18

Tras enterarme de que mamá había pegado a Cole, estuve varias semanas sin acercarme a ella, sin hablarle apenas, flotando en una charca sucia de culpa y rencor. No obstante, pasar la noche con Cam cuando era posible, teniendo el mejor sexo de mi vida o leyendo un libro mientras él y Cole trabajaban juntos en su novela gráfica, me cambió. Eliminó mi amargura.

El peso que había acarreado siempre sobre los hombros no había desaparecido del todo, pero se hacía sentir menos. Cuando caminaba por la calle, notaba los pasos más ligeros, la respiración más fluida. Ya no me sentía vieja y cansada.

Me sentía joven. Excitada. Embelesada. Casi… satisfecha.

También había decidido intentar relajarme más respecto a nuestra situación económica. Costaba cuadrar las cuentas, pero al final accedí al gasto de las clases de judo de Cole con Cam. Eso significaba que los chicos estaban fuera el sábado por la mañana, uno de los pocos ratos que Cam y yo podíamos estar realmente juntos, pero daba igual. Sonará algo cursi, pero ver a Cole cruzar esa puerta, sonriéndole a Cam, siendo feliz y tener a alguien con quien hablar… me daba una paz que nunca pensé que tendría.

Cameron MacCabe. Encantador de serpientes. Estás cambiándome la vida.

Apoyé la mano en el paquete que había acabado de envolver, sonriendo estúpidamente mientras recordaba la noche anterior. Bueno, en un sentido estricto era esa mañana. Cam y yo habíamos vuelto de trabajar, más aturdidos que cansados, y él por fin me tumbó en su mesa como había prometido. Había sido lento, sensual, divertido, fantástico de verdad. Palabra que pasaba los días montada en una avalancha de endorfinas. Creo que por eso era más fácil despedirme de ciertas cosas bonitas. Acaricié el papel marrón del paquete. Contenía mi vestido favorito de Donna Karan… uno que me había comprado Malcolm. En eBay se había vendido bien y era ya hora de mandarlo a su nueva casa.

Aburrida, saqué aire por los labios y miré mi montón de eBay. Había vendido algunas cosas, pero aún tenía que sacar fotos de un par de artículos y enviarlas a la página web. Las ganancias servirían para pagar las clases de judo de Cole, luego había que hacerlo. Manos a la obra. Lo siguiente eran unos Jimmy Choo. Los miré y me di cuenta de que uno de los chicos debería ayudarme. Los preciosos zapatos con tacones de quince centímetros llevaban un montón de correas. Así tal cual no parecían gran cosa, pero calzados eran de lo más sexy. En las fotos tendría que llevarlos puestos, o sea que debería tomarlas otro.

Salí del cuarto de Cole y me paré frente a la puerta de mamá. De los sonoros ronquidos deduje que todo estaba tranquilo, por lo que bajé al piso de Cam. Después de la clase de judo, los dos me habían mandado sendos mensajes para decirme que iban al piso de Cameron a trabajar en su novela gráfica.

De los sonidos de ametralladora que traspasaban la puerta deduje que me la habían pegado. Jugaban a Call of Duty.

Entré sin llamar y me deslicé furtivamente en la sala de estar. Cam, Cole y Nate estaban sentados en el sofá, Nate y Cole con los mandos. Peetie se sentaba en el sillón, justo delante de mí. Desde la mudanza de Cam, había visto a Nate y Peetie un par de veces, pero no había pasado mucho tiempo con ellos, sobre todo porque cuando venían se entretenían con videojuegos y solo interaccionaban conmigo cuando les llevaba algo para picar.

Pettie me vio y saludó, lo que atrajo la atención de Cam, que se volvió y me dirigió una sonrisa de bienvenida que me llegó hasta las tripas y despertó todas esas fastidiosas mariposas que enseguida se ponían a revolotear.

—Hola, nena.

Miré la pantalla plana enarcando una ceja.

—Conque trabajando en la novela gráfica.

—Nate y Pettie han venido con nosotros después de la clase. —Como si eso lo explicara todo.

—¡Qué tal, Jo! —gritó Nate por encima de los disparos; posó los ojos en mí un instante—. ¿Has traído bocadillos por casualidad?

Esa era yo. La dama de los bocadillos.

—No. —Sostuve los zapatos en alto ante un inquisitivo Cam—. Necesito que me tomes una foto calzando esto.

Cameron los miró y levantó las cejas.

—¡So! —Alzó las manos y señaló a sus amigos—. Delante de los chicos, ni hablar.

Lo miré entrecerrando los ojos.

—No esa clase de fotos, pervertido sexual.

—Eh, antes de que nadie diga nada más —interrumpió Cole en voz alta—, tened en cuenta que en esta habitación está su hermanito pequeño.

Cam se puso en pie.

—¿Es para eBay?

Asentí, le di la cámara y empecé a quitarme los zapatos y a atarme los Jimmy Choo. Una vez los tuve puestos, levanté las piernas para mirarlos, girando el tobillo, lamentando ya su pérdida.

—Cariño, si tanto te gustan, quédatelos.

Hice un mohín.

—No puedo. Valen un pastón. Quedármelos sería ridículo.

—Joder, tío —dijo Nate entre jadeos, con la atención de repente en los zapatos y mis piernas—. No dejes que los venda. —Me devoraba con los acalorados ojos—. Son tope excitantes.

—Calla o te doy —soltó Cam con tono sombrío.

Nate se encogió de hombros, me lanzó una sonrisa pícara, y volvió a centrarse en la pantalla.

—No es culpa mía que tu novia tenga un polvazo.

Cole le golpeó con el hombro antes de que Cam pudiera responder.

—Eh, tío, que es mi hermana.

—Y vigila el lenguaje. —Intenté no sonrojarme. Pasando por alto la impenitente sonrisa de Nate, giré los pies para que Cam pudiera enfocar bien los zapatos. Me fijé en Pettie, que estaba mandando un mensaje de texto a alguien. Por lo que me había contado Cam, le escribiría a Lyn, su novia. Por lo visto, estaba coladito por ella. Parecía un tío majo. Un contrapeso del Nate imprevisible, directo y jactancioso. Nate era guapísimo… no de facciones duras, sexy como Cam, ni un diamante en bruto como Braden. Con su espeso pelo negro y sus ojos más negros aún, deslumbraba como una estrella de cine. Y él lo sabía.

Acto seguido, posé la mirada en Cole, que cada día se parecía más a mi padre. Papá sería un bruto y un gilipollas, pero también era apuesto. En cuanto Cole se diera cuenta de que era un muchacho guapo, su reacción ante eso y las chicas dependería de las influencias en su vida.

Yo no quería que fuera como Nate.

—Espero que vosotros tres no estéis corrompiendo a mi hermano.

Nate resopló.

—¿Estás de broma? Si alguien corrompe aquí es él.

A Cole se le escapó una sonrisa irónica, y yo sentí una mezcla de felicidad e inquietud. A lo largo de las últimas semanas había advertido en él algún cambio. Seguía gruñendo y encogiéndose de hombros y estaba sin duda predestinado a ser meditabundo, pero lo cierto es que había empezado a conversar con otras personas aparte de Cam y de mí, lo que interpreté como una señal positiva. De todos modos, podía volverse un poco chuleta si andaba mucho con Nate; o, cuidado, si andaba mucho con Cam.

—Listo. —Cam me dio la cámara con un fugaz beso en los labios.

—Gracias. —Justo me había agachado para desatarme las correas de los tobillos cuando Cam me rozó la oreja con la boca.

—Ven esta noche, y espérame solo con estos zapatos puestos.

Solo pensarlo me ruboricé de arriba abajo y miré al punto a Cole y los chicos para asegurarme de que no habían oído nada. Estaban completamente distraídos. Miré los oscuros ojos de Cam y asentí.

Sonó un teléfono, e interrumpimos el contacto visual a regañadientes.

Cole cogió su móvil.

—Me voy. Me esperan en el cine.

—No hemos terminado —se quejó Nate.

Peetie rio entre dientes.

—Nate, colega, si quieres convencer a un adolescente para que se entretenga contigo jugando a eso, es que ha llegado el momento de replantearte la vida.

Nos reímos todos, lo que nos valió la peineta de Nate.

—Estaré un rato fuera —me informó Cole con una leve sonrisa antes de marcharse. Una sonrisa que me calentó más que un tazón de chocolate.

—La verdad es que vosotros también tendríais que iros. —Cam se les acercó y les hizo un gesto elocuente.

Pettie se levantó con una sonrisa de complicidad.

—Claro, no pasa nada. De todas formas, he quedado con Lyn en Princes Street.

Nate apagó la consola y la tele refunfuñando.

—Estáis los dos colgados.

—¿Has visto los zapatos? —preguntó Cam con petulancia, y me puse colorada. Si antes yo no sabía que él tenía el plan de follarme inmediatamente, ahora sí que lo sabía. Y sus amigos lo sabían también.

Nate rezongó un poco más y soltó un «vaya potra la tuya» que me puso más colorada todavía.

—Hasta pronto, Jo. —Pettie asintió al pasar por nuestro lado.

Cam golpeó a Nate en el brazo y le dio un consejo:

—No pierdas de vista esos tacones. Los cabrones pueden destrozarte la espalda.

Cam se echó a reír, y yo gemí mortificada.

—Mejor os ponéis hombreras. —Nate me guiñó el ojo—. A pasarlo bien, niños.

En cuanto se hubo cerrado la puerta, fulminé a Cam con la mirada.

—No vamos a acostarnos.

Se quedó boquiabierto.

—¿Por qué? Los he echado. Tenemos un par de horas de sexo ininterrumpido.

—Ya, pero ellos ahora saben que esto es lo que estamos haciendo.

—¿Y qué más da?

—No sé. Pero no es lo mismo.

Cam ladeó la cabeza.

—Lógica femenina. Necesita su propio descodificador.

—Hemos de invitar a Peetie y Lynn a cenar fuera.

—Muy bien, quizá sea solo la lógica de Jo. —Cam se rio entre dientes al ver que yo cambiaba de tema.

Me encogí de hombros y me acerqué a la chimenea a coger un marco que Cam tenía en la repisa. Cogí una fotografía de él, Nate y Peetie disfrazados de superhéroes en Halloween. Cam era Batman. Cómo no.

—Solo pensaba que sería bueno conocer mejor a tus amigos. Sois como hermanos.

—Vale, me parece bien. Se lo comentaré.

—Quizá deberíamos invitar a Nate, pero traer a una chica a cenar quizá sería un tipo de señal que no querría enviar a sus… compañeros.

Cam soltó un gruñido.

—Tienes razón.

Examiné atentamente la foto de Nate vestido de Iron Man y torcí el gesto. Era guapísimo. Pero había algo más. Tras toda esa bravuconería se escondía algo. En sus ojos. Eran agradables.

—¿Está totalmente en contra de todas las relaciones? Pues entonces qué lástima. —Me volví y sonreí a Cam dulcemente—. La verdad es que parece un buen tipo.

—Lo es. —Cam asintió, de pronto muy serio—. Pero… perdió a alguien.

Mientras procesaba lo que Cam no estaba diciendo, un dolor me perforó el pecho.

—¿Una chica?

Comprendí que lo que hubiera sucedido afectó también a Cam.

—Hace ya tiempo, pero de aquello salió cambiado.

Aturdida, meneé la cabeza y volvió a mirar al sonriente Nate de la foto.

—La verdad es que resulta difícil conocer el dolor que acarrean los demás. Sabemos ocultarlo.

—Tú eres una experta.

Sí, no podía discutírselo.

Absorta mirando la foto, sintiendo una gran compasión por Nate y el amor que le habían arrebatado, no oí a Cam moverse hasta que estuvo justo a mi espalda. Su calor, su olor, expulsaron mis pensamientos melancólicos y mis dedos soltaron el marco mientras el cuerpo iba excitándose solo de pensar en lo inminente.

Cam apoyó las manos un momento en mis caderas, y con eso bastó para que yo sintiera un temblor de excitación en el vientre. Unos dedos fuertes se cerraron en el dobladillo de mi jersey y empezaron a subirlo despacio. El movimiento exigía que yo levantara los brazos por encima de la cabeza, cosa que hice, en una habitación totalmente en silencio a excepción de nuestra respiración suave y el susurro de la ropa. Se me hizo oscuro por un momento mientras me quitaba la prenda por encima, el aire rozándome la piel, poniéndome la carne de gallina.

Me estremecí y bajé los brazos lentamente mientras el jersey caía al suelo.

La cálida mano me acarició la espalda y extendió mi pelo sobre el hombro. Me rozó tiernamente la piel con las yemas de los dedos, siguiendo el tirante del sujetador por el hombro y la parte superior de la espalda.

Noté un leve tirón, y el sujetador se soltó y fue cayendo con un ligero empujón de Cam. Sentí otro estremecimiento, y se me endurecieron los pezones. Cambié un poco de postura; notaba las bragas húmedas.

Cam me torturaba. Sus diestras yemas me rozaban la cintura, las costillas, la curva de los senos. Yo gemía, con la cabeza echada hacia atrás, la espalda arqueada, los pechos suplicando la caricia. Mis ruegos silenciosos fueron ignorados mientras la suave exploración de Cam bajaba al estómago. Sus manos se pararon en la cinturilla de mi falda.

Cam se acercó para apretarse contra mi espalda, y enganchó los pulgares en la tela de la falda y de las bragas y tiró hacia abajo. En vez de dejarlo caer todo, lo sujetó con las palmas de las manos contra mi cuerpo, mientras arrastraba los dedos por mi piel desnuda, y fue agachándose y sus provocadoras caricias fueron bajando por mis muslos, mis rodillas y mis pantorrillas, hasta tocarme los tobillos con los dedos.

Forcejeando por controlar mi respiración, me aparté temblorosa de mi ropa. Cam se incorporó, y su calor me impregnó el cuerpo entero en un santiamén.

Me acarició las nalgas, y yo me habría caído hacia la repisa de la chimenea si él no me hubiera tenido agarrada por la cintura y no me hubiera atraído de nuevo hacia sí. Algo duro me tocó el trasero, y no me hizo falta su repentina respiración entrecortada para saber que era su excitación.

Unos labios cálidos me tocaron apenas el hombro, y desapareció su brazo aunque no su calidez.

El sonido de una cremallera detrás de mí me puso resbaladiza de antemano, y mi respiración se hizo cada vez más ruidosa en la quietud de la sala. Hubo un frufrú de ropa, y por el rabillo del ojo vi que su camiseta caía al suelo, y de repente la tela de sus pantalones dejó de estar pegada a mí, el palpitante, desnudo calor de su polla hincándoseme en la curva del culo.

Y de pronto también eso se esfumó.

Confusa, volví la cabeza, y posé la mirada en la alfombra colocada enfrente de la vacía chimenea. Desnudo, duro, Cam me observaba con ojos abrasadores. Ahí estaba, con las rodillas dobladas, los brazos detrás, las palmas apretadas contra el suelo.

Cam alzó una mano sin pronunciar una palabra, y se la cogí. Mientras me colocaba encima, me sonrojé, temblando, de pie con los pies a uno y otro lado de sus caderas, vulnerable y abierta como nunca.

Cam tiró de mi mano, y yo seguí el movimiento, bajando hasta mis rodillas, la alfombra una suave almohada. Cogí su erección, Cam la guió hasta mi entrada, y al bajar yo más, me penetró, deslizándose en mi húmedo canal, y la satisfacción nos hizo jadear a ambos. Le agarré los hombros y lo eché ligeramente hacia atrás, y la deliciosa fricción provocó una espiral de tensión en mi bajo vientre. Separé los labios en una exhalación de alegría, y mis ojos se engancharon con los de Cam mientras me ponía a ondular las caderas contra las suyas en un ritmo perfecto.

Ver el placer intensificándose en sus ojos mientras él veía lo mismo en los míos fue impresionante. Comenzó a arderme la piel y traté de moverme más deprisa, a la caza del orgasmo, pero Cam aminoró mi ritmo y me cogió de las caderas para frenar el movimiento. Me recorría el rostro con los ojos, absorbiendo hasta el menor detalle, haciéndome sentir más desnuda de lo que nunca me había sentido.

Negué con la cabeza, diciéndole en silencio que parase. Me agarró con más fuerza. Yo no podía apartar la vista. Quería pero no podía. Era mucho. Demasiado. Con lágrimas que me escocían los ojos, me incliné hacia delante y aplasté mis pechos contra Cam, rodeándole el cuello con los brazos, los labios en su pelo mientras lo cabalgaba con acometidas torturantemente lentas.

Al notar un leve tirón en el pelo, dejé que me levantase, y arqueé la espalda bajo sus manos. Sentí un calor húmedo en un pezón cuando, con una mano, Cam se llevó mi pecho derecho a la boca, y con la otra mano estrujó y acarició el izquierdo, pellizcándome el pezón entre el pulgar y el índice. Brotó un grito de mis labios al notar una intensa oleada de placer entre las piernas, y le cogí el cogote con fuerza y me moví más deprisa quisiera él o no.

Cam me daba besos en los pechos, y yo me eché encima de golpe, necesitaba más, lo necesitaba todo. Gruñó contra mi piel e hincó los dedos en los músculos de mi espalda.

—Cameron —dije entre jadeos y bajo la tensión creciente, moviendo las caderas más rápido contra las suyas—. Estoy cerca. Muy cerca… —Quería su boca, y tiré suavemente de su pelo, y atraje su cara hacia la mía, y mis labios cayeron sobre los suyos, y mi lengua se deslizó en su boca buscando un beso hecho de erotismo, de puro deseo.

Dentro de mí se quebró la tensión. Me corrí con un grito apagado en su boca, y mis músculos lo rodearon momentáneamente mientras mi sexo se apretaba en torno a su polla, invadiéndome una oleada tras otra de placer palpitante. Caí sobre él del todo con la cabeza en su hombro mientras Cam arremetía unas cuantas veces más antes de que la húmeda calidez de su liberación explotara en mi interior, el áspero gruñido en mi oído al correrse, lo que provocó que mis músculos interiores latieran a su alrededor un poco más.

Nos quedamos así un buen rato, envueltos uno en el otro.

Sin decir una palabra.

Sin necesidad de hablar.

***

Cam soltó un gemido.

—Tengo que irme dentro de una hora.

Estábamos tendidos en la alfombra, bajo la manta de piel sintética del sofá comprada por Becca como regalo de mudanza. Yo tenía la cabeza apoyada en el pecho de Cameron, las piernas entrelazadas con las suyas, mientras él enredaba los dedos en mi pelo.

—Abajo el trabajo —dije con un mohín, y le pasé un dedo por los arabescos del tatuaje del brazo derecho.

—Sí. Podría estar aquí toda la vida.

Sonreí contra su piel, rebosante de alegría.

—Mira, lo único que le falta a este sitio para ser perfecto es un fuego de verdad en la chimenea.

Cam soltó una risotada.

—La próxima vez encenderé unas velas.

—Me parece bien. ¿Te ha dicho alguien que eres muy romántico?

—No. Es la primera vez que me lo dicen, desde luego.

Sorprendida, ladeé la cabeza para mirarle a la cara.

—¿En serio?

—En serio. —Crispó el labio—. ¿Crees que soy romántico? Nena, eso no dice mucho en favor de los gilipollas con los que has salido.

Le sonreí burlona.

—La verdad es que tienes tus momentos.

Me apretó suavemente el hombro con una mirada dulce.

—Tú lo pones fácil.

—¡Lo ves! —chillé bajito con los ojos brillando de plena satisfacción—. Esto ha sido romántico.

—¿Ah, sí?

—Sí, seguro que con tus novias has sido romántico, ¿verdad?

Pero, oh, ¿por qué le preguntaba eso? ¿Quería realmente saber algo de sus ex novias?

Menos mal que Cam eludió la pregunta. Aunque por desgracia lo hizo formulando una él.

—Entonces, ¿Malcolm era romántico? ¿Y el tal Callum? —La pregunta tenía ciertas aristas, así que mejor responder con cuidado. Pero con sinceridad.

—Callum podía ser muy romántico. Todo corazones y flores y mierda de esa.

Cam resopló.

—¿Mierda de esa?

Me encogí de hombros. Me sentía bien hablando de eso ahora que estaba en brazos de algo real.

—Al recordarlo, parece todo falso. Estuvimos juntos dos años. Él vio a Cole unas cuantas veces. A mamá nunca. Pasábamos juntos el fin de semana si yo podía. Me mandaba flores, me compraba cosas bonitas, celebrábamos San Valentín por todo lo alto. Conocía a sus padres, pero apenas sabía nada de ellos. Salimos con algunos de sus amigos, de los que supe menos aún. No sé si llegué a conocer a Callum. Sé con seguridad que él no me conocía a mí. De modo que, sí… mierda de esa. Prefiero sexo arrebatado contra una mesa con un tío que sepa exactamente dónde está metiéndose… perdón por el juego de palabras… a las flores y los bombones.

Aventuré una mirada a Cam, y vi una amplia sonrisa en su cara.

—Creo que estoy ejerciendo en ti una influencia primitiva, Johanna Walker.

Sonreí a mi vez.

—Soy de la misma opinión.

Frotó su pantorrilla en la mía y me acercó para sí.

—¿Y Malcolm?

—Tenía momentos de todo. Tampoco le conocí mucho, y por lo visto a él eso le parecía bien. Yo sabía que tenía una ex esposa, que su madre había muerto y que su padre aún vivía. Tenía un hermano con el que estaba muy unido aunque no lo bastante para presentarme. No me conocía ni mucho menos como él pensaba… pero era un auténtico caballero.

Durante unos instantes, noté a Cam tenso debajo de mí antes de que soltara aire entre los labios.

—Te importaba.

Tras estamparle un beso tranquilizador en el pecho, asentí con la cabeza.

Se instaló de nuevo entre nosotros ese silencio lleno de palabras no pronunciadas y de sentimientos que volvía el aire denso. Comprendiendo lo que significaba eso, sentí que se me comprimía el pecho con la gravedad de la emoción. Para no decir las palabras demasiado pronto, pregunté como una idiota lo que no quería saber.

—¿Te has enamorado alguna vez?

Cam emitió un fuerte suspiro, y traté de no reaccionar físicamente, y cuando respondió que sí, procuré controlar las náuseas.

Que me doliera el pecho, se me hiciera un nudo en el estómago o mi cerebro chillara ¡Noooo! era absurdo, por supuesto, pero me resultó imposible evitar la reacción. Cameron había estado enamorado.

Esperé un momento para asegurarme de tener la voz estable, tomé aire y pregunté:

—¿Cuándo? ¿Quién?

—¿Quieres saberlo de veras? —Su voz era áspera.

—Si quieres decírmelo, yo quiero saber.

—Muy bien —dijo con dulzura deslizando la mano por mi brazo—. Fue hace mucho tiempo. La conocí hace diez años, cuanto yo tenía dieciocho. Se llamaba Blair, y coincidimos en el primer semestre de la uni.

Blair.

Y él la había amado.

Ya estaba imaginándome una belleza alta y morena, de ojos inteligentes y serenos como Joss. Aparté esas imágenes mentales a un lado.

—¿Qué pasó?

—Estuvimos juntos tres años y medio. Yo creía que nos prometeríamos, nos casaríamos, compraríamos una casa, tendríamos un montón de niños. Para mí era maravillosa.

¿Era un cuchillo lo que se retorcía clavado en mi costado? Me quedé inmóvil intentando anular el dolor y los tremendos celos suscitados por la revelación.

—Pero a Blair le ofrecieron una plaza en una universidad de Francia para hacer su posgraduado en literatura francesa. Así que rompí con ella. Rompí con ella antes de que ella rompiera conmigo, porque yo sabía que ella decidiría ir a Francia y ella sabía que yo nunca me iría de Escocia. No podía dejar a mis padres ni a Nate ni a Pettie. Ella iba a acabar con la relación, y yo se lo puse fácil.

Esa confesión contenía tantas cosas que la ansiedad me obturó la garganta. No dije una palabra; solo entrelacé mis dedos con los suyos y aguardé que se calmara el dolor.

En vano.

***

Al cabo del rato, nos duchamos juntos y Cam se marchó al bar. Luego subí a mi piso en una bruma de total abatimiento. Había intentado sacudirme el desánimo sonriéndole y dándole besos cariñosos, diciéndome a mí misma que ni una vez me había dado Cam motivos para dudar de que estaba conmigo en serio, de que sentía lo mismo que yo.

Cuando entré estaba ya casi convencida, pero al cerrar la puerta me encontré frente a frente con mamá, que se balanceaba descalza, el camisón colgándole como un saco sobre el descarnado cuerpo. Sus ojos extraviados y sus pies inestables me indicaban que se había pasado con la bebida. Que quería estar cabreada de verdad.

—¿Dónde has estado?

Como no tenía ganas de hablar con ella, contesté cortante.

—Con Cam. —Y pasé por su lado camino de mi cuarto.

—¿Adónde?

Supuse que me preguntaba adónde había ido él y miré hacia atrás.

—A trabajar.

—Al bar —soltó con tono de mofa—. Un sitio para fracasados, ¿eh?

Como yo también trabajaba en el bar, intenté no tomármelo como algo personal.

—En realidad, es diseñador gráfico, mamá.

—Un tipo raro, ¿eh? —Soltó una risita y se encaminó a la cocina—. ¿Qué coño hace contigo?

Me quedé paralizada.

—Aburrirse, mocosa. No eres lo bastante buena para él.

Reanudé la marcha y me encerré en el baño y me puse a escuchar todas las inseguridades que me corroían. Hacían un ruido espantoso, como mamá cuando estaba borracha.

Pero mamá tenía razón, ¿verdad?

Cam había estado enamorado de una chica inteligente e interesante que se había marchado a Europa a hacer un posgrado de literatura francesa.

Cam había estado enamorado de alguien que, a todas luces, era la antítesis de mí.

Y lo que es peor, aquella relación no había terminado porque él hubiera dejado de quererla.

Había terminado debido a sus putos problemas con el abandono.

Me miré en el espejo, en busca de algo, algo interesante, algo único, algo que hiciera de mí alguien con quien Cam necesitara estar.

No encontraba nada.

De mi boca escapó un sollozo, y se me saltaron las lágrimas.

Hoy me había enamorado de Cameron MacCabe. ¿Pero cómo podía esperar que él también me amara si yo no encontraba nada en mí que mereciera la pena ser amado?