5
Cuando llegó mi turno del martes por la noche, había llegado a un punto de desorden mental. A la carrera, como de costumbre, llegué a casa después de mi trabajo diurno, me zampé los macarrones con queso que había hecho Cole, me aseé y me puse el uniforme laboral, me aseguré de que Cole hubiera hecho los deberes y de que mamá siguiera con vida, y partí hacia el bar.
Llevaba todo el día temiendo ese momento.
Al dirigir a Brian y al portero una sonrisa forzada, sentí los nervios en el estómago. Impaciente por haber tenido ya el primer encuentro con Cam, no me paré a charlar con ellos. Crucé la entrada y me preparé para entrar en el club. Una vez dentro, me detuve con la mirada clavada en el tío que había detrás de la barra.
Cam.
Estaba de pie, con los codos apoyados en la encimera negra de granito y la cabeza inclinada sobre una servilleta en la que parecía estar dibujando. El desordenado pelo rubio oscuro le caía descuidadamente sobre los ojos. Vi que se lo apartaba y, en el dedo anular de la mano derecha, advertí un anillo masculino indio de plata que titilaba bajo las luces. Tenía el mismo aspecto que la última vez: el rudo atractivo sexual, el reloj de aviador y las pulseras de cuero. El único cambio era la camiseta. Ahora lucía una camiseta blanca ajustada con CLUB 39 garabateado sobre el pecho y que todos los tíos debían llevar. Incluso cuando se encorvaba, el pecho y los hombros me parecían más anchos que aquel día.
Di otro paso adelante, y el sonido de la bota hizo que Cam alzase la cabeza.
Al cruzarse las respectivas miradas, se me entrecortó la respiración.
Ante su atención de hombre, mi cuerpo reaccionó al instante bañándome las mejillas en calor. Notaba que se me hinchaban los pechos y que me apretaba el bajo vientre, y mientras seguíamos mirándonos en medio de un silencio intenso, mi mente y mi cuerpo se declararon la guerra. El cuerpo jadeaba «Es sexy. ¿Puede ser nuestro?», mientras la mente gritaba «Pero, Dios mío, ¿qué demonios estás diciendo?».
A mi alrededor todo se había vuelto borroso… Lo único nítido era Cam y todos los sitios donde yo quería sentir que me tocaba.
De pronto apareció flotando frente a mis ojos la cara de Malcolm y di un respingo y rompí el estrambótico hechizo bajo el que había caído.
Dirigí a Cam una sonrisa tensa y me acerqué a zancadas, con los ojos pegados al frente y deliberadamente lejos de él.
Cam tenía otros planes. Cuando levanté la encimera para pasar al interior de la barra, él se colocó frente a la entrada al cuarto del personal y me cerró el paso. Le miré un instante las botas negras de motero y entonces, comprendiendo que debía de parecer una idiota integral, dejé que mi mirada se desplazara hacia arriba. Cam tenía los brazos cruzados sobre el pecho mientras permanecía apoyado en el marco, y me sentí totalmente incapaz de descifrar el significado de su expresión. Era peor que Joss. Si Joss no quería que supieras qué estaba sintiendo, se incrustaba la máscara negra en la cara. Por lo visto, Cam había comprado la máscara en la misma tienda que Joss.
—Qué tal. —Agité la mano.
La agité de verdad.
Oh, Dios mío, que me trague la tierra.
Los labios de Cam se movieron.
—Hola.
¿Por qué era todo tan embarazoso? Por lo general, yo podía coquetear y camelarme a cualquier tío. De repente había pasado a comportarme como una chica reservada de diecisiete años.
—Así que ya tienes el empleo. —No, solo es un figurante. Puse los ojos en blanco para mis adentros.
Si él pensó algo igualmente sarcástico, tuvo la delicadeza de no verbalizarlo.
—Sí.
¿Qué eran esas respuestas de una palabra? Torcí la boca al recordar su verborreica agresividad la otra vez que nos vimos.
—El otro día estabas más locuaz.
Cam arqueó una ceja.
—¿Locuaz? ¿Alguien tiene un calendario de palabras del día?
Pues vaya con la delicadeza. Intenté pasar por alto el escozor que me produjo su comentario socarrón. No obstante, resultaba algo difícil de hacer cuando el comentario era mucho más que simple mofa. Lo fulminé con la mirada.
—Yo sí. —Pasé por su lado rozándolo, golpeándole el brazo con el codo mientras me dirigía al cuarto del personal—. La de ayer era «gilipollas». —Al abrir la taquilla me sentí orgullosa por haber sabido defenderme de él otra vez. De todos modos, aún me temblaba el cuerpo. Los enfrentamientos no eran lo mío, y no quería verme envuelta en ninguno. Ya lamentaba la presencia de Cam en mi vida.
—Muy bien, lo tengo merecido.
Miré al punto hacia atrás y vi que me había seguido. Bajo la luz más brillante, sus ojos azul cobalto relucían de forma enigmática. Lucía barba de tres días. ¿Nunca se afeitaba el hombre ese? Maldito. Bajé la vista y me volví.
—La verdad es que quería darte las gracias por haberle dado mi número a Su.
Asentí con el bolso a medias dentro, a medias fuera de la taquilla, fingiendo que revolvía en busca de algo.
—Dijo que me recomendabas.
Mi bolso era sumamente interesante. Recibo del bocadillo y la sopa para el señor Meikle, chicles, tampones, un boli, un folleto que me habían dado por la calle sobre no sé qué banda de rock…
—Dijo, y cito textualmente, «Jo tiene razón… eres atractivo».
Me puse colorada, apenas capaz de ahogar el gemido de turbación. Metí el bolso en el armario y me guardé el móvil en el bolsillo. Inspiré hondo y me dije a mí misma que podía hacerlo. Podía trabajar con ese irritante mierda. Me di la vuelta y casi pierdo pie al verle la pícara mueca en la cara. Acaso fuera la mirada «más agradable» que me había dirigido hasta el momento.
Entonces le aborrecí.
Jamás en la vida me había sentido atraída hacia un tío que se portaba tan horrorosamente conmigo. De todas maneras, sabía que, en cuanto hubiera pasado más tiempo con él, su mala actitud habría reducido la atracción a cero. Cuestión de paciencia. De momento, eché atrás lo hombros y añadí algo de flirteo al pasar por su lado.
—Dije «bastante atractivo».
—¿Qué diferencia hay? —dijo Cam, que me siguió a la barra.
Me acordé de que era martes. Una noche tranquila. Lo cual significaba que trabajarían ellos dos solos.
Fantástico.
—«Bastante atractivo» está unos cuantos niveles por debajo de «atractivo». —Mientras me ataba el minúsculo delantal en la cintura no lo miraba, pero alcanzaba a percibir en el rostro el calor de su mirada.
—Bueno, sea como sea, te lo agradezco.
Asentí, pero seguí sin mirarle. Lo que hice fue sacar el móvil del bolsillo y volver a comprobar si tenía algún mensaje de Cole. Nada.
—¿Está permitido esto?
Ahora sí que lo miré con una arruga de sorpresa entre las cejas.
—¿Qué?
Cam hizo un gesto dirigido al móvil.
—Lo llevo encima. No parece que le moleste a nadie.
Sonrió con aire de complicidad y cogió la servilleta y el bolígrafo que había dejado sobre el mostrador. Se guardó la servilleta en el bolsillo de los vaqueros antes de que yo viera qué había estado dibujando y deslizó el boli tras la oreja.
—Ah, claro, querrás recibir el último chismorreo.
Solté un gruñido y cogí un trapo para tener algo en las manos. Si no, lo agarraba del puto cuello.
—O mensajes sexuales de Malcolm… también conocido como el cajero automático.
Me hervía la sangre. No recordaba la última vez que había estado tan furiosa con alguien. No, espera. Sí, había sido con Cam solo una semana antes. Me di la vuelta para plantarle cara, entrecerrando los ojos mientras él se apoyaba en la barra del bar con una expresión arrogante y de mofa.
—¿Te ha dicho alguien alguna vez que eres el gilipollas más despreciable, farisaico, repelente y sabelotodo que ha existido jamás? —Me subía y bajaba el pecho al compás de los accesos de rabia.
El semblante de Cam se ensombreció, con la mirada parpadeando en mi pecho antes de regresar al rostro. Su examen me puso aún más colorada.
—Cuidado, cariño. Si sigues así, vas a agotar todo el calendario de palabras.
Cerré los ojos con los puños apretados a los lados. No había sido nunca una persona violenta; de hecho, detestaba la violencia. Como, siendo yo niña, mi padre siempre la emprendía a bofetadas y puñetazos, si alguien se ponía agresivo conmigo me quedaba paralizada. Pese a todo, jamás había querido lanzar nada a nadie como ahora a Cam.
—Una chica espabilada. —La grave voz de Cam me envolvió—. Así que no te ha decepcionado demasiado que Disney mintiera… al margen de lo mucho o poco que lo desees, yo siempre estaré aquí cuando abras los ojos.
—Olvidaba lo de condescendiente —mascullé con tono abatido—. Gilipollas despreciable, farisaico, repelente, sabelotodo y condescendiente.
Ante el cálido sonido de su risa, abrí los ojos de golpe. Cam volvía a sonreír. Debió de notar mi sorpresa porque se encogió de hombros.
—Entonces quizá me equivocaba al pensar que eras estúpida.
No, estúpida no era. Pero tampoco tenía estudios. No había terminado la secundaria ni había ido a la universidad. Y todo eso me hacía sentir incómoda con él. Si lo averiguaba, esto podría ser la munición necesaria para martirizarme más. Me salvé de continuar la conversación al oír voces que se filtraban en el club. Llegaron los primeros clientes, y pronto estuvimos demasiado ocupados atendiéndoles para decirnos nada más uno a otro. Observaba a Cam por el rabillo del ojo para ver qué tal, pero él lo hacía todo muy bien. Un verdadero profesional.
Nuestros cuerpos se rozaron un par de veces, y yo sentí una especie de descarga eléctrica. También por fin pude verle bien el tatuaje. Era un feroz dragón negro y púrpura… el cuerpo y las alas enroscados alrededor de los bíceps, el largo y escamoso cuello entintado en la mitad superior del antebrazo. La calidad artística era increíble. Sin embargo, no podía distinguir la escritura del otro brazo sin ponerme en evidencia. Porque estaba claro que él era consciente de mi atención. Y que yo lo era de la suya. El peor momento se produjo cuando yo estaba llenando una copa de cerveza de barril y Cam se inclinó a mi lado en busca de unas servilletas que había en el estante más bajo de la barra. Pegó su cuerpo al mío. Inhalé el olor masculino a aftershave y jabón y de pronto dejé de respirar del todo. Cam tenía el rostro al nivel de mi pecho.
Era hiperconsciente de él, y se me tensó el cuerpo de arriba abajo.
Prolongando la tortura, las servilletas se le escurrieron de los dedos y tuvo que agacharse de nuevo, y ahora su mejilla me rozó la teta derecha.
Cogí aire, y él se quedó inmóvil un momento.
Cuando se puso derecho, aventuré una mirada desde debajo de mis pestañas, y el destello misteriosamente sexual de sus ojos se dejó sentir como una caricia física que me bajó por el estómago hasta el sexo. Los sensibles pezones se endurecieron contra el sostén. Oh, no. Vaya.
Cam apretó la mandíbula y retrocedió. Yo por fin recobré la compostura solo para descubrir que la cerveza había desbordado la copa y se había derramado sobre mis dedos, por lo que tuve que repetir la operación.
Después de esto, intenté evitar toda clase de contacto físico. Nunca nadie antes me había atraído tanto. Por lo general, tardaba un poco en conocer a un tío y sentir ese profundo hormigueo en todos mis lugares inútiles. ¿Cómo es que ese tío me provocaba una reacción tan visceral?
La noche fue avanzando lentamente, dividida entre ráfagas de clientes y ratos más tranquilos. En una de esas treguas saqué el móvil y lo miré. En un mensaje Cole me decía que el fusible de la tostadora se había quemado y que en el piso no teníamos ninguno. Le contesté para decirle que mañana compraría uno. A ver si me acordaba.
—¿Es el tipo de la otra noche o Malcolm?
Guardé el teléfono y al levantar la vista vi que Cam me miraba con desdén.
Bueno, si quería creer lo peor de mí, adelante.
—El tipo. Se llama Cole.
El desdén se transformó en ceño fruncido.
—¿Cómo puedes ser tan frívola?
—Seguramente por lo mismo que tú eres tan capullo.
—¡Eh, Jo, para el carro!
Desconcertada, volví la cabeza siguiendo la conocida voz. Joss estaba en el otro extremo de la barra y Ellie a su espalda. Las dos chicas miraban boquiabiertas, aunque Joss empezaba a ondular los labios en las comisuras. Miró a Cam.
—Tienes que haberla cabreado de verdad. Cuesta mucho que Jo insulte a alguien.
Cam lanzó un gruñido.
—Es curioso. He perdido la cuenta de sus insultos.
Joss me miró, yo todavía con las mejillas coloradas por la vergüenza de haber sido sorprendida insultando a Cam.
—Solo tú me elogiarías por llamar capullo a alguien.
—Oh, no, yo también —terció Ellie, que se acercó más a la barra con los ojos más escrutadores mientras observaba a Cam—. Sobre todo si la persona en cuestión lo merece.
Al ver el intercambio de papeles entre Joss y Ellie, casi me echo a reír. Normalmente, Ellie era la que concedía a todo el mundo el beneficio de la duda, pero ahora recelaba un poco de Cam. Solo cabía suponer que se debía a que nunca me había visto mosqueada con nadie y que habría una buena razón para ello. Estaba en lo cierto.
Los ojos de Joss saltaban de mi cara a la de Cam y viceversa.
—Els, te presento a Cameron MacCabe. Llámale Cam. Cam, mi amiga Ellie.
—¿La hermana de tu novio? —dijo Cam con indiferencia mientras se les acercaba.
—Sí.
Tendió la mano a Ellie con una sonrisa tan cordial y estupenda que me dio un vuelco el corazón. Luego noté un dolor agudo en el pecho. Cam no me había sonreído así.
—Encantado de conocerte, Ellie.
Al parecer, Ellie no era inmune a sus encantos… Le dedicó una sonrisa radiante, esfumados todos los recelos. Le estrechó la mano.
—Joss dice que eres diseñador gráfico.
Se acercó un cliente a la barra, y yo le atendí mientras Cam hablaba con mis amigas. Me las ingenié para escuchar al cliente con un oído y a Cam con el otro.
—Sí, pero me cuesta encontrar trabajo. Si no consigo uno pronto, quizá tenga que irme de Edimburgo.
—Qué pena.
—Sí.
—¿Ya tienes piso? ¿Ha habido suerte? —le preguntó Joss, y entonces caí en la cuenta de que el sábado por la noche seguramente los dos se habían caído lo bastante bien para entablar una verdadera conversación en las horas de más ajetreo.
—He visto algunos interesantes. Ninguno tan bonito como el que tengo ahora, pero uno debe vivir en un lugar que esté a su alcance, ¿no?
—¿Y qué hay de Becca? —pregunté antes de poder remediarlo. Entregué al cliente el cambio y aguardé la respuesta de Cam.
Cam me miró juntando las cejas.
—¿Qué hay de Becca?
Yo había estado en el piso de Becca con motivo de una fiesta. Era un espacio enorme situado en Bruntsfield, que compartía con otras tres personas. Con todo, creo que allí había sitio para Cam.
—Tiene ese inmenso apartamento en Leamington Terrace. Seguro que hay sitio para ti.
Sacudió bruscamente la cabeza rechazando la idea.
—Solo llevamos un mes juntos.
—¿Cómo os conocisteis? —preguntó Ellie. No me sorprendió. Ellie era una romántica empedernida y siempre andaba buscando historias de amor.
Se me revolvió desagradablemente el estómago al pensar que Cam y Becca estaban creando juntos una historia de amor.
¿Qué me pasaba? Yo estaba con Malcolm y Cam era un coñazo.
—En una fiesta organizada por un amigo.
—Siendo Becca también artista, os llevaréis bien.
Se le curvó la boca en un extremo.
—Tenemos diferentes opiniones sobre lo que es arte, pero sí, nos llevamos bastante bien.
—¿Quieres decir que con tu novia eres tan condescendiente como conmigo? —refunfuñé, y acto seguido pasé por alto el débil sonido de regocijo emitido por Joss.
Cam me dedicó una sonrisa curiosamente persuasiva.
—Tú estabas ahí, Jo. No me digas que su arte no es una mierda.
Joss soltó una risotada y yo me limité a negar con la cabeza procurando no alentarle con una sonrisa burlona.
—Se supone que eres su novio. Se supone que has de apoyarle, no cachondearte de ella.
—Conoces a Becca, ¿no? Siempre necesita que alguien esté lamiéndole el culo. Es la persona más arrogante que he conocido en mi vida.
—Un momento… —Ellie parecía confusa—. No parece que te guste mucho.
—Claro que me gusta —gruñó Cam, que se encogió de hombros y dirigió a Ellie una sonrisa pícara—. Su arrogancia me parece sexy… y divertida.
Aparté la mirada fingiendo interés en los clientes de la pequeña pista de baile. Pensé en si Malcolm se sentía así con respecto a Becca, en cuyo caso, ¿cómo quedaba yo en la comparación? ¿Vulgar y corriente e insegura?
Dios mío, ojalá no.
—¿Estás bien, Jo? —preguntó Joss, lo que me obligó a volver la cabeza. Me miraban todos, incluido Cam.
Asentí y dirigí a Joss una sonrisa dulce y tranquilizadora.
—Claro.
Joss arrugó la frente.
—¿Cómo está Cole?
Me estremecí por un momento, consciente de que el cuerpo de Cam se tensaba al oír el nombre. No quería que él supiera la verdad sobre Cole. Si estaba tan decidido a ver lo que veían todos al mirarme, yo no iba a sacarlo de su error.
—Bien. —No fui más explícita con la esperanza de que Joss se olvidara del asunto.
Pero no fue así, claro.
—El domingo parecía más tranquilo que de costumbre. ¿Le pasa algo?
No, ¡y ahora cállate!
—No, nada.
Ellie me dirigió una mirada compasiva.
—Cuando Hannah cumplió catorce años adoptó la modalidad adolescente clásica. Tranquila y taciturna. Cuando son tímidos como Hannah y Cole es peor, porque si se sienten deprimidos por algo se encierran mucho en sí mismos.
Mierda.
Cam se enderezó hasta alcanzar su estatura máxima de modo que me superaba en bastantes centímetros. Tenía las cejas arqueadas con gesto interrogativo.
—¿Catorce?
Joss y Ellie, gracias.
—Cole —le explicó Joss, al parecer impaciente por darle información sobre mí. Yo estaba considerando muy en serio la posibilidad de que mi regalo de Navidad de este año para Ellie y Braden fuera un pedazo de carbón, en agradecimiento por haber convertido a Joss en una persona normal que fastidiaba a sus amigas con sus pésimas habilidades de casamentera— es el hermano pequeño de Jo. Ella se ocupa de él.
Cam me fulminó con su penetrante mirada mientras me captaba con todos mis colores nuevos.
Sí, Cam, leo y escribo y tengo un vocabulario bastante bueno. No estoy engañando a mi novio rico. Soy una adulta responsable de un adolescente que está a mi cargo. Quédate con todas tus ideas preconcebidas. Gilipollas.
Ante las preguntas escritas en sus ojos, me encogí de hombros.
Y Joss, es que no podía parar.
—A Jo le dejamos llevar encima el móvil por si Cole la necesita, así que si la ves mirar de manera compulsiva, déjalo correr. Es un poco sobreprotectora. Una buena hermana.
¡Deja de chulearme! Lancé una mirada acusadora a Ellie, cuyos ojos abiertos de par en par denotaban confusión.
—La culpa la tienes tú —le dije.
Ellie exhaló un suspiro, y su confusión se fue desvaneciendo a medida que iba entendiendo.
—¿Serviría de algo que la preparase mejor?
—Serviría que le pulsases la tecla de RESET.
—Eh —protestó Joss.
Ellie meneó la cabeza con vehemencia.
—No, me gusta la nueva Jocelyn.
—Bien, estoy perdido. —La mirada de Cam rebotaba de un lado a otro.
Sí, ojalá te quedaras perdido.
—Da igual, venga. —Negué con la cabeza y miré a Joss—. Aparte de todo, ¿qué haces esta noche?
Joss sonrió con picardía.
—Solo pasábamos por aquí.
No pude disimular la irritación en mis ojos, y Ellie reprimió la risa.
—Creo que es hora de irse. —Agarró del brazo a una reacia Joss y tiró de ella.
—Muy bien —masculló Joss, su calculadora mirada oscilando entre Cam y yo—. Jo, háblale a Cam de los cómics de Cole.
Resoplé para mis adentros.
—Buenas noches, Joss. Nas noches, Els.
Ellie se despidió agitando la mano y sacó a Joss del bar.
Aunque a nuestro alrededor, la conversación era un parloteo ininteligible por encima de la música, en la burbuja que nos contenía a mí y a Cam tras la barra reinaba el silencio. En la palpable tensión que había entre nosotros no podía penetrar ningún ruido.
Al final, Cam dio un paso hacia mí. Por primera vez desde que le conocía (y me sorprendió reparar en que le había visto solo dos veces, pues daba la impresión de que nos conocíamos desde hacía mucho tiempo), Cam parecía incómodo.
—Entonces… Cole es tu hermano pequeño…
Vete a tomar por el culo. Lo miré con cara de póker, intentando decidir qué decir. Por fin llegué a la conclusión de que sería mejor que Cam y yo mantuviéramos las distancias. Con independencia de lo mucho que Joss quisiera que él me viera bajo una luz distinta, yo no quería. Cam había sacado sus conclusiones precipitadas como todo el mundo, y francamente yo no quería hacer buenas migas con alguien que se había dedicado a meterse conmigo antes incluso de conocerme. Suspiré y pasé por su lado.
—Me tomo un descanso.
Cam no contestó.
En cuanto al resto de la noche, soportó mi indiferencia sin decir palabra.