Se opone aquí a la ciencia de la no imputabilidad, el auténtico reconocimiento cristiano de la verdad, pero en una forma que supera la grieta entre el ne peccetur, los castigos que una sociedad inflige, y la figura del inocente crucificado. En efecto, la solidaridad con el condenado no es suprimida, y esto desde un doble punto de vista: de un lado, los que infligen el castigo se saben y se reconocen a sí mismos como pecadores que no viven sino por el perdón del Dios de la misericordia; del otro, saben y reconocen que los condenados, también ellos, aunque su conciencia sea justa, no dejan de seguir a Cristo, de sufrir con El y en El un sufrimiento vicario por los pecados del mundo o, más concretamente, por las faltas de los otros. Y es precisamente esta conciencia la que despierta la compasión en aquellos que infligen el castigo, de modo que no reciben sólo pasivamente el fruto de la obra de redención, sino que toman parte activa en ella: se transforman y transforman también el mundo. Y en su momento, esto abre a los condenados una posibilidad real de mejorarse, pues su sufrimiento adquiere así un sentido.
Se ve aquí clara, concreta e inmediatamente cómo en la pena del pecado se manifiesta el misterio de la redención y cómo el pecado de la pena llega a ser superado por éste.
¿Qué sucede con este problema en el mundo fuera del cristianismo y antes del cristianismo? ¿Acaso subsiste por lo menos la posibilidad de derivar la pena del pecado del pecado de la pena?
II
Pienso que esa posibilidad existe cuando la pena es efectuada como rito.
En otra ocasión he tratado el problema de si es necesario considerar al rito como acción o como suceso expiatorio, pues allí reside el presupuesto de la existencia de ritos específicamente expiatorios; me basé en el concepto de que el rito, como acto religioso, es la mediación entre dos esferas vitales opuestas, de las cuales una es vivida por la conciencia como "natural" y la otra como "sobrenatural".163 Me permito remitir a ese trabajo y limitarme a sentar la afirmación siguiente: cuando se instituye un rito allí donde un orden ha sido alterado, eso significa ipso facto que se considera que la ruptura de ese orden es reparable y que el orden puede ser restablecido.
En un sentido más amplio, todo lo que se cumple regularmente, según una ley fija y según una forma siempre igual —tal como lo expresa el adverbio latino rite— puede ser denominado "rito", tanto más si una codificación consagrada lo ordena de manera explícita: "Si uno roba un buey o una oveja, y la mata o la vende, restituirá cinco bueyes por buey y cuatro ovejas por oveja... y si lo que robó... se encuentra todavía vivo en sus manos, restituirá el doble" (Ex. XXI, 37; XXII, 3). Y sin embargo, aquí se trata propiamente de la restitución de un animal con más la compensación por lo que el propietario, que no ha podido utilizar su bestia, ha perdido, y por lo que ha sufrido de cólera, pérdida de tiempo, etc.; todo eso reforzado, sin duda, por el propósito pedagógico de sugerir al ladrón potencial que la posibilidad de ganar no vale el riesgo de una pérdida más grave.
En un sentido más estricto, encontramos el rito cuando se trata de reparar faltas en el interior de lo sagrado. Estos ritos (abluciones, ruegos, ofrendas, etc.) mediante los cuales se establece el estado de cosas conforme al orden pueden, en rigor, ser llamados "expiación" o "punición", de acuerdo al sentido les damos a estas palabras; como, por ejemplo, los ritos que un Brahmán debe cumplir si la sombra de un intocable cae sobre él. Además, la intocabilidad, es decir la impureza ritual, no es una "falta": así la impureza de una mujer durante la menstruación o que acaba de parir.
No debe olvidarse, por supuesto, que en las culturas arcaicas y religiosas en general, 'es' difícil distinguir netamente los crímenes para con la Divinidad de los crímenes que afectan las justas relaciones entre los hombres, o su propiedad. Los Susus del hinterland de Conacry (Guinea) aprendían así a contar con los dedos de la mano:
La vida del hombre de mi aldea es tabú. La fuente del hombre de mi aldea es tabú. El yam del hombre de mi aldea es tabú. La piedra mana (fetiche doméstico) del hombre de mi aldea es tabú. Las mujeres del hombre de mi aldea son tabú.