Epílogo
Era indescriptible la paz que suponía para mí mirar atrás y no ver ya el muro que Cam me había ayudado a escalar hacía tanto tiempo. No volvería a estar detrás de ese muro, ni a tener los colores apagados ni a tener la personalidad atrapada en la maraña de mis inseguridades. Se trataba de mí. En lo sucesivo, la vida consistiría en ser auténtica, lo cual, en cierto modo, asustaba y liberaba a partes iguales.
Menos mal que, por una vez, los distintos trozos de mi vida iban colocándose en su sitio.
Cole fingía indiferencia ante la noticia de que nos mudábamos al piso de Cam, pero el entusiasmo con que hacía el equipaje y los lentos viajes que efectuaba cada día al otro piso me dejaban claro que el nuevo plan le complacía.
En cuanto a mamá… bueno… primero le dio un ataque con que la abandonábamos, que no iba a permitirlo, que no podía llevarme a Cole, que yo era una putilla egoísta, y bla bla bla…
Dejar que se agotara con una diatriba parecía el mejor método para lidiar con ella. Así se cansó y se quedó sin brío para seguir peleándose conmigo, y entonces le expliqué con calma que si no me dejaba mudarme con Cole al piso de abajo, si se atrevía siquiera a llamar a las autoridades, la mandaría a la puta mierda y no volvería a verla. En cambio, ahora yo podría ver cada día cómo se encontraba, y si ella me necesitaba yo estaba solo a una planta de distancia. Su silencio fue un alivio agridulce y, en su pesada ingravidez, me informó de que la vencedora de la discusión había sido yo.
Mamá llevaba tres semanas sin hablarnos.
Me limpié el sudor de la frente, solté aire por mis ya totalmente curados labios y eché un vistazo al salón de Cam. Estaba rodeada de cajas. Se suponía que Cole y yo nos mudábamos oficialmente al piso al día siguiente, sábado, y así Cam y los chicos nos ayudarían con las cajas. Algo sobreexcitada por todo y deambulando inquieta, había decidido bajar una de las cajas más ligeras a su (nuestro) piso mientras Cam estaba en el trabajo. Y ahora, ya al final de la tarde, con el costado un poco dolorido, resultaba que las había bajado casi todas.
Cam regresaría en una hora o así y después yo tendría que ir al Club 39 a hacer uno de mis últimos turnos. Echaría de menos a la gente del bar. Seguiría viendo a Joss, claro, pero ese sitio había sido durante mucho tiempo un hogar lejos del hogar, y allí había pasado tiempo con dos de las personas más importantes de mi vida. El fin de una era.
De todos modos, me aguardaba algo nuevo y emocionante. El tío Mick ya me había regalado dos camisetas con el nombre de su empresa impreso: M. HOLLOWAY PINTOR & DECORADOR. Me encantaban. Con los nuevos monos que me había comprado Cam, quedaban de maravilla.
Tarareando, saqué el iPod, lo conecté al estéreo de Cam, subí el volumen y empecé a sacar las cosas. El tiempo pasaba rápido; iba cantando, bailando y moviendo el culo mientras encontraba sitio para esto y aquello, intentando no invadir demasiado el espacio de Cameron.
Justo cuando estaba aplastando las cajas vacías, un par de fuertes brazos se deslizaron alrededor de mi cintura y me dieron un susto de muerte. Di un grito y me volví para encontrarme a un sonriente Cam. Señaló en silencio la habitación y todas las novedades.
—Se me ha ido un poco la mano —expliqué en voz alta, por encima de la música.
Cam asintió. Su mirada se desplazó a la repisa de la chimenea, donde al lado de sus fotos había una en la que aparecíamos él, yo y Cole. El centro lo dominaba el elegante reloj de arriba, con las fotografías dispersas a ambos lados de forma equitativa.
—Ya veo.
—Así ya no tenemos que hacerlo mañana.
Bajó los azules ojos a mi costado y con la palma me tocó suavemente las costillas. Ante su cercanía, noté que se me endurecían los pezones contra la camiseta húmeda de sudor. No habíamos hecho el amor desde antes del ataque de mi padre. Hacer tonterías mientras esperábamos que se curasen las costillas había sido divertido, pero mis hormonas ya estaban impacientándose y querían que comenzara el espectáculo.
—No te has hecho daño, ¿verdad? —dijo Cam con las cejas juntas en señal de inquietud.
Mentí un poco negando con la cabeza.
Como si lo hubiera adivinado, frunció el ceño.
—Muy bien, me he dejado llevar por el entusiasmo. Es que lo de mudarme me tiene alborotada, cariño. —Viendo venir la regañina, intenté salir del paso poniéndome encantadora.
Funcionó. Cam puso los ojos en blanco, sacó el otro brazo y me atrajo hacia sí. Yo le eché los brazos al cuello y apoyé el mentón en su hombro. Aspirándolo, sintiendo su fuerza en mí, y sabiendo que podía estirar la mano y tener eso en cualquier momento hizo que me apretara más contra él. Aquellos brazos delgados y musculosos que me rodeaban no solo me reconfortaron sino que despertaron otra serie de hormonas frustradas y descuidadas.
Sin proponérnoslo realmente, empezamos a balancearnos al compás de la música. La tristísima voz de Rihanna nos decía «quédate». Se me pusieron los brazos en carne de gallina y lo agarré con más fuerza y volví la cabeza para que las respectivas mejillas se rozaran. La canción llenó la sala de manera tan elocuente que me quedé sin respiración, y cuando comenzó el coro, Cameron me susurró la letra al oído: «… no puedo vivir sin ti…»
Ante la intensidad de lo que Cam confesaba de manera tan romántica, el corazón empezó a latirme deprisa, y me aparté despacio para verle la cara, y sus ojos abrasaron los míos. Lo había dicho en serio. Había dicho cada palabra en serio.
Yo estaba demasiado llena. Demasiado llena de emociones. Demasiado llena de amor. No había margen para las palabras. Lo que hice fue besarle, lanzarle todos mis sentimientos, saboreando mi boca la suya en un desespero húmedo y duro. Cam se puso a moverse hacia atrás mientras nos besábamos, las manos extendidas hacia atrás mientras me conducía fuera del salón. Se volvió para guiarme hacia el dormitorio, pero yo interrumpí el beso negando con la cabeza, tirando de su mano.
Tropezando contra la pared del pasillo, lo atraje hacia mí. Yo tenía la piel colorada bajo su mirada mientras me quitaba la camiseta y me bajaba las mallas.
—Aquí —le dije con voz temblorosa ante lo inminente—. Donde empezó todo.
Todo quedó claro en la luz de absoluta adoración en los ojos de Cam, una adoración que yo nunca me cansaría de presenciar. Se me acercó y me miró mientras yo me desnudaba.
—¿Qué tal tu costado? —susurró—. No quiero hacerte daño.
Deslicé las manos por dentro de su camiseta, que le quité por arriba, con una mirada que devoraba la imagen de su torso fibroso y desnudo.
—Valdrá la pena el dolor. —Estiré el brazo hacia atrás para desabrocharme el sujetador, y tras caer este revoloteando al suelo, Cam entró en acción.
Se quitó las botas de golpe y procedió a tientas con los pantalones. Se los bajó junto a los calzoncillos y sin aguardar un instante me levantó agarrándome del culo. Le envolví con las piernas las duras caderas, y con las manos le cogí de los hombros mientras él me empujaba contra la pared.
Me reí de pronto, lo que le detuvo. Cam arrugó la frente perplejo.
—Rihanna —dije entre risitas—. Te sabes la letra de Rihanna.
Cam torció la boca de manera sexy y arrogante. No le daba ninguna vergüenza saberse la letra de Rihanna.
—Tú te sabes la letra de Rihanna. Yo solo presto atención.
—Tienes respuesta para todo, capullo engreído.
Se rio contra mi boca.
—Creo que mis respuestas te gustan. —Incapaz, por lo visto, de esperar más, me penetró. Yo chillé ante la gruesa invasión, mis músculos internos aferrándose ávidos a su polla mientras él la sacaba casi del todo y la volvía a meter bruscamente.
—Te he echado de menos, cariño —dijo entre gemidos, con una mano apoyada en la pared y la otra agarrada fuertemente a mi nalga.
—Yo también a ti. —Gimoteé ante las arremetidas clavándole las uñas en los músculos de la espalda—. Más fuerte —supliqué, notando que se contenía debido a mis lesiones.
—Jo… —Negó con la cabeza.
—Por favor —le rogué al oído en un ronroneo. Le mordisqueé el lóbulo, y él dejó definitivamente el control a un lado.
Después me llevó al dormitorio, me depositó en la cama y se puso a besarme todo el cuerpo. Teniendo yo la tranquilidad de que Cole estaba disfrutando de su primer día de vacaciones de verano en la casa de Jamie, Cam decidió tomarse todo el tiempo del mundo. Besó, lamió y chupó hasta dejarme casi exprimida. Tras lo que parecieron horas de estimulación erótica previa, puso mis piernas alrededor de su cintura y se colocó encima y reanudó los besos.
Los besos eran profundos y lentos. Rozaba mi boca con la suya dando besos sutilísimos, y de pronto cerraba la suya sobre la mía. Los besos nunca eran acelerados, ni demasiado fuertes… Lo que hacía era deleitarse en crear la anticipación mientras las respectivas lenguas se encontraban en un vals húmedo y jadeante. Cuando por fin me chupó la lengua con fuerza desencadenando ligeras sacudidas de reacción en mi bajo vientre, quise más. Estuvimos así, desnudos en la cama, a saber cuánto rato, su erección frotándome el sexo, jugueteando con el clítoris mientras movía el cuerpo al compás de los besos. Me apretó un pecho, y con el pulgar friccionó el sensible pezón que había chupado antes…, chupado y lamido con tanta diligencia que solo tuvo que insinuar el pulgar sobre el clítoris para llevarme al clímax.
Mientras me atormentaba con la tentadora cercanía de su erección, gemí contra su boca, y como respuesta recibí una sonrisa petulante. Se retiró y pasó los dedos por mi mejilla, y en ningún momento dejó de mirarme fijamente mientras introducía la polla en mi interior. Con las manos apoyadas a ambos lados de mi cabeza, cambió de postura y empezó a moverse. Esta vez sus acometidas eran más suaves, lánguidas, y la tensión entró en una espiral que alcanzó un grado insoportable.
—Te quiero —dijo en un suspiro áspero.
Levanté las rodillas para que pudiera penetrarme más hondo mientras le cogía la cara con las manos ahuecadas.
—Yo también te quiero.
Al girar él las caderas, ahogué un grito; como las sensaciones físicas iban siendo cada vez más abrumadoras, yo ya empezaba a perder el hilo.
—Me encanta follarte —me susurró al oído con la voz ronca de emoción—. Pero también me encanta quererte.
Asentí. Lo entendía a la perfección.
Cam me besó otra vez intensamente; sus acometidas eran más desesperadas a medida que la tensión crecía en nuestro interior. Teníamos la piel húmeda de sudor mientras nos deslizábamos uno a lo largo del otro, los jadeos mezclándose al tiempo que los labios se rozaban siguiendo el movimiento de su cuerpo sobre el mío.
Al llegar al orgasmo, levanté las caderas con fuerza para encontrar la siguiente zambullida de Cam con tal impacto que se partió la espiral. En la estela de destrucción volaron chispas, y al correrme grité su nombre, mi sexo palpitando alrededor de él, la parte inferior de mi cuerpo presa del temblor.
De pronto, Cam me colocó las manos sobre la cabeza y me penetró con fuerza mientras me sujetaba. Se corrió pronunciando mi nombre con voz gutural, sus caderas dando sacudidas contra las mías mientras me inundaba el útero con su liberación.
Se desplomó sobre mí, y noté una punzada de dolor en las costillas. Como si la hubiera notado él también, rodó hacia un lado, todavía dentro de mí, y me atrajo hacia él enganchando mi pierna en su cadera.
Sentí otra chispa de placer entre las piernas mientras su polla se movía en mis entrañas.
—La espera ha valido la pena —dijo suspirando feliz.
Asentí contra su pecho, pensando en todos los tíos equivocados con los que había salido antes.
—Desde luego.
***
Dos semanas después
Piso de Cam y Jo
Sudorosa, cansada y cubierta de diminutas pecas de pintura procedente del rodillo, entré en el piso y me apoyé en la puerta con un suspiro de satisfacción.
El tío Mick acababa de dejarme en casa tras nuestro primer día de trabajo juntos. Estábamos decorando una de las casas piloto de la urbanización. Hoy habíamos pintado los techos. Mañana y pasado mañana pintaríamos más y ya empezaríamos con el papel pintado escogido por el diseñador.
—Hola —grité al tiempo que me quitaba las botas de golpe y me bajaba los tirantes del mono de manera que parecía llevar pantalones holgados.
—Aquí —dijo Cam desde el dormitorio.
Tomé el pasillo quitándome el pañuelo de la cabeza y pensando lo agradable que era sentirse agotada así. Era un agotamiento de arriba abajo, delicioso. Me paré en el umbral del dormitorio y vi a Cam sentado en el extremo de la cama con las manos a la espalda.
Ahora nuestra habitación era un batiburrillo de cosas suyas y mías, pero me daba igual. Era maravilloso despertar por la mañana con un cálido brazo alrededor de la cintura y por lo general una erección matutina de bienvenida empujándome el culo.
No lo cambiaría por nada.
La mudanza había ido bien en su mayor parte. Como los dos éramos bastante despreocupados respecto a las pequeñas cosas, para mí y para Cam compartir el espacio no era un gran problema; por otro lado, Cole había recreado su cuarto de arriba en el cuarto de invitados de Cam en un tiempo récord. Al parecer, Cole estaba totalmente feliz en su nueva casa y se alegraba de que nuestro dormitorio estuviera en el otro extremo del piso.
Yo también me alegraba de eso.
Por su parte, mamá seguía castigándome con el látigo de la indiferencia: cuando yo subía a llevarle la comida o a limpiar el piso, se negaba a hablar conmigo.
No me sentiría culpable. Por ella no.
Sin embargo, hay que admitir que unos días eran mejores que otros.
En cualquier caso, lo demás había salido bastante bien. Todos estaban contentos por nosotros. Bueno, a excepción de Blair, supongo, aunque, como Cam había cumplido su palabra e interrumpido todo contacto con ella, no estaba yo del todo segura. Hasta el momento, la única discusión que habíamos tenido había sido la semana anterior. Estábamos viendo una película en la televisión cuando me llamó Malcolm. Contesté la llamada. Malcolm solo quería charlar, y en la charla le dije que estaba viviendo con Cam. En el otro extremo de la línea se hizo el silencio, y cuando él por fin habló y me dio la enhorabuena, lo hizo con una alegría tan falsa que supe que le había hecho daño. Otra vez. Antes de poder responderle… sin saber muy bien qué decir, se excusó y colgó.
Cuando regresé al salón desde la cocina, Cameron me llevó inmediatamente a la habitación, donde intentó preguntarme con calma (en un empeño fallido) qué quería Malcolm. Aquello acabó en pelea. Según Cam, si él había dejado de hablar con Blair, yo tenía que dejar de hablar con Malcolm. Objeté que no era lo mismo, pues Blair estaba enamorada de él. Cam replicó que Malcolm también estaba enamorado de mí. Y como en el fondo yo pensaba que quizá tenía razón, le dejé ganar el combate asegurándole que no volvería a hablar más con mi ex. De todos modos, estaba casi convencida de que esto no sería un problema. Tenía la impresión de que no habría más llamadas de Malcolm.
Por duro que fuera el enfrentamiento, una vez acabado nos olvidamos de todo. Volvimos enseguida a nuestras rutinas, y hasta la fecha cabría decir que el asunto de la mudanza había sido un éxito rotundo. El sábado siguiente organizaríamos una pequeña fiesta de inauguración del piso para que nuestros amigos pudieran visitarnos y hacer comentarios sarcásticos sobre los asquerosamente enamorados que estábamos.
¡Me moría de ganas!
Miré a Cam con recelo pensando que su comportamiento era un tanto extraño, sentado ahí en el extremo de la cama.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté—. ¿Dónde está Cole?
—En el McDonald’s con sus amigos. Le he dado permiso.
—Estupendo. Entonces quizá podríamos encargar comida en vez de cocinar.
—Me parece bien.
Parecía ausente.
—¿Estás bien?
—¿Qué tal el primer día? —dijo cambiando de tema, sonriendo de pronto al verme la pinta.
—De maravilla. A ver, me duele el cuello y la espalda y tengo pintura hasta en las pestañas, pero ha ido de fábula. —Entré sigilosamente en el cuarto y me desplomé a su lado y le planté un suave beso en la boca.
Al retirarme, Cam me sonrió a medias. Lo observé atentamente, y llegué definitivamente a la conclusión de que pasaba algo. ¿Estaba nervioso?
—En serio, ¿qué pasa?
—Tengo algo para ti. —Sacó la mano de detrás de la espalda y me tendió un paquete rectangular envuelto en papel de regalo. Yo le sonreí con una mueca burlona.
—¿Qué es? —Cogí el obsequio y le pasé los dedos por encima preguntándome qué sería.
Ante mi excitación, Cam curvó los labios hacia arriba en las comisuras.
—Solo algo para conmemorar tu primer día de trabajo en M. Holloway Pintor & Decorador.
Me eché a reír y le di otro beso rápido antes de centrarme en el regalo. Lo desenvolví despacio y guardé el papel a mi espalda. Era un pincel… pero no un pincel cualquiera, sino el mejor, el más caro y profesional de los pinceles.
—Oh, Cam. —Al abrir el plástico para sacarlo, exhalé un suspiro ante el detalle—. No tenías por qué… —Las palabras se me quedaron atascadas bruscamente en la garganta al ver que en el extremo del pincel había un puntito que captaba la luz. Dirigí a Cam una mirada incrédula antes de concentrarme en el mango. Saqué el pincel con cuidado, y me quedé boquiabierta cuando vi el objeto brillante.
Un anillo de diamantes.
Un anillo de oro blanco con un sencillo diamante de corte princesa colocado en un minúsculo soporte.
Consciente de las implicaciones de aquello, se me aceleró el corazón y miré a Cam totalmente pasmada. Cam tomó el pincel tranquilamente de mi mano y sacó el anillo del mango. Se levantó de la cama y se arrodilló delante de mí.
—Oh, Dios mío —dije entre suspiros, y mi mano saltó revoloteando a mi garganta mientras el pulso adquiría una velocidad supersónica.
Cam tomó mi mano temblorosa con la suya, la mirada sincera fija en mis ojos.
—Johanna Walker, amor de mi vida, no quiero pasar otro día de mi vida sin despertar a tu lado. —Alzó el anillo hasta mi mano—. ¿Quieres pasar conmigo el resto de tu vida? ¿Quieres casarte conmigo?
Tras años de esperar que los hombres anteriores a Cameron me formulasen la misma pregunta, reparé en que haber dicho sí a cualquiera de ellos habría sido la peor decisión de mi vida. En los últimos meses había aprendido una cosa segura: si un hombre te hacía esa proposición, te tenías que hacer la siguiente pregunta: ¿Podría yo vivir sin él?
Si la respuesta era no, entonces la respuesta era sí.
Asentí con la boca temblorosa y se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Sí, me casaré contigo.
Con un gruñido exultante, Cam me atrajo hacia él para darme un beso tan intenso que al soltarme yo estaba literalmente sin respiración. Jadeé contra su boca, sonriendo con los labios torcidos.
—¿Sabes lo que significa esto?
Los ojos de Cam relucieron, y la felicidad que transmitían me abrumó.
—¿Qué significa?
—Que después de esto no podremos relacionarnos con Joss. Se considera doña Celestina.
—Hablaré con Braden. La atará corto. —Sonrió como un muchacho—. Esto se nos da bien.
—Vosotros dos creéis estar al mando, ¿verdad?
Se encogió de hombros, pero sus ojos decían sí… claro.
Le tomé la cara con las manos y le dediqué una sonrisa condescendiente aunque comprensiva.
—Nene, tu ingenuidad es enternecedora.
Cam soltó una carcajada y me rodeó la cintura con los brazos y se puso en pie y me lanzó a la cama.
—Esta noche al menos estoy al mando. —Empezó a desnudarse despacio y yo me incorporé apoyada en los codos, y lo observé mientras el cuerpo se me iba despertando previendo lo que iba a pasar—. Ahora vuelve a decirme que me quieres, futura señora MacCabe.
Suspiré feliz ante los sonidos simultáneos de mi próximo apellido y la cremallera de sus vaqueros al bajar. Mientras me preparaba para darle lo que quería, me sorprendió la facilidad con que salieron esas palabras cuando había tardado tanto tiempo en armarme de valor para decírselas. Lo mismo que hiciera con Cole, me prometí a mí misma, allí y en ese momento, que Cam no viviría un solo día sin saber lo que yo sentía por él.
—Te quiero, Cameron MacCabe.
Con una sonrisa presumida, Cam dejó caer los pantalones al suelo.
—Yo también te quiero, señorita Walker-pronto-MacCabe. —Y entonces, mientras yacía en nuestra cama contemplando su familiar y atractivo rostro, supe que tenía algo que no había tenido antes: alguien que no iba a dejar pasar ni un solo día sin hacerme saber lo mucho que me quería.
Creo que una de mis partes favoritas de todo eso era el hecho de que lo que teníamos no nos había costado a ninguno de los dos ni un penique.
Bueno… si exceptuamos el anillo de compromiso y una nueva paleta de colores para el piso.