IV
Les había dicho, allá en la Luna, que sería inútil hablar, que sería inútil tratar de negociar. Y ahora estaba comprobando que no se equivocaba.
Demerest podía oír su agitada respiración y el torbellino interior de sus enmarañados pensamientos. Los otros dos le miraban con aparente preocupación.
Annette se puso en pie y dijo:
—¿Se siente usted enfermo, Mr. Demerest?
—No estoy enfermo. Siéntese. Soy ingeniero de los servicios de seguridad y quiero enseñarles algo acerca de la seguridad. Siéntese, Mrs. Bergen.
—Siéntate, Annette —dijo Bergen—. Yo me ocuparé de él.
Se puso en pie y avanzó un par de pasos.
Pero Demerest dijo:
—No. No se mueva usted, tampoco. Tengo algo aquí. Son ustedes demasiado ingenuos en lo que respecta a los peligros humanos, Mr. Bergen. Se protegen contra el mar y contra los fallos mecánicos, y no registran a sus visitantes. Tengo un arma, Bergen.
Ahora eme había dado el paso final sin posibilidad de volverse atrás —ya que ahora estaba muerto, hiciera lo que hiciera—, se sentía completamente tranquilo.
Annette agarró el brazo de su marido y murmuró:
—¡Oh, John!
Bergen se colocó delante de ella.
—¿Un arma? Calma, Demerest, calma. No perdamos la cabeza. Si quiere usted hablar, hablaremos. ¿Qué es eso?
—Nada espectacular. Un rayo láser portátil.
—¿Qué pretende hacer con él?
—Destruir la Base Submarina.
—No podrá hacerlo, Demerest. Lo sabe perfectamente. Un láser portátil no puede generar el calor suficiente para horadar las paredes.
—Un láser corriente, no. Pero éste es un modelo especial, construido en la Luna. De todos modos, no pretendo horadar una pared de acero de un pie de espesor. Actuaré indirectamente. De momento, les tendré a ustedes inmovilizados. En mi láser hay la energía suficiente para matar a dos personas.
—Usted no nos matará —dijo Bergen tranquilamente—. No tiene ningún motivo.
—Se equivoca. Utilizaré el rayo láser, en caso necesario, aunque preferiría que no lo fuese.
—¿Qué ventajas le reportará el matarnos? Explíqueme eso. ¿Acaso me he negado a sacrificar los fondos de la Base Submarina? ¿Qué otra cosa podía hacer? No puedo tomar la decisión por mi cuenta... Y el hecho de que usted me mate no contribuirá a favorecer sus deseos, precisamente. Todo lo contrario. Si un habitante de la Luna es un asesino, ¿cómo repercutirá eso sobre Luna City? Tenga en cuenta las emociones humanas en la Tierra.
Annette dijo:
—¿No se da cuenta de que habrá personas que dirán que la radiación solar sobre la Luna tiene peligrosos efectos? ¿Que el mecanismo genético que ha reorganizado sus huesos y sus músculos ha afectado a la estabilidad mental? Recuerde la palabra «lunático», Mr. Demerest. Hubo una época en que los hombres creían que la Luna provocaba la locura.
—Yo no estoy loco, Mrs. Bergen.
—Eso no importa —dijo Bergen, siguiendo el camino iniciado por su esposa—. Los hombres dirán que todos los habitantes de la Luna están locos, y Luna City será clausurada, y la propia Luna quedará prohibida para toda exploración posterior, quizás para siempre. ¿Es eso lo que desea?
—Todo eso podría ocurrir si creyeran que yo le he matado. Pero no lo creerán. Será un accidente.
Con su codo izquierdo, Demerest rompió la envoltura de plástico que cubría los controles manuales.
—Conozco este tipo de unidades —dijo—. Sé exactamente cómo funcionan. Lógicamente, al romper el plástico debería producirse una señal de alarma, ya que la rotura podría ser accidental... Sin embargo, estoy convencido de que no se ha producido ninguna señal y de que nadie se presentará a investigar: su sistema manual no es completamente seguro, porque en su fuero íntimo estaba usted convencido de que nunca habría que utilizarlo.
—¿Cuál es su plan? —inquirió Bergen.
Todo su cuerpo estaba en tensión, y Demerest vigiló sus rodillas.
—Si trata usted de saltar hacia mí —dijo—, dispararé inmediatamente... y luego continuaré con lo que estoy haciendo.
—¿Cuál es su plan? —repitió Bergen.
—Éste —dijo Demerest. No tuvo que mirar. Extendió la mano izquierda y cerró un contacto—. La unidad de fusión introducirá calor en la cámara reguladora de la presión, y el vapor la vaciará. Tardará unos minutos. Cuando esté vacía, uno de esos botones rojos se encenderá, probablemente.
—¿Va usted a...?
Demerest dijo:
—¿Por qué lo pregunta? ¡Voy a inundar la Base Submarina!
—Pero, ¿por qué? ¡Maldita sea! ¿Por qué?
—Porque la inundación se atribuirá a un accidente, y su historial de seguridad quedará manchado. Porque será una catástrofe sin precedentes, y el CPP tendrá que olvidarse de la Base Submarina. Y nosotros obtendremos más dinero. Continuaremos realizando nuestra tarea. Si pudiera conseguirlo utilizando otros medios, lo haría. Pero las necesidades de Luna City son las necesidades del género humano, y resultan fundamentales.
—Usted también morirá —sugirió Annette.
—Desde luego. Después de verme obligado a hacer algo como esto, ¿para qué querría vivir? No soy un asesino.
—Pero lo será. Si inunda usted esta unidad, inundará toda la Base Submarina y matará a todos los que se encuentran en ella. Cincuenta hombres y mujeres... y un niño a punto de nacer.
—Eso no es culpa mía —dijo Demerest, en tono realmente compungido—. No esperaba encontrar aquí una mujer embarazada... pero no pienso dejarme ganar por el sentimentalismo de la situación.
—Su plan fracasará —dijo Bergen—. Le encontrarán a usted con un emisor de rayos láser en la mano, y descubrirán que alguien ha manipulado los controles. ¿Cree que no deducirán la verdad?
Demerest empezaba a sentirse muy cansado.
—Mr. Bergen, habla usted impulsado por la desesperación. Escuche: cuando la puerta exterior se abra, entrará agua a mil atmósferas de presión, destruyéndolo todo a su paso. Las paredes de las unidades de la Base Submarina resistirán, pero todo lo que hay dentro quedará aplastado o retorcido. Los investigadores no sabrán nunca lo que habrá pasado aquí.
Bergen dijo:
—Los hombres de Luna City sabrán lo que ha hecho usted. Seguramente que uno de ellos tendrá conciencia. Se conocerá la verdad.
—La verdad es que yo no soy tonto —dijo Demerest—. En Luna City nadie sabe lo que yo planeaba ni sospechará lo que he hecho. Me enviaron aquí a negociar una colaboración en el terreno financiero. Ni siquiera echarán de menos un emisor de rayos láser. Lo monté yo mismo pieza por pieza. Y funciona. Lo he comprobado.
Annette dijo:
—No lo ha pensado usted bien. ¿Sabe lo que está haciendo?
—Se equivoca. Lo he pensado muy bien. Sé lo que estoy haciendo.
Annette insistió:
—No lo sabe. Está destruyendo el programa espacial.
—¿De qué está hablando?
Annette dijo:
—Usted desconoce las interioridades del CPP. Lo mismo que mi marido. ¿Cree usted que porque soy una mujer mi papel aquí es secundario? No. Usted, Mr. Demerest, sólo piensa en Luna City. Y mi marido sólo piensa en la Base Submarina. Ninguno de los dos sabe nada. ¿Dónde espera ir, Mr. Demerest, si obtiene todo el dinero que desea? ¿A Marte? ¿A los asteroides? Todo eso son pequeños mundos, superficies estériles bajo un cielo vacío. ¿Es ésa su ambición? La de mi marido no es mejor. Sueña con extender el hábitat del hombre al suelo del océano, una superficie equivalente, más o menos, a la superficie de la Luna. En cambio, nosotros, los del CPP, queremos algo más...
Interesado a pesar de sí mismo, Demerest dijo:
—Trata usted de ganar tiempo, simplemente.
—¿De veras lo cree? —inquirió Annette—. Sabe usted perfectamente que para colonizar la Luna se necesitó algo más que cohetes tripulados. Hubo que modificar genéticamente a unos hombres y adaptarlos a la fuerza de gravedad lunar. Usted es un producto de esa modificación genética.
—¿Y bien?
—¿No podría aplicarse el mismo sistema para adaptar a unos hombres a una fuerza de gravedad mucho mayor? ¿Cuál es el planeta solar de mayor tamaño?
—Júpiter.
—Exactamente, Júpiter. Once veces el diámetro de la Tierra, cuarenta veces el diámetro de la Luna. Una superficie ciento veinte veces mayor que la de la Tierra, mil seiscientas veces mayor que la de la Luna. Y unas condiciones tan distintas de las que pueden encontrarse en cualquiera de los mundos del tamaño de la Tierra, que cualquier científico daría la mitad de su vida por observarlas de cerca.
—Pero Júpiter es un blanco imposible.
—¿De veras? —dijo Annette, e incluso consiguió sonreír débilmente—. ¿Tan imposible como la Luna? ¿Tan imposible como volar? ¿Por qué es imposible? La ingeniería genética podría diseñar hombres con los huesos más fuertes y más densos, con los músculos más fuertes y más compactos. Los mismos principios válidos para Luna City contra el vacío y para la Base Submarina contra el mar, podrían aplicarse contra el entorno amoniacal de Júpiter.
—El campo gravitacional...
—Ese problema está resuelto ya teóricamente. Usted no lo sabe, pero yo sí.
—Ni siquiera estamos seguros de la profundidad de la atmósfera. Las presiones...
—¡Las presiones! Mr. Demerest, mire a su alrededor. ¿Por qué cree que se construyó la Base Submarina, en realidad? ¿Para explotar el océano? Las instalaciones del Bajío Continental se bastan para eso. ¿Para aumentar los conocimientos acerca de los fondos marinos? Para eso podríamos haber utilizado los batiscafos, ahorrándonos los cien mil millones de dólares invertidos en la Base Submarina.
»¿No comprende, Mr. Demerest, que el objetivo de la Base Submarina es el de poner a punto los mecanismos que explorarán y colonizarán Júpiter? Mire a su alrededor y vea los principios de un entorno joviano: lo más aproximado que podemos alcanzar en la Tierra. Sólo es una leve imagen..., pero es el comienzo. Destruya esto, Mr. Demerest, y destruirá toda esperanza para Júpiter. Pero, si nos permite vivir, conquistaremos juntos la gema más brillante del sistema solar. Y mucho antes de que podamos alcanzar los límites de Júpiter, estaremos preparados para ir a las estrellas, a los planetas tipo-Tierra que las rodean... y también a los planetas tipo-Júpiter. Luna City no será abandonada, porque es imprescindible para ese objetivo final.
Demerest dijo:
—En Luna City nadie ha oído hablar de eso.
—No ha oído hablar usted. Pero en Luna City hay quien lo sabe. Si les hubiese hablado usted de su plan de destrucción, habrían tomado medidas contra usted. Naturalmente, no podemos ir pregonando estos proyectos, que sólo son conocidos por unas cuantas personas. La opinión pública se muestra reacia a aceptar los proyectos planetarios. Si el CPP se muestra avaro, es porque la opinión pública limita su generosidad. ¿Qué cree que diría la opinión pública si supiera que nuestro próximo objetivo es Júpiter? Pero nosotros continuamos, y todo el dinero que podemos conseguir lo dedicamos a los diversos aspectos del Proyecto Gran Mundo.
—¿El Proyecto Gran Mundo?
—Sí —dijo Annette—. Ahora ya lo sabe, y yo he incurrido en una imperdonable indiscreción. Pero no importa, puesto que todos nosotros estamos muertos, y también el proyecto...
—Un momento, Mrs. Bergen...
—Suponiendo que cambiase usted de idea, no crea que puede ir por ahí hablando del Proyecto Gran Mundo. Eso terminaría con el proyecto de un modo tan definitivo como con la destrucción de la Base Submarina. Y terminaría con su carrera y con la mía. Ahora, si quiere, puede pulsar ese botón.
El rostro de Demerest expresaba una angustia indecible.
—No sé...
Bergen tensó su cuerpo todavía más, dispuesto a aprovechar la indecisión de Demerest para saltar sobre él, pero Annette le agarró por el brazo.
Finalmente, Demerest soltó su láser.
—Cójalo —dijo—. Me considero a mí mismo bajo arresto.
—No podemos arrestarle sin dar a conocer toda la historia —dijo Annette. Cogió el láser y se lo entregó a Bergen—. Será suficiente que regrese a Luna City y guarde silencio. Hasta entonces, ejerceremos sobre usted una discreta vigilancia.
Marido y mujer estaban solos de nuevo. No se habían atrevido a pronunciar una sola palabra hasta que Demerest fue entregado a dos hombres para que le vigilaran hasta que llegara el próximo batiscafo.
Bergen fue el primero en hablar.
—A partir de este momento, todos los visitantes serán cacheados —dijo.
—He pasado mucho miedo, John —dijo Annette.
—Te has portado estupendamente, querida. Y tu idea del Proyecto Gran Mundo fue realmente genial. Nunca se me hubiese ocurrido una cosa semejante.
—Lo siento mucho, John, pero tuve que improvisar algo. Sabía que Demerest no era un asesino. Desde su punto de vista, es un patriota. Y creo que, en el fondo, deseaba que le proporcionásemos un pretexto para no actuar. De modo que se me ocurrió darle aquel pretexto. Lamento haberte engañado, John.
—A mí no me has engañado.
—¿De veras?
—¿Cómo podías engañarme? Sabía que no eras miembro del CPP.
—¿Por qué estás tan seguro? ¿Porque soy una mujer?
—No. Porque el miembro del CPP soy yo, simplemente. Y esto es estrictamente confidencial. Y, si no te importa, empezaré a moverme para iniciar lo que sugeriste, exactamente el Proyecto Gran Mundo.
—¡Estupendo!
Annette meditó unos instantes y, lentamente, su rostro se iluminó con una sonrisa.
—¡Estupendo! —repitió—. Las mujeres también sirven para algo.
—Nunca lo he negado —admitió Bergen, sonriendo también.