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LOS HERMANOS de Ana fueron a casa de Ángela a conocer a Alex un par de días después. Estaban emocionados con su nuevo sobrino, y le habían traído regalos. Carolina, sorprendentemente, no estaba todo lo celosa que se había esperado. Al principio había mirado enojada a su hermanito por robar la atención de Ángela, pero luego de que Juan José le pidiera que por favor lo cuidara por un momento mientras él iba a hacer algo muy importante (una mentira, estuvo tras la puerta todo el tiempo), Carolina había decidido que Alex era otro juguete de su propiedad, y que tal vez no estaba mal que papá y mamá le dedicaran tanto tiempo.

Fabián llegó con la cena, ya que Juan José le había mandado un mensaje de urgencia, pues la casa estaba un poco patas arriba a pesar del personal de ayuda, y cuando vio a Ana y sus hermanos sonrió aliviado, ella se encargaría mejor que él de prepararlo todo.

—Trajiste como para un batallón de la marina —dijo Ana observando las bolsas. Había traído cosas preparadas y otras crudas. Ana distribuyó todo sobre la encimera decidiendo qué hacer y servir primero.

—Es para que tengan reserva —contestó él sonriendo. Ana lo miró de reojo, sonriendo también—. Llamo a alguna de tus hermanas para que te ayude?

—No, yo lo hago, déjalas; están en las nubes con Alexander ahora mismo.

—Y tú con Carlos, no es así? —ella elevó a él su cara inmediatamente, tomada por sorpresa—. No me mires así —siguió él—, te vi muy amistosa con él, así que algo está pasando y no me quieres contar. Recuerda que somos amigos, a pesar de todo —Ana sacó el pollo frito de sus bolsas para contar el número de cortes y servirlos. Estaba caliente.

—Bueno...

—Prometimos que cuando encontráramos a alguien del que nos enamoráramos lo diríamos.

—Aún no sé si me enamoraré de Carlos.

—Pero es importante, no? —ella permaneció en silencio, y Fabián insistió—: No quiero ser presumido, pero cuando tú y yo lo intentamos, yo sabía que tú también estabas dando lo mejor de ti, porque sé que te hubiera gustado que algo entre los dos funcionara; pero fuimos honestos el uno con el otro cuando decidimos dejarlo. Si a estas alturas no lo has dejado con Carlos, y por el contrario, cada vez te acercas más, es que es importante. Tal vez sea tu “amor verdadero”—. Ana sonrió ante el tono que él usó. Estuvo en silencio unos minutos, mientras laboraba en la cocina; Fabián no le insistió, la conocía y sabía que cuando terminara con sus cavilaciones, le diría algo.

Al fin, cuando ya iba a poner sobre los platos los alimentos, Ana suspiró y dijo:

—Carlos es importante —se mordió los labios y miró el suelo—, no sé aún a qué nivel, pero... Mientras que antes no lo soportaba, odiaba todo lo que tuviera que ver con él y estaba cerrada de bandas en eso de darle una oportunidad... de un momento a otro he descubierto que pensar en él me hace sonreír, y hablar con él se siente mucho mejor; es un hombre bueno, más bueno que cualquiera que haya conocido antes —sonrió con un poco de ironía—. Todavía me sorprende que podamos ser tan compatibles a pesar de tantas diferencias, pero la clave está no sólo en que él me tiene paciencia, más de la que merezco, sino también en que quiero saber... quiero saber dónde parará todo esto—. Fabián la miraba fijamente, apenas parpadeaba, y analizaba cada una de sus palabras—. Tengo miedo, no te lo voy a negar —siguió ella—, pero al mismo tiempo, estoy confiada; su amor me da confianza—. Cerró sus ojos y respiró profundo—, se nos vendrá el mundo encima, y esa será una prueba muy difícil de pasar, pero creo que vale la pena averiguar si esto es verdadero o no.

—Estás en esas averiguaciones, entonces? —ella sonrió.

—Sí, y estoy poniendo todo de mi parte.

—Me alegra mucho.

—Me alegra que te alegres—. Él sonrió alzando una ceja.

—Qué te esperabas, que haría una escena de ex novio rechazado?

—Cariño, tú y yo no alcanzamos a ser novios.

—Ah, no? Tendré que corregirlo en mi diario —Ana se echó a reír, y acto seguido empezó a servir los platos, a llevarlos a la mesa y a llamar a todo el personal. A Ángela le llevó su plato en una bandeja a la habitación, todavía no era prudente que se levantara y estuviera dando vueltas por la casa, así que se movía lo mínimo. A pesar de su rostro aún cansado, ella estaba radiante. Con Carolina había sido así, pero había una diferencia: ella ahora tenía todo el apoyo del padre de sus hijos, que la mimaba y cuidaba de ella.

Cuando se sentaron a la mesa, un poco tarde para lo acostumbrado, llegó Carlos. Se sorprendió un poco cuando vio a Ana y su prole en casa de su hermano, y cuando le ofrecieron sentarse a la mesa, lo hizo lamentándose por haber cenado ya.

—Vine a ver a mi nuevo sobrino —dijo Carlos, mientras observaba a Sebastián debatirse entre coger el ala del pollo con las manos o con el tenedor. Carlos resolvió su duda pasándole una servilleta de papel, y mirándolo significativamente. Sebastián la tomó agradecido, y con la servilleta, tomó un extremo del ala y comió tranquilo.

—Tu nuevo sobrino no tiene nada de interesante —dijo Juan José—, duerme todo el día, llora cuando tiene hambre... Ah, descubrimos que tiene los ojos grises, pero dicen que les cambian, así que no sabría decirte.

—Tal vez se queden así —dijo Fabián—. Ángela los tiene grises.

—Quién sabe.

—Entonces no hace nada? —preguntó Carlos, sonriente.

—Sólo duerme, come, y defeca, y lo hace espectacular —los niños se rieron.

—Los recién nacidos son todos así —comentó Ana, y se escuchó como si fuera una matrona con mucha experiencia en el tema. Carlos se la quedó mirando con la luz de siempre en su mirada, con la media sonrisa que se salía involuntaria cuando la veía, con un picor en las manos por el deseo de estar a su lado y tocarla.

Y Fabián no perdió nota de ese hecho.

—Saben? —dijo, dejando sobre el plato los huesos del pollo— en un par de semanas me iré de campamento al parque Tayrona.

—Woah!!! —exclamó Paula—. Una compañera del colegio fue de vacaciones allí y subió al Facebook unas fotos espectaculares!

—Se puede hacer campamento en el parque Tayrona? —preguntó Ana, tomando un sorbo de su bebida.

—Claro que sí. Hay que hacer las reservaciones con anticipación, pero se puede. Tú eliges cuántos días, noches y el estilo de vacaciones que quieres, ya sabes, tienes playa y montaña.

—Qué genial! Sólo he ido a la playa una vez —se quejó Sebastián, y, como era de esperarse, él, Paula y hasta Silvia, la miraron con ojitos de perro suplicante.

—Qué? —preguntó ella.

—Sería genial ir!

—Fabián, sacas ese tema así de repente, delante de mis antojosos hermanos... ¡muchas gracias!

—Yo estaba pensando en llevármelos un fin de semana —la algarabía que se formó en la mesa fue enorme, y Carlos tuvo que mirar a Fabián con una pregunta en el rostro. Él lo miró sonriente, y entonces entendió. Lo hacía todo para darles a él y Ana un espacio a solas.

Ya había entendido que tener privacidad con ella sería muy difícil, pues alrededor siempre estarían sus hermanos. Los quería, y no le estorbaban, pero una pareja necesitaba tiempo a solas, y Fabián se los estaba consiguiendo. Se preguntó por qué alguna vez le cayó mal, si era el mejor tipo del mundo.

—Está bien, está bien! —cedió Ana, mirando a Fabián como una severa maestra de preescolar—. Tú iniciaste todo esto, tú te encargas de todo!

—Hecho.

—Te amamos, Ana!

—A Ana? —reclamó Fabián—. No soy yo el que los invitó?

—Te amamos, Fabián.

—Eso está mejor —Carlos no lo pudo evitar y se echó a reír. Juan José miraba la escena preguntándose a qué horas habían montado ese circo en su casa, y Ana sólo se estaba preguntando en los gastos de trajes de baños, tiendas de campaña, repelentes y bloqueadores solares. A pesar de que Fabián invitaba, sabía que esas cosas corrían por su cuenta.

Carlos no había tenido previsto verla esa noche. A pesar de lo fuerte de su deseo de estar con ella el mayor tiempo posible, eran más bien escasos los momentos que podían tener a solas. En el trabajo su horario era bastante apretado, tanto, que estaba considerando aflojar un poco el ritmo, para poder dedicarle más tiempo.

Cuando se hizo tarde y decidieron volver a casa, se hizo muy natural que los chicos, sin que nadie les dijera nada, se subieran a su auto para que fuera él quien los llevara. Eso le produjo felicidad.

—Se están acostumbrando muy pronto a la buena vida —suspiró Ana, y Carlos sonrió.

—Qué tiene de malo?

—Siempre que no olviden el valor de las cosas, no importa, y tampoco puedo hacer nada para evitarlo.

Cuando llegaron a casa, Carlos fue invitado a seguir, pero tan sólo unos minutos después de haber estado conversando, cada uno fue subiendo a su habitación alegando tener sueño y los dejaron solos.

—Tus hermanos me caen cada vez mejor —dijo él, y Ana no pudo evitar sonreír. Sin embargo, sólo estaban sentados el uno al lado del otro, y apenas sus codos se tocaban.

El silencio se prolongó. Ana se sentía nerviosa, y se preguntaba por qué él no hacía ningún movimiento, por qué no se acercaba a besarla. Hacía dos días no habían tenido tiempo a solas, desde esos escasos minutos en el hospital, pues todo había sido un caos.

—Cuándo inician tus clases? —preguntó él, rompiendo el silencio.

—El lunes de la otra semana.

—Cuarto semestre, verdad?

—Sí, al fin.

—Tienes pensado enfocarte en alguna especialidad? —Ana sonrió un poco irónica.

—Tengo suerte de estar estudiando. Pensar en una especialidad es un poco utópico para mí.

—Por qué? No quieres?

—Claro que quiero, pero tengo que pensar en la universidad de Silvia, que ya va a entrar.

—Mmmm —murmuró Carlos. Ella lo miró, con la esperanza de que cambiara de tema, pero él estaba enfocado —Normalmente los chicos se gradúan de bachillerato a los dieciséis, no?

—Sí, bueno, pero es que Silvia, al igual que yo, no tuvo un bachillerato muy... fácil.

—Ya.

—Paula y Sebastián han contado con suerte.

—Sí —él la miró a los ojos fijamente, y Ana pensó que al fin la iba a besar—. Me gustaría que me hablaras de tus padres —dijo él, y las esperanzas de Ana se fueron volando. Se recostó al mueble y miró al techo.

—En serio?

—Sí —contestó él, al parecer, sin detectar su sarcasmo. Ana respiró profundo y volvió a mirarlo. Él esperaba una respuesta.

El beso para otro día, se dijo, y empezó a hablar.

—Qué te puedo decir? —dijo—. Es todo una historia muy trágica, no sabría por dónde empezar.

—Desde el principio —sugirió él, cruzándose de brazos y poniéndose cómodo. Aquello hizo que sonriera. Él era raro. O tal vez ella tenía una idea equivocada de lo que debían ser las relaciones. En su ignorancia, había pensado que lo único que hacían dos novios cuando estaban a solas era besarse y besarse.

Bueno, se dijo, conversar también estaba bien. Con él era fácil hablar, y había llegado el momento de contarle algo de su pasado. Afortunadamente, todo lo ocurrido en esta parte de su historia era responsabilidad de sus padres, no suya, así que estaba exenta de reproches.

Miró a la distancia, recordando, y tratando de ordenar los eventos en su mente para poder contarlos de manera coherente.

—Bueno... —empezó— Mis padres no estaban casados; vivían en lo que llaman unión libre. Mamá se fue de su casa cuando supo que estaba embarazada de mí, así que ahí empezó todo. Ella era muy joven, y los abuelos ya eran mayores, así que no tenía a nadie y se fue a vivir con papá. Ninguno de los dos terminó el bachillerato, papá trabajaba como conductor; no tenía educación para hacer algo más elevado, así que viajaba mucho. Sin embargo, y según mis recuerdos de esa época, todo estaba bien —Ana sonrió, con la mirada perdida en sus recuerdos—. Yo llegaba todos los días de la escuela, y encontraba a mamá con Silvia y Paula en casa; luego papá llegaba y veíamos la televisión juntos. Él nos trataba con cariño, era un padre amoroso... Papá empezó a construir nuestra casa, y todo parecía muy normal, la iba mejorando poco a poco, construyendo una habitación tras otra, poniendo ventanas, tejado...

Carlos la observaba. Ana tenía una voz agradable, una voz tranquilizante, la misma voz que le había llamado la atención la primera vez que la viera en ese hospital. Ahora, ella tenía un mejor corte de cabello, mejor ropa, y más seguridad en sí misma, pero sin duda, seguía siendo la misma Ana.

—Pero luego... —siguió ella— papá empezó a beber. No sé por qué, qué lo impulsó, qué pasó que de un momento a otro dejó de ser como era, y no mejoró, sino que al contrario, las cosas empezaron a ir de mal en peor. Mamá quedó embarazada de Sebastián, y su humor también fue a mal. Discutían mucho, se gritaban cosas, ya no había dinero... si bien antes no estábamos demasiado holgados, al menos había para lo básico; ahora pasábamos mucha necesidad.

Ana lo miró a los ojos, los de ella estaban ahora humedecidos. Tenía en el rostro una sonrisa melancólica y triste.

—Hasta que un día —dijo—, mamá nos abandonó—. Guardó silencio por unos segundos, y Carlos se acercó un poco más a ella. Se había imaginado que su madre estaba muerta, no algo como esto. Frunció un poco el ceño, pero no la interrumpió—. Simplemente un día volvimos mis hermanas y yo del colegio, y encontré a Sebastián solo en casa, con el pañal por cambiar, llorando por hambre... y en el armario, la ropa de mamá ya no estaba. Ni una nota, ni nada... Y papá perdió el control; llegaba ebrio todos los días. Como consecuencia —siguió, respirando profundo— perdió el trabajo, me tocó a mí... asumir la responsabilidad de todo... Sólo tenía trece años, pero ya lavaba y planchaba para traer unos pesos a la casa... Y luego me tocaba llegar, y limpiar la suciedad, y preparar comida... —Se sorprendió cuando sintió la mano de Carlos sobre su cabello, acariciándolo en un toque calmante, se había concentrado tanto en su historia, y sumergido tanto en lo recuerdos, que casi había olvidado que él estaba allí.

—Luego, papá murió —siguió—. Lo encontraron a la salida de una de las cantinas de Trinidad. Ahogado en su propio vómito, semidesnudo, en un callejón. Todos tuvieron pesar por nuestra miseria, pero ninguno vino a ayudarnos.

—El gobierno no tuvo nada que decir? —preguntó Carlos, asombrado— Eran cuatro niños abandonados en una casa; nadie hizo nada?

—Sí, intentaron llevarnos al Bienestar Familiar, pero yo no lo permití. Sabía, sin que nadie me lo dijera, que si dejaba que nos llevaran nos separarían, así que cuando me preguntaban, mentía diciendo que una tía nos enviaba dinero, yo ya tenía dieciséis años, trabajaba para los Riveros, los padres de Ángela. Así que en cierta forma, no nos faltaba nada, y nos dejaron en paz.

—Crees que fue lo mejor? —Ana hizo una mueca.

—No tenía más opciones. Si hubiese permitido que me separaran de mis hermanos, habría enloquecido; hoy la culpa me habría consumido. Son mis hermanos!

—Está bien, lo entiendo.

—Tuve que... tuve que trabajar muy duro, Carlos. Tú dijiste una vez que no tenías tiempo libre para vivir la vida... Yo sí sé lo que es no tener tiempo libre para vivir. Novios, yo? Por favor! Mientras las chicas de mi edad ya se estaban quedando embarazadas, yo estaba en casa con un bulto de ropa que lavar y luego planchar, con tres bocas que alimentar, tareas en las que ayudar, zapatos que remendar... la pobreza es un monstruo, Carlos. No te puedes descuidar con ella—. Él se acercó poco a poco y besó su frente justo en una ceja.

Él no sabía lo que era la pobreza. Cuando estuvo a punto de caer en ella, tuvo herramientas con las que volver a surgir: su estudio, su conocimiento, la gente que había guardado lealtad a su abuelo, y que depositaron esa misma lealtad y confianza en él. Si no hubiese sido así, quién sabe cómo habría sido su vida desde entonces. Sin embargo, Ana no había tenido nada de eso en ese tiempo. Ella era mucho más valiente y fuerte que él por eso, reconoció.

—Con mucho esfuerzo, pero pude sacar a mis hermanos adelante... —siguió Ana— Bueno, tal vez por mi cuenta no habría podido llegar muy lejos, porque justo en el momento más crítico de toda esta historia, cuando ya en la alacena no había nada, cuando ya no tenía forma de ganar dinero porque por alguna razón todos mis antiguos clientes para los que había trabajado alguna vez se negaron a volver a contratarme... Justo cuando estaba entrando en la desesperación, llegó Ángela a nuestra casa; se acababa de separar de Juan José, traía el corazón roto y un poco de dinero consigo. Con eso sobrevivimos juntas un mes, imagínate. Ahora pienso en esa misma cantidad de dinero y me pregunto cómo hicimos para que durara tanto. Con el ritmo de vida que llevamos ahora, en una semana se habría agotado. Y un mes después, ella era heredera de una gran fortuna. Resultó que Orlando Riveros era más rico de lo que cualquiera habría esperado. El más rico de la región, manejando un muy bajo perfil. Ella nos acogió, nos cobijó bajo su protección... No sé qué habría sido de nosotros si ella no nos saca de Trinidad... y entonces llegamos aquí, y Ángela volvió con Juan José, y se casaron, y formaron por fin una familia.

Carlos respiró audiblemente, y ella lo miró. Tenía sus antebrazos apoyados en las rodillas, y las yemas de sus dedos juntas.

—Es extraño que nadie quisiera contratarte como antes. Parece todo producto de una conspiración... —ella lo besó, y con eso, distrajo su atención. Ya basta por hoy, se dijo. Ya le había contado suficiente por un día. Ya no quería escarbar más en el pasado.

Pero Carlos no era un niño al que pudiera conquistar con dulces. Si bien los besos de ella tenían el poder en cualquier momento y en cualquier lugar de distraerlo, tenía la sospecha de que había algo más en todo esto. Faltaba una pieza.

Sin embargo, se dejó besar. Incluso fue más allá: la tomó en sus brazos y la sentó en su regazo, y profundizó el beso. Cuando sintió las lágrimas de ella, se detuvo, y la sostuvo allí, pegada a él, mientras ella lloraba con el rostro hundido en su cuello.

—Lo siento —dijo ella entre mocos y lágrimas.

—No tienes por qué disculparte.

—No tenía planeado echarme a llorar, sólo...

—Ana, a mi lado llora todo lo que quieras. Quiero no sólo tus alegrías, dame también tus tristezas —ante esas palabras, Ana alzó el rostro y lo miró fijamente a los ojos.

—Haces que te quiera —él sonrió.

—De qué manera me quieres?

—Quisiera meterte en un bolsillo y tenerte ahí todo el día.

—Qué manera de querer más extraña —ella se acercó poco a poco y besó suavemente sus labios.

—Y cómo quieres que te quiera? —preguntó, y besó entonces la nariz de él. Sintió la mano de Carlos posada en su cadera meterse suavemente debajo de su blusa hasta sentir su piel. Ana cerró sus ojos, toda ella había reaccionado ante ese ligero toque.

—Así como te quiero yo a ti. Aunque eso podría ser más un castigo que otra cosa —ella se enderezó.

—Querer a alguien es un castigo? —él hizo una mueca.

—Si te va a doler el cuerpo y el corazón cada vez que le tienes cerca, sí; si lo primero que piensas es en: “diablos, cuándo podré estar a solas con él?”, sí. Quererte duele a veces, Ana—. Ella estaba sonriendo, aunque la descripción que él daba se asemejaba mucho a lo que últimamente ella sentía y pensaba acerca de él, no se alarmó. Se estaba acostumbrando poco a poco a esto, se estaba amoldando a él, y no sentía que estuviese mal—. La otra vez me prometiste que si no salía corriendo, me darías lo que te pidiera.

—Ah. Me estás reclamando ya tu premio?

—Me lo gané, no? —Muy sutilmente, la mano de él estaba ascendiendo por debajo de su blusa. Cuando llegó justo debajo del pecho, se detuvo y la miró como pidiendo permiso.

Él no se había ganado aún el premio, pero esto lo deseaba ella tanto como él, así que cerró sus ojos a modo de respuesta, y la mano de Carlos ascendió aún más. La estaba tocando por encima de la tela del sostén, pero aquello se sentía sublime. Su respiración se agitó inmediatamente, y casi soltó un gemido.

—Te imaginas cómo será cuando al fin te haga el amor? —susurró Carlos, y entonces su mano se metió debajo del sostén y la tocó. Con la otra, fue desabrochando poco a poco los botones de su blusa, a la vez que la besaba sin parar.

—Carlos...

—Mmm.

—No podemos... aquí no —pero él no se detuvo. Desabrochó la blusa y pegó los labios a la piel de sus pechos, lamió y succionó suavemente. Ana apretaba los dientes conteniendo un gemido, tenía miedo de ser escuchada, pero Dios, aquello se sentía tan bien...

Se dejó llevar. Estaba escrito que esto sucedería y ella lo iba a disfrutar, por eso no tenía miedo, así que cuando él la tumbó suavemente en el sofá, no se escandalizó, simplemente disfrutó cada beso, cada lametón. El aroma de Carlos estaba encendido ahora, y ella encontraba aquello más embriagador que cualquier perfume. Él siguió bajando su cabeza y metió la lengua en el hueco de su ombligo; algo líquido y como fuego se derramó entonces dentro de ella, y soltó un gemido que la sorprendió a sí misma. No sabía que era capaz de eso. Él se separó de ella por un momento mirándola a los ojos, orgulloso de ella y de sí mismo, ansioso por continuar, pero triste, porque sabía que no era ni el momento, ni el lugar.

El pecho de él se movía al compás de su acelerada respiración. Ana elevó su mano y tocó los costados de su cuerpo, y él cerró los ojos.

—Ana —susurró él en una voz ronca y queda, como una súplica.

—Qué bueno que sea mi nombre el que dices —él la miró un poco sorprendido, pero ella sonreía, sintiéndose poderosa.

—Es el único nombre que digo, en realidad.

—Ah, sí?

—Ana y sólo Ana. Mi Ana—. Ella sonrió otra vez. Estaba casi desnuda de cintura para arriba, con los pechos al aire, pero nunca se había sentido mejor, ni más hermosa, ni más especial.

—Mi Carlos —susurró, y fue turno de él sentirse poderoso.