Capítulo 16

16

Aunque cada vez hacía más frío por la mañana, Leiard había optado por impartir las clases a Jayim en el jardín que había en la azotea de la casa de los Tahonero. Habían hecho falta tiempo y perseverancia para persuadir a Tanara de que no los molestara. En un principio, ella había supuesto que podría llevarles bebidas calientes sin interrumpir las lecciones, siempre y cuando no hablara. Leiard le había dicho con firmeza que su presencia los distraía y que no debía acercarse durante las clases. A partir de entonces, ella empezó a subir sigilosamente la escalera cada hora más o menos para asomarse a la trampilla. Reaccionó con incredulidad cuando le comunicaron que esto también constituía una distracción.

Leiard no estaba seguro de haberla convencido del todo. Para asegurarse, había tomado nota mentalmente del intervalo entre las interrupciones y establecía la duración de las clases en función de ello. Aquella mañana era esencial que los dejaran a solas, pues se proponía enseñar a Jayim los matices más sutiles de la conexión mental.

Leiard abrió los ojos y los posó en su nuevo discípulo. El pecho de Jayim se movía con el ritmo lento y regular de un trance relajante. La renuencia del muchacho a iniciarse en las habilidades mentales de los tejedores de sueños no había desaparecido por completo, pero Leiard no esperaba que todas sus dudas se despejaran de un día para otro. Por lo demás, Jayim prestaba atención y se esforzaba. Lo entusiasmaban las medicinas y la sanación, campos en los que estaba progresando.

Esta era una de las razones por las que Leiard había decidido que realizarían una conexión mental aquel día; quería intentar identificar el origen de la aversión de Jayim hacia el desarrollo de sus facultades telepáticas. La otra razón era que de ese modo Leiard podría tomar el control sobre los recuerdos de conexión que se solapaban con su propia identidad. No estaba seguro de qué le sucedería si no lo hacía. ¿Continuaría debilitándose su conciencia de sí mismo? ¿Se convertirían sus pensamientos en una mezcla confusa de recuerdos contradictorios? ¿O empezaría a creerse Mirar?

No tenía la intención de averiguarlo. Cerró los párpados de nuevo y tendió las manos.

—Nos hemos reunido esta noche en paz y en busca del entendimiento. Nuestras mentes se conectarán entre sí. Los recuerdos fluirán entre nosotros. Nadie debe buscar, espiar o imponer su voluntad a otros. Por el contrario, nos integraremos en una sola mente. Dame las manos, Jayim.

Notó que los finos dedos del chico rozaban los suyos y luego lo agarraban de las manos. Cuando Jayim percibió la mente de Leiard, reculó ligeramente. Este lo oyó respirar hondo y extender los brazos de nuevo.

Al principio solo había una sensación de expectación. Leiard notó el nerviosismo de su acompañante y aguardó pacientemente. Pronto, fragmentos de pensamientos y recuerdos pasaron fugazmente por la mente de Jayim. Clases anteriores, según pudo comprobar el mentor. Vergüenza por dar a conocer asuntos privados. A Leiard le vinieron a la memoria conexiones con otros chicos adolescentes que habían revelado sin querer secretos parecidos.

No intentes bloquear esos recuerdos —aconsejó—. Los bloqueos entorpecen la conexión.

Pero ¡no quiero desvelarlos!, protestó Jayim.

Hazlos a un lado. Prueba esto: cada vez que adviertas que tu mente vaga en esa dirección, piensa en otra cosa. Elige una imagen o un tema que no sea agradable ni desagradable, pero que desvíe tus pensamientos.

¿Como qué?

Yo enumero los remedios útiles para los bebés.

Jayim consiguió que varias de esas medicinas acudieran a su mente. Sin embargo, sus ideas no tardaron en volver al tema anterior.

¿Funciona en todo momento esta distracción?

Casi siempre.

¿Utilizas el mismo truco para no revelar otros secretos, como los que te cuenta Auraya?

Leiard sonrió.

¿Qué te hace pensar que Auraya me cuenta secretos?

Es lo que percibo.

El chico era perspicaz. Leiard captó cierta petulancia en él.

¿Puedo confiarte esos secretos?, inquirió.

Ahora Jayim estaba emocionado y lleno de curiosidad. Por supuesto que no divulgaría nada de lo que leyera en la mente de Leiard. Por nada del mundo se arriesgaría a perder su confianza. Además, si lo traicionaba, Leiard se enteraría en la siguiente conexión de memorias.

Entonces las dudas se apoderaron de él. ¿Y si se le escapaba la lengua? ¿Y si alguien lo engañaba para que revelara secretos?

Los secretos más vale guardarlos siempre en secreto —dijo Leiard—. Cuantas más personas estén al corriente de ellos, menos secretos son. No es la desconfianza lo que me impide decírtelo, Jayim.

Sientes algo por Auraya, ¿verdad?

El repentino cambio de tema hizo que Leiard se quedara sin habla por unos instantes y despertó en él sentimientos encontrados.

—respondió—. Es una amiga.

Pero sabía que era más que eso. Era la niña a la que había instruido, que se había transformado en una mujer poderosa y bella…

Te parece bella —aseveró Jayim, cada vez más divertido—. ¡Te gusta!

¡No!

El rostro de Auraya irrumpió en los pensamientos de Leiard, que notó que la admiración familiar daba paso al anhelo. Alterado, salió de la mente de Jayim, interrumpiendo la conexión.

El muchacho permaneció callado. Leiard percibió la petulancia de nuevo. Hizo caso omiso de ella.

«No deseo a Auraya», pensó.

«Me temo que sí», repuso otra voz en su mente.

«Pero si es joven».

«Ya no tanto».

«Es una Blanca».

«Razón de más para desearla. La atracción de lo prohibido es una fuerza poderosa».

«No. Jayim me ha metido esa idea en la cabeza. No la deseo. La próxima vez que vea a Auraya, mis sentimientos hacia ella serán los mismos de siempre».

«Ya lo veremos».

Cuando abrió los ojos, Leiard vio que Jayim lo observaba con expectación.

—He descubierto tu secreto —dijo el chico.

—No hay ningún secreto —replicó Leiard de forma tajante—. Has mencionado una posibilidad que no me había planteado, y ahora que he meditado sobre ella, creo que te equivocas.

El joven apartó la mirada y asintió, aunque era evidente que estaba reprimiendo una sonrisa. Leiard suspiró.

—¿Por qué no vas a pedirle unas bebidas calientes a tu madre? Nos tomaremos un descanso y luego volveremos a empezar.

Con gesto afirmativo, Jayim se puso de pie. Leiard lo siguió con la vista mientras se alejaba a toda prisa.

«Dicen que enseñar a un discípulo es una manera de aprender. Solo espero que la lección de Jayim resulte errónea».

«De haber sabido que la próxima Congregación se organizaría tan pronto —pensó Tryss—, no le habría hecho esa promesa a Drili».

El día posterior al trei-trei, los portavoces habían anunciado que se celebraría una Congregación cuatro días después. Drili creía que querían advertir a todos respecto a los pájaros, y Tryss suponía que tenía razón. Así pues, le había quedado poco tiempo para preparar la presentación de su arnés. Ahora que el día de la Congregación había llegado, se le ocurrían mil cosas que faltaban por hacer, y mil más que podían salir mal.

Había hecho todo cuanto había podido en el tiempo limitado de que disponía. Había practicado a diario con el arnés y la cerbatana, eludiendo las tareas que le encomendaban en casa y desoyendo las reprimendas que recibía por ello. A pesar de todo, su padre lo reñía sin mucha convicción, pues Tryss siempre regresaba con algo de carne para la cena.

Sin embargo, no podía llevar a casa a todos los animales que mataba. Todavía era demasiado pronto para atraer semejante atención sobre sí mismo. Aunque había conseguido abatir a otro yervo, no se había atrevido a cargar con la carne de una bestia de tales dimensiones. Su única opción era dejársela a los carroñeros, lo que había empañado su euforia por la proeza.

Quedaba descartado cazar yervos como parte de su demostración. Los animales eran demasiado grandes para atraparlos y transportarlos hasta el Claro. Drili le había propuesto que probara con brimes. Eran pequeños y rápidos, y como rehuían a los humanos, seguramente no saldrían del semicírculo de siyís reunidos. Por otro lado, eran una presa lo bastante difícil como para que matarlos lanzándoles proyectiles desde el aire impresionara a la mayoría de los presentes.

Drili había atrapado a varios cada día para que Tryss pudiera adiestrarse cazándolos. Además, había adornado el arnés pintándolo con colores vivos para que resultara más visible desde lejos. Empezaba a ser consciente de que le incomodaba la idea de convertirse en el centro de todas las miradas durante la Congregación, pero cuando ella señaló que la pintura atraería más atención hacia el arnés que hacia él, se sintió un poco mejor.

Por la mañana había trasladado el arnés de la cueva en la que lo había ocultado hasta la enramada de su familia, donde lo había escondido en un saco grande de fibra de caña. A instancias de Drili, había explicado a sus padres lo que era, así como que iba a mostrarlo en la Congregación de aquella noche. Ellos habían reaccionado de forma desigual. Su madre no veía qué problema había con los métodos de caza tradicionales, pero la emocionaba que su hijo fuera a exponer sus ideas en la Congregación. Su padre, en cambio, se mostró impresionado por el invento, pero le preocupaba que Tryss se pusiera en ridículo… y también a su familia.

«A mí también me preocupa», pensó Tryss con ironía.

Se había mentalizado para correr ese riesgo. Casi todo estaba a punto, así que no podía echarse para atrás. Además, tampoco quería. Aunque pensar en la demostración lo llenaba de temor, la confianza de Drili en él era contagiosa. Cada vez que lo asaltaba la duda, ella le infundía ánimos. Estaba preparado. Solo faltaba que pidiera a los portavoces un momento para dirigirse a los otros siyís.

Tryss había dejado esto para el último momento. En cuanto lo hiciera, se correría la voz de que iba a exhibir un invento para cazar. Lo asediarían a preguntas, y probablemente sus primos no serían los únicos en mofarse de él.

El sol lucía bajo en el cielo cuando Tryss se encaminó hacia la Enramada de los Portavoces. Los líderes de los siyís estaban dispersos en torno a la entrada, y varios de ellos lo miraron con recelo mientras se acercaba.

Él titubeó, consciente de su pulso acelerado y del hormigueo en su estómago.

—¿Puedo hablar con la portavoz Sirri? —se obligó a sí mismo a preguntar.

Echó un vistazo por la puerta de la Enramada, pero no alcanzó a ver nada en la oscuridad del interior. Una sombra se aproximó a la abertura y apareció la portavoz Sirri.

—Tryss, tenemos muchos asuntos importantes que discutir antes de que empiece la Congregación. ¿Tu consulta no puede esperar a mañana?

—La verdad es que no —respondió advirtiendo que otros portavoces lo miraban con desaprobación—. Seré breve.

Ella asintió y se encogió de hombros.

—Adelante, pues.

A Tryss el corazón le dio un vuelco. Nunca había entrado en la Enramada de los Portavoces. Con piernas temblorosas, pasó junto a ella. Sus ojos tardaron un momento en adaptarse a la penumbra. El interior era sencillo y sin adornos. En el centro había varios taburetes dispuestos en círculo. A Tryss le alivió comprobar que no había otros siyís allí.

—¿Qué querías decirme, Tryss?

Este se volvió hacia la portavoz Sirri. Durante unos instantes, se quedó sin habla. A ella se le formaron arrugas en las comisuras de los ojos al sonreír, y Tryss se acordó de que Sirri no era más que un miembro de su tribu, elegida por los suyos, y no había motivos para que se sintiera intimidado por ella.

—He hecho algo —le informó él—. Quiero mostrárselo a todos esta noche.

—¿Tu arnés de caza?

Él la contempló asombrado. La sonrisa de Sirri se ensanchó.

—Sreil me habló de él. Dijo que tenía posibilidades.

—¿En serio? —balbució Tryss.

Recordó el día en que, meses atrás, había derribado un yervo con punzones envenenados. Sreil había dicho algo… «Buen intento». Tryss había supuesto que el chico se burlaba de él. Tal vez sus palabras eran sinceras.

—Sí —contestó Sirri. Su sonrisa se desvaneció—. Tengo que prevenirte: te costará mucho convencer a la gente. A nadie le gusta la idea de llevar encima un objeto pesado o…

—No es pesado —la interrumpió Tryss.

—… o que estorbe al volar —prosiguió ella—. ¿Estás seguro de que ese invento tuyo funciona?

Tryss tragó en seco y asintió.

—Entonces te daré un rato al principio de la Congregación para que nos lo muestres. Lo que significa que tienes una hora para prepararte. ¿Te bastará con eso?

Él asintió de nuevo.

—Entonces, vete. —Le señaló la puerta.

Tryss salió con paso apresurado. Cuando los otros portavoces se volvieron para mirarlo, se percató de que tenía una sonrisa bobalicona en los labios. Recompuso su expresión y se alejó.

«¡Una hora! —pensó—. Creía que tendría que esperar hasta el final de la Congregación. Más vale que se lo diga a Drili y vaya a buscar el arnés».

En cuanto salió del denso bosque que rodeaba la Enramada de los Portavoces, dio un salto y se elevó en el aire. Voló por encima del Claro hasta la enramada de la familia de Drili. Tras tomar tierra frente a su hogar, la llamó. Acto seguido oyó voces que discutían dentro. Al cabo de un momento, ella empujó la colgadura de la puerta para salir, tomó a Tryss del brazo y se lo llevó de allí rápidamente. Cuando él volvió la cabeza, vio a la madre de Drili, que los observaba con el ceño fruncido desde la entrada.

—¿Y bien? ¿Te han dado permiso para mostrar el arnés? —preguntó Drili.

Tryss sonrió de oreja a oreja.

—Sí. Pero al principio, y no al final, como imaginábamos. Nos queda menos de una hora.

Drili lo miró con ojos desorbitados.

—¿Solamente?

—Sí. Más vale que prepares a los brimes mientras yo voy a por el arnés.

—No, necesito tu ayuda para transportarlos. Vayamos a buscar el arnés primero.

Se dirigieron a toda prisa a la enramada de la familia de Tryss. A este le sorprendió encontrarla vacía.

—Mis padres deben de haber salido temprano —dijo—. Me han comentado que…

Las palabras que iba a pronunciar se borraron de su mente en cuanto vio lo que había en el centro de la enramada.

Trozos de madera de colores brillantes estaban esparcidos por el suelo. Las tiras de cuero y tripa que mantenían unido el arnés estaban hechas trizas. La cerbatana, pintada con tanto cuidado por Drili, había quedado aplastada. Alguien había desgarrado la bolsa que contenía los proyectiles, y cada uno de los dardos estaba partido en dos.

Tryss contempló los restos de su invento y sintió que el corazón se le rompía también en pedazos.

—¿Quién ha hecho esto? —se oyó a sí mismo decir en un tono lastimero y lleno de incredulidad—. ¿Quién sería capaz de hacer algo así?

—Tus primos —sentenció Drili en voz baja. Movió la cabeza—. Todo es culpa mía. Te tienen envidia. Por mí.

Soltó un quejido ahogado, y Tryss se percató de que estaba llorando. Sorprendido de que ella estuviera tan afectada por algo que había fabricado él, aunque con su ayuda, dio un paso hacia ella y, con un movimiento vacilante, la abrazó por los hombros. Drili se volvió hacia él, con los ojos brillantes a causa de las lágrimas.

—Lo siento.

Tryss la atrajo hacia sí.

—No es culpa tuya —le aseguró acariciándole el cabello—. Si piensas eso, ellos ganan.

Ella se sorbió la nariz, antes de enderezar la espalda y asentir.

—No han ganado aún —dijo con firmeza enjugándose las lágrimas—. Se lo demostraremos. A ellos y a todos. Pero… no esta noche.

Él se fijó en lo que quedaba de su arnés y notó que el pesar y la desilusión se acumulaban hasta formar un nudo de rabia en lo más hondo de su ser.

—La próxima vez, haré dos arneses. Tal vez tres.

—Y yo pediré a mis primos que vigilen a Ziss y a Trinn.

—O, mejor aún, que los aten en algún sitio durante la noche.

Drili consiguió sonreír.

—Que los cuelguen por los tobillos.

—Junto a una colmena de tiwis.

—Cubiertos de zumo de rebi.

—Después de arrancarles la ropa.

—Y la piel. Con un cuchillo de deshuesar.

—Empiezas a darme miedo.

Con una sonrisa salvaje, Drili se agachó para recoger la cerbatana astillada.

—¿Necesitas algo de esto para fabricar otra?

—No.

—Mejor. —Descolgó un cesto de una percha, se puso en cuclillas y comenzó a juntar los pedazos.

—¿Qué piensas hacer con ellos?

Ella torció el gesto.

—Uno de los dos tendrá que comunicar a los portavoces que no podrás realizar la demostración del arnés. Si voy yo, sabrán que hay alguien más que cree en ti. Y si les enseñamos esto, los convenceremos de que no estabas tomándoles el pelo.

Tryss sintió que un gran peso se depositaba sobre sus hombros cuando tomó conciencia de todas las consecuencias que tendría el acto de sus primos. Los portavoces sabían en qué había estado trabajando. La gente sospecharía que pretendía culpar a otros del fracaso de su invento, o que le faltaba valor para mostrarlo a los demás. Eso representaría para él…

—Será mejor que encuentres a tus padres y se lo cuentes. —Drili se puso derecha—. Mantén la calma y finge que todo transcurre con normalidad.

Tras vacilar unos instantes, Drili se acercó a él. Sus labios se curvaron en una sonrisa, y, de pronto, se inclinó hacia delante y lo besó. Tryss parpadeó, sorprendido, pero cuando se disponía a devolverle el beso, ella se apartó. Guiñándole un ojo, empujó a un lado la colgadura de la puerta.

—Nos vemos allí.

Y se alejó a paso veloz.