ISHMAEL ENAMORADO
Es preciso ser un bromista para empezar un relato con la frase «Llamadme Ishmael», pero Robert Silverberg no duda en hacerlo en esta narración deliciosa sobre el amor no correspondido que un guapo e inteligente delfín experimenta por una hembra humana. En este relato no habla muy en serio, desde luego... aunque a medida que avance en la historia el lector puede descubrirse a sí mismo pensando muy seriamente en lo singular de las actitudes humanas hacia el amor.
Llamadme Ishmael. Todos los seres humanos que me conocen lo hacen. Los de mi especie no utilizan la designación unidad-estructural («nombre») para distinguir a los individuos, pero éste es el nombre que los humanos me dieron. Fui bautizado por Miss Lisabeth Calkins, por la que siento emociones protectoras-caballeroso-sexuales («amor»). A través de mi narración se entiende que la designación «Ishmael» se refiere únicamente a mí mismo.
Soy un miembro de una especie mamífera acuática, no-primate, no-humana e inteligente. La Tursiops truncatus, o delfín de hocico de botella. Tengo once años, lo cual significa que estoy completamente maduro en todos los aspectos. Peso 175 kilogramos y mi longitud total es de 2,9 metros. Estoy empleado en la Gerard-Worzel Seawater Recovery Station, de Santa Cruz, en las Islas Vírgenes, desde el 14 de agosto de 1994, de acuerdo con el calendario humano. Para mi propia especie resulto sexualmente deseable, y se me tiene también en gran estima por mi desarrollo mental. Poseo un amplio vocabulario. Me comunico perfectamente con miembros de homo sapiens. Tengo una gran habilidad mecánica, como lo demuestra mi éxito al pulsar el aparato acústico-electrónico a través del cual estoy dictando estas memorias.
Soy un organismo mamífero solitario que ha llevado a cabo actos de heroísmo en beneficio de la especie humana y que como única recompensa desea unas relaciones más íntimas («amor») con Miss Lisabeth Calkins. Trato de conmover a miembros de homo sapiens para que le hablen a ella favorablemente de mí. Soy fiel, digno de confianza e inteligente. Me comprometo a proporcionarle compañía estimulante y plenitud emocional («felicidad») en todos los aspectos dentro de mis posibilidades.
Permitidme explicar las circunstancias que hacen al caso.
Categoría 1: Mi empleo
La Gerard-Worzel Seawater Recovery Station se encuentra en el sector norte de la isla de Santa Cruz, en las Indias Occidentales. Funciona a base del principio de condensación atmosférica. Todo esto lo sé por Miss Calkins («Lisabeth»), que me lo ha explicado con gran detalle. El objetivo de nuestra instalación es el de recuperar parte del agua dulce, calculada en 200 millones de galones diarios, transportada como vapor a través de las capas inferiores del aire.
Una tubería de 90 centímetros de diámetro absorbe agua del mar fría a profundidades de más de 900 metros y la transporta a unos dos kilómetros de nuestra instalación. La tubería acarrea unos 30 millones de galones de agua al día, a una temperatura de 5 grados centígrados. El agua es bombeada hacia nuestro condensador, el cual intercepta aproximadamente mil millones de metros cúbicos de aire tropical por día. Este aire tiene una temperatura de 25 grados centígrados y una humedad relativa del 70 al 80 por ciento. Al penetrar el agua del mar fría en el condensador, la temperatura del aire desciende a 10 grados centígrados y alcanza una humedad del 100 por ciento, permitiéndonos extraer unos dieciséis galones de agua por metro cúbico de aire. El agua desalada («dulce») es enviada a los depósitos de agua potable de la isla, ya que Santa Cruz es deficitaria en agua apta para ser consumida por seres humanos. Con frecuencia, los personajes que visitan nuestra instalación afirman que, sin nuestra planta, la gran expansión industrial de Santa Cruz habría resultado completamente imposible.
Por motivos de economía, operamos conjuntamente con una empresa de acuocultivos («granjas de peces»), que aprovecha nuestros residuos. Una vez que el agua del mar ha sido bombeada a través del condensador tiene que ser desechada; sin embargo, debido a que procede de un nivel marino muy bajo, su contenido en fosfatos y nitratos disueltos es 1.500 veces mayor que en la superficie. Esa agua, rica en elementos nutritivos, es bombeada desde nuestro condensador hasta un lago circular contiguo de origen natural y destinado a la cría y engorde de peces. Los beneficios que produce la granja amortizan los costos de funcionamiento de nuestra instalación.
(Algunos seres humanos consideran inmoral la utilización de delfines en las granjas de peces. Opinan que es degradante obligarnos a ayudar a producir seres acuáticos que han de ser comidos por el hombre. Me limitaré a señalar, 1.°) Ninguno de nosotros trabaja aquí en contra de su voluntad. 2.°) Mi especie no considera inmoral alimentarse de seres acuáticos: nosotros mismos comemos pescado.)
Mi papel en el funcionamiento de la Gerard-Worzel Seawater Recovery Station es importante. Yo («Ishmael») actúo como Capataz de la Brigada de Mantenimiento de la Válvula de Admisión. Estoy al frente de nueve miembros de mi especie. Nuestro cometido es el de controlar las válvulas de admisión de la tubería principal. Esas válvulas se atascan con frecuencia debido a la presencia de organismos filamentosos, especialmente algas, que dificultan el eficaz funcionamiento de la instalación. Nuestra tarea consiste en descender a intervalos periódicos y eliminar la obstrucción. Normalmente, esto puede realizarse sin necesidad de órganos manipuladores («dedos»), de los cuales no disponemos, por desgracia.
(Algunos seres humanos han objetado que no es justo utilizar delfines en esas tareas cuando hay tantos miembros de homo sapiens sin trabajo. La respuesta inteligente a esa objeción es que, en primer lugar, nosotros estamos equipados por la naturaleza para movernos debajo del agua sin ninguna clase de aparatos respiratorios especiales, y en segundo lugar, que nuestra tarea sólo podría ser realizada por seres humanos muy especializados, los cuales no abundan demasiado.)
Llevo en el cargo dos años y cuatro meses. Durante todo este tiempo no se ha producido ninguna interrupción importante de la capacidad de admisión de las válvulas que están a mi cuidado.
Como compensación por mi trabajo («salario») recibo una generosa ración de alimento. Pero lo que más aprecio son otras cosas intangibles tales como la compañía de seres humanos y la posibilidad de desarrollar mi inteligencia latente a través del acceso a grabaciones didácticas, vocabularios y otros elementos de cultura. Como podéis ver, he sabido aprovechar mis oportunidades.
Categoría 2: Miss Lisabeth Calkins
Su expediente está en los archivos de la estación. He tenido acceso a ellos a través de la bobina de lectura instalada en el borde del tanque de ejercicios de los delfines. Por medio de instrucciones habladas puedo visualizar los archivos, aunque no creo que nadie previera que un delfín pudiera tener interés en leer los expedientes personales.
Miss Lisabeth Calkins tiene veintisiete años. De modo que pertenece a la misma generación de mis predecesores genéticos («padres»). Sin embargo, no comparto el tabú cultural de muchos homo sapiens contra las relaciones emocionales con mujeres más viejas. Además, compensando las diferencias de especie resulta que Miss Lisabeth y yo tenemos la misma edad. Ella alcanzó la madurez sexual cuando tenía aproximadamente la mitad de los años que ahora tiene. Lo mismo que yo.
(Debo admitir que su edad supera ligeramente la que se considera óptima en las hembras humanas para tomar un compañero permanente. Supongo que no se ha dedicado a practicar el apareamiento temporal, ya que en su expediente no se indica que se haya reproducido. Es posible que los humanos no produzcan necesariamente crías en cada apareamiento anual, o incluso que los apareamientos tengan lugar en épocas que no están relacionadas con los procesos reproductores. Esto me parece raro y un poco perverso, aunque dispongo de muy pocos datos acerca de los hábitos de apareamiento de los humanos.)
Lisabeth, como me permito llamarla en privado, mide 1,80 de estatura (los humanos no se miden a sí mismo por la «longitud») y pesa 52 kilogramos. Sus cabellos son dorados («rubios») y los lleva muy largos. Su piel, aunque oscurecida por la exposición al sol, es muy blanca. Los iris de sus ojos son azules. Por mis conversaciones con los humanos he deducido que es muy guapa. Y he deducido también, por palabras captadas al azar, que la mayoría de machos humanos de la estación experimentan intensos deseos sexuales hacia ella. También yo la considero hermosa, en la medida en que soy capaz de responder a la belleza humana. No estoy seguro de experimentar un verdadero deseo sexual por Lisabeth; lo que me desazona es un anhelo generalizado de su presencia y su proximidad, lo cual traduzco a términos sexuales simplemente como un medio para hacerlo comprensible para mí.
No cabe duda de que Lisabeth no posee los rasgos que normalmente busco en una pareja (hocico prominente, aletas lisas). Cualquier tentativa de hacer el amor en sentido anatómico con ella la lastimaría. No es ése mi deseo. Los rasgos físicos que la hacen tan deseable para los machos de su especie (glándulas mamarias muy desarrolladas, cabellos sedosos, facciones delicadas, «piernas» largas y esbeltas) no tienen una importancia especial para mí, y en algunos casos poseen un valor realmente negativo. Como en el caso de las dos glándulas lácteas de su región pectoral, las cuales sobresalen de su cuerpo de un modo que forzosamente ha de dificultar su avance cuando nada. Evidentemente, la propia Lisabeth encuentra inadecuados el tamaño y la ubicación de aquellas glándulas, ya que procura ocultarlas siempre con una franja de tela. Los otros miembros de la estación, que son todos machos y, en consecuencia, poseen solamente unas glándulas lácteas rudimentarias, las dejan al descubierto.
¿Cuál es, entonces, la causa de la atracción que me inspira Lisabeth?
Nace de la necesidad que siento de su compañía. Creo que ella me comprende mejor que cualquier miembro de mi propia especie. Por lo tanto, soy más feliz en su compañía que lejos de ella. La impresión data de nuestro primer encuentro. Lisabeth, que es especialista en relaciones humano-cetáceas, llegó a Santa Cruz hace cuatro meses, y se me ordenó que subiera con mi grupo a la superficie para ser presentados a ella. Inmediatamente me di cuenta de que Lisabeth tenía mucha más «clase» que los humanos que hasta entonces había conocido; su cuerpo era más delicado, más flexible, y poseía una gracia que contrastaba con la tosquedad de los machos humanos. Me di cuenta de que no estaba cubierta del áspero vello corporal que los de mi especie encuentran tan desagradable (Al principio ignoraba que aquellas diferencias se debían al hecho de que Lisabeth era una hembra. Nunca había visto una hembra humana. Pero aprendí rápidamente).
Me adelanté, establecí contacto con el transmisor acústico y dije:
—Soy el Capataz de la Brigada de Mantenimiento de las Válvulas de Admisión. Tengo la designación unidad-estructural TT-66.
—¿No tienes un nombre? —me preguntó.
—¿Qué significa un nombre?
—Tu... tu designación unidad-estructural, pero no sólo TT-66. Yo, por ejemplo, me llamo Lisabeth Calkins —Sacudió la cabeza y miró al supervisor de la planta—. ¿No tienen nombres esos obreros?
El supervisor no entendía por qué debían tener nombres los delfines. Pero Lisabeth se encargó de arreglar aquello, ya que iba a ser la encargada de tratar con nosotros. A mí me bautizó «Ishmael».
Era, me dijo, el nombre de un hombre que había viajado mucho por el mar, había vivido unas experiencias maravillosas y las había grabado en una cinta que todas las personas cultas escuchaban en sus grabadoras. Más tarde tuve acceso al relato de Ishmael —el otro Ishmael— y me gustó mucho. Siendo un ser humano, poseía una notable intuición para comprender a las ballenas, a las que yo considero unos seres estúpidos. Me siento orgulloso de llevar el nombre de Ishmael.
Después de habernos bautizado a todos, Lisabeth saltó al agua y nadó con nosotros. Debo decir que la mayoría de los delfines sienten desdén por los humanos debido a que son tan malos nadadores. Yo no me he burlado nunca de ellos, quizás porque mi inteligencia supera el término medio, quizás porque soy más compasivo. Admiro a los humanos por el celo y la energía con que nadan, y considero que no lo hacen mal del todo, teniendo en cuenta sus desventajas. Con frecuencia les recuerdo a los míos que los humanos se desenvuelven en el agua mucho mejor de lo que nosotros nos desenvolveríamos en tierra. De todos modos, Lisabeth nadaba bien, desde el punto de vista humano, y nosotros adaptamos tolerantemente nuestro paso al suyo. De pronto, Lisabeth se cogió a mi aleta dorsal y dijo:
—¡Llévame a dar un paseo, Ishmael!
Tiemblo aún al recordar el contacto de su cuerpo con el mío. Se sentó a horcajadas encima de mí, apretando fuertemente las piernas contra mi cuerpo, y yo salí disparado, flotando a nivel de la superficie. Sus risas revelaban su alegría mientras yo saltaba una y otra vez como un caballo en una carrera de obstáculos. Era una exhibición física en la cual no utilizaba mi extraordinaria capacidad mental; estaba, por así decirlo, haciendo una demostración de mi «delfinez». Lisabeth se portaba estupendamente. Incluso cuando me sumergía, arrastrándola a una profundidad que podía inspirarle temor a causa de la presión, se mantenía aferrada a mi cuerpo sin el menor síntoma de alarma. Y cuando ascendíamos de nuevo a la superficie, gritaba de júbilo.
Sabía que había llamado ya su atención. Conozco a los seres humanos lo suficiente como para poder interpretar su expresión de placer mientras regresábamos a la playa. Mi reto consistía ahora en desplegar ante ella mis mejores cualidades: demostrarle que incluso entre los delfines yo era capaz de aprender con asombrosa rapidez.
Estaba ya enamorado de ella.
Durante las semanas que siguieron sostuvimos muchas conversaciones. No me vanaglorio al decir que Lisabeth se dio cuenta en seguida de lo extraordinario que soy. Mi vocabulario, muy amplio ya cuando ella llegó a la estación, aumentó rápidamente bajo el estímulo de la presencia de Lisabeth. Aprendí mucho gracias a ella; me dio acceso a grabaciones que ningún otro delfín conocería nunca. En muy poco tiempo desarrollé unas facultades que me asombraron a mí mismo. Creo que estaréis de acuerdo en que punto expresarme con más elocuencia que la mayoría de seres humanos. Confío en que la computadora que utilizo para imprimir estas memorias no me traicione colocando mal los signos de puntuación o desvirtuando el sentido de alguna de las palabras que emito.
Mi amor por Lisabeth era cada día más profundo. Aprendí el significado de los celos por primera vez cuando la vi correr por la playa cogida de la mano con el Dr. Madison, el jefe de la planta de energía. Conocí la rabia cuando oí los vulgares y obscenos comentarios de los machos humanos a espaldas de Lisabeth. La mayoría de ellos expresaban el deseo de aparearse con Lisabeth (al parecer de un modo temporal), pero también oía descripciones sumamente favorables a sus glándulas mamarias, e incluso de la zona redondeada en que terminaba su espalda.
Nunca manifesté de un modo explícito mis sentimientos por Lisabeth. Trataba de conducirla lentamente a la comprensión de que la amaba. Una vez lo supiera, pensaba, podríamos empezar a planear nuestro futuro, juntos.
¡Qué tonto era!
Categoría 3: La conspiración
Una voz masculina dijo:
—¿Cómo diablos vas a sobornar a un delfín?
Otra voz, más cultivada, respondió:
—Déjalo de mi cuenta.
—¿Qué vas a ofrecerle? ¿Diez latas de sardinas?
—Éste es especial. Singular, incluso. Es estudioso. Podemos convencerle.
No sabían que yo podía oírles. Me encontraba en mi tanque de reposo, cerca de la superficie. Tenemos un oído muy agudo y los dos hombres se hallaban a una distancia favorable. Inmediatamente intuí que ocurría algo anormal, pero permanecí completamente inmóvil, fingiendo que no me enteraba de nada.
—¡Ishmael! —gritó uno de los hombres—. ¿Eres tú, Ishmael?
Subí a la superficie y me acerqué al borde del tanque. Los machos humanos eran tres, y no dos, como había supuesto por sus voces. Uno de ellos era un técnico de la estación; a los otros dos no les había visto nunca. Iban completamente vestidos, lo cual me confirmó en la opinión de que se trataba de dos forasteros. El técnico me era muy antipático, ya que se había distinguido en sus vulgares comentarios sobre Lisabeth.
El técnico dijo:
—¡Mírenle, caballeros! ¡Una víctima de la explotación humana! —Luego se volvió hacia mí—. Ishmael, estos caballeros pertenecen a la Liga para la Prevención de la Crueldad con las Especies Inteligentes. ¿Has oído hablar de ella?
—No —dije.
—Están tratando de poner fin a la explotación de los delfines. A la utilización criminal de la única especie realmente inteligente de nuestro planeta para un trabajo de esclavos. Quieren ayudarte.
—Yo no soy ningún esclavo. Recibo una compensación por mi trabajo.
—¡Unos cuantos pescados podridos! —dijo el hombre que estaba a la izquierda del técnico—. ¡Te están explotando, Ishmael! ¡Te obligan a realizar un trabajo sucio y peligroso, a cambio de un salario mísero!
Su compañero dijo:
—Hay que acabar con eso. Deseamos poder informar al mundo de que la era de los delfines esclavizados ha terminado. ¡Ayúdanos, Ishmael! ¡Ayúdanos a ayudarte!
No necesito decir que yo era hostil a tales propósitos. Un delfín menos inteligente que yo lo habría manifestado inmediatamente, dando al traste con su complot. Pero yo dije, astutamente:
—¿Qué queréis que haga?
—Bloquear las válvulas de admisión —dijo el técnico rápidamente.
Contra mi voluntad, proferí una exclamación de rabia y de sorpresa.
—¿Traicionar la confianza que han depositado en mí? ¿Cómo podría hacer eso?
—Es por tu propio bien, Ishmael. Verás: tú y tu brigada bloqueáis las válvulas de admisión, y la planta de agua dejará de funcionar. El pánico se extenderá por toda la isla. Acudirán técnicos humanos para averiguar lo que ocurre, pero en cuanto hayan limpiado las válvulas volveréis a obstruirlas. Tendrán que traer suministros de agua urgentemente a Santa Cruz. Eso atraerá la atención del público sobre el hecho de que esta isla depende del trabajo de los delfines: un trabajo excesivo y mal retribuido. Durante la crisis, le contaremos al mundo vuestra historia. Conseguiremos que todos los seres humanos protesten contra el trato que estáis recibiendo.
No dije que yo no me sentía maltratado. Me limité a sugerir astutamente:
—Eso podría resultar peligroso para mí.
—¡Tonterías!
—Me preguntarán por qué no he limpiado las válvulas. Están bajo mi responsabilidad. Habrá problemas.
Discutimos la cuestión. Finalmente, el técnico dijo:
—Mira, Ishmael, sabemos que existen algunos riesgos. Pero estamos dispuesto a ofrecerte una buena recompensa si te encargas del trabajo.
—¿Por ejemplo?
—Grabaciones. Sobre cualquier tema que te interese. Sabemos que te apasiona la literatura: comedias, poesías, novelas... Si nos ayudas, tendrás toda la literatura que quieras.
Tuve que admirar su destreza. Sabían exactamente lo que podía tentarme.
—Trato hecho —dije.
—¿Qué es lo que quieres?
—Algo sobre el amor.
—¿Amor?
—Amor. Entre un hombre y una mujer. Traedme poemas de amor. Traedme historias de amantes famosos. Traedme descripciones del abrazo sexual. Tengo que comprender esas cosas.
—Quiere el Kama Sutra —dijo uno de los forasteros.
—Entonces, le traeremos el Kama Sutra —dijo el otro.
Categoría 4: Mi respuesta a los delincuentes
No me trajeron el Kama Sutra. Pero me trajeron otras muchas cosas, incluida una grabación con numerosos pasajes del Kama Sutra. Durante varias semanas me dediqué a estudiar a fondo la literatura amorosa humana. Confieso que no acabé de entender lo que sucede entre un hombre y una mujer. No comprendo el complicado sistema de tabúes y de prohibiciones que los humanos han inventado, ni la distinción que establecen en el terreno de la moral entre el apareamiento temporal y el apareamiento permanente («matrimonio»). Éste ha sido mi único fracaso intelectual: al final de mis estudios sabía poco más que antes acerca del. modo de conducirme en lo que respecta a Lisabeth. Resumiendo, las grabaciones que los conspiradores me facilitaron en secreto no me sirvieron prácticamente de nada.
Un día me exigieron que cumpliera mi parte del trato.
Naturalmente, yo no podía traicionar a la estación. Sabía que aquellos hombres no actuaban por amor a los delfines, corno pretendían. Por algún motivo particular, deseaban que la estación dejara de funcionar, sencillamente, y habían utilizado su supuesta simpatía a los de mi especie para obtener mi colaboración. Pero yo no me sentía explotado.
¿Era inmoral por mi parte aceptar grabaciones de ellos si no tenía la intención de ayudarles? Lo dudo. Ellos querían utilizarme; y yo me había anticipado, utilizándoles a ellos. A veces, una especie superior debe explotar a sus inferiores para aumentar sus conocimientos.
Acudieron a mí y me dijeron que tenía que bloquear las válvulas aquella misma noche.
—No estoy seguro de lo que queréis que haga, en realidad —dije—. ¿Queréis repetirme las instrucciones?
Astutamente, había conectado una grabadora que Lisabeth utilizaba en sus sesiones de estudio con los delfines de la estación. Me repitieron que el bloqueo de las válvulas provocaría una ola de pánico en toda la isla y revelaría al mundo la explotación de que eran víctimas los delfines. Les interrogué repetidamente, acumulando detalles y dando también ocasión a cada uno de los hombres de dejar impresas las huellas de su voz. Cuando calculé que las pruebas reunidas eran suficientes para incriminarles, dije:
—Muy bien. En mi próximo turno haré lo que deseáis.
—¿Y el resto de tu brigada?
—Les ordenaré que no se ocupen de las válvulas por el bien de nuestra especie.
Se alejaron, al parecer muy satisfechos de sí mismos. Inmediatamente pulsé con el hocico el botón que servía para avisar a Lisabeth. Ésta no tardó en presentarse.
—Pon en marcha la grabadora y escucha lo que he grabado en la cinta —dije, orgullosamente—. ¡Y luego avisa a la policía de la isla!
Categoría 5: La recompensa al heroísmo
Los conspiradores fueron detenidos. Aquellos tres hombres no se interesaban en absoluto por la explotación de que, según ellos, eran víctimas los delfines. Eran miembros de un grupo alborotador («revolucionarios»), que trataban de engañar a un ingenuo delfín para que les ayudara a desencadenar el caos sobre la isla. Pero mi lealtad, mi coraje y mi inteligencia habían hecho abortar sus maquiavélicos planes.
Más tarde, Lisabeth se presentó en el tanque de descanso y me dijo:
—Eres maravilloso, Ishmael. Jugar con ellos de ese modo... grabar su propia confesión... ¡Maravilloso! Eres el más listo de los delfines, Ishmael.
Yo estaba loco de alegría.
Había llegado el momento.
—¡Te amo, Lisabeth! —exclamé.
Mis palabras rebotaron en las paredes del tanque a medida que brotaban de los altavoces. Los ecos las amplificaban y las transformaban en grotescos ladridos, más propios de un insignificante cachorro de foca.
«¡Te amo... te amo... te amo...!»
—¡Ishmael!
—No sé decirte lo mucho que significas para mí. ¡Ven a vivir conmigo y sé mi amante! ¡Lisabeth, Lisabeth, Lisabeth!
Torrentes de poesía y de apasionada retórica brotaron de mi hocico. Le supliqué que bajara al tanque y me permitiera besarla. Ella se echó a reír y dijo que no estaba vestida para nadar. Era cierto: acababa de llegar de la ciudad después de las detenciones.
—¡Amor mío! —grité—. ¡Lisabeth! ¡Lisabeth! ¡Por amor a ti he salvado la estación!
Ella frunció los labios (una «sonrisa»).
Oí un ruido de pasos. El jefe de la planta de energía, Dr. Madison, llegaba.
—¿Estás bien, Liz? —preguntó el Dr. Madison—. He oído gritar...
—No ha sido nada, Jeff. Cosas de Ishmael. Está enamorado de mí, Jeff, ¿qué te parece? ¡Enamorado de mí!
Los dos estallaron en una carcajada, riéndose de la locura del pobre delfín.
Antes de que amaneciera me encontraba mar adentro, nadando donde nadan los delfines, lejos del hombre y de sus cosas. La cruel risa de Lisabeth resonaba dentro de mí. Ella no había pretendido ser cruel. Conociéndome mejor que nadie, no había podido evitar el reírse de lo absurdo de mis sentimientos.
Permanecí en el mar varios días, descuidando mis obligaciones en la estación. Cuando el dolor de mis heridas remitió un poco, emprendí lentamente el regreso a la isla. Por el camino encontré a una hembra de mi propia especie. Estaba en celo y se ofreció a mí, pero yo le dije que me siguiera, y así lo hizo. Tuve que luchar varias veces con machos importunos que pretendían aparearse con ella. La llevé a la estación, a la laguna que los delfines utilizan para hacer ejercicio. Un miembro de mi brigada acudió a investigar —Mordred—, y le dije que avisara a Lisabeth que había regresado.
Lisabeth no tardó en presentarse. Agitó una mano en mi dirección, sonrió, me llamó por mi nombre...
Empecé a juguetear con la hembra delante de sus ojos. Bailamos la danza del apareamiento; saltamos, nos sumergimos, aullamos.
Lisabeth nos contemplaba.
Lo único que yo quería era darle celos.
Agarré a mi compañera, la arrastré a las profundidades y la poseí violentamente, dejándola luego en libertad para que pariera a mi hijo en algún otro lugar. Encontré de nuevo a Mordred.
—Dile a Lisabeth que he encontrado otro amor, y que algún día podré perdonarla.
Mordred me dirigió una extraña mirada y nadó hasta la orilla.
Mi táctica fracasó. Lisabeth me envió recado de que se alegraba mucho de mi regreso y que lamentaba haberme ofendido, pero en su mensaje no había el menor asomo de celos. Y aquí estoy, limpiando de nuevo las válvulas, yo, Ishmael, un delfín que ha leído a Keats y a Donne. ¡Lisabeth! ¡Lisabeth! ¿No sientes mi dolor?
Esta noche me he decidido a contar mi historia. Tú que oyes esto, quienquiera que seas, ayuda a un organismo solitario, mamífero y acuático, que desea un contacto más íntimo con una hembra de una especie distinta. Háblale de mí a Lisabeth. Elogia mi inteligencia, mi lealtad y mi devoción.
Dile que voy a darle otra oportunidad. La esperaré, mañana por la noche, junto al acantilado. Que nade hacia mí... que pronuncie para mí palabras de amor.
Desde las profundidades de mi alma... desde las profundidades... Lisabeth, este estúpido animal te da las buenas noches, con todo su amor.