Capítulo 41

41

Emerahl levantó la colgadura del tarne, ya arreglada, y echó una ojeada al exterior. Según el cliente al que había atendido la noche anterior, el ejército solo les llevaba unas horas de ventaja. Él había sacudido la cabeza cuando Emerahl había expresado su esperanza de alcanzarlo. Le aseguró que las tropas avanzaban deprisa y llegarían al paso antes que ellas. De todos modos, estarían más a salvo si se mantenían alejadas. Solo los dioses sabían qué peligros acechaban en las montañas.

Acto seguido, él se había puesto a consolarla y tranquilizarla. Ella se había percatado de que era la clase de hombre que tenía que estar con una mujer débil para sentirse fuerte y viril. Lo incomodaban las mujeres que sabían valerse por sí mismas, así que para desembarazarse de él por la mañana, a ella le bastó con pasearse por su tienda con aire decidido y haciendo comentarios inteligentes. Compadecía a la esposa del tipo. Los hombres que necesitaban a su lado a mujeres delicadas y tontas podían ponerse muy desagradables cuando sentían que se alteraba el orden natural de las cosas.

—¿Qué ves, Jade?

Ella se volvió hacia Estrella y se encogió de hombros.

—Piedras. Y hierba. Y más piedras. Ah, mira, ahí hay más hierba —añadió con sequedad.

Las chicas sonrieron. La noche anterior, Rozea había declarado que Estrella se había recuperado lo suficiente para viajar con las demás, aunque Emerahl estaba segura de que el motivo principal de su decisión era que no quería soportar un día más de parloteo incesante. La hechicera había insistido en viajar con Estrella por si se resentía su salud tras pasar horas sentada en vez de tumbada. Esto le brindó la oportunidad de hablar con Marca y Marea.

Todas las chicas parecían haberle perdonado que Rozea la hubiera nombrado la favorita. Tal vez habían comprendido que su rencor era absurdo, pero Emerahl lo dudaba. Sospechaba que si la aceptaban de nuevo era porque había sanado a Estrella.

—He pasado una noche de lo más increíble —dijo Caridad.

Marca, Marea y Ave soltaron un gruñido.

—¿Otra vez la misma historia? —se lamentó Marca.

Caridad señaló a Estrella.

—Ella no la ha oído aún.

—Cuéntasela, pues —suspiró Marca.

Caridad se inclinó hacia Estrella con los ojos brillantes.

—Anoche fue a verme un tejedor de sueños. Era tarde, y pocas chicas lo vieron. No estaba nada mal, así que me alegró que me escogiera a mí. —Hizo una pausa sonriendo de oreja a oreja—. Si todos los tejedores fueran así en la cama, no me importaría acostarme con ellos.

Estrella arqueó las cejas.

—¿Tan bueno era?

—Oh, no me creerías si te contara.

Estrella sonrió.

—Cuéntamelo de todos modos.

Intrigada, Emerahl exploró la mente de Caridad en busca de algún indicio de que mentía. No detectó más que añoranza, gratitud y, sobre todo, autosuficiencia.

Era poco habitual, aunque no del todo insólito, que un cliente hiciera algo más que un esfuerzo simbólico por dar placer a una prostituta como agradecimiento. Mientras Caridad hablaba, Emerahl sintió una punzada de tristeza. El relato de la chica le recordó las noches deliciosas que ella había vivido, mucho tiempo atrás, con un tejedor de sueños. El tejedor de sueños. Ella sonrió al imaginar qué dirían sus compañeras si les hablara de aquella relación.

—Cuando quiera colarse en mi tienda, pasaré con él la noche gratis —aseveró Caridad.

—No la llaman Caridad por nada —comentó Marca con cara de exasperación.

—¿Qué aspecto tenía? —preguntó Estrella.

—Era alto. Delgado. Al principio me pareció un poco enclenque. Tenía el cabello rubio muy claro, casi blanco. Llevaba barba, pero se ha afeitado esa mañana. Estaba mucho más guapo sin ella, por cierto.

Emerahl desvió su mente de la cháchara de las chicas. El recuerdo de Mirar la había llevado a pensar en sus planes para encontrar a quien proyectaba el sueño de la torre. Parecía un capricho extravagante, eso de buscar a un soñador por pura curiosidad. Pero ¿en qué otra cosa podía distraerse? En cien años, Ithania del Norte se había llenado de sacerdotes. Eso restringía mucho sus movimientos.

Cada vez estaba más convencida de que el soñador se encontraba al otro lado de las montañas. Cuanto más se acercaba a la cordillera, más intenso y vívido se tornaba el sueño. Si eso significaba que esa persona estaba entre los pentadrianos, mala suerte.

—Tenías razón sobre los compartimentos secretos —le susurró Marea al oído, sobresaltándola.

Se volvió hacia la joven.

—¿Compartimentos?

—Debajo de los asientos —dijo Marea dando unos golpecitos con el talón en la parte inferior del banco—. Vi que Rozea guardaba algo aquí hace una semana más o menos. Lo hace por la mañana, cuando todas estamos dormidas. Me desperté y la espié a través de un agujero en nuestra tienda.

Emerahl sonrió.

—Vaya, pero qué chica tan lista.

Marea esbozó una gran sonrisa.

—Aunque no soy tan idiota como para coger nada.

—No, eso sería poco prudente —convino Emerahl.

«Poco prudente para alguien que tuviera que seguir en el burdel o que no fuera capaz de buscarse la vida por su cuenta», corrigió para sus adentros. Faltaban unos pocos días para que los circulianos se enfrentaran con los pentadrianos. Podría esperar a ver qué ocurría y, cuando llegara el momento oportuno, coger su dinero y encaminarse hacia el paso.

Entonces dejaría atrás la prostitución, a los sacerdotes y a Ithania del Norte.

Cuando el último puntal se colocó en su sitio, Tryss se enderezó y echó un último vistazo crítico a la enramada.

—Ha quedado bien —aseguró Drili. Se levantó de su postura acuclillada y le pasó a Tryss una pata de gabra asada—. Bueno, ¿cómo son los nuevos soldados?

Él la miró, atónito. Olvidaba con facilidad que la información no siempre llegaba a oídos de todos. Los dos estaban volando juntos cuando avistaron a los soldados que bajaban en formación desde el paso. Sirri le había dicho que regresara para informar a los Blancos, y aunque él había vuelto hacía horas, acababa de reencontrarse con Drili.

—Son dunwayanos —le explicó—. Viven al otro lado de las montañas, pero más al norte. Los hombres que han bajado a entrevistarse con nosotros son estrategas de guerra y sacerdotes. El grueso de su ejército está en el paso, esperando a que nos unamos a ellos.

Ella asintió, masticando despacio, con expresión pensativa.

—¿Has visto a Auraya?

Él negó con la cabeza.

—Según Rapsoda, se pasa casi todo el día practicando técnicas de lucha mágica con Dyara.

—Pero nos dedica un rato todos los días. Nadie la ha visto por ninguna parte desde ayer.

Tryss dio un mordisco a su pata de gabra. Era curioso, pero no sorprendente, que la información sobre los dunwayanos no se hubiera difundido rápidamente entre los siyís, y que en cambio estuvieran pendientes de todos los movimientos de Auraya.

—Seguro que está ocupada en algo importante. Tal vez esta noche averigüe de qué se trata.

Drili emitió un leve quejido.

—¿Otra junta de guerra? ¿Alguna vez podré tenerte solo para mí durante una noche entera… sin que te pases todo el rato dormido?

Una gran sonrisa se dibujó en los labios de Tryss.

—Pronto.

—Siempre dices lo mismo.

—Creía que estabas cansada.

—Sí, lo estoy. —Suspiró y se puso en cuclillas junto al fuego—. Agotada. Eso me pone de malas. —La luz de la lumbre bañaba su piel en un cálido brillo color naranja que realzaba sus pómulos y la sinuosa esbeltez de su cuerpo.

«Es preciosa —pensó él—. Soy el siyí más afortunado del mundo».

—Mi padre sigue sin dirigirme la palabra —comentó ella con tristeza.

Tryss se situó a su lado y le friccionó los hombros.

—¿Lo has intentado de nuevo?

—Sí. Sé que es demasiado pronto, pero no puedo dejar de intentarlo. Ojalá mi madre estuviera aquí. Ella hablaría conmigo.

—Tal vez no. Y entonces te sentirías el doble de mal.

—No —discrepó ella con convicción—. Estoy segura de que ella hablaría conmigo. Sabe que hay cosas más importantes que… que…

—¿Qué cosas? —preguntó él con aire ausente.

—Pues… cosas. Aquí llega Sirri.

Al volverse, él vio que la portavoz Sirri se posaba en una peña que se alzaba al lado de su campamento y sonreía.

—Hola, Drili. Eso huele de maravilla.

Drili irguió la cabeza.

—Hola, Sirri. Ya vuelves a saltarte comidas, ¿verdad?

Sirri soltó una carcajada.

—He tomado un bocado antes.

—Ten. —Drili se levantó y le arrojó algo a Sirri. La portavoz lo atrapó en el aire con agilidad.

—Pastel de especias. Gracias.

—Los prepara muy picantes —le advirtió Tryss.

Sirri mordió el trozo de pastel, masticó e hizo un gesto de dolor.

—Ya lo creo. Bueno, será mejor que nos vayamos o la reunión empezará sin nosotros.

Tryss asintió. Se puso de pie mientras Sirri se elevaba de un salto, pero se quedó inmóvil cuando notó que Drili lo abrazaba por la cintura. Se volvió hacia ella. Ella le dio un beso ardiente y prolongado, y él se apartó de mala gana.

—Pronto —le prometió.

—Vete, entonces. —Ella le dio una palmadita en el trasero—. Antes de que ella regrese a buscarte.

Con una gran sonrisa, él dio media vuelta y alzó el vuelo.

Habían acampado en un pequeño saliente desde el que se dominaba la carretera. Casi todos los siyís habían montado sus enramadas sobre crestas y rocas, mientras que el único espacio accesible para los pisatierra donde podían instalar su campamento era el propio camino. Desde el aire, las numerosas lámparas y hogueras de los pisatierra parecían larvas de lumbriz gigantescas y ondulantes.

Tryss divisó a Sirri y agitó las alas con fuerza para alcanzarla. Ella volvió la vista hacia él mientras se acercaba.

—¿Cómo marchan tus reuniones con Rapsoda?

—Estoy aprendiendo más deprisa que él. Tiene una desventaja muy grande, ¿sabes? Nuestro lenguaje hablado es similar al suyo, pero nuestras palabras silbadas son una novedad para él.

—¿Cuánto te falta para poder entender a los pisatierra?

Él movió la cabeza.

—Mucho. Reconozco algunas palabras sueltas. Eso al menos me da una idea de sobre qué hablan.

—Esa capacidad puede resultar útil.

La tienda de campaña blanca apareció tras una curva de la carretera. Ambos descendieron hacia ella. La multitud que solía aguardar fuera no estaba allí. Cuando aterrizaron, oyeron unas voces procedentes del interior.

—Bueno, más vale tarde que nunca —murmuró Sirri.

Echó a andar con grandes zancadas y él la siguió. La discusión se interrumpió cuando ellos entraron.

—Os ruego que perdonéis nuestro retraso —dijo Sirri.

—No te disculpes —replicó Juran—. Aún no habíamos pasado de las presentaciones. —Señaló a los cuatro dunwayanos que Tryss había visto hacía solo un rato. Aunque de baja estatura para ser pisatierra, sus músculos abultados denotaban una fuerza extraordinaria, y los tatuajes de sus rostros les conferían un aspecto aún más fiero. Cuando Juran los presentó, Tryss no pudo evitar pensar que era una suerte que Dunway y Si no fuesen países vecinos. Si aquella gente decidía un día extender sus dominios, él dudaba que los dardos envenenados y las flechas bastaran para detenerlos.

Una vez concluyeron las presentaciones, Sirri se dirigió hacia su silla habitual. Tryss ocupó su lugar junto a ella y paseó la mirada por la sala. Todos los Blancos se hallaban presentes excepto Auraya. Cuando Juran comenzó a hablar en una lengua pisatierra, Dyara se situó entre las sillas de Tryss y Sirri y se puso a traducir en voz baja.

—Mil, talmo de Larrik, nos informa de que las fuerzas dunwayanas se han instalado en el paso, en un lugar apropiado para su defensa —dijo Juran—. Han tendido cientos de trampas a lo largo del camino para frenar el avance del enemigo y debilitarlo. Los exploradores nos han comunicado que los pentadrianos aún no han llegado a las primeras. Al parecer, el enemigo se ha atrasado mucho. —Juran hizo una pausa—. Más de lo que cabía prever. —Se volvió hacia Mil—. ¿Alguna noticia?

Mil miró a un sacerdote que estaba de pie cerca de él y que claramente pertenecía a la misma raza. El hombre sacudió la cabeza.

—Nuestros exploradores no han visto el menor rastro de ellos.

—Tampoco han avistado el ejército en zonas que indiquen que se ha desviado hacia el norte —añadió Mil.

¿Hacia el norte? Tryss arrugó el entrecejo y de pronto comprendió. Los dunwayanos temían que los pentadrianos torcieran hacia el norte para atacarlos. Después de todo, sus tropas aguardaban en el paso y no en su país, preparadas para defenderlo.

—No hay señales del ejército por ninguna parte —agregó el sacerdote—. Los siyís han sido los últimos en verlos.

Los presentes callaron, muchos de ellos con el ceño fruncido.

—No puede ser que continúen en las minas —dijo Guire.

—Tal vez estén esperando a que ocurra algo —murmuró el líder somreyano—. Pero ¿qué? —Posó los ojos en Juran—. ¿Estáis seguros de que no pueden estar excavando un túnel a través de las montañas?

Juran asintió, sonriendo.

—Totalmente seguro.

Mil hizo un gesto afirmativo.

—Me preocupa más que los pentadrianos estén siguiendo una ruta distinta por encima de las montañas.

—¿Existe? —inquirió Juran juntando las cejas.

—No hay camino —respondió Mil—. Sin embargo, las montañas están llenas de senderos de gabras. Cruzar al otro lado por esos senderos sería lento y difícil, pero no imposible.

—Tenemos que averiguar qué están haciendo —dijo Juran con firmeza—. Si los pentadrianos llegan a las llanuras mientras nosotros estamos en el paso, acabaremos persiguiéndolos por todo Hania y más allá.

—Si están cruzando las montañas, mi gente los encontrará —aseveró Sirri.

Juran se volvió hacia ella.

—Eso sería peligroso…, más peligroso que antes.

Ella se encogió de hombros.

—Ahora sabemos lo de los pájaros negros. Tendremos cuidado. Pediré voluntarios…, y esta vez irán armados.

Tras vacilar unos instantes, Juran asintió.

—Gracias.

Sirri sonrió.

—Partirán al alba. ¿Queréis que uno de ellos lleve un anillo de conexión?

Juran intercambió una mirada fugaz con Dyara.

—Sí. Se le proporcionará uno al líder de vuestros voluntarios antes de su partida. —Guardó silencio un momento y miró alrededor—. ¿Hay alguna otra cuestión que discutir?

A Tryss le dio la impresión de que el asunto se había despachado con demasiada rapidez, pero tal vez eran imaginaciones suyas. Observó con detenimiento a los cuatro Blancos, sobre todo a Mairae y Rian. Rian parecía… en fin, descontento. De cuando en cuando dirigía la vista hacia el exterior de la tienda y ponía mala cara. No era una expresión de enfado, pero resultaba evidente que algo lo irritaba. O tal vez estaba decepcionado.

Había notado antes que Mairae era más propensa a dejar traslucir sus sentimientos. Mientras Tryss la contemplaba, adoptó una mirada distante y se le formó una arruga en la frente. Él se mordisqueó el labio. Tal vez solo estaban nerviosos por la batalla que se avecinaba y por la aparente desaparición del ejército pentadriano. Sin embargo, la ausencia de Auraya lo intrigaba. Era extraño que nadie hubiera mencionado algo acerca de su paradero.

De repente, la respuesta le vino a la cabeza.

«¡Claro! ¡Auraya no está aquí porque ya ha salido en busca del ejército pentadriano!» Mairae estaba preocupada por ella. Rian se sentía molesto porque… tal vez porque deseaba haber ido en lugar de ella. O quizá porque lo consideraba demasiado peligroso.

Fuera cual fuese el motivo, tenía sentido que ella se hubiera ido por esa razón. No obstante, su satisfacción por haber llegado a esa conclusión se desvaneció enseguida cuando tomó conciencia del riesgo que ella estaba corriendo. Si topaba con los hechiceros pentadrianos, tendría que enfrentarse sola contra ellos. ¿Y si la mataban? ¿Qué sería de los siyís sin ella? Ningún otro pisatierra los comprendía tan bien.

«Ve con cuidado, Auraya —pensó—. Te necesitamos».