22
Cole ya había sido puesto al corriente sobre el tío Mick. Como contaba solo tres años cuando Mick se marchó, no lo recordaba, pero le pareció muy bien verlo tras haber sabido, con los años, que para mí era el tipo que anduvo sobre las aguas.
Lo de mamá fue algo distinto. La verdad es que yo tenía miedo de decírselo, de que la noticia la enojara. Con gran sorpresa mía, aceptó el hecho con calma y accedió a salir y hablar con Mick cuando este llegara.
Cuando entré en la página web de la búsqueda de empleo en el ordenador de Cole, me pareció oír incluso que mamá iba a ducharse.
Cuando Cole llegó de la escuela, me sudaban las manos. Antes mamá se había mostrado serena, pero eso podía cambiar en cuanto viera a Mick. Llamaron a la puerta, y sentí que se me paraba el corazón. No entiendo por qué en las novelas románticas esto aparece como algo bueno. Si se te para el corazón, te quedas sin aliento…, notas un mareo, te encuentras mal, vamos.
—Éramos pocos… —Estiré los labios componiendo una débil sonrisa mientras abría la puerta al tío Mick y a Olivia.
Olivia rio entre dientes.
—¿Tan malos somos?
—No, no, no —dije, apresurándome a tranquilizarlos. Me aparté a un lado y les hice entrar.
—No es por nosotros por quien está preocupada —le susurró Mick, y yo le dirigí a él una sonrisa de complicidad aunque también de cansancio mientras les guiaba hacia el salón.
—Quitaos los abrigos. Como si estuvierais en vuestra casa. ¿Os apetece té, café? ¿Agua? ¿Algún zumo?
—Café —respondieron al unísono.
Asentí hecha un manojo de nervios.
—No hay problema.
Sin embargo, al reparar en la presencia de Cole en el umbral, me detuve en seco. Le pasé el brazo por los hombros y lo conduje hasta Mick y Olivia.
—Cole, te presento a Mick y a su hija, Olivia.
Mick le sonrió con aire socarrón y le tendió la mano. Cole la tomó tímidamente.
—Encantado —dijo Cole bajito dejando que le cayera el pelo sobre los ojos para no tener que mirarlos directamente.
—Encantado. Virgen santa, eres el vivo retrato de tu padre a tu edad.
—No se parece en nada a papá —dije lacónica.
Olivia alzó las cejas y miró a su padre antes de reprenderle.
—Enhorabuena, papá.
Algo azorado, Mick emitió un suspiro.
—No quería decir eso.
Enhorabuena, Jo.
—Lo sé. —Le hice un gesto para que no lo tuviera en cuenta, sintiéndome mal por mi mordacidad—. Es que ante este asunto soy hipersensible.
—Se entiende.
—Hola, Cole. —Olivia extendió la mano, y al estrechársela, Cole se ruborizó—. Me alegra conocerte. —Echó un vistazo al salón, los ojos rebosando aprobación—. Tenéis un piso realmente bonito, chicos.
—Jo es la encargada de la decoración. —Cole me sorprendió por informarle casi con entusiasmo—. Pone el papel, pinta, pule los suelos… todo.
—Estoy impresionada.
Noté los sonrientes ojos del tío Mick posados en mí.
—Has conservado mis enseñanzas, ¿eh?
Me encogí de hombros un tanto turbada.
—Me gusta decorar.
—Sí, lo sabemos bien. —Al oír la voz de mamá, aguanté la respiración, y todos nos volvimos para verla entrar en el salón arrastrando los pies—. Lo haces muy a menudo. —Cole y yo intercambiamos miradas, absolutamente desconcertados por su aspecto. No solo se había duchado, sino que se había vestido. Llevaba el pelo seco y cepillado, se había maquillado un poco, y lucía unos vaqueros estrechos que en el frágil cuerpo le quedaban holgados y una blusa negra de seda que le había regalado yo por Navidad aun pensando que no se la pondría nunca. Hacía siglos que no tenía tan buen aspecto, pero miré al tío Mick y advertí el impacto en sus ojos.
Mick se separó de nosotros y se acercó imponente a mamá, que le dirigió una leve sonrisa.
—Me alegro de verte, Fiona.
Ella asintió con la cabeza y cierto temblor en la boca.
—Cuánto tiempo, Michael.
—Sí.
—Estás prácticamente igual.
—Tú no, cariño —dijo él bajito, en la voz algo parecido a la angustia.
Mamá alzó los hombros en un gesto de resignación.
—He hecho lo que he podido.
El tío Mick no dijo nada, pero de la rigidez de su mandíbula deduje que, a su juicio, mamá no había hecho lo suficiente. En eso podríamos estar de acuerdo.
—Papá. —Olivia se colocó a su lado y le tomó la mano con gesto tranquilizador, y yo sentí que desaparecía el último resto de rencor hacia ella. ¿Cómo iba a molestarme alguien que adoraba a Mick así?
El tío Mick apretó la mano de su hija con la suya.
—Fiona. Te presento a Olivia, mi hija.
Y de repente todo se vino abajo.
Mamá miró a Olivia y frunció la boca.
—Sí, parece una de esas americanas con las que tienes un revolcón.
Cerré los ojos muerta de vergüenza, y oí el gemido apagado de Cole a mi lado.
—Fiona —dijo Mick con tono reprobatorio.
—Déjalo, papá.
—Puag. —Mamá pasó de Olivia y me miró a mí—. Me dijiste que vendría él solo. Vuelvo a la cama. Déjame algo de cena luego.
Asentí con los músculos tensos mientras aguardábamos a que se fuera. La puerta de su cuarto se cerró, y yo exhalé un suspiro.
—Lo siento, tío Mick. Esto es lo mejor que se puede conseguir de ella. Lo lamento, Olivia…
—Tranquila. —Hizo el ademán de quitar importancia al asunto—. No pasa nada.
—Cuesta creer que sea la misma persona. —Mick meneaba la cabeza mientras cruzaba el salón para tomar asiento, con cierta pesadez en el cuerpo por la conmoción—. Es que no me lo creo.
Pensé que mamá se había comportado bastante bien, al menos hasta ver a Olivia, pero a Mick no le dije nada.
—Pues créetelo.
***
Como una tortuga que hubiera sacado la cabeza solo para pillar un poco de sol y hubiera descubierto que estaba lloviendo, mamá se retiró a su caparazón peor aún que antes. Si contaba con suficientes provisiones de alcohol, no salía casi nunca de la habitación, y el único modo que tenía yo de saber que seguía con vida era comprobando que la comida que le había dejado ya no estaba. Si llamaba a la puerta para ver cómo se encontraba, me decía gruñendo que me largara.
Para mí era muy sencillo. Quería odiarla por haber pegado a Cole y me importaba un pito si estaba viva o muerta, pero al mismo tiempo no podía abandonarla sin más.
Según Cam, llegaba un momento en que había que pasar de las personas. Si no había modo de ayudarlas, persistir en ello solo te arrastraba al fango con ellas.
Era más fácil decirlo que hacerlo. Pese a los terribles encontronazos, era mi madre, y dentro de mí seguía habiendo una parte que quería cuidarla más de lo que ella se cuidaba a sí misma. Sabía que debía pasar de ella. Lo sabía. Por Cole y también por mí. Cuando llegara el momento, la dejaría. Pero me llevaría la culpa a cuestas.
***
El tío Mick había dicho que quería pasar conmigo todo el tiempo posible y lo había dicho en serio. Ese sábado, Cole, Cam, Olivia, Mick y yo quedamos en Grassmarket para almorzar en un pub. Me enteré de que, en los Estados Unidos, Olivia había sido bibliotecaria, pero, como le pasara a Cam, la habían despedido debido a recortes presupuestarios. Olivia se mostró afectuosa y graciosa, caía bien a la fuerza, y me la imaginé llevándose bien con Joss y Ellie.
El almuerzo fue divertido. Advertí que Mick aprobaba la intimidad entre Cole y Cam, pues no paraba de dirigirme miradas elocuentes al respecto. Dimos un paseo por las concurridas calles primaverales de la ciudad, deambulando por Victoria Street hasta el puente de Jorge IV, y luego por la Royal Mile. Tomé algunas fotos de Olivia y Mick de pie en la Mile y otras cuando regresábamos hacia New Town. Pasamos por Princes Street Gardens, y les saqué algunas fantásticas en las que aparecían los dos junto a la Ross Fountain, con el castillo de Edimburgo en un segundo plano, en lo alto. Fue un buen día, relajante. Y mientras caminaba tras ellos, con el brazo de Cam cogiéndome por la cintura, me olvidé un rato de todas mis preocupaciones.
El domingo, Elodie estaba como pez en el agua. Al enterarse por Ellie de que el tío Mick y Olivia habían venido de visita, nos invitó a todos a almorzar. Al llegar, descubrimos que Elodie había encontrado no sé dónde una segunda mesa que había pegado a otra. Su piso se llenó de risas y conversaciones mientras todos charlaban sin parar e iban conociéndose. Miré a Olivia y noté un nudo en la garganta al notar la alegría en su cara, el rubor en sus mejillas, la chispa en sus ojos. Ellie se había abalanzado sobre ella casi al instante, y me dio la sensación de que al rato ya habían hecho buenas migas. A Ellie se le daba bien eso con la gente.
Sentada a la mesa al lado de Joss, esta me tocó ligeramente con el codo y se inclinó hacia mí para hablarme entre susurros.
—¿Te imaginaste alguna vez que formarías parte de algo así?
Miré alrededor un rostro tras otro hasta detenerme en Cam, que se reía de algo que había dicho Braden. Me volví hacia ella negando con la cabeza.
—Jamás en la vida.
Sonrió, y me quedé sorprendida por la emoción que veía en sus ojos cuando miró el sencillo anillo de diamantes de compromiso que llevaba en el dedo.
—Yo tampoco.
—¿Estás bien?
Joss asintió.
—Bien es decir poco.
Le sonreí con aire burlón, y estaba a punto de hacer un chiste para rebajar un poco la gravedad de la situación cuando oí a Braden gritar:
—¿Necesitas trabajo, Jo?
Puse los ojos en blanco y lancé a Cam una mirada impaciente.
—Iba a decírselo ahora.
—Es que estabas tardando mucho.
Emití un suspiro, dirigí a Braden un gesto afirmativo y al pedir el favor me sonrojé.
—Si tienes un puesto disponible a tiempo parcial, me iría muy bien.
Sus ojos azul claro buscaron los míos, y me sentí vulnerable bajo su examen. Braden tenía un método para desnudar a las personas; era como si llegara a verles los verdaderos entresijos. No sabía yo cómo Joss lo había aguantado tanto tiempo antes de, finalmente, reconocer sus sentimientos por él. Seguramente Braden lo había sabido desde el principio.
—Ven a vernos cuando quieras, Jo. Por favor.
Tragué saliva y asentí.
—Mañana me ocuparé de esto; a ver si puedes empezar el martes.
—Gracias —susurré agradecida.
Cuando se reemprendieron las conversaciones, Joss se rio con disimulo.
—¿Da miedo, verdad?
—¿Braden?
—Sí. Ve más que la mayoría. —Me miró con atención—. ¿Te pasa algo que no sabemos? ¿Te va bien con Cam?
Pensé en todas las inseguridades y en mi forcejeo diario con ellas.
—Acostumbrándonos el uno al otro.
—Claro. Bueno, creo que es un tío muy legal. A ver, antes de conocerle siempre te negaste a aceptar un empleo de Braden.
—Sí, no me lo refriegues por las narices.
—Dios santo, tía, creía que no había ninguna persona más orgullosa ni obstinada que yo.
—Pues te equivocabas —dije con sequedad.
Joss se echó a reír.
—Sí, y ahora tú tienes tu propio cavernícola para… sacudirte un poco de esa terquedad.
Noté las mejillas más calientes solo de pensar que por la noche Cameron me sacudiría la terquedad. Buenos momentos a la vista.
Joss soltó un bufido.
—Eso que estás pensando te lo guardas para ti.