23

Hay épocas de la vida en que pasan tantas cosas que te da la impresión de que no puedes ni respirar. Te levantas, te lavas y te vistes, el día es una confusión de sucesos, trabajo, actividades, tareas domésticas, y antes de darte cuenta, tu agotado cuerpo está fundiéndose de nuevo con la almohada y el colchón. Y luego, cuando parece que han pasado solo dos segundos, ya tienes que abrir los ojos al oír el despertador. Así fue mi vida las semanas siguientes.

Como había tantas cosas en danza, una noche me sacudí la neurosis de encima y me quedé en la cama de Cam hasta la mañana. Era el miércoles posterior al fin de semana con Mick y Olivia. En cuanto sonó el despertador, solté un gruñido, retiré las mantas y salté de la cama.

Por lo visto, a Cameron le divertía mucho el modo en que me levantaba de la cama.

Sus hombros desnudos temblaban mientras hundía el rostro en la almohada.

Los pesados párpados y los nervios derivados de que era mi segundo día de trabajo en Douglas Carmichael & Co no contribuían precisamente a mi paciencia.

—No le veo la gracia.

Cam sacó de la almohada la cara sonriente y somnolienta.

—Nena, eres divertidísima —dijo con su voz sexy y ronca por el sueño. Yo quería meterme otra vez bajo las sábanas con él, pero tenía que arreglarme para ir a trabajar.

—Si no salto de golpe de la cama, vuelvo a quedarme dormida. Lo que haces tú… yo no puedo.

Se incorporó para mirarme; la ternura en sus ojos me detuvo de golpe.

—Eres adorable, joder. Lo sabías, ¿no?

Su habilidad para hacer que yo me sonrojara era ridícula. Nadie se me metía bajo la piel como él, o me hacía sentir menos yo misma y a la vez más yo misma. Aparté la vista y deambulé por el dormitorio hasta el baño.

—Voy a llegar adorablemente tarde.

Durante las dos semanas siguientes, esta fue más o menos la conversación que tuvimos por la mañana al separarnos. La primera semana, los dos habíamos comenzado en el nuevo empleo (bueno, Cam había recuperado el que tenía antes), Mick y Olivia nos invitaron a cenar fuera, vinieron a cenar a casa de Cam, nos llevaron a los tres al cine, pasaron ratos conmigo y Cole mientras Cam andaba con Peetie y Nate, y en general estaban con nosotros tanto tiempo como podían. Yo compartía ese tiempo con ellos de buen grado sin saber cuándo pensaban regresar a los Estados Unidos. La factura del hotel Caledonian subiría un pico. Según Mick, Yvonne había heredado dinero de su abuela —resultado de una disputa familiar—, y al fallecer, ese dinero había pasado a manos de Mick y Olivia. Pero no era una suma «para poder retirarte», y el viaje a Escocia iba reduciendo la cuantía. Conocía a Mick lo bastante bien para saber que no querría seguir gastando su dinero en facturas de hotel.

Por mucho que me gustara la presencia de Olivia, a quien de verdad tenía ganas de ver yo era a Mick. Como un verdadero padre, no me dejaba pagar nada, me daba consejos o me tomaba el pelo sin compasión, igual que cuando yo era niña. Estar con él trajo consigo esa sensación de seguridad, de protección y de ser aceptada por lo que era. También examinó todo el trabajo que había hecho yo en el piso, y subrayó, como Cam, que tenía talento para aquello. Nunca nadie me había dicho que yo tuviera talento para algo, y resulta que los dos hombres más importantes de mi vida insistían en que sí que lo tenía.

Extraordinario.

La segunda semana vi menos a Mick y Olivia. Tras decidir que ella debía disfrutar un poco de la herencia, Mick había hecho una reserva en un hostal de Loch Lomond, y desaparecieron por unos días. Eso me permitió concentrarme en cogerle el tranquillo a mi nuevo trabajo. No era una tarea muy difícil. Braden me había colocado en administración, aunque de vez en cuando me requerían en recepción también. Era un lugar mucho más animado, con agentes inmobiliarios en una sala y administradores en otra. Siempre había gente de un lado a otro, así como algunos tíos jóvenes y apuestos a quienes gustaba coquetear con las chicas.

Su reacción ante mi llegada fue casi cómica. ¡Un juguete nuevo! Solo que mi capacidad de flirteo había perdido muchos enteros desde que conociera a Cameron. Sí, podía sonreír y bromear con los mejores, pero el ardiente señuelo de mis ojos y las promesas en mi provocativa sonrisa habían desaparecido. Ya no buscaba continuamente un plan B. No quería ningún plan B.

Todo lo que quería lo tenía en un hombre tatuado, irritantemente acertado, un tanto arrogante, amable, divertido, paciente.

Dado mi nuevo horario consistente en trabajar lunes, miércoles y jueves en la agencia inmobiliaria, y en el bar las noches de los consabidos martes, jueves y viernes, veía a Cam muy poco, pues además él había iniciado un nuevo proyecto que le consumía casi todo el tiempo libre. Como había retomado las clases de judo, le veía cuando pasaba por casa a recoger a Cole. Yo había ido a su piso el miércoles por la noche, pero al llegar vi que se había quedado dormido sobre el escritorio. Tuve que despertarlo con cuidado y asegurarme de que se acostaba en la cama. Me agarró por la cintura con un brazo sorprendentemente fuerte y me arrastró con él. Le dejé hacer, disfrutando de su cercanía aun estando inconsciente. Cuando relajó el brazo, me las ingenié para escabullirme sin despertarlo.

El sábado ya le echaba de menos. Yo no quería ser una chica necesitada y empalagosa, y me parecía que no lo era. De todos modos, tenía ganas de verlo más, como cuando pasábamos el tiempo hablando y riendo, sentados en un silencio cómodo o disfrutando de un sexo increíble.

Y solo había sido una semana.

Dios santo, me había vuelto adicta.

Ese sábado por la noche se celebraba la fiesta de compromiso de Joss y Braden, y como yo había vaciado el armario al vender la mayoría de mi ropa bonita en eBay, resolví comprarme un vestido nuevo con mi presupuesto más reducido.

Y, oh, sorpresa, Cameron se ofreció a acompañarme.

Enseguida quedó claro que detestaba ir de compras.

—¿Pero por qué has venido? —le pregunté riendo al encontrármelo rumiando en un rincón de Topshop.

Me cogió al punto la mano y me sacó de la tienda.

—Porque te echo de menos —me dijo sin ningún reparo ante la confesión—. Si he de soportar esto para estar un rato contigo, pues que así sea.

Tras decidir que su valentía merecía algo, le estampé un beso fogoso en medio de Princes Street. Me rodeó con los brazos atrayéndome hacia sí todo lo que pudo, y entonces reparé en que lo del beso había sido una mala idea. Tras despegarnos y dejar que nos rebotaran varias rechiflas de unos chicos prepúberes que insistían en que «buscáramos una habitación», nos ardía la piel. Llevábamos una semana sin hacer el amor. Para nosotros era un récord. Una sequía a la que los dos queríamos poner punto final, y pronto.

Ahora no era el momento.

—Esta noche —le susurré contra la boca, y lo solté a regañadientes.

Intenté acortar lo de las compras para no mortificarlo más. Fuimos a una de mis tiendas favoritas de Castle Street; Cam se quejaba del volumen exagerado de la música, tan ensordecedora que era casi imposible escucharnos uno a otro, mientras yo cogía unos cuantos vestidos para probármelos. La señora de la entrada del probador intentó impedir que Cam entrase conmigo, pero me la camelé explicándole que necesitaba la opinión de mi novio al tratarse de una noche muy especial, guiño, guiño. Ella habría podido interpretar los guiños como le pareciera; y lo que hizo fue sonreír burlona y dejarnos pasar. Y descubrí con gran placer que el inmenso vestidor estaba vacío y descargué los vestidos. Señalé el taburete que había al otro lado de la cortina.

—Siéntate aquí.

Cam suspiró y dobló el largo cuerpo en el taburete. Le dirigí una sonrisa irónica, y retorció los labios.

—Es la primera vez que dices que soy tu novio.

Arrugué la cara en señal de protesta.

—¿Ah, sí?

—Ajá.

—¿En serio?

Cam hizo una mueca.

—En serio.

Pensé un momento y pregunté:

—¿Y cómo te ha sonado?

Se le suavizó la sonrisa y asintió.

—Muy bien.

Casi enseguida reparé en que estaba animándome por momentos.

—Muy bien —suspiré, intentando no parecer una amantísima adolescente enamorada—. Procuraré darme prisa.

Tras correr la cortina, me quité la ropa al punto y me puse el primer vestido. Me pareció demasiado corto. Cam estuvo de acuerdo.

—Pues muy fácil. —Sonreí y me metí otra vez tras la cortina. A partir de ahí hubo una serie de veredictos de «no» y «a lo mejor» hasta que por fin me puse un vestido de tubo azul oscuro con encajes, elegante y con estilo, pero tan ajustado, que también era sexy.

—¿Qué te parece? —Salí de detrás de la cortina y di una vuelta delante de Cam.

Sus ojos, cada vez más acalorados, me recorrieron de abajo arriba, desde los dedos de los pies hasta la cara. Se limitó a asentir con la cabeza.

Enarqué una ceja interrogativa.

—¿Bien?

Volvió a asentir, y yo me encogí de hombros y me deslicé de nuevo tras la cortina. Me miré un instante en el espejo. Bueno, a mí me gusta.

Justo iba a alcanzar la cremallera cuando a mi espalda se agitó la cortina; Cameron entró y la corrió. Noté que comenzaba a acelerárseme el corazón, la piel enrojeciéndose ante lo inminente. No hacía falta preguntarle qué iba a hacer. Por su mirada lo sabía de sobra.

De repente dio igual que estuviéramos en un probador, en una tienda, delante del público.

Cam deslizó la mano a lo largo de mi mandíbula hasta la nuca, y me atrajo hacia él para darme un beso que me hizo explotar literalmente por dentro. Yo temblaba contra él como si fuera nuestro primer beso, excitante en el calor húmedo y profundo de su boca, saboreándolo junto con la menta de algo que había estado masticando antes. Tropezamos con el montón de ropa y le clavé las uñas, y di contra el espejo con la espalda. Cam se retiró, con los párpados bajados y la boca hinchada.

—Vuélvete —exigió con una voz ronca en mi oído, para poder así oírle por encima de la música. Ante la ardiente aspereza del tono, mi cuerpo reaccionó como si él hubiera deslizado dos dedos en mi interior. Con el pecho subiendo y bajando y la respiración agitada, me di la vuelta. Cam bajó la cremallera del vestido y empezó a quitármelo. Lo vi en el espejo tirarlo al montón—. Cómpralo —sugirió, y me estremecí con el contacto de su aliento en mi piel mientras con las cálidas manos me tocaba los pechos desnudos y los apretaba. Me mordí el labio para reprimir el gemido que quería liberar desesperadamente y me arqueé con las manos en las suyas mientras me pellizcaba los pezones. Notaba su pecho en mi espalda, su respiración descontrolada al bajarme las bragas, que cayeron a la altura de los muslos, y yo me apresuré a hacerlas bajar más, hasta que, ya en los tobillos, logré deshacerme de ellas en el mismo instante en que llegaba a mis oídos el ruido de Cam abriéndose la cremallera.

Entre el susurro de su ropa y con los pantalones negros caídos en los tobillos, Cam deslizó despacio dos fuertes dedos en mi vagina y yo me apoyé en el espejo mirándole fijamente a los ojos. Él veía sus dedos entrando y saliendo de mí, fascinado y excitado, lo que solo me humedeció más.

—Cam —gemí suavemente, y alzó la cabeza como si me hubiera oído, y las respectivas miradas se cruzaron en el espejo. Y ante la expresión de mi semblante, sus ojos emitieron un destello.

Me inmovilizó contra el espejo, con una mano plana sobre la mía y la otra sosteniéndome la cadera.

Me penetró con un gruñido ahogado, y yo me tragué una exclamación. Cuando empezó a moverse, yo empujé hacia atrás contra sus lentas acometidas mientras nuestros ojos permanecían conectados en el espejo.

Cuando en mi interior comenzó a aumentar la tensión, Cam me agarró las caderas, la polla tan dentro de mí que casi me hacía daño. Se agachó bruscamente hasta ponerse de rodillas y me hizo bajar a mí también. Colocada sobre su regazo, con la mano apoyada en el espejo, sus manos acariciándome los pechos, comencé a moverme al ritmo de sus embestidas. Noté su mejilla en mi espalda mientras llegábamos al clímax, mi orgasmo alentado por los ruidos bajos, apurados, guturales, que emitía él desde la parte posterior de la garganta.

Al notar que yo estaba a punto de correrme, Cam se arrimó más y desplazó la mano desde mi pecho hasta taparme la boca. El tremendo calor que me arropaba la piel y los músculos hizo combustión, y yo exploté a su alrededor con un chillido amortiguado contra su mano.

Cam descargó unos segundos después, y yo lo veía en el espejo mientras se ponía rígido y se le estiraban los músculos del cuello. Abrió la boca, emitió un gruñido silencioso al tiempo que sus caderas daban una sacudida contra mi trasero y se corrió, inundándome con el calor de su eyaculación.

—Joder —susurró apoyando la cabeza en la mía.

—Esto… ¿Va todo bien por aquí? —dijo la dependienta en voz alta. La súbita interrupción traspasó la cortina, desde tan cerca que nos pusimos tensos el uno contra el otro.

¡Por todos los demonios! Ya no me acordaba de dónde estaba.

—Sí —respondí, con la voz quebrada debido al agotamiento poscoital y a la turbación por haberme quedado tan absorta en ese hombre que se me había olvidado que estábamos follando en el suelo de un probador.

—¿Quiere que le busque alguna otra talla o ya ha encontrado uno que le guste?

¡Lárgate! Miré a Cameron en el espejo con los ojos abiertos de par en par, pero él no me echó ningún cable. Por el amor de Dios, si todavía estaba dentro de mí. Eso casi me hacía reír. Volví a mirar la cortina.

—Todo es fantástico. De hecho… hay uno que me encaja de fábula.

Ante el doble sentido, Cameron se dejó caer sobre mi espalda, ahogada la risa en mi pelo, temblorosos los hombros de regocijo. También empujó un poco dentro de mí, lo que desencadenó leves réplicas de deseo.

—Muy bien… —La voz se fue apagando mientras la mujer se alejaba de la cortina.

—¿Crees que nos ha oído?

Cam soltó una carcajada en forma de rugido.

—Me importa un bledo.

Y lo decía en serio.

Con gran delicadeza, se apartó de mí y me ayudó a tenerme en pie. Me tomó las mejillas con las manos ahuecadas y me atrajo para darme un beso lánguido y sensual que me dejó el pecho dolorido de emoción.

Te amo.

Cuando Cam se apartó para mirarme, me quité el pensamiento de los ojos.

—Menos mal que hemos escogido un vestido, porque no sería capaz de probarme otro si no me duchaba antes.

En sus ojos se reflejó algo misteriosamente sexual, y le leí el pensamiento: Cam consideraba excitante que yo tuviera que andar hasta casa empapada de su sudor y con su semilla dentro.

—Joss tiene razón —mascullé—. Sois todos unos cavernícolas.

Cam no se sintió ofendido por eso. Todo lo contrario. Me ayudó a vestirme rozándome con los nudillos todas mis partes sensibles hasta que tuve que apartarle la mano de una palmada para poder vestirme sin desear echarme encima de él otra vez.

Cuando devolví los vestidos que no quería a la recelosa dependienta, tenía las mejillas encendidas. No podía mirar a Cam, pues cada vez que lo hacía, él me dirigía una sonrisa pícara que me empujaba a reírme tontamente con una mezcla de euforia y mortificación a partes iguales. Tan pronto abandonamos la tienda a trompicones con mi vestido nuevo, me desplomé en el costado de Cam, riendo a carcajadas mientras él me envolvía con el brazo.

—Aún no me creo lo que hemos hecho —dije entre jadeos.

—Sí, nunca había hecho nada igual.

—Más vale que no se lo cuentes a Nate y Peetie. —Mi sugerencia no iba a tener un gran impacto, pues yo seguía riéndome como una idiota.

—¿Por qué no? Es una historia sexual buena de cojones.

Se me calentaron las mejillas de nuevo, y Cam se echó a reír y me acurrucó contra el pecho. Me sentía tan atrapada con él en el país de las maravillas que lo que sucedió en los momentos siguientes fue un verdadero trompazo, un aterrizaje súbito en el planeta Tierra.

Cam se paró de golpe; lo agarré para conservar el equilibrio y eché la cabeza hacia atrás para examinarle la cara. Estaba pálido y tenía los ojos abiertos como platos.

—¿Cam? —susurré, y noté que en el estómago empezaba a formárseme algo duro. Seguí su mirada hasta la chica que había de pie delante de nosotros, cuyos bonitos ojos estaban tan abiertos como los de Cam.

—¿Cameron? —dijo casi sin aliento; dio un paso adelante sin ser consciente, al parecer, de mi presencia.

—Blair —dijo él con voz ronca.

Nada más oír el nombre, la cabeza empezó a darme vueltas; me puse a examinarla de inmediato, procesándolo todo. Con gran sorpresa mía, no era en absoluto lo que me había imaginado. Me había representado mentalmente una mujer despampanante, alta y exótica, con cierto aire místico. Pues resulta que era más bajita que Joss, delgada de cuerpo, muy menuda. Llevaba una camiseta sobre un top blanco de manga larga, pantalones raídos que le quedaban bien y botas como las de Cam. Tenía un pelo negro y corto que le enmarcaba la carita de duende. Su rasgo más atractivo eran unos grandes ojos castaños acompañados de unas largas pestañas negras. En torno a aquellos bonitos ojos rondaban la conmoción y el deseo mezclados, y yo noté mi puño cerrado agarrando la tela de la chaqueta de Cam.

—Qué alegría verte. —Blair le dirigió una dulce sonrisa.

Cam asintió, se aclaró la garganta y se sacudió de encima la mirada del ciervo pillado por los faros de un coche.

—Eh… lo mismo digo. ¿Cuánto hace que has regresado a Edimburgo?

—Unos meses. Pensé en ir a verte, pero no lo tenía claro… —Se le fue apagando la voz cuando por fin se percató de que yo estaba encogida en el costado de Cam. Me captó con una expresión alicaída en el rostro y decepción en los ojos. ¿Decepcionada con Cam? ¿Por haber elegido a alguien como yo?

El pensamiento me puso los pelos de punta, y noté que el brazo de Cam me apretaba más. Pero luego él me sorprendió al decir:

—Tenías que haberlo hecho.

A Blair se le iluminó toda la cara.

—¿En serio?

—Sí. —Cam dejó caer el brazo con el que me rodeaba la cintura y sacó el móvil del bolsillo—. Venga, dame tu número y un día quedamos.

¿Qué?

Los miré mientras intercambiaban los números, la cabeza de Cam inclinada hacia la de ella, y mi cerebro que empezaba a pegarme gritos. ¿Qué coño estaba pasando? ¡Cam estaba quedando para verse con el ex amor de su vida! ¿Era eso la cruda realidad?

Y, para colmo, ni siquiera me había presentado.

Me quedé ahí de pie, procurando parecer tranquila e indiferente.

Cam se rio bajito de algo que había dicho Blair, que lo miró como si él fuera una especie de milagro. Es que era un milagro. Era mi milagro, y si no me presentaba, yo iba a…

—Blair, te presento a Jo, mi novia —dijo Cam mientras se guardaba el teléfono. Me dirigió una sonrisa tranquilizadora que no le devolví.

—Encantada. —Logré sonreírle un poco mientras por dentro le lanzaba todos los improperios imaginables.

Ella no sonrió.

—Encantada.

Al encontrarse nuestras respectivas miradas, tuvimos una conversación silenciosa. Tengo celos de ti, dijo ella. Creo que te odio, repliqué yo. Fue mío primero, añadió ella. Pues ahora es mío, gruñí yo.

Entre los tres podía cortarse el aire con un cuchillo hasta que Cam rompió el silencio con algunas palabras de cortesía.

Tras quedar en hablarse pronto, Blair se marchó por Princes Street. Y entonces Cam no volvió a agarrarme, lo que incrementó mi pánico. Fuimos a casa uno al lado del otro, sin tocarnos ni hablar. Cam parecía haber desaparecido en algún lugar dentro de sí mismo, y a ese lugar le tenía yo casi más miedo que a ninguna otra cosa.