Capítulo 6
6
—¿Qué opinas de los tejedores de sueños, Danyin Lanza?
Danyin alzó la vista, sorprendido. Estaba sentado delante de Auraya, a la mesa grande del salón de recepción de la Blanca, ayudándola a examinar los términos de la alianza propuesta con Somrey.
Auraya le sostuvo la mirada con firmeza. A Danyin le vino a la memoria el día en que había llegado la noticia de la muerte de la madre de ella. Por órdenes suyas, él había averiguado el paradero del hombre que había llevado el mensaje al templo. Para su sorpresa, el hombre había resultado ser un tejedor de sueños.
Más tarde le había sorprendido aún más enterarse de que Auraya había ido a ver al hombre de incógnito. No estaba seguro de si le inquietaba más la idea de que una Blanca le hiciese una visita social a un tejedor de sueños, o que Auraya hubiera intentado obrar con tanta reserva, lo que indicaba que sabía que su acto podía considerarse desaconsejable o inapropiado.
Naturalmente, ella estaba leyendo todo esto en su mente en aquel instante. También debía de saber que él había investigado su pasado y había descubierto que el tejedor Leiard había sido un amigo de su infancia y que su actitud favorable hacia los paganos era conocida entre sus compañeros sacerdotes. Sin duda ella se había percatado de que su segundo encuentro con el tejedor no había pasado inadvertido, y de que él había oído a personas chismorrear sobre ello, dentro y fuera del templo. Seguramente sabía también que él no respetaba ni apreciaba a los tejedores de sueños.
Después de que Danyin localizara a Leiard, ella no le había mencionado siquiera a los tejedores durante semanas. Ahora que trabajaba en el problema somreyano, no podía seguir eludiendo el tema. Él tenía que responder con sinceridad. Habría sido inútil fingir que estaba de acuerdo con ella.
—Me temo que no tengo un buen concepto de ellos —reconoció—. En el mejor de los casos me parecen dignos de lástima, y en el peor, no son de fiar.
Ella arqueó las cejas.
—¿Dignos de lástima? ¿Por qué?
—Supongo que porque son muy pocos y todo el mundo los desprecia. No sirven a los dioses, por lo que sus almas mueren cuando muere su cuerpo.
—¿Y por qué no son de fiar?
—Sus dones, o al menos algunos de ellos, les permiten jugar con la mente de las personas. —Titubeó al caer en la cuenta de que estaba repitiendo lo que siempre decía su padre. ¿De verdad estaba expresando su propia opinión?—. Pueden atormentar a sus enemigos con pesadillas, por ejemplo.
Ella sonrió levemente.
—¿Alguna vez has oído que un tejedor hiciera eso?
Él titubeó de nuevo.
—No —admitió—, pero son tan pocos hoy en día, que no creo que se atrevieran.
La sonrisa de Auraya se ensanchó.
—¿Alguna vez has oído que un tejedor hiciera algo que justificara tu desconfianza?
Él asintió.
—Hace unos años, una tejedora de sueños envenenó a un paciente.
La sonrisa se desvaneció, y ella apartó la vista.
—Sí, estudié ese caso.
Él la miró, sorprendido.
—¿Como parte de vuestra formación?
—No. —Sacudió la cabeza—. Siempre me han interesado los delitos relacionados con tejedores de sueños.
—¿Cuál… cuál fue vuestra conclusión?
Ella torció el gesto.
—Que la tejedora era culpable. Lo confesó, pero yo quería estar segura de que no la hubieran chantajeado o golpeado para obligarla a hacerlo. Observé la reacción de los otros tejedores en busca de pistas. Le dieron la espalda. Me pareció la prueba más convincente de su culpabilidad.
Danyin estaba intrigado.
—Tal vez le dieran la espalda para protegerse.
—No. Creo que si alguien es culpable de un delito, los tejedores de sueños lo detectan. Cuando alguno de ellos es víctima de una acusación injusta (y algunos de los juicios han sido de una transparencia repugnante), los defienden a su manera. El acusado mantiene la calma, incluso cuando sabe que será ejecutado. En cambio, cuando es culpable, nadie dice una palabra en su defensa. Aquella mujer estaba desesperada. —Auraya meneó la cabeza despacio—. Y furiosa. Maldecía a su propia gente.
—Me contaron que pidió garpa para no dormirse. —Danyin se estremeció—. Si están dispuestos a atormentar a uno de los suyos, ¿qué no le harían a un enemigo?
—¿Por qué das por sentado que la atormentaban? Quizá tenía miedo de sus propios sueños.
—Era una tejedora de sueños. Seguro que controlaba los suyos.
—De nuevo, no es más que una suposición. —Auraya sonrió—. Consideras que no son de fiar porque poseen la capacidad de hacer daño a otros. El hecho de que puedan no implica que lo hagan. Yo podría apagar la llama de tu vida con un mero pensamiento, y sin embargo confías en que no lo haré.
Danyin fijó la vista en ella, turbado por la despreocupación con que había aludido a los poderes que le habían conferido los dioses. Auraya le sostuvo la mirada. Él bajó los ojos hacia la mesa.
—Sé que no lo haríais.
—O sea que tal vez deberías reservarte tu opinión sobre cada uno de los tejedores de sueños hasta que los conozcas en persona.
Él asintió.
—Tenéis toda la razón. Pero no puedo fiarme de ellos más que de un desconocido.
Ella soltó una risita.
—Yo tampoco. Ni siquiera puedo fiarme de los conocidos, pues algunas personas a las que creía conocer bien han demostrado una crueldad y una mezquindad que nunca habría imaginado en ellos. —Bajó la vista al pergamino desplegado ante ella—. Valoro tus opiniones aunque no las comparta, Danyin. He descubierto que estoy sola en mi perspectiva sobre esta cuestión. No soy una tejedora de sueños. Cada vez queda más patente que mis conocimientos sobre ellos son limitados. Por otro lado, tampoco soy una circuliana típica que desconfía de los tejedores de sueños en el mejor de los casos y los persigue activamente en el peor. Necesito entender todos los puntos de vista para proponer a Mairae maneras de convencer a los somreyanos de que firmen una alianza con nosotros.
Danyin se fijó en la arruga que se había formado entre las cejas de Auraya mientras hablaba. Cuando le habían ofrecido aquel cargo, Dyara le había asegurado que a Auraya no le encomendarían tareas difíciles durante sus primeros años como Blanca. Al parecer, esta tarea había recaído sobre ella por sí sola.
Por otra parte, sus conocimientos sobre los tejedores de sueños la convertían en la Blanca más indicada para ello. Tal vez por eso los Blancos estaban permitiendo que se corriera la voz de que su miembro más reciente toleraba a los paganos, o incluso los apoyaba. ¿Qué consecuencias tendría esto a largo plazo? Si bien una norma establecía que solicitar los servicios de un tejedor de sueños era delito, tanta gente la infringía que pocos recibían castigo por ello. ¿La tolerancia de Auraya hacia los tejedores alentaría a más personas a desafiar la ley?
Ella guardó silencio. Había devuelto su atención a la alianza.
—¿A qué condiciones se opusieron inicialmente los somreyanos?
Danyin, que había previsto esta pregunta, deslizó hacia sí una tablilla de cera y recitó una larga lista de enmiendas a los términos de la alianza. El último tercio de ellas se centraba exclusivamente en asuntos relativos a los tejedores de sueños.
—No son condiciones nuevas, ¿no? Siempre han figurado en el tratado.
—En efecto.
—¿Por qué no protestaron los somreyanos contra ellas desde un principio?
Danyin se encogió de hombros.
—Conforme se zanjan los asuntos más trascendentales, los de menor importancia cobran relieve. O eso dicen.
—¿Y han estado analizándolos de uno en uno? —Su voz estaba cargada de escepticismo.
Él rió entre dientes.
—Cada vez que se resuelve una cuestión, protestan contra otra.
—¿Se trata entonces de una táctica dilatoria? ¿Se te ocurre algún motivo para que el Consejo de Sabios aplace la firma? ¿O son solo los tejedores de sueños los que quieren retrasar o abortar la alianza?
—No lo sé. Mairae está convencida de que la mayor parte del Consejo está a favor de la alianza.
Auraya tamborileó con los dedos sobre la mesa.
—Entonces están disconformes con los asuntos de menor importancia y los exponen de uno en uno para que ninguno de ellos sea abordado con menos seriedad que los otros, o bien simplemente están jugando con nosotros. La paciencia sería la solución de la primera posibilidad. En cuanto a la segunda…
—No tendría solución, salvo una injerencia directa en la política somreyana.
—No creo que tengamos que llegar a ese extremo. Bastará con que reduzcamos el poder de la representante de los tejedores.
Danyin clavó los ojos en ella, atónito. No esperaba algo así de una simpatizante de los tejedores de sueños.
—¿Cómo?
—Transfiriendo parte de ese poder a otro tejedor.
—El Consejo solo tiene cabida para un representante de cada religión. ¿Cómo vais a cambiar eso sin influir en la política de Somrey?
—No me refiero a admitir a dos tejedores de sueños en el Consejo, Danyin. Se trataría de un cargo aparte.
—¿Elegido por quién?
—Por los Blancos.
—¡Los somreyanos no lo aceptarían!
—No les quedaría otro remedio. El tema no les incumbiría a ellos.
Danyin entornó los ojos.
—De acuerdo. Me tenéis en ascuas. Contadme.
Ella rió por lo bajo.
—Salta a la vista que los Blancos necesitamos un asesor en asuntos relacionados con los tejedores.
—¿Y dicho asesor sería un tejedor?
—Por supuesto. Los tejedores somreyanos jamás escucharían a un circuliano nombrado para el cargo.
Danyin asintió despacio mientras meditaba sobre las ventajas de esta medida.
—Entiendo. De entrada, esto apaciguará a los tejedores de sueños. Al designar a uno de ellos como asesor, los Blancos estarán reconociendo la valía de los tejedores. El asesor entablará conversaciones cara a cara sobre los términos de la alianza para que, al tener que tratar con uno de los suyos, la representante de los tejedores se vea obligada a negociar de forma más reflexiva que impulsiva.
—Y nuestro asesor podría hacer propuestas sobre cómo modificar las condiciones de la alianza para minimizar las protestas y, por tanto, agilizar el proceso —añadió Auraya.
«¿Cuáles serían los inconvenientes, entonces? —se preguntó Danyin—. ¿Qué puntos débiles tiene el plan?»
—Habréis de cercioraros de que los intereses del asesor no sean contrarios a los vuestros —advirtió—. Él o ella podría proponer cambios en la alianza que beneficiaran a su pueblo y que tuvieran efectos negativos para nosotros.
—Él o ella tendría que ser tan ajeno a esos efectos perjudiciales como yo —replicó ella dándose unos golpecitos en la frente con el dedo—. Solo hay cuatro personas en el mundo que pueden mentirme.
Una oleada de emoción recorrió a Danyin al oír este dato. O sea que los Blancos no podían leerse la mente unos a otros. Era lo que siempre había sospechado.
—Existe la posibilidad de que ningún tejedor de sueños acceda a colaborar con nosotros, claro está —la previno.
Ella sonrió.
—¿Tenéis a alguien en mente? —Incluso en el momento en que formulaba la pregunta, Danyin ya conocía la respuesta.
—Por supuesto. Naturalmente, me gustaría trabajar con alguien en quien pudiera confiar. ¿Y quién mejor que el tejedor de sueños que conozco en persona?
Mientras el platén se alejaba pesadamente, Auraya echó un buen vistazo alrededor. Ella y Dyara se encontraban en una zona extensa y llana entre hileras de árboles plantados. La hierba alta se mecía en la brisa. A lo lejos, dos sacerdotes, un hombre y una mujer, rodeaban un sembrado a medio galope montados sobre unos rainas grandes y blancos. Ambos le resultaban conocidos.
—¿Esos son…?
—Juran y Mairae —respondió Dyara—. Llamamos Día de Adiestramiento al último del mes, porque es cuando trabajamos con los cargadores. Una vez que estableces un vínculo con uno, tienes que cultivarlo.
—¿Eso es lo que haré hoy?
Dyara negó con la cabeza.
—No. Tarde o temprano tendrás que aprender a montar, pero no es tu máxima prioridad. Es más importante enseñarte a utilizar tus nuevos dones.
Los dos rainas caracolearon en una maniobra que parecía complicada, moviendo las patas de forma simultánea. Auraya no se imaginaba a sí misma manteniendo el equilibrio sobre un raina mientras este se contorsionaba de aquel modo. Esperaba que su alivio por saber que sus pies permanecerían en el suelo no fuera demasiado evidente.
—El escudo que te enseñé a generar la última vez repele casi todos los tipos de ataques —dijo Dyara adoptando un tono didáctico al que Auraya comenzaba a habituarse—. Desvía proyectiles, llamas y energía, pero no relámpagos. Por fortuna, los relámpagos, por naturaleza, son atraídos por la tierra. Buscarán el camino más directo hacia ella: a través de ti. Para evitarlo, tienes que proporcionarles una ruta alternativa, y hacerlo lo más rápidamente posible.
Dyara tendió la mano. Una línea tortuosa de luz destelló desde sus dedos hasta el suelo, y un trueno ensordecedor retumbó por todo el prado. Había una quemadura en la hierba. El aire crepitaba.
—¿Cuándo podré hacer eso? —jadeó Auraya.
—Después de aprender a defenderte de ello —contestó Dyara—. Empezaré con descargas débiles dirigidas al mismo punto. Debes intentar desviar su trayectoria.
Al principio, Auraya sentía como si le hubieran ordenado que atrapara rayos de sol con la mano. Las descargas de relámpagos se sucedían con demasiada rapidez para que ella pudiera percibirlas con antelación. Advirtió que las líneas luminosas zigzagueantes nunca eran iguales. Debían de seguir caminos distintos por alguna razón. Algo relacionado con el aire.
¿Dyara? ¿Auraya?, dijo una voz en su mente.
Dyara irguió la cabeza de golpe. Saltaba a la vista que ella también lo había oído.
¿Juran?, respondió. Auraya volvió la mirada hacia el sembrado, pero los dos jinetes ya no estaban allí.
Rian ha encontrado al pentadriano. Céntrate en su mente a través de la mía.
Dyara miró a Auraya y asintió. Esta, tras cerrar los ojos, buscó la mente de Juran. Cuando conectó con él percibió la presencia de Mairae y Dyara, pero los pensamientos de Rian reclamaban su atención. A Auraya le llegaron sonidos e imágenes procedentes de él. Un bosque. Una casa de piedra medio derruida. Un hombre vestido de negro de pie frente a la puerta. Ella contuvo el aliento al descubrir maravillada que veía lo mismo que Rian y de forma tan clara como si estuviese en su piel. También notó que él invocaba magia para mantener el escudo protector que lo circundaba.
El pentadriano observaba a Rian acercarse. Se hallaba rodeado de voranes. Extendió el brazo y acarició la cabeza de uno que estaba sentado junto a él, mientras le murmuraba en su extraño idioma.
Rian se detuvo y desmontó. Envió una instrucción a la mente de su cargador, que se alejó a galope.
El hechicero cruzó los brazos.
—¿Has venido a apresarme, sacerdote?
—No —dijo Rian—. He venido a matarte.
El hechicero sonrió.
—Eso no muy amable.
—Es lo que mereces, asesino.
—¿Asesino, yo? Hablas de sacerdotes y hombres, ¿verdad? Yo solo me defiendo. Ellos atacan primero.
—¿Los campesinos y mercaderes que mataste te atacaron primero? —preguntó Rian.
No puedo leerle la mente —dijo Rian—. Tiene los pensamientos protegidos.
Entonces podría ser peligroso, replicó Juran.
Tan poderoso como uno de los inmortales de la era anterior. Será una lucha interesante, respondió Rian.
—No ataco a campesinos o mercaderes —repuso el hechicero rascándole la cabeza a un vorán—. Mis amigos tienen hambre. No reciben respeto ni comida. Tu gente no es amable ni respeta a mis amigos ni a mí desde que llegué. Ahora tú dices que me matarás. —Sacudió la cabeza—. No sois amigables.
—Con los asesinos, no —replicó Rian—. Tal vez en tu país la brutalidad no sea un crimen, pero en el nuestro se castiga con la muerte.
—¿Crees que puedes castigarme?
—Sí, con la bendición y el poder de los dioses.
Auraya captó la oleada de fervor y determinación que recorrió a Rian. «Siente una devoción profunda hacia los dioses —pensó—. A su lado, los demás somos simplemente leales. Por otra parte, a los dioses debe de parecerles aceptable, pues de lo contrario todos los Blancos seríamos como Rian».
El hechicero soltó una risotada.
—Los dioses nunca te bendecirían, pagano.
—Tus dioses falsos, no —replicó Rian—. El Círculo. Los dioses verdaderos y vivos. —Invocó magia y la proyectó hacia el exterior, en forma de un rayo de calor blanco.
De pronto, el aire que el hechicero tenía ante sí se convirtió en un muro de ondas impetuosas. Una ráfaga caliente golpeó a Rian. La esfera de protección que había creado en torno a sí se combó hacia dentro. La reforzó de manera instintiva para rechazar la fuerza que la sacudía. Auraya oyó chasquidos de madera que se partía cuando los árboles que había alrededor de Rian recibieron el impacto de la energía reflejada.
Rian atacó de nuevo, esta vez transformando la magia en dardos que llovían sobre el hechicero desde todas direcciones. La defensa del pentadriano aguantó, y este respondió con descargas de relámpagos que Rian desvió hacia el suelo.
«De modo que es así como se hace», pensó Auraya.
El suelo bajo los pies de Rian empezó a sacudirse arriba y abajo. El Blanco envió magia hacia abajo para estabilizarlo. Al mismo tiempo, absorbió el aire que rodeaba al hechicero, atrapándolo en un vacío. El hechicero recuperó el aire con violencia.
Me está poniendo a prueba, observó Rian.
Estoy de acuerdo, contestó Juran.
Rian notó que una fuerza lo envolvía, ejerciendo presión sobre el escudo que lo rodeaba. Luchó contra ella, pero su intensidad no dejaba de aumentar. A Auraya no le sorprendió ver al hechicero de pie con un brazo extendido y los dedos doblados como garras, la misma postura que había adoptado durante su combate contra los sacerdotes.
Ahora viene la prueba de resistencia, dijo Rian con calma. Se opuso a aquella fuerza avasalladora con una fuerza equivalente. Mientras tanto, permaneció alerta ante otros posibles ataques. El tiempo transcurría. La ofensiva del hechicero aumentaba en potencia de forma constante. Rian fortalecía poco a poco su defensa.
Súbitamente, la fuerza avasalladora remitió.
Aunque Rian reaccionó con rapidez, un torrente de energía brotó de él. Varios árboles quedaron hechos astillas. La casa en ruinas saltó en pedazos. El polvo y las piedras llenaron el aire, ocultándolo todo. Rian proyectó una magia más suave que asentó la polvareda.
El hechicero había desaparecido. Al mirar alrededor, Rian vio una fiera negra descomunal que se alejaba trotando, con un hombre montado en el lomo. Lanzó un relámpago, pero la energía resbaló en torno al hechicero que huía y penetró en el suelo.
—Que los dioses lo fulminen —masculló Rian mientras el hombre y la bestia se perdían de vista entre los árboles. Envió una llamada mental a su cargador. El animal no estaba lejos.
Cuídate —le advirtió Juran—. Síguelo, pero con cautela. Es poderoso, y un ataque sorpresa podría resultar mortal.
Un escalofrío bajó por la espalda de Auraya. ¿Mortal para Rian? Pero si estaba segura de que nada podía hacerle daño.
No tan poderoso como yo —repuso Rian, con la mente cargada de rabia y determinación—. No tendrá la oportunidad de tenderme una emboscada. No dormiré ni descansaré hasta que sepa que está muerto.
Entonces sus pensamientos se desvanecieron de los sentidos de Auraya. Abrió los ojos. Su mirada se encontró con la de Dyara.
—Eso ha sido esclarecedor —comentó la mujer con sequedad—. Hacía mucho tiempo que no topábamos con un enemigo tan poderoso. —Entornó los párpados—. Pareces confundida.
—Lo estoy —respondió Auraya—. ¿Corre peligro Rian?
—No.
—Entonces ¿por qué le ha prevenido Juran contra un ataque sorpresa? Es imposible que el hechicero lo mate, ¿no?
Dyara cruzó los brazos.
—Solo si comete un error estúpido…, y no lo hará. Lo he entrenado bien.
—O sea que no somos invulnerables. O inmortales.
Dyara sonrió.
—No exactamente. La mayoría diría que casi lo somos, pero lo cierto es que tenemos limitaciones. Una de ellas es el acceso a la magia. Recuerda lo que te he enseñado: cuando invocamos magia, gastamos parte de la que nos rodea. Si utilizamos mucha, nos resulta más difícil absorber la magia que tenemos alrededor conforme disminuye, lo que nos obliga a buscarla cada vez más lejos de nuestra posición. La magia acaba por fluir de vuelta hacia la zona que hemos debilitado, pero eso lleva tiempo. Para encontrar una fuente nueva y abundante, tenemos que desplazarnos a otra posición.
»No es frecuente que consumamos tanta magia —prosiguió Dyara—, pero la situación en que resulta más probable es una batalla con otro hechicero, si este es excepcionalmente poderoso. El empobrecimiento de una zona puede ocasionar que te debilites en un momento inoportuno. —Hizo una pausa, y Auraya asintió en señal de comprensión—. Tu capacidad para desarrollar y usar dones constituye tu otra limitación. Cada uno de nosotros es tan fuerte como los dioses han podido hacernos. Por eso no poseemos todos la misma fuerza; por eso Mairae es la más débil y Juran el más poderoso.
—¿Es posible que un hechicero sea más fuerte que nosotros?
—Sí, aunque los hechiceros con semejante poderío son muy poco comunes. Este es el primero del que tengo noticia desde hace casi cien años. —Esbozó una sonrisa sombría—. Te has unido a nosotros en una época interesante, Auraya. La formación insuficiente es otra limitación, pero estoy segura de que esta la superarás deprisa, a juzgar por el ritmo al que estás aprendiendo. No te preocupes. Jamás te enviaríamos a enfrentarte a un hechicero tan poderoso sin que antes hubieras completado tu entrenamiento.
Auraya sonrió.
—No estoy preocupada. Y ya me había preguntado cómo podíamos ser invulnerables si ni los dioses lo son.
Dyara arrugó el entrecejo.
—¿A qué te refieres?
—Muchas deidades perecieron en la Guerra de los Dioses. Si ellos pueden morir, nosotros también.
—Supongo que tienes razón.
Al oír un golpeteo de cascos en el suelo, ambas se volvieron para ver a Juran y Mairae cabalgando hacia ellos. Cuando los rainas se detuvieron, Auraya se percató de que ninguno de los dos llevaba riendas. Recordó lo que Dyara le había dicho, que los cargadores obedecían órdenes mentales.
Juran bajó la vista hacia Auraya.
—Tengo una pregunta para ti, Auraya. Mairae me dice que has terminado de revisar la propuesta de alianza con Somrey. ¿Introducirías cambios en los términos?
—Algunos, aunque sospecho que habría que hacer aún más modificaciones. Mientras la leía me di cuenta de que no sabía tanto como creía sobre los tejedores de sueños. Sé cómo tratan la supurencia, pero no cómo encajan en la sociedad somreyana. Empecé a echar en falta un experto al que consultar, y se me ocurrió una solución posible. Tal vez lo que necesitamos sea un asesor sobre asuntos relacionados con los tejedores de sueños.
Juran se volvió hacia Mairae.
—Tú lo intentaste, ¿no es cierto?
Mairae asintió.
—No encontré a nadie con conocimientos suficientes.
Auraya notó que se le aceleraba un poco el pulso, pero no vaciló.
—¿Probaste con un tejedor?
—No. Supuse que no estarían dispuestos a colaborar.
Aunque Juran había arqueado las cejas, su expresión no reflejaba desaprobación.
—¿Tú crees que nos ayudarían, Auraya?
—Sí, si concluyeran que nuestras intenciones no ponen en peligro su bienestar. Y, hasta donde yo sé, la alianza no representa una amenaza para ellos —dijo con una sonrisa torcida, y se llevó el dedo a la frente—. Además, poseemos nuestros propios medios de defensa contra la posibilidad de que sus intenciones resultaran peligrosas para nuestro bienestar.
—Medios de los que serán bien conscientes. —Juran se inclinó hacia delante y rascó a su cargador entre las orejas, en torno a lo que quedaba de uno de sus cuernos cortados—. Me sorprendería que alguno de ellos accediera, pero las ventajas que esto traería consigo son claras.
Mairae sonrió.
—La líder de los tejedores de Somrey lo pensaría dos veces antes de desautorizar a uno de los suyos.
—Cierto —convino Juran.
—Estaríamos reconociendo que tienen poder e influencia —advirtió Dyara.
Mairae se encogió de hombros.
—No más poder del que poseen en realidad. No más del que ya reconocemos en los términos de la alianza.
—Daríamos a entender a nuestro pueblo que estamos a favor de los tejedores —insistió Dyara.
—No, simplemente que los toleramos. No podemos actuar como si ellos no fueran un grupo influyente en Somrey.
Dyara abrió la boca, pero la cerró enseguida y meneó la cabeza.
Juran miró a Auraya.
—Si encuentras a un tejedor de sueños dispuesto a hacer esto, te enviaré con Mairae a Somrey.
—Pero Auraya acaba de empezar su entrenamiento —protestó Dyara—. Es demasiado pronto para exigirle tanto.
—La única alternativa que se me ocurre es abandonar las negociaciones. —Juran posó la vista en Auraya e hizo un gesto vago—. Si fracasáis, la gente lo atribuirá a la falta de experiencia más que a un fallo en nuestra estrategia.
—Eso no sería justo para Auraya —señaló Dyara.
Auraya sacudió la cabeza.
—No me importa.
Juran se quedó pensativo.
—Si Mairae se comportara como si su intención no fuese ganar terreno, sino llevarte allí para instruirte en otros sistemas de gobierno, dejar que te subestimaran… —Le devolvió su atención—. Sí. Hacedlo. Intentad conseguirnos un asesor.
—¿Ya has pensado en alguien en concreto? —preguntó Mairae.
Auraya tardó unos instantes en responder.
—Sí. El tejedor de sueños que conozco desde niña. Está viviendo temporalmente en la ciudad.
Juran frunció el ceño.
—Un amigo de la infancia. Podrías llevarte un disgusto si resultara ser una persona conflictiva.
—Lo sé. Aun así, prefiero trabajar con alguien a quien conozco bien.
Él asintió despacio.
—Muy bien. Pero ten cuidado, Auraya, de no ponerte en una situación comprometida en aras de la amistad. Es un error muy fácil de cometer —aseveró en tono pesaroso.
—Tendré cuidado —le aseguró ella.
Juran dio unas palmaditas en el cuello a su cargador, que rascó el suelo con las patas. Auraya resistió el impulso de retroceder. Eran animales muy grandes.
—Debemos volver a nuestro entrenamiento —dijo Juran.
Mientras Mairae y él se alejaban sobre sus monturas, Auraya se preguntó cuál sería el origen de su evidente pesar. Tal vez algún día lo sabría.
Ignoraba demasiadas cosas acerca de sus compañeros Blancos, pero disponía de tiempo más que suficiente para conocerlos mejor. Tal vez no de una eternidad, pero casi, como había dicho Dyara.