijos varones hubiesen salido tan torcidos en ese aspecto. De Juan José no le asombraba, pero había depositado todas sus esperanzas en Carlos.
De ninguna manera, se dijo mientras lloraba sobre la camisa de Carlos. De ninguna manera esa mujerzuela le robaría a su perfecto y amado hijo.