27
Aquella noche me costó dormir. Por fin me quedé sin conocimiento ya en la madrugada, y me despertó a las diez y media el fuerte bing de una notificación de texto en mi móvil.
El tío Mick me recordaba que me había comprometido a acompañarlo a ver pisos. Perfecto. Seguramente me iría bien para no pensar en mi pelea con Cameron.
Había estado toda la noche dándole vueltas al asunto. Por un lado, me parecía que la discusión había sido ridícula, que era absurdo sentir tanto pesar debido a ciertos malentendidos. Aunque no tenía yo muy claro si había malentendidos de cosecha propia. En tres ocasiones casi cojo el teléfono para llamar a Cam, hablar con él, intentar entender todo el drama. Había visto chorradas de esas en la tele, leído cosas en libros, y aunque me lo había pasado bien con la angustia de la historia, ponía los ojos en blanco solo pensar que eso pudiera pasar en la vida real. Las personas no eran tan estúpidas.
Bueno, pues sí.
Yo sí que lo era.
Al final no le llamé. Llegué a la conclusión de que mis heridas eran demasiado recientes. Desde los dieciséis años había tenido siempre novio, y en los meses entre relaciones siempre había ido a la caza de alguno. Había pasado tanto tiempo creyendo a papá y mamá, creyendo que yo no era nada, que en lugar de esforzarme y luchar contra la mierda aborrecible que me habían transmitido toda la vida, la aceptaba y, por tanto, me agarraba a los hombres que, a mi juicio, atesoraban todos los atributos de los que yo carecía.
Cam había sido diferente desde el principio, pero aun así me había entregado a él. Había empezado a tenerle confianza. Más que eso: había empezado a basarme en su opinión sobre mí como persona para sentirme mejor conmigo misma. En mi interior notaba una especie de escozor ante la idea de perder esa buena opinión… o peor, ante la idea de que Cam en realidad no había tenido nunca esa buena opinión.
Meneé la cabeza. Aunque tenía la cabeza hecha un lío por su culpa, me costaba creer que Cam nunca hubiera visto más en mi persona. Lo que había hecho por mí, sus miradas, el cariño, la ternura… no podía ser todo falso. Sabía que no podía ser falso.
Quizá lo mejor sería tomarnos un día de descanso para tranquilizarnos. Ya hablaríamos mañana.
Asentí ante mí misma con dolor en el pecho. Parecía un plan.
Me levanté de la cama para despedir a Cole. Mi hermano me miró y enseguida se dio cuenta.
—¿Cam y tú os habéis peleado?
—Puñetero clarividente —mascullé irritada en voz baja al pasar por su lado para preparar té.
—Interpreto que esto es un sí.
Solté un gruñido.
—¿Mal rollo? —De repente sonó preocupado y más joven que nunca.
Volví la cabeza y lo miré. Cole intentaba mostrarse sereno, como si una pelea entre Cam y yo no fuera nada del otro mundo, pero yo sabía que le preocupaban las consecuencias que pudiera tener eso para su amistad con Cam. Negué con la cabeza.
—Todo irá bien. Nada que no tenga arreglo.
Me dirigió una sonrisa compasiva mientras se reflejaba alivio en sus ojos. Compasión de Cole. Estaría hecha un trapo, sin duda.
Cerré los ojos. Dios mío, ojalá Cam y yo fuéramos capaces de arreglar eso.
Le amaba.
Emití un sentido suspiro, abrí los ojos y solté un chillido.
Una araña.
En mi tazón.
—¡Cole! —grité paralizada.
—¿Una araña? —dijo tranquilamente mientras sus pasos se aproximaban.
Cole conocía bien mis chillidos.
—El tazón.
No moví un solo músculo mientras Cole inclinaba con calma el tazón en la ventana de la cocina y depositaba la araña en el alféizar, como había hecho Cam con el monstruo que apareciera en su cocina. Al recordar ese día, noté una oleada de nostalgia que traté de anular con la misma rapidez con que había surgido.
Señalé el tazón e hice una mueca.
—Tíralo a la basura.
Cole puso los ojos en blanco.
—Se lava con agua caliente y ya está.
—Estás chiflado si crees que puedo llevarme este tazón a la boca sin recordar siempre esas patas larguiruchas, peludas… puagh… —Me dio un escalofrío.
Cole puso otra vez los ojos en blanco, arrojó el tazón al cubo de la basura, y yo bajé los hombros aliviada.
Malditas todas las arañas del mundo entero. Estaban suponiendo un difícil obstáculo en mi camino hacia la independencia. Cuando Cole se acercó y me besó en el pelo antes de irse a la escuela, supe que yo había experimentado una mejora: ya no estaba hecha polvo sino que simplemente era digna de lástima. Con todo, su afecto me provocó un cosquilleo de felicidad y me olvidé por un momento de los problemas con Cam.
Me duché deprisa y me vestí con algo cómodo para ir a ver pisos con el tío Mick. Al pasar frente al dormitorio de mi madre, suspiré exasperada. Mamá llevaba días sin asomar la cabeza, y yo sabía que estaba viva solo porque la oía roncar. En el silencio del piso, reparé en que llevaba una semana sin decirle nada. Ni una palabra. Quizás es una buena señal, pensé con una tremenda tristeza. Quizá nunca llegaría a tener mejor opinión de mí misma si seguía dejando que mamá se acercara lo suficiente para desbaratar mis intentos. Y quizá si tuviera mejor opinión de mí misma, no me mostraría tan irracional respecto a la amistad de Cam y Blair.
Pero, pensándolo bien, a lo mejor eran solo ilusiones.
***
El tío Mick y yo estábamos tendidos en el suelo de madera noble de un piso de dos dormitorios de Heriot Row, una calle que estaba apenas a unos minutos de Dublin Street y bordeaba el lado norte de Queen Street Gardens. Lo más importante es que estaba a tiro de piedra de Jamaica Lane, donde Olivia acababa de firmar un contrato de alquiler de un piso de una habitación situado encima de una cafetería. Todo le iba bien. Demostrándose una vez más aquello de que lo importante es «a quién conoces», Clark le había conseguido una entrevista en la biblioteca de la universidad, en la que Olivia causó una gran impresión con su posgrado en biblioteconomía y sus seis años de experiencia laboral en los Estados Unidos. Le habían hecho un contrato temporal que sería revisado en el plazo de seis meses para convertirlo en indefinido.
Parecía feliz. Nerviosa pero feliz.
Mick estaba preocupado.
Como Olivia empezaba hoy en su nuevo empleo, yo me había ofrecido a acompañar a Mick a ver el piso sin muebles tan cercano a la nueva casa de su hija. La falta de muebles era un pequeño problema, pero la ubicación era ideal. Como pertenecía a la agencia de Carmichael, era Ryan quien nos lo enseñaba. Cuando de pronto nos tendimos en el suelo para examinar la calidad de la decoración, Ryan se quedó mirándonos boquiabierto y dijo:
—Esto…, esperaré fuera.
El tío Mick y yo solíamos tumbarnos así cuando me llevaba con él a su trabajo. En nuestra pausa para el almuerzo, nos echábamos en las sábanas que protegían los muebles del polvo y hablábamos de tonterías. Pero hoy no estaba yo para tonterías. Estaba para respuestas.
—¿Vas a contarme por qué no dejas de rondar en torno a tu hija adulta como si pudiera desaparecer o hacerse añicos de un momento a otro?
Mick exhaló un suspiro y giró la cabeza para mirarme. Sus ojos dorados rebosaban afecto, pero yo seguía detectando en ellos un atisbo de tristeza.
—Soy padre. Me preocupo, pequeña.
—¿Es la culpa que acarrea por lo de Yvonne?
—Te lo ha contado.
—Sí.
—Mi hija es fuerte, como tú, y le va a ir bien. Lo sé. Pero soy su padre y ella se ha trasladado a otro país, ha dejado atrás a todos sus amigos y va a empezar desde cero. Quiero estar seguro de que está bien, y si no estoy cerca me preocuparé. Y si para ello tal vez tengo que aguantar algo mal pintado, da igual. —Hizo un gesto hacia la pared principal, donde la pintura se había secado en brochazos irregulares—. Si pasa algo, si me necesita, si me llama, estoy literalmente a unos segundos.
—¿Te quedas este, entonces?
—Sí. —Se incorporó y me ayudó a hacer lo propio—. ¿Te apetece una excursión a IKEA?
Sonreí, burlona.
—Menos mal que hoy es mi día de cobro. —Mick parecía confuso—. En IKEA, puedo volverme loca por los complementos.
—Ah. —Mick rio entre dientes y me ayudó a levantarme.
Me sacudí el polvo del trasero, y de pronto fui consciente de la mirada intensa y escrutadora de Mick.
Alcé una ceja ante su semblante serio.
—¿Qué?
—También me preocupas tú. —Me apartó el pelo de la cara y me acarició la mejilla con el calloso pulgar—. Pareces cansada.
Negué con la cabeza y dirigí a Mick una sonrisa apesadumbrada.
—He tenido una pelea con Cam.
Mick torció el gesto.
—¿Sobre qué?
Y le hablé de todo: de Blair, de mis inseguridades sobre su amistad y de mi preocupación por si Cameron no me respetaba realmente como respetaría a Blair, por ejemplo.
—¿Todo esto es lo que te pasa por la cabeza? —preguntó Mick incrédulo.
Asentí despacio, turbada.
—Por el amor de Dios, mujer. Dudo mucho que Cam estuviera pensando ninguna de esas tonterías que le soltaste anoche. Se quedaría de piedra. Mira, los hombres no pensamos igual que las mujeres.
—Bueno… —Puse mala cara—. Será por eso que tenéis la capacidad emocional de un vaso de chupito.
Mick resopló divertido y salimos a reencontrarnos con Ryan.
—Me lo quedo, hijo. —Y asintió.
—Fantástico. —Ryan sonrió encantado—. Vayamos a la oficina a firmar todos los papeles.
Seguimos a Ryan calle abajo mientras él hablaba con alguien por el móvil. Todo en Ryan era refinado, ensayado. Me costaba creer que solo cuatro meses atrás yo hubiera podido sentirme atraída por ese caraculo.
¿Caraculo?
Madre mía, últimamente estaba pasando demasiado tiempo con Cole.
—Volviendo a lo de antes —dijo de pronto el tío Mick, con lo que dejé de mirar la impecable americana de Ryan—, creo que estás dándole a todo eso demasiadas vueltas. Me parece que al final descubrirás que ese chico te quiere mucho y está dispuesto a comprometerse. Sé a ciencia cierta que anoche no dijo eso en serio. Ya sabes que cuando estamos enfadados decimos muchas tonterías sin pensar.
—¿Crees que le importo mucho?
Mick puso los ojos en blanco (otro que también pasaba mucho tiempo con Cole) y emitió un suspiro.
—Pues claro que sí. Por Dios, hija. Deja de hacer el chorra.
***
Decidí bajar al piso de Cam antes de mi turno de esa noche, pero cuando llamé a la puerta no abrió nadie. Como no me había llamado ni había enviado ningún mensaje, pensé que igual era mejor así. Quizá necesitaba tiempo para poner un poco de distancia y calmarse.
Antes de ir a trabajar, recibí un mensaje de Joss en el que explicaba que esa noche no iría al pub, porque, por culpa de un virus que Declan había pillado en la escuela y le había pasado a ella, lo vomitaba todo.
Encantador.
Decía también que la sustituiría Susie.
Brian me saludó alegre en la puerta del bar y me presentó al nuevo portero, Vic, un polaco enorme, descomunal, con el que no le daba a uno ganas de meterse. Le dije hola con una sonrisa y a cambio recibí un estoico gesto de asentimiento. Miré a Brian levantando una ceja.
—¿Qué le ha pasado a Phil? —No porque fuera a echarle de menos.
—Ha cambiado de aires —contestó Brian encogiéndose de hombros.
Tras imitar su movimiento de hombros, entré y me encontré con Sadie y Alistair trabajando detrás de la barra. Como Su aún no había encontrado el sustituto de Cam, Alistair hacía todos los extras que podía. Sadie era una estudiante de posgrado de veintiún años que solía trabajar los lunes por la noche. Parecía legal. Era extrovertida, graciosa y muy lista. Habíamos trabajado juntas solo algunas veces y no la conocía muy bien, y como esa noche sería ajetreada pensé que todo seguiría igual.
Tres horas más tarde, el lugar estaba de bote en bote. Los tres trabajábamos sin parar, y en mi rato de pausa me encerré en el despacho de Su porque allí el sonido era más soportable. También miré obsesivamente el móvil, pero Cam aún no había establecido contacto. Me mordí el labio pensando si debería preocuparme, pero entonces reparé en que tampoco yo le había dicho nada a él, y en que quizás en ese momento estaba sentado con la mirada fija en su teléfono, reflexionando sobre por qué yo no le había mandado ningún mensaje.
Dios santo, ojalá.
Cuando regresé a la barra, había tanto ajetreo que gracias a Dios no tuve tiempo de pensar demasiado en mi relación. De hecho, estaba tan absorta en mi labor que cuando el tío se abrió paso hasta la barra y se apoyó en el mostrador, no le reconocí. Le dirigí una mirada rápida, de irritación, pues no me gustaba nada la gente que se saltaba la cola a empujones. Aun así, me apresuré a servirle la cerveza sin registrar su identidad. Pero cuando volví de la nevera y advertí el trayecto que había recorrido desde el otro extremo del bar apartando a la gente para llegar a mí, me tomé mi tiempo para mirarlo bien.
Unos ojos gris azulados me miraban desde una cara de facciones duras, de hombre viejo. Llevaba el pelo cortado casi al cero, pero entre los cabellos negros alcancé a ver salpicaduras de gris. En torno a los ojos había unas arrugas interesantes, y la cara se le había suavizado con la edad. Seguía toscamente labrado. Seguía sin tener el menor atisbo de delicadeza. Su pecho y sus hombros poderosos daban a entender que mantenía la forma de siempre.
Aquellos ojos duros brillaban ante mí, y sentí que el mundo se ponía del revés.
—¿Papá? —articulé, sin creerme todavía que él estuviera ahí delante, acodado en la barra.
Quería correr. Quería esconderme. No. Quería correr a casa, agarrar a Cole y luego esconderme.
—Jo. —Murray Walker se inclinó sobre la barra—. Me alegro de verte, nena.
Me sorprendí dando traspiés hacia él mientras el retumbante sonido del parloteo y la música se reducían a un suave murmullo. Dejé la cerveza sobre el mostrador con una mano temblorosa.
Murray vio el temblor en mis dedos y al volver a mirarme la cara sonrió con suficiencia.
—Mucho tiempo. Has crecido. Eres más guapa incluso que tu madre.
—Eh, ¿me van a servir o no? —soltó una irritada chica que había al lado de Murray. Aunque la irritación se convirtió en miedo cuando Murray se volvió de repente para fulminarla con la mirada.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dije lo bastante alto para que se me oyera por encima de la música, cabreada por el tembleque en la voz.
—Llevo siglos intentando encontrarte, joder, desde que salí. —Resopló, y el rostro se le retorció componiendo una familiar expresión de odio—. La bruja se marchó sin decirme adónde. La otra semana hice una búsqueda en Google y apareció una foto tuya con un multimillonario de Edimburgo. El artículo decía que trabajabas aquí. Era un artículo antiguo, pero pensé que podía probar suerte. —Me dirigió una sonrisa burlona que no me llegó a los ojos.
Ahora me temblaba todo el cuerpo. Se me agolpaba la sangre en los oídos, me latían los puntos del pulso y tenía el estómago revuelto.
—¿Qué… quieres?
Murray entrecerró los ojos y se apoyó en la barra. Me eché instintivamente hacia atrás.
—Quiero ver a mi hijo, Jo.
Era mi peor miedo hecho realidad.
Lo temía más que a Murray Walker.
—No.
Hizo una mueca.
—¿Cómo?
Negué con la cabeza. Estaba que echaba chispas.
—Ni hablar. No dejaré que te le acerques.
Bufó, al parecer sorprendido por mi audacia. Dio un manotazo en el mostrador con una sonrisa sesgada.
—Dejaré que te lo pienses con calma, nena. Hasta pronto. —Y se perdió entre la multitud con la misma rapidez con que había aparecido.
El ruido, la música, regresaron de súbito y me tambaleé contra la barra totalmente conmocionada.
—Jo. ¿Estás bien?
Parpadeando deprisa, viendo puntitos negros en todo mi campo visual, me volví sobre unos pies inestables para ver que Alistair me miraba la cara preocupado.
—Me siento…
—Vaya. —Me tendió la mano, y fui hacia él trastabillando—. Tómate un descanso, venga.
—Demasiado ajetreo… —murmuré.
Mientras Alistair me conducía al cuarto del personal, noté que algo frío me presionaba la mano. Miré la botella de agua.
—Sadie y yo nos encargamos de todo. Tómate uno o dos minutos. Seguramente estás deshidratada. Hoy hace calor aquí. Vamos, bebe —insistió, y en cuanto estuvo seguro de que yo le obedecía, regresó a toda prisa a la barra a ayudar a Sadie con los clientes.
El corazón todavía me aporreaba el pecho. Fijé la mirada en la pared, intentando procesar lo que acababa de ocurrir.
Murray Walker había vuelto.
Seguía siendo un miserable hijo de puta.
Y… Cole. Murray quería ver a Cole. Meneé la cabeza y me incliné sobre un grito ahogado mientras me escocían los ojos por las lágrimas.
No. Jamás.
Joder.
¿Qué iba a hacer yo?
***
Esa noche tomé un taxi para ir a casa, temerosa de que Murray me esperara en el exterior del bar. No estaba. Aun así…
Me tumbé en la cama y me quedé mirando al techo.
Eso podía acabar conmigo. Podía acurrucarme y llorar y convertirme en la niña que él maltrataba. Podía correr hacia Cam.
No obstante, la protección de Cole me correspondía a mí. Había sido así siempre. Y, en todo caso, Murray solo estaba jugando conmigo. No había tenido interés alguno en ver a Cole cuando formaba parte de la maldita vida de Cole, y ahora acudía a mí. No a mamá. A mí.
La otra semana hice una búsqueda en Google y apareció una foto tuya con un multimillonario de Edimburgo.
El cabrón no quería a Cole. Quería dinero.
Iba a chantajearme para conseguir dinero.
Estúpido gilipollas. ¡Si yo no tenía nada!
Cabeceé y me volví hacia un lado arropándome bien con las mantas. Le diría que Malcolm y yo habíamos terminado y que yo ya no tenía acceso a su dinero. Estaba prácticamente segura de que después se arrastraría de nuevo hasta su agujero de Glasgow.
Resuelto, pues. No hacía falta contárselo a nadie. Murray desaparecería en un abrir y cerrar de ojos.
El sueño me dio esquinazo otra noche.