...23...
ANA se sentía barrida como la arena frente al mar. Luego de la noche, quedaban afuera restos de algas y caracoles, y había una parte que era más limpia que todo lo demás. Lo había visto la primera vez que fue a la playa, con Ángela y sus hermanos, antes de que ella se casara con Juan José.
Carlos había pasado sobre ella como una tormenta, inundándola primero, arrasándola, y al retroceder, limpia, despejada.
Giró su cabeza a él, que todavía luchaba por normalizar su respiración. Estaba parcialmente sobre ella, rodeándola con su brazo, y con esos ojos que le recordaban el agua del mar. Con razón había pensado en playas y tormentas luego de hacer el amor con él.
—Me gusta esa sonrisa —susurró él. Ana elevó perezosamente su mano hacia él, sin dejar de sonreír. Estaban sudorosos y sus cuerpos aún hervían por el calor del sexo. Los aromas de ambos se habían mezclado y para Ana no había mejor perfume que ese.
—Eres asombroso —fue turno de él para sonreír.
—Todo amante siempre quiere escuchar eso —dijo, y se elevó un poco para mirarla desde arriba—. Estás bien? No te hice daño? —ella meneó la cabeza sin dejar de mirarlo. Carlos apoyó su cabeza en su mano, y empezó a observarla, Ana no se cubrió, quería que él la viera, que la amara así—. Cuéntame más de ese sueño —pidió él, y ella se echó a reír.
—Estabas escuchando, eh?
—Es lo más erótico que he escuchado alguna vez.
—Que soñaron contigo?
—Qué sentiste? —insistió Carlos —cómo fue? Tal vez me dé ideas para más adelante.
—Necesitas ideas? —rió ella.
—Me gusta ser variado, ya sabes, y como nos espera una larga vida de sexo y más sexo...
—Oh, Dios! —él la observaba reír con una sonrisa en el rostro, cuando ella volvió a mirarlo, le alzó las cejas para que contestara a su pregunta.
—Ya te lo dije, estábamos en tu cama...
—Cómo sabes que era mi cama?
—Porque en la fiesta de navidad entré a tu habitación y la reconocí.
—Eso fue antes de navidad?
—Sí.
—Oh, vaya. Y qué más pasó? En tu sueño—. Ella miró el techo haciendo memoria.
—Sólo recuerdo que abrí mis ojos, y creí que era la realidad, no que estaba soñando, pero entonces la habitación y la cama en la que estaban eran diferentes; me asusté un poco... creí que estaba con Fabián, sabes? —él entrecerró sus ojos, y Ana sonrió—. Pero me giré y no, eras tú. Tenías el cabello un poco más largo —siguió ella metiendo sus dedos entre los cabellos negros de él—. Y tus ojos estaban muy claros... Tus ojos siempre son más claros en la mañana.
—De verdad? —ella asintió moviendo la cabeza.
—Y luego... luego dijiste algo hermoso, y me besaste... y a pesar de que yo estaba un poco pasmada, pues seguía creyendo que aquello era real, no un sueño, empecé a sentir... Dios, fue hermoso... —Mientras ella hablaba, Carlos había ido moviendo su mano hasta dejarla en su vientre.
—Te besé algo más que la boca? —Ana se sonrojó y asintió. Él se movió y puso su boca sobre su pecho—. Así? —preguntó él. Ana enseguida fue sintiendo los cambios que el placer producía en su cuerpo.
—Más... más fuerte —él lo hizo, pero a la vez, con su mano iba bajando hasta tenerla sobre su centro. Ella ya estaba húmeda.
—Y luego qué hice? —preguntó él de nuevo. Ana puso su mano en su cabeza y lo fue guiando hacia abajo, para decirle así qué era lo que había hecho él en su sueño. Carlos se vio de frente a su ombligo, que estaba un poco hundido y ovalado en vertical. Se acercó a él y metió la lengua, y se asombró cuando Ana soltó un gemido tan largo y sensual, que sintió que nunca había escuchado algo tan sexy. Si así reaccionaba ella con sólo lamer su ombligo, se moría por saber qué haría si él hacía algo mucho más atrevido. Fue bajando poco a poco, y se vio frente a los pliegues de su sexo, tan húmedos e hinchados por el deseo. Pasó sus dedos por ella y un poco de su humedad se quedó en ellos. Alzó la cabeza y se dio cuenta de que ella lo observaba, a la expectativa de qué iba a hacer él. Cuando lo vio introducir el dedo húmedo en su boca, Ana quiso llorar; abrió sus muslos a él rogándole, pidiendo clemencia. Él se movió y ella creyó que de nuevo la iba a penetrar, pero no fue como ella pensaba, la estaba penetrando, sí, pero con su lengua.
Tuvo que agarrarse de los barrotes de la cama, y los apretó tan fuerte, y gimió y gritó y rugió al sentirlo dentro, y al imaginarse lo que él estaba viendo y sintiendo, que su cuerpo se envaró en un sonoro orgasmo. Cuando la ola pasó, se dio cuenta de que él no había terminado, seguía allí, bebiendo directamente de ella, y Ana le tomó la cabeza entre las manos, pidiéndole que se detuviera, pero él no lo hizo.
Dios, qué cosa más sexy, fuerte, hermosa y violenta a la vez. Lo sentía desde la coronilla de su cabeza hasta la punta de sus pies, hormigueaba por su piel, dentro de ella, en su entrada, en lo profundo, en el centro; en todas partes.
Carlos se detuvo al fin. Volvió a ubicarse a su lado en la misma posición que antes.
—Fue así? —ella negó moviendo de un lado a otro su cabeza sobre la almohada; no, ella había despertado antes de que se pusiera así de bueno. Los restos de su orgasmo aún estaban sobre su cuerpo, haciendo cosquillas, tocándola, y cuando esta nueva ola pasó, lo miró. Él tenía el pecho agitado, la mirada brillante. Él también estaba sintiendo algo! Y eso que sólo había usado su boca!
Hizo fuerza con su mano sobre su hombro y lo tiró de espaldas en la cama. Él no dijo nada, y Ana se sentó a horcajadas sobre él.
—Quieres saber algo más? —preguntó ella con voz sibilante, apenas si podía hablar. Pasó sus manos por el torso masculino, deteniéndose en la curva que sus músculos trabajados hacían en la cadera. Carlos cerró sus ojos.
—Qué —susurró.
—Desperté. Desperté asustada, asombrada y... Dios, estaba tan excitada —Carlos se movió suavemente, buscándola con su cadera, como una suave onda sobre la cama—. Tuve que tocarme Carlos.
—Por Dios, mujer!
—Me toqué pensando en ti—. Él puso sus manos sobre sus caderas y la miró como diciendo “o haces algo tú o lo hago yo”. Ana sonrió negando, ahora mandaba ella. Carlos apoyó de nuevo su cabeza en la almohada con el rostro contraído. El placer dolía, y ella contándole esa historia... lo iba a matar.
Ana bajó su mirada y se movió un poco sobre él para mirarlo. La erección de Carlos pulsaba, y su miembro parecía querer moverse solo. Pero era hermoso, largo y de formas parejas, con el mismo grosor en la punta que en la base... era perfecto, y era suyo.
Lo tomó en su mano, y no hizo caso del gemido ni del balanceo de caderas que él hizo, lo miró y lo estudió. Así era como debía ser uno, se dijo, así era como debía usarse.
No pudiendo más, pues sentía el líquido que salía de su cuerpo bajar por su muslo, se puso sobre él, ubicándolo con cuidado de no lastimarlo con sus uñas, y poco a poco fue introduciéndolo en su cuerpo. Cuando estuvo todo dentro, apretó y movió las caderas. Oh, aquello era sublime. Entraba y salía tan suavemente, que parecía mandado a hacer para ella.
Tal vez así era, se dijo. Él creía en el destino.
Miró el rostro de él, con sus ojos cerrados absorbiendo todas las sensaciones, y tuvo que acelerar el ritmo. Bajaba hasta la base, lo apretaba fuerte en su interior, volvía a subir y lo soltaba; era el ritmo que ella misma había encontrado, algo que estaba feliz de poder hacer, por fin.
Cerró sus ojos y empezó a dejarse llevar por las sensaciones, a acelerar el ritmo cada vez más para llevarlo a él y a sí misma hasta el borde del abismo, y cuando estuvieron allí, dejó que su cuerpo la guiara, que hiciera lo que la naturaleza le indicaba hacer.
Esto debía ser la muerte, o una fiesta, o el cielo. Ella estaba muriendo, y gemía y apretaba sus dientes para tratar de contener eso que quería escapar, pero no fue posible, y su cuerpo se liberó en un nuevo orgasmo.
Cuando su cuerpo se aflojó, fue apenas consciente de que él la movía y la ponía de espaldas en la cama, todavía estaba unida a él, y su erección no había cedido, así que él tomó el ritmo, balanceándose sobre ella hasta que también él llegó a ese sitio de locura en el que ella estaba.
Esta vez sí se derrumbó sobre ella.
—Sabía que sería así —susurró ella, antes de quedarse dormida.
-Nos citaste un domingo a la mañana para hablar de tu hijo? —dijo Arelis usando un tono de voz que denotaba hastío—. Judith, no has considerado que tal vez tienes un problema?
—Complejo de Electra —dijo Dora, susurrando por lo bajo. Judith miró a sus amigas de juventud con sus verdes ojos entrecerrados. Se puso en pie y empezó a dar vueltas por la habitación.
Las había citado aquí porque lo del collar había salido terriblemente mal, y Carlos había salido a buscar a esa fulana desde ayer por la tarde y no había regresado. Había llamado a Susana para preguntarle si sabía dónde estaba, pero ella no dio razón. Mentía, claro que Susana sabía dónde estaba su hijo, pero a diferencia de cualquier otro empleado de la fábrica o de la casa, a ella no podía intimidarla para que hiciera lo que ella quería; era más antigua que ella misma en la familia Soler, y Carlos la apreciaba demasiado y ella lo sabía.
—Entonces no me van a ayudar? Dora? Arelis?
—Lo siento, querida, pero no me vuelvo a prestar para algo tan... de quinta —dijo Dora—. Además, mi suegra no me quita el ojo de encima.
—Rebeca es cosa seria —rió Arelis—. Todavía no entiendo para qué vino ayer.
—Me escuchó hablar por teléfono contigo —dijo, mirando a Judith—, y cuando iba de salida, se empeñó en acompañarme, ya sabes cómo es. Cuando llegamos, me advirtió que si volvía a meterme con Carlos y “esa muchacha”, iba a tener problemas con ella. Y no es una advertencia que pueda tomarme a broma, así que prefiero no arriesgarme.
—Le tienes miedo a una anciana? —puyó Judith, Dora hizo una mueca.
—Es la madre de mi esposo, y nunca me ha aprobado, realmente, a pesar de que le di un nieto. Y tal vez es miedo —agregó, con un poco de rencor—, pero no más que el que tú le tienes a esa chica—. El rostro de Judith se contrajo por la ira que empezó a hervirle—. Deberías dejarlos en paz, tarde o temprano él se cansará de ella y se buscará a una más de su estilo.
—No quiero que su imagen se manche de esa manera. Que lo vean por ahí con esa... Es que no la has visto? Qué poco estilo, qué poca clase! Esa manera de hablar, de comer, de...
—Te digo la verdad? —la interrumpió Arelis— Cuando me dijiste que era una chica totalmente x, sin familia ni nada, me imaginé a una especie de María la del barrio, o algo así —Dora se echó a reír.
—Bonita, pero malhablada y con malos modales.
—Pero me sorprendí; usó todos los tenedores correctamente.
—Y a pesar de que pusiste varios vinos en la mesa, ella se sirvió el adecuado!
—Y tiene carácter; vaya cosas que te gritó!
—Pero bueno, están de parte de ella ahora o qué! —exclamó Judith, viendo a sus aliadas reírse.
—Vas a tener que resignarte —dijo Dora al fin—, tal vez debas... no sé, conocerla; darle una oportunidad?
—Harías tú eso si fuera tu hijo? —Dora hizo una mueca.
—Dios me libre, pero si ponerme en contra de la chica sólo va a conseguir que él se empecine más y lo pierda, me temo que haría las cosas de manera diferente.
—Y después, si aparece con el corazón roto —agregó Arelis—, tú tendrás el placer de decir: “Te lo dije”—. Ambas volvieron a reír por lo bajo, pero Judith se dejó caer en uno de sus sofás con los ojos humedecidos. Había perdido esta batalla? Tenían razón ellas y lo mejor era esperar a que esa relación acabara por sí sola?
El personal de la casa tenía orden para que a la vuelta de Carlos sus cosas fueran empacadas. Edwin había sido autorizado para llevarla hasta el aeropuerto, y de ahí, sería enviada a Suiza, donde tenían un chalet.
Sería deportada si no tenía cuidado, y no era que la asustara el estar sola allá, pues tenía amistades, sino sus nietos, pues, cuándo los vería? Amaba demasiado a esos niños, eran tan parecidos a ella, y a los Soler, que no podía creer que hubiese sido bendecida con ellos. Pero no había calculado que las cosas salieran tan mal.
Miró a su par de amigas sintiéndose más sola que nunca. Lo estaba perdiendo todo, su casa, sus nietos, a Carlos...
—Vamos, no te pongas así —dijo Arelis sentándose a su lado—. Mira el lado positivo de las cosas: si él tiene razón y es la mujer de su vida, será alguien afortunado! Sabes lo difícil que es encontrar el amor hoy en día?
—Ya nos hubiese gustado a nosotras casarnos con el hombre que amábamos —dijo Dora mirando lejos—. Hasta tú, Judith. En tu juventud estuviste enamorada, y no de Carlos Soler, así que entiende a tu hijo. Tal vez la chica sí lo quiere por lo que es.
—Pero hablarán de él cuando lo vean tan... tan mal acompañado! no es digna de alguien como mi hijo, no es apropiada para él! Y qué tal que esté con él sólo por su dinero?
—Ponle esta última prueba —agregó Arelis—: si las cosas llegan a ponerse serias, que ella firme la cláusula de separación de bienes; en caso de divorcio o viudez, no heredará nada de nada.
—Crees que él acepte? —preguntó Judith, como aferrándose a un clavo ardiendo.
—Es tu última opción.
—Dile, en cuanto vuelva lo arrepentida que estás y lo mucho que te asusta perderlo—. Ante esas palabras, Judith volvió a sollozar.
Qué mala suerte la suya! Sus dos hijos con las mujeres menos adecuadas! Si bien Ángela era una madre excelente para sus nietos, había muchas mujeres en su círculo que podían haberlo hecho bien también, como Valentina, la ex novia de Juan José. Por más que le había insistido para que concretara la boda con ella, ésta no se había realizado. Los hombres eran criaturas extrañas, pero tenía que reconocer que sus hijos tenían un carácter inquebrantable cuando de mujeres se trataba.
Su marido no había sido así, y tal vez por eso siempre había pensado que a sus hijos podía dominarlos, pero qué estrellón se había llevado!
Respiró profundo y miró a Dora y Arelis mirarla con un poco de lástima. Sí, ahora mismo, ella era digna de lástima.
Ana le dio un beso salado a Carlos. Estaban los dos, abrazados en medio de las olas del mar, jugueteando, riendo, besándose, y persiguiéndose el uno al otro hasta la playa y de vuelta al agua. Nunca se había divertido tanto.
Esa mañana habían despertado abrazados, con pereza, pero hambrientos, y antes de que llegara el servicio a la habitación, Carlos le había vuelto a hacer el amor. Camino al restaurante Ana había vuelto a llamar a sus hermanos, pero se encontró con saludos muy cortos; estaban recién levantados, cansados aún, pero a la expectativa de las aventuras del nuevo día. Tuvo la tentación de llamar a Ángela y contarle cómo le estaba yendo y dónde estaba; ella y Eloísa sabían que iba a pasar su primera noche con Carlos, pero ninguna había imaginado que sería fuera del país en una especie de luna de miel.
Estaba segura de que cuando avisara que había vuelto a casa, caerían en su jardín como reporteras de noticias luego de un golpe de estado o peor.
—Esto hay que repetirlo —dijo Carlos sin aire en sus pulmones, tirado en la arena de la playa, mirando al cielo y con Ana a su lado, ambos llenándose de arena, y tostándose bajo el sol. La mañana les había alcanzado para visitar varios sitios de la isla, conocer algunas atracciones turísticas, parques acuáticos, y todo tipo de diversiones. Ahora habían estado jugando en el agua un buen rato, y ya estaban bastante cansados—. Vamos por algo de tomar? —sugirió él, y ella aceptó. Tomó su mano y volvieron a entrar al mar para retirarse la arena del cuerpo, y luego se encaminaron al hotel para refrescarse—. Te bronceas muy bonito —dijo él mirándola de pies a cabeza; Ana llevaba un traje de baño de dos piezas con un estampado azul turquesa y blanco que resaltaba su tono de piel. Ella se miró a sí misma, estaba más morena luego de media mañana en la playa.
—Sí, tal vez es una virtud de mi raza; me bronceo fácil.
—Genial —dijo él acercándose para besarla. Ella lo abrazó sonriente, Carlos tenía una manera de atraerla y seducirla única. Parecía querer besarla siempre, de alguna manera, su cuerpo siempre estaba en contacto con el suyo, a veces de manera inocente, otras no tanto. Nunca hubiese imaginado que fuera un hombre tan apasionado—. Reservé mesa en un buen restaurante —dijo él entre besos—, así que tendremos que volver a la habitación para ducharnos.
—Ahora veo que fue buena idea comprar toda esa ropa.
—Te lo dije.
—Y tú estás muy feliz de decir: “te lo dije”.
—Tener la razón me hace feliz.
—Típico.
—A menos que quieras saltarte el almuerzo y pasar el resto de la tarde en la cama conmigo.
—Mmm, qué idea tan tentadora —murmuró ella, como analizando la idea.
—Tal vez a media tarde esté famélico y sin energía, pero habrá valido la pena—. Ella se echó a reír.
—Es tentador ver cómo aguantas el hambre, pero mejor vamos y comemos. Te prometo que a la vuelta estaremos todo el tiempo que quieras en la cama.
—Oh... dioses, he sido bendecido contigo —ella volvió a reír, reconociendo para sí que aquello era también un regalo para ella—. Caminaron tomados de la mano hacia donde estaban sus cosas, para ir de vuelta al hotel. Les esperaba una tarde muy entretenida.