En última instancia, la transgresión de la ley —una ley comprehensiva de todo, que definimos "ley sagrada" desde nuestro punto de vista moderno y profano— es de una importancia decisiva.
A decir verdad, el carácter de la transgresión en este sentido esencial es tanto más evidente cuanto menos manifiestamente concierne a la propiedad o los intereses de otro (comprendidas en ello la propiedad y los intereses de los dioses, de los espíritus, de los muertos, etc.). Se percibe también con más claridad el carácter particular de la falta o impureza carnal —sea sobre el propio cuerpo, sea entre personas que tienen el pleno poder de disponer de ellas mismas (de modo que ese motivo de delito contra la propiedad que se percibe en la frase "las mujeres del hombre de mi aldea son tabú", no está incluido en este caso). Quizá tenemos aquí una de las causas por las que el derecho patriarcal castiga más severamente el adulterio de la mujer que el del hombre: lo que de parte del hombre es más que nada un delito contra la propiedad, de parte de la mujer aparece como simple libertinaje. Eso explica también por qué una sociedad profana y utilitaria como nuestra sociedad moderna disuelve precisamente la moral sexual. Efectivamente, se oyen argumentos como éste: "con mi cuerpo puedo hacer todo lo que me plazca, porque así no le causo daño a nadie".165
Se nos presenta otro problema cuando un "castigo", o una "expiación", toma el lugar de otro. Se trata, en la mayoría de los casos, de un delito que merecería la muerte. Dos tipos extremos de absolución de una pena capital propiamente merecida son, por un lado, el Wergeld germano, que consiste en pagar por aquel a quien se ha asesinado —y aquí nos aproximamos a la idea de una reparación profana en favor de la familia del muerto—; y por otro lado, la leyenda según la cual Hércules, antes de su descenso al Hades, se purifica en los misterios Eleusinos del crimen de haber matado al Centauro —y aquí nos aproximamos a una idea religiosa individualista según la cual lo que cuenta es la restauración de la integridad personal del culpable. Es cierto que aquí la condición ontológica original del culpable es hasta superada, mientras que en el primer ejemplo la recompensa no puede balancear la pérdida real. En los dos casos, el hecho no se torna como "no hecho", vale decir que el estado de cosas precedente al crimen no es restaurado.
Un ejemplo de procedimiento punitorio primitivo, muy curioso para nuestra mentalidad, nos es referido por Lin Hen-li de la Academia Sínica de Taiwan.166 En grupos totémicos y exógamos de Australia, el animal-tótem no puede ser muerto ni comido sino en el curso de un rito particular durante la estación del acoplamiento, la cual tendría el efecto de acrecentar su capacidad de proliferación. Se considera que el animal-totem guarda una relación de parentesco con el clan: la propagación de su especie se efectúa, desde el punto de vista de las severas leyes exogámicas de estos mismos clanes, de manera incestuosa. Si un miembro del clan transgrede el tabú del incesto, se vuelve por ello semejante al animal-totem. Y en consecuencia es, como aquél, muerto y devorado en el curso de una ceremonia solemne. Cualquier otro castigo menos excepcional no haría sino añadir un nuevo delito al que debe ser castigado, pues el parentesco de sangre es absolutamente inviolable —tanto como el animal-totem.
Una manera muy común de castigar el parentesco, sin cargarse con un delito de sangre, es la expulsión de la comunidad. Víctor Maag señala que generalmente la pena capital sólo es posible donde el organismo social está desarrollado por encima de los vínculos de parentesco, tomados en su sentido más estricto.167
Aquí se trata, como Maag lo muestra y como lo expresa el propio título de su obra, de una "falta inexpiable", inexpiable no sólo en este mundo sino también en el otro. El asesino es expulsado del orden del mundo y cae en el nivel del no-mundo. La expulsión o la pena de muerte no son para él expiación, sino castigo en un sentido muy específico: el pecado de la pena.
Parece, sin embargo, que en la conciencia de los que infligen estas penas domina en primer plano un elemento completamente distinto: no el aspecto de la perdición del individuo, sino el de la salvación de la comunidad. Esta expía y se purifica sacrificando a aquel de sus miembros que se ha vuelto culpable, aun cuando su ejecución o expulsión no representen un sacrificio cúltico. Ciertamente, podría llamarse "comida sacrificial" a ésta de los caníbales australianos de la que acabamos hablar, si no fuera que estamos aquí en presencia de una mentalidad radicalmente extraña a la nuestra, lo que es ilustrado mediante la simple observación de que, evidentemente, carece de significado que el hombre comido en el curso del rito resulte, con esto, purificado o no.
Pero también en los casos, más comprensibles para nosotros, de una pena que consiste en la expulsión del criminal de la comunidad sagrada, por lo tanto una pena "profana", la cosa más importante168en la conciencia de esas gentes es la sociedad como tal, y en consecuencia el aspecto de expiación y purificación.8
Esto se explica todavía mejor por el hecho que un procedimiento punitivo semejante es cumplido siguiendo un rito. Por supuesto, no es un rito que pertenezca al orden sagrado o cúltico de la comunidad, ya que se opera contra aquel que por sí mismo se ha excluido este orden; y sin embargo, toda la vida de la comunidad está centrada en el recuerdo cúltico de la representación de la verdadera palabra, del μմοςς169: palabra que anuncia y manifiesta inmediatamente lo que las fuerzas sobrehumanas han hecho para fundar el conοz, el mundo de lo sagrado y del orden, y la vida de la comunidad —y estas mismas ejecuciones extremas no pueden quedar sin relación con este mito ejemplar.170 En ellas, en efecto, se hace presente y se realiza el clímax decisivo de este mito: la victoria de las fuerzas buenas, ordenadoras, dispensadoras de salvación, sobre las potencias del infierno. El condenado es ofrecido como víctima a las potencias del caos, enemigas del ser y destructoras; pero esto no hace sino poner de manifiesto a qué ámbito pertenece realmente. Y en cuanto la sociedad triunfa sobre el transgresor del derecho, renueva y re-presenta la victoria de los dioses de la luz creadores del orden: Marduk contra Tiamat, los Devas contra los Asuras, los dioses del Olimpo contra los Titanes. La ejecución, v. gr., que consiste en precipitar al condenado desde lo alto de un peñasco presenta una analogía evidente con la caída de los demonios, como por ejemplo la de los Titanes en el Tártaro.
Precisamente aquí se explica cómo en el jefe sagrado de una comunidad arcaica, es decir en el rey sagrado o en el rey-sacerdote, las funciones de juez y jefe del ejército parecen estar estrechamente unidas. Porque en el horizonte de esta conciencia, los enemigos externos son también, no menos que los delincuentes, creadores del caos que amenazan el orden de la salvación; y tanto unos como otros están previamente vencidos en principio e idealmente, porque los dioses efectivamente vencieron a los demonios, el cosmos efectivamente surgió del caos. Son, en el fondo, rebeldes impotentes;171 aún más, son, por así decir, muertos, sombras errantes, o monstruos salvajes. Como el hombre apartado del orden de salvación no encuentra paz ni vivo ni muerto, también los enemigos son personificaciones de la inquietud y la discordia.
III
Con esto nos acercamos al problema de los “otros". Estos otros, las criaturas del no-mundo no son por cierto amables, no más que los traidores, los Neidinge germánicos. Y los miembros de la comunidad de vida, del orden sagrado, no son "otros".
Tal es la horrorosa situación (¿fruto, tal vez, de la división babélica de las lenguas y las intenciones?): cada grupo familiar, cada clan es extraño de una manera radical a todo lo demás, cerrado en su vida terrena como en la del más allá —porque esta vida comprende también los espíritus de los dioses y del mundo de la naturaleza circundante,172 los dioses particulares y exclusivos. Una vida "otra" es a tal punto extraña que no puede ser comprendida, no puede considerarse sino como amenaza mortal contra todo lo que envuelve y protege nuestra propia vida. Somos nosotros, sin embargo, los que denominamos "horroroso" a este estado de cosas. Para los seres humanos de los que era propio, debía significar una beatitud pacífica y de ensueño, dado que persistió sin problema y sin derogación. En cuanto al castigo por una transgresión, una violación, una evasión, debían aplicarlo con una suerte de triste indiferencia, en un acto de obediencia a una ley que dominaba sus vidas de una manera a tal punto concreta e inmediata, que ninguno de los problemas que en este caso nos parecen naturales, tenía la posibilidad de ser planteado.
Plenas de melancolía son las condenas de estos hombres primitivos; son procedimientos punitivos en los que se encuentran, no nuestros "conceptos morales", sino la vida misma que se hace valer al restablecer el equilibrio de manera inexorable.173
Pero hay ritos que tienen el propósito de sobrepasar todo abismo de extrañeza y ampliar el área vital. Los extranjeros se tornan "artificialmente" iguales a los parientes de sangre —temporariamente mediante la hospitalidad y perpetuamente mediante el casamiento u otra forma de emparentarse. Al avanzar en el tiempo se encuentran formas cada vez más numerosas: fraternidad de sangre (Blutverwand-schaft), adopción, etc.
Son éstos, de acuerdo a su estructura, actos de iniciación muy parecidos a aquellos mediante los cuales los miembros de un grupo son introducidos cada vez más profundamente en la vida de ese mismo grupo, son iniciados a fin de penetrar hasta el fondo de sus orígenes, en la plenitud de la vida del grupo.
No podemos entrar ahora en la problemática de la iniciación, en la multiplicidad de sus formas y significados, con las cuestiones que le son propias. Simplemente esbozaremos a grandes rasgos lo que nos parece fundamental y necesario para el tema que estamos tratando.
Que la iniciación sea el medio para participar en el principio más íntimo de la vida del grupo, y que a la vez haga posible la superación de los límites que lo separan del exterior, implica una contradicción sólo en apariencia. Se trata, ante todo, de parentesco artificial, de recepción en el clan o en la parentela. No es muy difícil darse cuenta que formas exteriores de un principio vital hieden, o mejor deben, volverse tanto menos esenciales cuando este principio es vivido más íntimamente por la conciencia. Aquel que vive inconscientemente, en su sangre, los "orígenes", los ápxaí del grupo, vive por sí, con su esencia, en su sangre; pero la vida de aquel que adquiere una conciencia más directa de sus orígenes tiene su "lugar" a nivel de su esencia, el nivel en que él experimenta este encuentro. Una ley absolutamente universal es que el principio que conduce a la interioridad nos hace libres con relación a la exterioridad; es en el centro donde se encuentra la libertad con relación a la periferia, en la nauta naturans con relación a la natura naturata. Pero esto no es una oposición, tal como se la quiere establecer entre el espíritu y la materia. El interior contiene al exterior, mientras que desde el punto de vista exterior parece lo inverso,174 al igual que el conocimiento del sentido presupone y comprende el conocimiento sensible.
Es por esto que la otra oposición, tan corrientemente admitida, en verdad no existe: la oposición aparente entre la participación cada vez más íntima en el principio vital de la comunidad, y la auto realización personal. Más que nada se exige la convergencia de los dos fines. La construcción de un enfrentamiento entre el individuo y la colectividad, aunque sea enfocada de un lado u otro, se queda en el exterior, en lo profano.175 He ahí por qué, desde el punto de vista de la iniciación, la característica más evidente de nuestro mundo es la inmadurez.176
Pero si la realización de sí mismo, a la cual debe conducir el camino de la iniciación, significa madurez personal, no es difícil reconocer que necesariamente debe implicar la capacidad de ser responsables por los otros. Y algo más: todo progreso en el camino de la madurez presupone una aceptación de responsabilidad por los otros. Lo que se anuncia aquí es la dimensión social de esta paradójica fórmula espiritual: uno no llega a realizarse sino mediante el propio despojamiento y la victoria sobre sí.
Mas libre es aquel que ha experimentado más inmediatamente la ley del ser, aquel que es capaz de soportar el peso más grave.
Así, la sociedad entera está orientada, en su esencia, hacia ese fin, hacia el hombre libre y responsable en el sentido más pleno; y esto en una doble dirección: al aspecto exterior, el de la jerarquía de las posiciones, corresponde el aspecto interior de los grados de consagración. Así considerada, la sociedad es casi un mesokosmos entre el macro-kosmos de la naturaleza entera y el micro-kosmos de la unidad humana cuerpo-persona. La Politeia de Platón, que todavía presenta un tipo ideal tradicional ya elaborado por la reflexión filosófica y la literatura es, por decirlo así, "el hombre grande realizado".177 Así como a la graduación de las fuerzas espirituales le corresponden, por una parte, las virtudes y, por otro, las situaciones sociales, del mismo modo las posibles desviaciones del recto camino, las faltas contra la justa medida (por exceso o por defecto) refieren sus "penas" al organismo social y al camino del individuo. Tienen un aspecto institucional y un aspecto personal; allá está el factum, el estado de hecho que sobresale, que se muestra; aquí está la intención, el estado del alma.
Según tina; vieja estructura típica e ideal, el juez supremo no debe ponerse, de manera exterior, en la situación del culpable, pero participar interiormente en ella: esta postura es inevitablemente una situación de su propia experiencia. En la medida en que, al madurar, se hace responsable por todos, encarna la esencia de toda la comunidad, y por lo tanto debe conocer de manera virtual todas las faltas posibles de los miembros de esa comunidad; de manera virtual, vale decir en sus causas. Análogamente, esto vale también, mutatis mutandis, para todos los que, en este cosmos jerárquico-iniciáticamente ordenado, poseen una autoridad delegada, tienen una responsabilidad parcial y representan una encarnación parcial.
Y algo más: aquel que es señor, que dispone del derecho exterior de vida y muerte, que debe castigar el "pecado inexpiable" mediante un castigo que purifique a la comunidad de un delito mortal, debe sentir como suya también esa falta. Si mediante un juicio semejante sin misericordia se repite y se hace presente; aún más, si la victoria de las fuerzas de la luz sobre las potencias infernales se realiza, entonces el hombre, imagen corporal y sensible de la divinidad luminosa, de héroe y de santo primordiales, debe vivir en sí mismo esta victoria de las fuerzas de la luz y esta recaída en el abismo de las potencias enemigas. Sólo así se transforma en un símbolo vivo, es decir un símbolo en el cual lo que es significado por el símbolo es también presente y real.
Stefan Teodorescu ha demostrado que las ideologías nacen y establecen un vínculo aparente entre el poder y el derecho allí donde los que gobiernan ya no viven la cάυαροιz178. Tienen el deber de vivirla tanto más cuanto que no son sólo representantes de las potencias celestes, sino también la síntesis y personificación de la comunidad entera.179
Cuanto más grande es la responsabilidad, necesariamente más grande es la falta. El soberano participa de toda falta cometida no importa cómo en la comunidad que representa, de manera no sólo vicaria y simbólica sino causal. La piedra votiva es también la piedra basal, la que corona en lo alto y la que sostiene por debajo. Es, por decir así, lo que hay de más profundo, el reservorio adonde confluyen todas las aguas del dolor y de la falta. Seruus seruuorum es un título dado, efectiva y justamente, al sacerdote-soberano de una tradición muy antigua.
IV
Vamos aproximándonos a la conclusión. Debemos retomar esa distinción cristiana de la que partió nuestra recorrida por la historia de las religiones.
Cristiana de manera íntima y profunda es la distinción entre el Christus Rex y no importa cuál soberano-sacerdote humano. Vale esto también para esas analogías que deberían haberse hecho evidentes en el curso de nuestras consideraciones, y que fácilmente se podrían multiplicar y sobre todo profundizar. En la medida en que represente entre los hombres la figura de Cristo, el sacerdote-soberano establece necesariamente la exigencia de una representación humana de las fuerzas del adversario. Siempre el reino sagrado no puede menos que representar y sustituir a la humanidad entera, pero no puede ser esta misma humanidad. Sacer tiene, en efecto, una doble significación: cada vez que su significado positivo se manifiesta, su significado opuesto debe también evidenciarse.
El Christus Rex, por el contrario, abarca en su justicia todos los espacios, los tiempos, los hombres. Que los signos del mal se objetiven, que los símbolos negativos entren en las instituciones, es algo que está contra su justicia. La guerra (o aun la alianza) con el exterior, el juicio y el castigo en el interior, son cosas que, sin duda, no pueden ser rituales en sentido propio.
Para el cristiano, el drama sagrado no puede dar lugar a una representación simbólica sino en los misterios de la Iglesia (los sacramentos) donde las potencias enemigas no están objetivadas, pues el grado de realidad que se espera de ellas es tal que los demonios mismos deberían actuar en el rito; y eso no serviría para la victoria purificadora sobre su poder, por el contrario sería una especie de fijación por evocación. Además, el drama sagrado se actualiza de nuevo en una realización personal; lo cúltico y lo personal se completan, se sostienen y se condicionan uno al otro; pues aquí el cristiano se encuentra inmediatamente frente a los demonios. Lo que se ha dicho del sacerdote-rey es sólo una imagen de Cristo. Pero, podría agregarse, de todo cristiano, literalmente y sin reservas: cada cristiano es rey.
No es por azar que Dostoievski haya atribuido a sus jurados —campesinos que acababan de ser arrebatados de la servidumbre de la gleba— la función precisamente de juez real: les pide — ¡nada menos!— mantener igualmente la justicia y la misericordia, integrarlas una en otra hasta el fin, saber, precisamente a causa de ello, que son responsables del orden de la sociedad, como de la salvación de los individuos.
Justamente aquí se hace evidente el enorme malentendido de la Aufklärung, del moralismo racionalista, de la secularización moderna, que han disuelto, destrozado y perseguido con odio y desprecio los reglamentos y las instituciones de lo sagrado. ¿Y por qué? Porque hacían visibles las fuerzas del abismo y de la destrucción. 'Pero el cristiano no deja atrás, legítimamente, ninguna forma de ritualización de la lucha contra el Maligno sino cuando puede encontrar inmediatamente y percibir claramente las potencias enemigas, es decir si le es dado hacerlo en Cristo, a través de Cristo y con Cristo. No nos dejemos engañar ni narcotizar. "Velad y orad", nos dijo el Señor.
También en este conjunto es necesario entender la idea del imperio —que la Edad Media hizo cristiano— en las dos tradiciones de Constantino y de Carlomagno. Análogamente a la de los antiguos reinos sagrados, en continuidad jurídica con el Imperium Romanum y en continuidad espiritual con el reino de David, tuvo en los pueblos la función de escuela, de ejercicio en el cristianismo y el Evangelio. Se podría seguir en todas sus instituciones la acción recíproca de elementos cristianos y precristianos, hasta que el debilitamiento, o más bien la disolución de todas las instituciones de la cristiandad occidental, a causa del desgraciado conflicto en el seno mismo de la cristiandad de sus dos autoridades supremas, engendraron el naturalismo, el utilitarismo, el propio cinismo, cuando la Roma de Oriente, bajo los ataques del imperio islámico, estaba reducida, en la práctica, a un Estado de Grecia.180
La plena interiorización del encuentro con el Maligno —que entonces no tiene ninguna necesidad de representación simbólica (de "proyección" dirían los psicólogos)— es, en el orden arcaico tradicional, privilegio del rey. La idea cristiana de igualdad significa liberación para acceder al más alto grado de nobleza; la idea anticristiana moderna de igualdad significa, por el contrario, una nivelación que tiende hacia lo más común.
Esto es evidente si se considera cómo se interpreta la parábola del buen Samaritano. Cada pobre, cada necesitado, es indicado como el "prójimo": el amor general de los hombres es proclamado como una exigencia de la naturaleza. Así el amor se hace abstracto e ineficaz. Pero el Maligno, que ya no es llamado por su nombre, puede multiplicar su obra ocultándose bajo esta máscara sin ser reconocido. Bajo la falsa apariencia de amistad hacia los hombres, el engaño prospera.
¿Pero cómo se lee esta parábola evangélica en su contexto? (Luc. X, 25-37).
Un escriba interroga a Jesús: "¿qué haré para alcanzar la vida eterna?" y Jesús responde con otra pregunta: "¿Qué está escrito en la Ley?". El escriba enumera: los mandamientos de Dios y el amor al prójimo (Deut. VI, 5; Lev. XIX, 18). Y Jesús: "Bien has respondido. Haz esto y vivirás". Ya llega la pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". El prójimo, πλησίοn, es el re'a, lo que Martín Buber traduce por Genosse. En principio es aquel con quien se mantienen buenas relaciones, luego, después de una reflexión teórica, sobre todo aquel que pertenece a la comunidad cúltica del pueblo. ¿Por qué entonces el escriba formula esa pregunta? ¿Tal vez porque quiere saber si Jesús tiene una pretensión mesiánica? Pues en el tiempo mesiánico toda la humanidad deberá estar unida la adoración del Dios único. Jesús cuenta entonces la conocida parábola. El Samaritano no es un extranjero cualquiera, es este renegado, este hereje que los Judíos miran como una especie de demonio,181 "enemigo" y "criminal" al mismo tiempo. Y Jesús pregunta: “¿Quién de estos tres (es decir el sacerdote, el Levita y el Samaritano, el sujeto de un simbolismo demoníaco) te parece haber sido prójimo de aquel que cayó en poder de ladrones?". Respondió: "El que hizo con él misericordia". Y Jesús le dijo: "Vete y haz tú lo mismo".
El Señor no dice entonces: "Cada uno es prójimo", sino: "que cada uno sea el prójimo". El, y sólo El, es el prójimo de todos; El a quien los Magos —o, como lo quiere la tradición piadosa, los reyes de las viejas culturas sagradas —presentarán sus homenajes. Y no llama "hermanos" a los hombres como tales; pero llama "hermanos" a sus Apóstoles, luego de la resurrección y la elevación a su dignidad real (Mat. XXVIII, 10). Son reyes con El.
¿Qué forma podría tener una cultura mundial cristiana, un orden mundial cristiano y universal —si pudiera existir uno— y quién sería capaz de adivinarlo? Sin embargo, tenemos un criterio, una unidad de medida para juzgar y discernir todo esfuerzo hacia la felicidad de la humanidad, hacia el orden y la paz en este mundo.
En su Breve relato del Anticristo, Vladimir Sergeievitch Soloviev esboza la imagen de un orden pacífico guiado por un soberano universal, que quiere introducir en él hasta las confesiones cristianas. Entonces el staretz Juan lo pone a prueba: "Gran Señor... a tu pregunta, qué es lo que puedes hacer por nosotros, he aquí nuestra clara respuesta: confiesa aquí y ahora ante nosotros a Jesús Cristo, el Hijo de Dios, encarnado, resucitado y que volverá —confiésalo y te recibiremos con todo nuestro amor como el verdadero precursor de su retorno en su gloria".182
El soberano calla, y su silencio es tal que el staretz lo reconoce de inmediato como el Anticristo.
El nombre de staretz no es accidental. Lleva el nombre del vidente de Patmos. Es bajo la clarísima luz de esta visión que es necesario poner a prueba todas las empresas que pretenden hoy aportar a la humanidad la paz, la fraternidad y la felicidad. Es necesario ponerlas a prueba con la pregunta: ¿sirven para preparar el advenimiento del Reino, o simplemente tienden a reemplazarlo? ¿Se avienen a las palabras que no es permitido proferir sino a Aquel de quien el Vidente nos da testimonio? "Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que hago nuevas todas las cosas" (Apoc. XXI, 5).
El y solamente El, quita el pecado y la pena. Y, en consecuencia, opera sobre toda la historia sagrada del género humano. Nosotros estamos llamados a preparar el advenimiento de su Reino permaneciendo fieles a esta historia.