13
Durante las semanas siguientes estuvo abriéndose en mi vida una verdad que hasta entonces no había estado dispuesta a afrontar. Desde hacía ya varios años, todos los días habían sido iguales: limitados y apagados, colores vívidos bajo la sombra de un muro. Y detrás de ese muro, yo lucía cada día el mismo uniforme… Si quisiera ser realmente melodramática, lo llamaría mono anaranjado mate. Pero a medida que pasaban esos días, notaba que el uniforme se esfumaba, se hacía jirones y me rascaba el cuerpo cuando intentaba trepar por el muro para saltar al otro lado.
Ahora el muro se alejaba, la sombra se disipaba, los colores eran más brillantes.
Y todo porque pasaba tiempo con Cam.
Entre semana, salíamos todo lo que podíamos. De hecho, cada noche pasaba a tomar café o a cenar antes de ir a trabajar, aunque yo estuviera por ahí con Malcolm. Íbamos y volvíamos juntos del pub, y con Joss echábamos unas risas. Los fines de semana no le veía porque trabajaba, iba a clase de judo con sus amigos o salía con Becca. La última vez había llevado a Cole al gimnasio y le había animado a hacer más ejercicio físico, y curiosamente mi hermano estaba contemplando la posibilidad. De tanto oír hablar de judo ya me zumbaban los oídos.
Para mí, Cam era un confidente. Le conté más cosas sobre mi vida y mis esperanzas de futuro para Cole. Cole lo veía como un alma gemela. Dibujaban cómics juntos, compartían gustos en cine y música, y por lo que leía yo entre líneas, Cam también respondía a todas las preguntas de Cole que este no se atrevía a hacerme a mí.
Establecimos vínculos rápidos y sólidos y nos convertimos en una unidad familiar.
Mis sentimientos hacia Cam eran cada vez más profundos y yo libraba una continua batalla con mi conciencia, discutiendo, fingiendo que aquello no significaba nada. Junto con el rollo emocional, mi cuerpo se hallaba casi en un punto crítico de tanto desearlo. No sé cómo conseguía disimular ante él, pero lo hacía. No quería que nada destruyera nuestra amistad.
Esto no significaba que no encontrase yo otras válvulas de escape para mi frustración sexual acumulada, que solo añadían otro nivel de culpa y vergüenza a mi ya considerable montón. Había visto a Malcolm menos de lo habitual, pero tres de las cuatro veces que lo vi nos acostamos juntos… y las tres veces…
… hice algo inconcebible: cerrar los ojos e imaginarme a Cam.
Y cada vez me corrí.
Malcolm lo interpretó en el sentido de que él y yo íbamos de nuevo bien encarrilados y cualquier cosa que hubiera estado preocupándome estaba ya resuelta.
Yo era una persona horrible, horrible.
Ajá. Mi mundo estaba lleno de color. Rojo para el deseo. Amarillo para la vergüenza.
Verde para los celos.
Sí, en las últimas semanas había reaparecido el monstruo de ojos verdes. Cada vez que Cam mencionaba el nombre de Becca sentía en el pecho un dolorcillo que el domingo se convertía en una hemorragia con todas las de la ley.
Cole y yo habíamos comido con los Nichols y regresado a casa de buen humor. Cole había bajado a invitar a Cam a tomar café y yo estaba tarareando como una idiota, mi estómago ya una avalancha de revoltosas criaturas aladas ante la expectativa de verle. Cole volvió solo.
Fruncí el ceño y serví el café de Cam.
—¿Ya viene?
Cole negó con la cabeza y juntó las cejas en lo que yo interpreté como un gesto de desconcierto.
—¿No está?
Se encogió de hombros.
Oh, Dios, habían vuelto los encogimientos de hombros.
—¿Y bien?
Se apoyó en la encimera de la cocina y suspiró antes de lanzarme una mirada inquisitiva.
—¿Tú y Cam sois solo amigos?
Por aquella época yo mentía con mucha facilidad.
—Naturalmente. Yo estoy con Malcolm. ¿Por qué?
En las mejillas de Cole aparecieron dos puntos de color y la boca se le curvó hacia arriba en las comisuras.
—Porque parece que Cam prefiere tirarse a una titi ruidosa a tomar café con nosotros.
Se me quedó todo el cuerpo paralizado y miré fijamente a mi hermano, con el corazón acelerado y una sensación de tremendo desasosiego mientras se me comían los celos.
—Jo…
Torcí el gesto y me agarré a una explicación de mi parálisis.
—No digas «tirarse» y no digas «titi». Ni «titi», ni «chavala» ni «tipa». Somos «mujeres», o «señoras», o «chicas».
Cole soltó un gruñido.
—Gracias por la lección de vocabulario.
Lo miré irse al salón, mi buen humor esfumado por la idea de que Cam y Becca estaban haciendo el amor.
***
Supongo que al final yo ya no podía afrontar tanto colorido, y el jueves siguiente, antes de amanecer, arranqué el papel pintado del salón. Estaba intentando calmarme. La noche anterior, había salido con Malcolm, pero acabé pidiéndole que me dejara en casa temprano alegando no sé qué excusa de que no me encontraba bien. Me precipité escaleras arriba para mirar en Internet, encontré la subasta que estaba buscando, reservé lo que necesitaba en la tienda local y me puse a preparar las paredes.
Ya por la mañana, llevé a Cole a la escuela sin hacer caso de sus quejas sobre las paredes desnudas y después fui a recoger lo que había encargado: tres rollos de papel. También compré un poco de cola y una caja de dónuts.
En cuanto me hube puesto la camiseta y los pantalones manchados de pintura, me hube recogido el largo pelo en una coleta y me hube puesto un pañuelo en la cabeza, me sentí mejor. Ya más tranquila. Estaba colocando la mesa de encolar cuando apareció mamá en el umbral.
Nos miramos fijamente.
No hablábamos desde mi agresión en la cocina, hacía casi tres semanas.
Sus cansados ojos recorrieron la sala de estar… las sábanas para el polvo, los rollos de papel pintado, el cubo de cola.
—¿Otra vez? —gruñó.
Siguiendo el ejemplo de Cole, respondí encogiéndome de hombros.
Mamá exhaló un suspiro y meneó la cabeza con aire cansino.
—¿Hay comida?
—Queda pasta de anoche. ¿Puedes calentarla sin incendiar el piso?
Rechazó con la mano mi mordaz comentario y se dirigió a la cocina con paso algo inseguro.
—Me la comeré fría.
Al cabo del rato volvió a su cuarto. Pese a que, en vista de las circunstancias, yo consideraba necesaria la buena educación, todavía me costaba mucho no propinarle un puñetazo cada vez que me acordaba de que había golpeado a Cole. La verdad es que cuando la miraba solo veía eso.
Puse música, pero a un volumen bajo para no molestar a «Alco-mamá» y procedí a poner el papel nuevo, que era de color crema y tenía unas rayas de tono champán, plata y chocolate apenas visibles. Tendría que comprar cojines nuevos para el sofá y cambiar la lámpara de pie, pero de momento daba igual. Decorar siempre me permitía alejarme de todo y relajarme, y ahora eso era urgente. Comencé a las diez, y a las once ya me sentía totalmente tranquila y saciada tras haberme comido dos dónuts. Estaba a medio colgar una tira de papel pensando que a los armarios de la cocina no les vendría mal una mano de pintura cuando llamaron a la puerta.
Volviéndome en mi escalera de tijera, con las manos en alto sosteniendo el papel frente a la pared, grité:
—¿Quién es?
—¡Cam!
No. Él no iba a destruir mi tranquilidad. Aspiré hondo y miré lo hecho hasta el momento. Era mi última tira de papel, y la estancia ya se veía más limpia y luminosa.
—¡Pasa! —Alineé la tira y con la brocha alisé la parte superior y la pegué a la pared.
Dos segundos después, lo oí a mi espalda.
—¿Qué estás haciendo?
Pasando por alto el efecto de su voz en mi cuerpo, moví el papel ligeramente y verifiqué su colocación antes de alisar otra parte.
—Estoy empapelando.
—¿Tú sola? —Detecté la incredulidad en su voz.
Asentí, y bajé un peldaño en la escalera para aplanar la parte intermedia. Se ajustaba a las mil maravillas. La práctica hace al maestro.
—¿Quién creías que había decorado este lugar? El papel, la pintura, los suelos pulidos… —Terminé con el trozo y ya abajo me aparté un poco, sonriendo ante el nuevo aspecto general.
Me volví hacia Cam y me sorprendió su semblante un tanto atónito mientras sus ojos recorrían el salón para regresar a mí.
—¿Sabes lo difícil que es empapelar? Lo has hecho como una profesional.
No había para tanto. Torcí el gesto.
—Me enseñó el tío Mick.
—¿Cuando contabas diez años? —dijo, sonriendo con curiosidad—. ¿Y aquí cuándo has empezado?
—Hace una hora.
Abrió de par en par aquellos ojos maravillosos.
—¿Y ya has terminado? Jo, este sitio está pero que muy bien arreglado. Parece hecho por un profesional. En serio.
Ante el cumplido, sonreí y me ruboricé de placer.
—Gracias. A Cole le saca de quicio. Cuando ha visto las paredes desnudas casi le da un ataque.
—Bueno, en realidad… —Cam dio un paso hacia mí—, he venido por causa de Cole. He recibido un mensaje suyo que decía «Jo está empapelando. Esto solo lo hace cuando pasa algo. ¿Sabes de qué va?»
Traidor. Solté aire y dejé de mirar a Cam. O sea que Cole había llegado al extremo de pedir ayuda al vecino, incluso en algo que me incumbía a mí. ¿No había forma de que tuviera yo secretos?
—¿Y bien?
Me encogí de hombros.
—De vez en cuando es algo que me ayuda a relajarme. —Traté de apaciguarlo con una sonrisa—. Cam, tú precisamente sabes que en mi vida hay mucho estrés. Hago esto solo para reducirlo.
Pareció compadecerse de mí e hizo un gesto de asentimiento.
—De acuerdo. —Ahora bajó la vista al suelo y recorrió con los ojos la pintura del zócalo. Sin decir palabra, desapareció y fue a la cocina. Lo oír dentro de la cocina y luego lo vi reaparecer, cruzar el umbral y dirigirse a las habitaciones y al cuarto de baño. Oí que se abrían tres puertas: la del baño, la de Cole y la mía.
Cam regresó al salón y se encontró con mi «aspecto», mis cejas levantadas y mis brazos cruzados. Torció los labios. Yo no.
—¿Has acabado, capullo entrometido?
Sonrió con aire burlón.
—Tienes un montón de libros.
Me aclaré ruidosamente la garganta.
—Esto explica el vocabulario.
—¿Perdón?
—Te expresas muy bien. Has leído mucho.
¿Cómo es que los cumplidos de Cam eran siempre los mejores? Para alguien que intentaba quitárselo de la cabeza era irritante.
—También tienes talento.
Noté una sacudida de asombro.
—¿Talento, yo? —¿Iba drogado?
Trazó un semicírculo con el brazo.
—Jo, podrías ganarte la vida haciendo esto.
—¿Haciendo, qué?
—Pintando y decorando.
Aquella ridiculez me hizo reír.
—Sí, ya. ¿Y quién en su sano juicio contrataría a una chica que dejó la secundaria y no tiene experiencia alguna como pintora y decoradora? Hay que afrontar los hechos. Soy una inútil, Cam.
Se le endureció el semblante; me inmovilizó con los ojos entrecerrados.
—No eres ninguna inútil. No digas eso delante de mí. Me revienta. —Menos mal que Cam no tenía previsto esperar que yo hablase, pues no habría sabido cómo contestar o reaccionar habida cuenta de la cálida confusión en mi pecho—. Esto lo haces bien. Realmente bien. Nate conoce a alguien que tiene una empresa, me parece. Me enteraré de si puedes hacer un aprendizaje.
—No. Tengo veinticuatro años. Nadie contrata a un aprendiz de veinticuatro años.
—Si es un favor a un amigo, quizá sí.
—No, Cam.
—Venga, Jo, piénsatelo al menos. Te gusta y lo haces bien. Mejor eso que tener dos empleos y salir con… —Se calló y palideció al darse cuenta de que casi había cruzado la línea.
Bueno, «casi» no. La había cruzado. Apreté la mandíbula y aplaqué el escozor de las lágrimas al comprender que él aún me veía así: una chica tonta y guapa a la caza de hombres ricos. Limpié de cola la mesa plegable y decidí no hacerle caso.
—Piénsalo, Jo. Por favor.
—He dicho que no, gracias. —Ni se me pasaba por la cabeza que alguien quisiera contratarme, y la humillación y el rechazo no sonaban nada divertidos.
—Jo…
—¿Qué has venido a hacer, Cam? —Lo corté con brusquedad. Lamenté enseguida el tono, pero ya no había remedio.
Sacó aire entre los labios, buscándome los ojos con los suyos, y, como si no encontrara lo que estaba buscando, dio un paso atrás.
—Nada. Mejor me voy. He…
—¡Jo! —Esta vez le cortó la voz de mi madre, cuyo agudo chillido nos hizo torcer el gesto.
Era la primera vez que me pedía ayuda desde el incidente. Suspiré con fuerza y dejé caer la brocha de encolar en el cubo.
—Quédate, Cam. Voy a ver qué quiere mamá. Prepárate un café. Y ya puestos me haces un té a mí.
—¡Jo!
—¡Voy! —grité, y Cam pareció sorprendido—. ¿Qué pasa? —dije mientras pasaba por su lado.
Sonrió satisfecho.
—Nunca te había oído levantar la voz.
—Nunca me has visto ante una araña, está claro.
Cam se dirigió a la cocina riendo.
—Prepararé el café.
Aliviada al ver que había decidido quedarse, me apresuré a la habitación de mamá.
Con gran sorpresa mía, estaba tendida en la cama y, a pesar de todo, no parecía hallarse en ningún tipo de «situación». Oh, Dios mío, ojalá no hubiera perdido el control de su vejiga. Ya había pasado antes.
—¿Qué? —dije asomando en la puerta.
—¿Quién es? —preguntó en voz alta, haciendo con la cabeza un gesto hacia más allá de mi espalda—. Últimamente oigo esta voz. ¿Quién es?
Era la primera vez que mamá mostraba realmente interés en algo ajeno a su patética existencia empapada en ginebra, y no pude menos que responder:
—Es Cam. Un amigo.
—¿Te lo follas?
—Mamá… —Había hecho la pregunta en voz alta, y di un respingo.
—Vaya, vaya —dijo con desdén—. ¡Mírate! Ahí de pie, juzgándome. Deja de mirar así, chica. Te crees mejor que yo. Acusándome de pegar a Cole, pensando que no soy nada. Bien, pues mírate al espejo, chica, ¡porque tú tampoco eres nada! —Mientras sus ojos despedían desprecio, supe que eso era lo que ella había estado esperando. Era su venganza por mi agresión. Humillarme delante de Cam—. ¡Eres una inútil, y ese tipo de ahí fuera se largará cuando esté harto de lo que tienes entre las piernas!
Cerré la puerta de un portazo con el cuerpo temblando, y apoyé la frente en la hoja en un intento de controlar la respiración. Al cabo de unos segundos, oí que se ponía a llorar.
—Jo…
Al oírle la voz, cogí aire y me volví despacio y le vi de pie en la puerta, con los ojos rebosando cólera. Dio los pasos necesarios para estar pegado a mí e imagino que habló en voz alta para que mi madre le oyera:
—No eres ninguna inútil. No eres lo que dicen los demás.
Bajé la vista al tatuaje.
SÉ CALEDONIA
Cuando mis ojos se desplazaron hasta los suyos y advertí pesar por mí, supe que Cam era el único tío que me había visto en la vida. Y, lo que es más importante, veía más allá de lo que podía ver yo. Para Cam, yo era más.
Quise cogerle la mano y llevarle por el pasillo hasta mi habitación, desnudarme delante de él y dejar que cogiera todo lo que yo podía darle.
Y yo coger todo lo que pudiera darme él.
Pero en vez de hacer lo que realmente quería hacer, le dediqué una sonrisa agradecida bien que platónica.
—A ver este café.