Capítulo 21
21
Cuando la pisatierra de piel oscura y ropa negra bajó con cuidado por la pared de roca, Yzzi reprimió una carcajada. La mujer se movía con lentitud, eligiendo con cuidado los puntos de apoyo para sus pies y manos. Sin embargo, destilaba una seguridad en sí misma que parecía indicar que estaba curtida en esas lides. A Yzzi le recordó a un chico de su tribu que había nacido sin membrana entre los brazos y el cuerpo. Aunque carecía de la capacidad de volar, podía caminar más lejos y saltar más alto que cualquier siyí normal. Al principio, sus esfuerzos resultaban cómicos y lastimosos, pero ella y los otros niños llegaron a respetarlo por su determinación de alcanzar la mayor movilidad posible.
La mujer, que había llegado al pie de la cuesta, se detuvo frente a un arroyo estrecho para beber. Yzzi llegó a la conclusión de que tenía que estar habituada a escalar, ya que sin duda había atravesado muchos terrenos como aquel para adentrarse en el país de los siyís.
Yzzi pasó su peso de una pierna a otra, manteniendo el equilibrio con facilidad sobre la rama. La mujer se enderezó y alzó la vista…, directamente hacia los ojos de Yzzi. Esta sintió que un escalofrío le bajaba por la espalda, pero se quedó quieta. Cabía la posibilidad de que la mujer no la hubiera visto. Tal vez el follaje la mantenía oculta a su mirada.
—Hola —gritó la desconocida.
El corazón de Yzzi dejó de latir por unos instantes. «¡Me ha visto! ¿Qué hago?»
—No tengas miedo —dijo la mujer—. No te haré daño.
Yzzi tardó un momento en entender sus palabras. La forastera hablaba el idioma de los siyís con titubeos, y la entonación de sus silbidos no era del todo correcta. Yzzi la observó con aire dubitativo. ¿Debía hablar con ella? Su padre le había dicho que los pisatierra no eran de fiar, pero había cambiado de opinión cuando la sacerdotisa Blanca había visitado su tribu aquella mañana.
—¿Qué tal si bajas y hablamos?
Yzzi cambió de posición otra vez y tomó una decisión. Hablaría, pero desde donde estaba.
—Me llamo Yzzi. ¿Quién eres?
La sonrisa de la mujer se ensanchó.
—Me llamo Genza.
—¿Por qué has venido a Si?
—Para ver qué hay aquí. ¿Por qué no bajas? Apenas te veo.
Yzzi vaciló de nuevo. La pisatierra era muy alta. Echó un vistazo alrededor, buscando un lugar en el que posarse que estuviera más cerca de la mujer, pero desde donde pudiera echar a volar con facilidad. Un saliente en la pendiente pronunciada por la que acababa de descender la mujer parecía un sitio apropiado. Yzzi se dejó caer de la rama, se lanzó en picado y aterrizó con agilidad en la roca.
Se volvió hacia la pisatierra, que seguía sonriendo.
—Eres muy bonita —murmuró.
Yzzi se ruborizó, complacida.
—Y tú eres rara —balbució—. En el buen sentido.
La mujer se rió.
—¿Podrías transmitir un mensaje de mi parte a tu líder?
Yzzi se puso derecha. Transmitir mensajes era una tarea importante, y no era habitual que se la encargaran a los niños.
—De acuerdo.
La mujer se acercó unos pasos y la miró con fijeza a los ojos.
—Quiero decirles que lamento el daño que ocasionaron los pájaros. No fue algo planeado. Intentaban protegerme y no caí en la cuenta de lo que ocurría hasta que era demasiado tarde. He venido para hacer las paces. ¿Te acordarás de todo, Yzzi?
Yzzi asintió.
—Entonces repítemelo para que compruebe que…
Un silbido lejano distrajo a Yzzi. Levantó la mirada y se le escapó una exclamación cuando un grupo numeroso de siyís apareció volando en lo alto. En el centro había una figura vestida de blanco que resaltaba entre los demás por su tamaño y su falta de alas.
«La sacerdotisa Blanca», pensó Yzzi. Cuando se volvió de nuevo hacia Genza, la vio acuclillada bajo la fronda de un gran árbol de felfé. Tenía una expresión terrible, como si se debatiera entre la ira y el miedo.
—¿Cuánto tiempo lleva ella aquí? —gruñó.
—Unos días —respondió Yzzi—. Es simpática. Si quieres, te la presento. También querría ser tu amiga.
Genza se enderezó y su semblante se suavizó cuando miró a Yzzi. Masculló unas palabras extrañas que Yzzi no entendió y luego suspiró.
—¿Puedes decirle una cosa más al líder de tu tribu, Yzzi?
La muchacha movió la cabeza afirmativamente.
—Dile a tu líder que si los siyís se alían con los paganos circulianos, tendrán un enemigo más poderoso. Ahora que sé que ella está aquí, no me quedaré.
—¿No quieres conocer a los portavoces?
—No mientras ella no se marche.
—Pero ¡si has venido de muy lejos! Seguro que no te ha sido fácil.
Genza torció el gesto.
—No. —Tras exhalar un suspiro, miró a Yzzi, esperanzada—. ¿No conocerás por casualidad un camino más accesible que me lleve de vuelta a la costa?
Yzzi sonrió de oreja a oreja.
—Nunca he ido tan lejos, pero te ayudaré en lo que pueda.
Genza le dedicó una sonrisa cálida de gratitud.
—Gracias, Yzzi. Espero que un día volvamos a vernos y pueda devolverte el favor.
Cuando Danyin entró en los aposentos de Auraya, oyó un chillido estridente de alegría.
—¡Daaa-nin!
Se agachó de inmediato y alzó la vista. No había nada en el techo. Miró alrededor, buscando al dueño de la voz. Un borrón gris cruzó la habitación a toda velocidad y saltó a sus brazos.
—Hola, Travesuras —respondió Danyin.
El viz levantó la mirada hacia Danyin, parpadeando con adoración. El animalillo le había cobrado un afecto considerable ahora que el consejero, los criados de Auraya y las visitas ocasionales de Mairae con Nebulosa eran la única compañía con que contaba. Además, a la mascota de Auraya le divertía dejarse caer desde el techo sobre la cabeza de Danyin, una trastada que lo ponía solo un poco menos nervioso que las vistas desde las ventanas.
Danyin rascó la cabeza del viz y le habló durante un rato, pero pronto su pensamiento se desvió de nuevo hacia lo que había descubierto en los últimos días. Había visitado a amigos y conocidos por toda la ciudad, en las altas esferas y en ambientes humildes. Lo que había oído confirmaba sus peores temores. Los pentadrianos del continente del sur estaban reuniendo un ejército.
Como el adiestramiento militar formaba parte de las actividades de la secta, él había albergado la esperanza de que su padre y su hermano hubieran llegado a una conclusión errónea sobre el comercio de armas. Sin embargo, tanto el marinero retirado con el que Danyin había entablado amistad durante sus primeros años de viajes como el embajador dunwayano le habían hablado del reclutamiento activo de soldados y herreros en Mur, Avven y Dekkar, los países del continente del sur.
Travesuras se escabulló entre los brazos de Danyin, visiblemente insatisfecho con la cantidad de atenciones que estaba recibiendo. Se encaramó a una silla de un salto y observó a Danyin ir y venir por la habitación, moviendo la cabecita puntiaguda de un lado a otro.
¿Era Ithania del Norte el objetivo de los pentadrianos? «Claro que lo es». Aunque había otras masas continentales al nordeste y al oeste, estaban tan lejos que casi podían considerarse legendarias. Si los pentadrianos se proponían conquistar algún territorio, el más cercano era el continente que tenían al norte.
¿Qué sucede, Danyin?
Soltó un jadeo de alivio.
¡Auraya! ¡Por fin!
Es agradable que a una la echen de menos, pero salta a la vista que no es eso lo que te preocupa. ¿Qué es esta historia de que los pentadrianos quieren conquistar Ithania?
Él le refirió con rapidez lo que había averiguado.
Entiendo. Así que eso es lo que se rumorea. Dudo que la posibilidad de que estalle una guerra permanezca en secreto durante mucho más tiempo.
¿Vos lo sabíais?
Sí y no. No habíamos recibido informes fiables sobre lo que ocurre en el sur hasta hace poco. Son observaciones de personas que hacen lo posible por pasar inadvertidas. La información que tú has sacado a la luz, la compra de material y un cambio en las actividades militares de los pentadrianos, es nueva para mí. Cuéntale a Juran lo que has descubierto. Le ayudará a formarse una idea más general.
Así lo haré. ¿Cómo va vuestro trabajo en Si?
Es un lugar fascinante. Estoy deseando contarte todo lo que he visto. La gente tiene un carácter muy dulce. Suponía que habría algún tipo de conflicto interno, como las antiguas rencillas entre los clanes dunwayanos, pero solo existe una ligera rivalidad entre las tribus que ellos canalizan en competiciones aéreas. Intentan emparejar entre sí a chicos y chicas de tribus diferentes, y se casan bastante jóvenes, lo que estimula a los adolescentes a madurar deprisa. ¿Tienes alguna noticia de Leiard?
Danyin pestañeó, sorprendido por el cambio de tema.
No, nada desde que os marchasteis.
¿Podrías… podrías hacerle una visita? Solo para que sepa que no me he olvidado de él por completo.
Iré a verle mañana.
Gracias. ¿Y cómo está…? Ah, aquí llega la portavoz Sirri. Volveré a ponerme en contacto contigo pronto.
Su presencia se debilitó, pero de repente recuperó toda su intensidad.
Y rasca a Travesuras de mi parte.
Así lo haré.
Acto seguido, ella se esfumó. Danyin se acercó a la silla, se agachó y le rascó la cabeza al viz.
—Ten, de parte de tu dueña.
Travesuras cerró los ojos, y su cara puntiaguda se convirtió en la viva imagen de la felicidad.
Danyin suspiró. «Ojalá yo pudiera tranquilizarme con tanta facilidad —pensó—. Auraya está informada sobre el ejército pentadriano, pero eso no hace que resulte menos aterrador. Solo me queda esperar que los Blancos estén moviendo cielo y tierra para evitar una guerra…, o al menos para ganarla si es inevitable».
—Lo siento, Travesuras —le dijo al viz—. Tengo que dejarte. He de explicarle a Juran lo que sé.
Rascó una última vez a Travesuras antes de levantarse y salir a toda prisa de la habitación.
Una vez que la portavoz Sirri se marchó, Auraya se puso a caminar lentamente de un lado a otro de la enramada que los siyís habían construido para ella. Era una estructura maravillosa, simple y a la vez hermosa. La suya era el doble de grande que una enramada común, pues la habían hecho basándose en las medidas del pisatierra llamado Gremmer que les había llevado el mensaje sobre la oferta de una alianza.
Tenía forma de cúpula y contaba con unos soportes largos y flexibles, con un extremo hincado en el suelo y el otro sujeto al tronco de un árbol descomunal. Una membrana fina se extendía entre los soportes. Auraya no alcanzaba a distinguir si era de origen animal o vegetal. Durante el día, la luz se filtraba a través de ella, inundando la estancia de un resplandor cálido. También había unas membranas estiradas entre el armazón exterior y un poste clavado en el suelo, cerca del tronco del árbol, que dividían la casa en tres espacios. Ella deslizó los dedos con suavidad por las paredes y sus soportes flexibles, y se volvió para contemplar los sencillos muebles.
La habitación principal estaba repleta de sillas con armazón de madera y asiento de fibras entretejidas. En el centro había una losa de piedra con una concavidad en medio para cocinar. Casi todas las familias siyís tenían algún miembro lo bastante dotado para aprender a calentar piedras con magia. La cama de la segunda habitación consistía en una tela colgada entre un soporte robusto fijado al suelo y una cuerda atada en torno al tronco en el centro de la pieza. Las mantas, tejidas con el fino plumón de un animal doméstico pequeño, eran deliciosamente suaves. En aquel momento, le parecían de lo más tentadoras. Era tarde. El día siguiente traería consigo otro reto: hablar ante los siyís en su Congregación.
Tras quitarse el cirque blanco, se puso un sayo sencillo que había llevado para dormir. Desde que había partido de Jarime, no se había tomado la molestia de peinarse al elaborado estilo haniano, pues el viento no tardaba en estropear el fruto de sus esfuerzos cuando volaba. En vez de eso, se lo recogía en una trenza, que deshizo en aquel momento.
Consiguió meterse en su cama colgante sin demasiados contratiempos. Después de disponer los cojines y las mantas de la forma que le resultaba más cómoda, se relajó y dejó vagar sus pensamientos. Los minutos se sucedían, pero el sueño se le resistía. La noticia de Danyin no había hecho más que aumentar su inquietud por la comunicación que había mantenido con Juran unas horas antes. La amenaza de una guerra con los pentadrianos parecía más real cada día. Juran había pedido a Mairae que regresara de Somrey por miedo a que sufriera un ataque por parte de un hechicero negro.
«Y heme aquí, intentando convencer a los siyís de que se alíen con nosotros. Si aceptan y estalla la guerra, tendrán que luchar junto a nosotros. No son un pueblo fuerte o resistente. ¿Cómo puedo pedirles que luchen, cuando es probable que algunos de ellos mueran a consecuencia de ello?»
Suspiró y cambió ligeramente de postura. Sería injusto para los siyís ocultarles la posibilidad de una guerra hasta que tomaran una decisión. Sin embargo, hablarles del tema tal vez los disuadiría de firmar un tratado con los Blancos. Ella tendría que dejarles claro que rechazar la alianza para no verse envueltos en una guerra no los salvaría de los pentadrianos. Si los colonos torenios podían representar un peligro para ellos, los invasores también.
Quizá los siyís decidirían correr ese riesgo. Al fin y al cabo, tal vez los pentadrianos no invadirían Ithania del Norte. Por otro lado, ella no podía dejar de poner sobre aviso a los siyís contando con que esa guerra no llegaría. El mero hecho de que les hubiera ocultado la posibilidad de una guerra los enfurecería si se enteraban.
«Casi da la impresión de que los pentadrianos han propagado el rumor de que planean iniciar una guerra para que los otros pueblos desistan de aliarse con los Blancos —pensó. Acto seguido, sacudió la cabeza—. Sería un ardid demasiado ingenioso para ser cierto. Los pentadrianos nunca han visitado Si. Tampoco han dado señales de querer como aliados a los siyís, adoradores de Huan».
Se movió de nuevo, ocasionando que la cama colgante se meciera.
«Tarde o temprano tendré que hablarles a los siyís del peligro de guerra —se dijo—. Si elijo el momento oportuno, tal vez aún pueda convencerlos de que la alianza sería beneficiosa para ellos. Después de todo, con los dioses de nuestra parte no podemos perder».
Aferrándose a esta idea, finalmente sucumbió a la llamada del sueño.
Auraya.
La voz era un susurro en su mente.
Auraya.
Esta vez sonó más fuerte. Ella despertó con un gran esfuerzo y escrutó la oscuridad de la habitación, parpadeando. Estaba vacía, y cuando Auraya buscó otras mentes, no encontró ninguna cerca. ¿Había sido una llamada mental?
«No, tenía cierta cualidad onírica —decidió—. Creo que he soñado que alguien me llamaba». Cerró los ojos. Transcurrió un rato, y ella se olvidó del sueño.
Auraya.
Notó que se elevaba poco a poco hacia un estado consciente, como si estuviera sumergida en el agua y ascendiera hacia la superficie. Su percepción de la mente de quien la llamaba se hizo más tenue. Abrió los párpados, pero no se molestó en buscar a la persona que había pronunciado su nombre. Él solo estaba presente en el sueño.
«¿Él?» El corazón le dio un vuelco. ¿Quién sino Leiard podía estar llamándola en sueños?
Auraya se despertó por completo de golpe, con el corazón desbocado.
«¿Debería responderle? ¿Eso no sería conectar en sueños con él? Las conexiones en sueños están prohibidas.
»También lo está valerse de los servicios de un tejedor de sueños —se recordó—. Es una ley absurda. Quiero saber qué es una conexión en sueños. ¿Qué mejor forma de averiguarlo que participar en una?
»Pero si establezco una conexión de esa clase, estaré infringiendo la ley. Y él también.
»No soy precisamente una víctima indefensa. Puedo obligarlo a detenerse en cualquier momento.
»¿O tal vez no?»
Permaneció acostada durante un rato. Una parte de ella ansiaba hablar con Leiard, pero otra se resistía. Aunque quisiera hacerlo, ahora estaba demasiado despierta. Dudaba que pudiera volver a dormirse fácilmente.
Al cabo de unos minutos, oyó su nombre y al instante supo que había conseguido conciliar el sueño a pesar de todo, y que era esencial que hablara con Leiard.
¿Leiard?, tanteó.
Percibió con cada vez más fuerza una personalidad que fluía en torno a ella como un humo denso y dulce. Era Leiard y al mismo tiempo no lo era. Era el hombre que ella había alcanzado a ver por unos instantes durante su última noche en Jarime; el hombre cariñoso y apasionado oculto tras la fachada de tejedor circunspecto.
En este estado solo puedo ser yo mismo, le explicó él.
Intuyo que a mí me ocurre lo mismo, respondió ella.
En efecto. Aquí puedes mostrar la verdad u ocultarla, pero no mentir.
¿O sea que esto es una conexión en sueños?
Sí. ¿Me perdonas por hacer esto? Solo deseaba estar contigo de alguna manera.
Te perdono. Pero ¿me perdonas tú a mí?
¿Por qué?
Por esa noche en que…
Se agolparon en su mente recuerdos más vívidos que cuando estaba consciente. No solo vio sus extremidades entrelazadas, sino que notó el roce de piel contra piel. Percibió que Leiard reaccionaba divertido, con un profundo afecto.
¿Qué es lo que tengo que perdonarte?
Más recuerdos acudieron a su memoria, esta vez desde una perspectiva diferente. Lo que estos le revelaron la dejó atónita. Experimentar el placer desde el punto de vista de él…
Los dos lo deseábamos. Creo que eso estaba claro, dijo Leiard.
¿Qué está ocurriendo? —preguntó ella—. Estos recuerdos son tan vívidos…
En el estado onírico siempre lo son.
Noto el tacto, el sabor…
Los sueños son muy poderosos. Proporcionan consuelo al afligido, confianza al débil…
¿Castigo al malhechor?
En otro tiempo sí, cumplían esa función. Pero ya no. Las conexiones en sueños aún nos permiten reunirnos con nuestros seres queridos cuando estamos separados de ellos. Son la alternativa de los tejedores al anillo sacerdotal.
Yo te habría dado un anillo, pero creía que no lo aceptarías.
¿Aceptas tú esto? Estamos quebrantando una ley.
Ella hizo una pausa.
Sí. Es importante que hablemos. Lo que hicimos, aunque maravilloso, tendrá consecuencias.
Lo sé.
No debería haberte invitado.
No debería haber aceptado tu invitación.
No es que me arrepienta.
Yo tampoco.
Pero si la gente se enterase… No quisiera que esto te perjudicara…, ni que ocasionara daños a tu pueblo.
Yo tampoco.
Tras titubear unos instantes, ella se obligó a decir lo que tenía que decir.
No volveremos a hacerlo.
No.
Ambos guardaron silencio.
Tienes toda la razón —dijo ella—. En este sitio no se puede mentir.
Él alargó el brazo para acariciarle la cara.
Pero podemos ser nosotros mismos.
Ella se estremeció al sentir su contacto, que despertó más recuerdos.
Desearía que estuvieras aquí.
Yo también. Y estoy allí, al menos de esta forma. Como te he dicho antes, los recuerdos son más vívidos en sueños. ¿Te gustaría revivir alguno?
Ella sonrió.
Solo unos cuantos.