...24...
ÁNGELA abrió grandes sus ojos cuando vio a Judith en la puerta de su casa. Alma, su ama de llaves, era quien había abierto la puerta, y la invitó a seguir. Estaba un poco descompuesta, y eso ya era algo grave; Judith nunca, nunca, estaba descompuesta. Tenía el maquillaje un poco corrido, como si hubiese estado llorando, y cada cabello no estaba en su lugar, como solía ser.
—Está Juan José? —pero esa pregunta terminó de aterrarla, otro nunca de Judith era preguntar por su “otro hijo”. Por lo general, cuando Judith venía aquí, era para ver a Carolina, y por ella era por quien preguntaba cuando venía.
—Eh... no... —contestó Ángela, con Alex en brazos—. Salió un momento al parque con Carolina... Como es costumbre los domingos.
—Ah... —Judith miró en derredor, como si se hallara perdida en aquél lugar. Ángela nunca había estado a solas con su suegra, y realmente nunca había estado segura de cómo proceder con ella, así que se arriesgó esta vez y la invitó a seguir hasta la sala.
Judith avanzó mirando todo en derredor como si fuera la primera vez que entrara. En una pared vio un retrato un poco antiguo de Ángela, Carolina y Juan José. Se detuvo frente a ella y lo observó largo rato. Ángela, llamada su atención por la actitud de Judith, miró también la foto preguntándose qué podía haber en ella que le atrajera tanto; el cristal estaba limpio, y el marco lo habían comprado en una buena tienda, así que no creía que se debiera a eso. Podía ser que los estuviera mirando a ellos?
Esa fotografía se las había tomado Carlos un día que salieron juntos a comer en un centro comercial, y Juan José había quedado tan encantado que la había mandado reproducir, tenía una copia en el escritorio de su despacho en la constructura, y en el pasillo del piso superior de la casa había otra un poco más pequeña. Era en la época en la que esperaban por la boda y Carolina aún no había cumplido el año, Carlos había capturado la imagen en un preciso instante en que Carolina se había dignado sonreír y Juan José y ella tenían esa mirada feliz y radiante de quienes están satisfechos con todo lo que les rodea. Había sido un momento memorable... pero, por qué la observaba Judith?
La vio sacudir su cabeza y caminar hasta la sala, cuando estuvo allí, Ángela no tuvo necesidad de invitarla a sentarse; estaba muy silenciosa. Se sentó en el mueble frente a ella en silencio también. Recordó entonces que Ana le había dicho que almorzarían con ella en la gran mansión Soler, pero no la había llamado para contarle cómo le había ido. Ella tampoco la llamaba, pues imaginaba que estaría siendo muy inoportuna no importaba la hora a la que lo hiciera. Sabía que Juan José había hablado con Carlos, y que habían salido del país en el avión privado, pero no tenía los detalles del asunto.
Los segundos se alargaron y Judith no decía nada, y en la mente de Ángela se fueron formando varias teorías que podían explicar su silencio: Ana había sido milagrosamente aceptada por Judith, y ella estaba aquí para contarle acerca de lo feliz que estaba con su nueva nuera... No, demasiado fantasioso.
Ana había sido completamente rechazada, y Judith estaba aquí para sermonearla a ella y a Juan José por permitir que alguien así entrara en su preciosa familia... Eso tenía más sentido, pero entonces no explicaba la actitud que ella traía.
—Todo está bien, Judith? —preguntó Ángela, y Judith reaccionó un poco sorprendida, como si hubiese olvidado que estaba con alguien más en esa sala.
—Ah... sí, sí..., No —corrigió luego—. La verdad es que todo está mal.
Ana había sido rechazada, concluyó Ángela, y endureció el rostro. Si Judith venía aquí a hablar mal de Ana, pues se llevaría un estrellón, ella no permitiría que nadie ensuciara el nombre de la que consideraba su hermana.
—Carlos... —siguió Judith, cerrando sus ojos— Carlos se fue ayer, y no ha regresado a casa...
—Está de viaje, con Ana —Judith alzó la mirada hasta Ángela, mostrándose sorprendida tanto por la noticia como por el tono de su voz. La miró fijamente, Ángela estaba mortalmente seria, y aunque la imagen del bebé en sus brazos era tierna, ella tenía un rostro casi amenazador.
—Quién es Ana?
—Mi hermana, aunque no de sangre, como si lo fuera. El que se mete con ella, se mete conmigo—. Judith la miró un instante seria, y luego dejó salir una risa que pareció más bien un quejido.
—Tantos defensores...
—Ana fue la que me tendió la mano y me dio un techo cuando su hijo fue un patán conmigo. Me salvó del hambre en más de una ocasión, y de la locura cuando me quise morir. Le debo mucho, nunca tendré cómo pagárselo. Lo mínimo que puedo desearle es que sea feliz al lado de la persona que ella ha elegido.
—Es una santa, pues!
—Noooo, no lo es... —rió Ángela, aunque con ironía— Al contrario, Ana sabe defenderse muy bien ella solita, si fuera tan débil, nunca habría podido sacar ella sola a tres hermanos menores; yo nunca me metería en medio de ella y lo que quiere, y eso que es mi hermana —Judith la miraba entre asombrada y aterrada—. Créame cuando le digo que es la mejor mujer que Carlos hubiese podido elegir para amar, yo estoy muy feliz porque por fin esos dos pudieron demostrar sus sentimientos, y estar juntos.
—A pesar de que Ana es...
—Es qué? —preguntó Ángela, con tono ominoso.
—No sé, es tan... tan... pobre! —Ángela se echó a reír.
—No sabe usted que Ana siempre ha sido más rica que usted? Nunca ha vivido en una mansión, pero ella SIEMPRE se ganó con sus propias manos todo lo que tuvo, fuera mucho o poco, y lamentablemente siempre fue poco. Eso hace rico a una persona: no depender de otro para comprarse unos calzones.
—Me estás diciendo mantenida, Ángela? —ella la miró alzando sus cejas, si no estaba mal, era la primera vez que Judith la llamaba por su nombre.
—Al que le siente el sayo...
—Entonces imagino que Juan José también estará de parte de ella...
—Juan José estará de parte de su hermano, y si Carlos ha decidido que Ana es la mujer de su vida...
—Pero cómo puede él decir algo como eso, o estar seguro? —Ángela la miró entonces ya no con rostro amenazador, sino casi con pesar. Acaso Judith nunca había estado enamorada como para no entender a su hijo?
—Uno simplemente lo sabe, Judith —dijo Ángela. Judith, poco acostumbrada a que la llamara por su nombre, pues siempre le había dicho “madre” tal como ella le había enseñado a sus hijo, la miró con una ceja alzada. Tal vez Ángela era la persona menos indicada para hablar de sus dudas, después de todo, ella se había embarazado para atrapar a su hijo.
Se puso en pie dispuesta a irse, pero entonces entró Juan José con Carolina, quien, al verla, exclamó “mamá Judith!”, y se bajó de sus brazos para ir a abrazar a su abuela. Juan José le lanzó una mirada interrogante a su mujer, pero Ángela meneó la cabeza haciendo una mueca. Judith no estaba aquí por nada bueno, concluyó Juan José.
—Qué hermosa estás! —le dijo Judith a su nieta, mientras la niña le contaba todo lo que había hecho en el parque con su padre. Judith vio por el rabillo del ojo que Juan José le daba un beso a Ángela y cuchicheaban entre sí—. Juan José —lo llamó—, necesito hablar contigo.
—Claro, dime.
—A solas —Ángela elevó sus cejas.
—Madre, cualquier cosa que tengas que decirme, lo puedes hacer delante de Ángela.
—No te preocupes, Juanjo —dijo Ángela acercándose a Carolina y extendiéndole su mano para que la niña la tomara—. Igual, Alex necesita un cambio de pañal.
Ángela salió con los niños, mientras Carolina seguía hablando de columpios, barras y resbaladeros muy emocionada. Judith miró irse a la niña con pesar, y Juan José esperó que entendiera lo que acababa de hacer; si rechazaba a Ángela, ésta le impediría tener contacto con su nieta, y sabía que Ángela era muy capaz de hacerlo, pues no tenía paciencia ni escrúpulos con las madres que maltrataban de una forma u otra a sus hijos, ya había pasado ella misma por eso.
—Entonces? —apuró Juan José—. Habla.
—Por qué me hablas así?
—Quieres que te aplauda lo que acabas de hacer?
—Por qué todo el mundo está en mi contra de repente?
—No ha sido de repente; estás recogiendo lo que en toda tu vida te dedicaste a sembrar.
—No me hables así, Juan José!
—A qué viniste, madre? —preguntó él, masajeándose el puente de su nariz con sus dedos, tal como solía hacer Carlos cuando estaba estresado. Judith vio ese gesto y algo se removió en su interior. Era el gesto del abuelo Ricardo Soler. Se sentó en el mueble con deseos de llorar.
—Carlos se fue con esa... con esa...
—Con Ana. Está con Ana. Acabo de hablar con él y lo está pasando muy bien, está reafirmando su opinión; Ana es la mujer que quiere para él.
—Pero por qué? Por qué no pudo escoger a alguien más de su nivel, o de su estatus? Por qué alguien como ella, al igual que tú? Cómo es posible que mis hijos sean tan estúpidos que se dejen atar y manipular por mujeres como esa?
—Perdona, estás hablando mal de Ángela?
—Me vas a decir que no es cierto que ella te amarró en este matrimonio con su hija? —Juan José se echó a reír de una manera tan estridente que Judith tuvo que detenerse en sus lloriqueos.
—Ángela tenía razón —dijo él entre risas—. Debí contarte la historia completa desde el principio.
—De qué estás hablando? Qué historia?
—Madre, siéntate, te voy a contar la verdad entre Ángela y yo—. Judith lo miró con sus ojos verdes exactos a los de su hijo preguntándose qué verdad sería esa. Sin embargo, hizo caso y se sentó, con la sensación de que no le iba a gustar lo que le iban a decir.
-Por Dios, Ángela tenía razón! —exclamó Ana entre resuellos, desnuda en la cama y apoyando su espalda en el pecho de Carlos, que también intentaba alcanzar el aire. Llevaban horas haciendo el amor.
—Y qué dice Ángela? —preguntó él.
—Que los Soler tienen un desempeño más que satisfactorio en la cama—. Eso lo hizo reír, y se movió para abrazarla, apoyando su barbilla en el hombro de ella, y besándolo.
—Es bueno saber que la intimidad entre ellos dos también va bien, pero no quiero tener tanta información —Ana se echó a reír—. Pero claro —siguió él—, olvidaba que las mujeres se hacen entre sí ese tipo de confidencias—. Fue ocasión de Ana para reír.
—Somos amigas desde hace mucho, ella, Eloísa y yo.
—Eso veo. Desde Trinidad, no? —dijo él con voz perezosa, pero Ana se había quedado en silencio, y un poco quieta.
—Hemos estado juntas en muchas malas situaciones. Ángela tuvo que pasar por mucho cuando se casó la primera vez con Juan José. Fue muy difícil para ella... Eloísa, a pesar de que siempre da la imagen de estar en otra órbita, también ha tenido que pasar lo suyo... y ellas han sido un apoyo para mí, a pesar de todo.
Carlos se apoyó en su codo para poder mirarla desde arriba.
—A pesar de todo? A qué te refieres? —Ana hizo una mueca.
—Carlos, mientras ellas eran niñas ricas, hijas de grandes señores, yo era la sirvienta. A ellas se les enseña que una es invisible, que no se nos dirige la palabra más que para pedirnos cosas. Ellas no eran así; cuando Eloísa iba a visitar a Ángela a su habitación, Ángela me llamaba, y así me eximía de una hora de trabajo pesado y me permitía divertirme un poco con ellas. Aunque a medida que se fue convirtiendo en mujer su libertad fue menguando, y con ella su autoridad con el personal—. Carlos respiró profundo.
—Lamentablemente, es cierto eso de que se nos enseña a no hacer lazos afectivos con los empleados. Tengo que admitir que para mí casi todo el personal que labora en mi casa es prescindible, excepto por Leti, que está allí desde hace más tiempo que los demás, y se quedó aun en la época de crisis, cuando tuvimos que pagarle con muebles y objetos.
—Se siente muy distinto cuando estás al otro lado... y si eres tan sólo una niña, y estás a merced de tus jefes... —su voz se fue apagando, y Carlos pasó sus manos por la piel de sus brazos, sintiendo que ella se enfriaba de repente. Le besó la oreja, como si así pudiese espantar algún fantasma de su pasado.
—Orlando Riveros era tan malo como todos dicen? —Ana soltó una risita irónica.
—Era peor.
—Qué te hizo, Ana? —ella se giró a mirarlo.
—Cómo sabes que me hizo algo?
—Era cruel con su propia hija... por qué no podía serlo con sus empleados? —los ojos de Ana se humedecieron.
—Es... es una historia un poco larga.
—Cuéntamela —Ana respiró profundo, tratando de encontrar la serenidad necesaria para contar el peor episodio de su vida.
Salió de la cama y buscó su ropa. Carlos se sentó y la observó mientras se volvía a vestir, era como si se sintiera vulnerable contándole eso desnuda. Su piel se erizó un poco. Estaba seguro de que en cuanto Ana terminara de contarle lo que le iba a contar, iba a desear ir a Trinidad y sacar a Orlando Riveros de su tumba para resucitarlo y volverlo a matar.
—Yo tenía dieciséis años cuando mi padre murió.
—Sí, eso me lo dijiste.
—Pues bien, ya para entonces trabajaba en la casa Riveros, sólo que a tiempo parcial, por mi estudio. Me ocupaba de los mandados, y cosas así. Pero entonces dejé el bachillerato; si no lo hubiera hecho, habríamos muerto de hambre... Así que estuve más tiempo en la casa. Unos años después, Ángela se casó con tu hermano, y se fue de la casa. Recuerdo un día que él llegó a la casa furioso. Escuché decir que se había encontrado a Ángela trabajando en uno de los negocios del centro y Juan José había tenido la osadía de enfrentársele. Su humor empeoró desde entonces, y soy testigo de que con García, su hombre de confianza, empezaron a maquinar la manera de hacer que se fuera del pueblo. Lo intentaron de varias maneras.
—Entonces fue él quien provocó el accidente de mi hermano. Invertí mucho tiempo y dinero tratando de aclarar ese hecho y tú siempre lo supiste —Ana sólo se alzó de hombros.
—Yo no tenía ninguna prueba, ni Ángela. Y de veras esperabas que alguien como yo lo enfrentara? Y luego cuando lo comprobamos, él ya estaba muerto, así que no tenía caso hacer nada... En fin, eso no es lo importante... Como Ángela ya no estaba en casa... su atención se fijó en otra persona...
—En ti —dijo Carlos entre dientes.
—Estaba enfermo —susurró Ana, recogiendo la sábana entre sus manos, como si no se pudiera estar quieta, y la hizo una bola entre sus piernas—. Empezó a intentar enamorarme... Era realmente asqueroso, pero yo tenía miedo de... perder mi empleo... así que recibía sus regalos, que no eran más que flores o chocolates. Las flores las tiraba, y los chocolates los repartía entre mis hermanos y les hacía creer que se iban a perder y por eso la señora Eugenia me los daba a mí —los ojos se le humedecieron—. Yo no sabía hacer otra cosa más que limpiar, y no creía que en otra casa me aceptaran si salía de allí en malas condiciones, pero cuando él se puso pesado, y me abordaba cuando estaba sola, tuve que renunciar —cerró sus ojos—. Afortunadamente, Ángela y Juan José se llevaban bien para entonces, y ella pudo convencerlo de que me contratara; ganaba mucho menos, pero estaba en paz, y así pasé un tiempo. Ángela me compartía de sus cosas, y yo pude sobrevivir ayudándome con ventas, y eso. Silvia tuvo que dejar el colegio para trabajar también... —Ahora las lágrimas empezaron a correr—. No quería eso, y discutimos; intenté obligarla para que volviera, pero ella estaba empeñada en ayudarme. Además, se hizo con un noviecito que no me gustaba nada, y tenía mucho miedo de que su vida se fuera al traste por sus malas decisiones... Y fue cuando reapareció Orlando Riveros... Esta vez fue mucho más allá de una insinuación.
—Qué hizo?
—Él... él me dijo que se había fijado en mi hermana, en Silvia, en lo bonita y vivaracha que era... me dijo que tal vez ella sí aceptaría sus “galanteos”. Entré en pánico, Carlos! —exclamó—. Así que cuando volvió a insinuarse yo... yo... tuve miedo de decirle que no.
Ella se echó a llorar, aunque en silencio, y Carlos se movió en la cama hasta acercarse a ella, que estaba sentada en el otro extremo, para abrazarla.
—Tuve que ir voluntariamente a él.
—No, eso no fue voluntariamente.
—Pero me tuve que rendir... y permitirle que me tocara y... me hiciera eso... —él la abrazó más fuerte y besó su cabeza, sintiendo también mucho dolor en su corazón, las lágrimas de ella caían en su alma como pesadas rocas puntiagudas.
Pasaron los minutos y ella se fue calmando. Se secó las lágrimas con la sábana y respiró profundo.
—Perdona que me ponga a llorar...
—Sácalo todo.
—Estás seguro?
—Sí —ella lo miró sonriendo en medio de su tristeza. Cómo lo amaba! Era tan diferente en cuerpo y alma al hombre que le había hecho daño en el pasado! Su sonrisa se fue borrando cuando a su mente llegó el recuerdo. Ella en una habitación de hotel, asustada, con el pecho subiendo y bajando, porque aunque tenía una idea de lo que le esperaba, no estaba segura de nada. Él la había abordado desnudándose, como si quisiera pavonearse de algo, cuando en realidad no había nada atractivo que mirar, era gordo, grande, fofo y pesado; la primera vez que había visto a un hombre desnudo, y había sido sumamente desagradable. Ella le había dado la espalda avergonzada, y eso para él no fue más que una invitación, quien sólo le subió la falda. Ana había tenido sus ojos cerrados, y se había mordido tan fuerte los labios durante todo el proceso que se había hecho sangre.
Había dolido, como si se estuviese partiendo a la mitad, y se había sentido demasiado mal después, con ganas de vomitar, de morirse, de abrir un agujero en la tierra y meterse allí hasta morirse.
Le fue contando con uno que otro detalle lo que había tenido que vivir, cómo luego fue incapaz de volver a prestarse para eso, cómo tuvo que encerrar a sus hermanas en la casa; a Paula la llevaba al colegio y la iba a recoger, con Silvia se peleaba todos los días por el encierro en que la tenía, pues la había obligado a que dejara el trabajo, y en consecuencia, también había dejado al novio, y entonces Ángela volvió al pueblo.
—...Y esa vez García me estaba amenazando con tirarme la casa encima si no hacía lo que él quería... —siguió contando, aunque ya más calmada, recostada en su pecho, mientras él pasaba sus dedos por su cabello con movimientos tranquilizantes— pero Ángela escuchó todo, se dio cuenta de que su padre estaba intentando abusar de mí. Aunque ella no sabe aún qué pasó en realidad entre su padre y yo, pues nunca he sido capaz de admitírselo, sí sospecha que fue algo más que una amenaza. Esa noche Ángela fue hasta su casa y le gritó a Orlando hasta de lo que se iba a morir; ya no le tenía miedo, su copa se había rebosado. Ya había vivido demasiado como para que su padre la volviera a intimidar. En cambio yo, de estar frente a él de nuevo, sólo sentía miedo, y asco... fui una cobarde.
—Deja de decir eso.
—Pero Ángela estaba llena de odio y de rabia. No se podía creer que se hubiera metido conmigo... y en el calor de la discusión Orlando sufrió un paro cardiaco y murió frente a nuestros ojos.
—Una muerte demasiado buena y digna para alguien como él —Ana frunció el ceño.
—No, no lo creo. Recuerdo la escena como si fuera ayer. Él fue testigo de cómo todos nos sentíamos aliviados con su muerte. García lo dejó morir a propósito. Pudo haber evitado su muerte, sabía cómo ayudarlo, pero simplemente no quiso, y murió allí, frente a nuestros ojos. Acompañado, pero solo.
—Se lo merecía—. Ella respiró profundo y cerró sus ojos, sintiendo cómo al fin esa pesada carga que había llevado todo ese tiempo se desvanecía. Al fin.
—En muchas ocasiones me he sentido mal por lo que hice. En medio de mi pobreza, muchas veces tuve ocasión de prostituirme para ganar dinero; los hombres alrededor que sabían de mi situación siempre me estaban haciendo propuestas. Algunos incluso dejaron en casa regalos tales como mercados, o ropa para mis hermanos. Yo muchas veces los devolví, no quería sentirme en deuda con ellos. Y una vez una mujer de una casa de citas vino hasta mí para explicarme en lo que consistía el trabajo y cuánto ganaría si me unía a ellas... y habría ganado mucho más de lo que ganaba con los Riveros, pero habría perdido el respeto de mis hermanos... Y sin embargo tuve que ceder ante ese hombre. Me sentí tan sucia, Carlos... tan sin valor... indigna... Una prostituta habría tenido más dignidad que yo.
—No digas eso —la defendió Carlos, con voz un poco cortante—. Ellas lo hacen a cambio de dinero, sean cuales sean sus razones o circunstancias, y lo hacen voluntariamente. Tú lo hiciste porque no te dejaron elección; eras tú o una de tus hermanas, y siendo como eres, la respuesta para ti era obvia... Me duele mucho por ti —dijo él, enterrando su rostro en el cabello de ella, como para que no se diera cuenta de que su voz estaba a punto de quebrarse, respiró profundo tratando de desatar el nudo en su garganta y siguió—. Tenías derecho a decidir a quién darle tu primera vez, no tenías por qué pasar por algo tan terrible y encima, que te hicieran creer que había sido tu decisión, cuando la verdad es que te acorralaron—. Ana se giró para mirarlo, le tomó el rostro entre las manos, y cuando vio que él tenía los ojos un poco humedecidos, sonrió con ternura.
—No te sientas mal por mí.
—No puedo evitarlo.
—Ya tú le dijiste a esa Ana adolescente que todo saldría bien al final, y así fue. Ya no vale la pena llorar.
—Y sin embargo, lloras —ella sonrió triste—, cada vez que te preguntaba por esa parte de tu vida, la luz de tu mirada se apagaba, y todo se oscurecía para ti—. Ana respiró profundo y sacudió su cabeza negando.
—Eso era cuando tenía miedo de que nadie me aceptara por lo que había tenido que hacer. Cuando temía que me rechazaran porque fui capaz de entregar mi cuerpo para sobrevivir.
—Las personas que te rechacen luego de saber eso, no son dignas de ti—. Ana se echó a reír.
—Eres increíble.
—Sólo digo la verdad.
—Me amas todavía? —él la miró ceñudo.
—Por qué no te iba a amar todavía?
—No lo sé... Juan José te decía “Don perfecto”— lo escuchó resoplar, pero siguió—. Alguien tan perfecto tal vez no aprobaría algo así, ni lo soportaría...
—No soy perfecto... y no quiero serlo. Juan José ha tenido que cambiar ese concepto que tenía de mí, créeme. No hay nadie más lleno de defectos que yo.
—Qué humilde de tu parte decir eso —dijo ella girándose a él poco a poco, hasta estar frente a un Carlos completamente desnudo. Rodeó su cuello con sus brazos, y lo miró al rostro detalladamente.
—No es modestia, ni humildad —siguió diciendo él. Ana sonrió de medio lado.
—Claro —dijo, como zanjando el tema, pero él la tomó de la cintura y la apoyó en la cama. Ana rió un tanto escandalizada—. No se te acaban las energías? —preguntó entre risas, pero entonces él la miró serio.
—Ana... mierda, no puede ser.
—Qué? —preguntó ella un tanto asustada.
—Creo que olvidé el preservativo la última vez que... —ella se echó a reír.
—No te preocupes, no me voy a quedar embarazada.
—Por qué estás tan segura? —Ana se alzó de hombros.
—Eloísa me asesoró muy bien respecto a eso en cuanto le conté que tú y yo estábamos saliendo, y como yo sabía que tarde o temprano terminaríamos aquí, seguí su consejo y lo puse en práctica.
—Oh, vaya... menos mal que tus amigas no son tontas.
—No —contestó Ana, riendo. En ese momento era como si nada de lo que le había contado acerca de su pasado hubiese sucedido en realidad. Carlos miró su reloj sobre la mesa de noche.
—Tenemos una hora para que vengan por nosotros y devolvernos a Colombia...
—Una hora, eh? Ya se acabó el fin de semana.
—Sí... no se te ocurre nada que hacer para matar el tiempo?
—Qué se me ocurre, qué se me ocurre —repitió ella mientras pasaba su mano por su torso desnudo y ahora bronceado. Cuando puso su mano en su entrepierna, él lanzó un gemido quedo—. Nos alcanzará el tiempo?
—Que el piloto nos espere —dijo él, y fue lo último que dijo con coherencia.