9

Cuando me desperté ya era media mañana. Me quedé tapada con el edredón sin intención de moverme. Para ahorrar en la factura de la luz, tenía la calefacción puesta en el temporizador diario. Se encendía durante dos horas por la mañana y otra vez a las cinco de la tarde. Fuera del cálido capullo de mi cama el aire era gélido, y yo gimoteaba ante la injusticia de tener que levantarme.

Cole me había despertado unas horas antes para recordarme que se iba a casa de Jamie y que se quedaría todo el día y pasaría allí la noche. Recuerdo que, refunfuñando, le dije que cogiera veinte libras de mi bolso por si había alguna emergencia y me dormí otra vez.

Giré los ojos a un lado para ver la hora en el despertador de la mesilla. Las diez y media. La verdad es que debía levantarme y comprar algo de comida antes de prepararme para mi tremebunda noche con Becca y Cam.

Puaj.

—Muy bien. Uno, dos, tres —conté. A la de «tres» retiré las mantas y salté de la cama. Era la única forma. Si lo hacía despacio, deslizándome poco a poco, me quedaría dormida a medio camino. Entre escalofríos, miré el colchón con nostalgia.

Haciendo mohines, me apresuré al pasillo para encender el agua caliente de la ducha. Una taza de té me mantuvo caliente mientras esperaba; abrí la puerta del cuarto de mamá.

Estaba despierta.

—Buenos días.

—Buenos días —farfulló, y se subió el embozo de la sábana—. Hace frío, puñeta.

Porque estuviste sin conocimiento en el suelo de la cocina a saber cuánto rato.

—¿Quieres una taza de té y una tostada?

—Sí, no estaría mal, cariño. —Se deslizó más abajo hasta acabar hecha un ovillo.

Tras llevarle el té y la tostada y asegurarme de que se lo tomaba todo, la dejé sola y me preparé para el día que me esperaba. Además de conseguir provisiones debía comprarle un regalo de cumpleaños a Angie, una amiga de la peluquería en la que trabajara años atrás. Antes de Joss, yo no había tenido amigas íntimas debido a… bueno… mi carácter reservado, pero con Angie y Lisa, también de la peluquería, había salido y me lo había pasado bien, y ellas habían sido lo más parecido a amigas del alma. Llevaba meses sin ver a ninguna de las dos aunque seguíamos mandándonos mensajes de texto con regularidad.

Me puse la chaqueta de lana que se ceñía en la cintura, me envolví en una bufanda y me calcé las botas Uggs de tela sobre los estrechos vaqueros. El pelo recién lavado me caía sobre los hombros y por la espalda en mechones gruesos; sabía que debía recogérmelo, pero la sola idea de dejar las orejas al descubierto me daba escalofríos. Cogí los guantes y el bolso y estuve lista.

Grité adiós a mamá y salí a toda prisa, deseando como siempre estar en cualquier sitio menos metida en el piso con ella. Bajé despacio mientras me ponía los guantes y al oír el sonido de una risa masculina me quedé inmóvil en un rincón de la escalera que me llevaba a la planta de abajo.

El piso vacío que había debajo del mío ya no estaba vacío.

La puerta estaba abierta, y con los ojos abiertos como platos vi a dos tíos que transportaban una mesa baja por los últimos escalones que terminaban en el descansillo.

—Has golpeado una pata. —El tipo altísimo de pelo oscuro y con una camiseta de rugby dirigió a su compañero una sonrisita de complicidad mientras estabilizaban el peso.

El otro era algo más bajito, de anchas espaldas y pelo oscuro descuidado aplastado bajo un gorro de punto. Cuando se volvió para sonreírle con descaro a su amigo, supe que estaba en presencia de un actor. El tipo era guapísimo, y esa sonrisa revelaba que sabía exactamente qué hacer con ella.

—No se va a dar cuenta.

—La madera tiene una marca.

—Nada, esto le da personalidad.

Bajé otro peldaño y mi movimiento atrajo la mirada de ambos. Al ver la puerta abierta del piso, noté cierto revuelo en el estómago. Teníamos un vecino nuevo. Teníamos un vecino nuevo que debería soportar las sonoras borracheras de mi madre.

Fabuloso.

El tío del gorro sonrió con gesto maravillado al verme: me repasó con los ojos de pies a cabeza. Eché un rápido vistazo a su compañero y descubrí que también estaba siendo sometida a su atento examen. Apareció de súbito mi coqueteo y les dediqué media sonrisa y un movimiento de dedos.

—Qué tal.

El del gorro apoyó la mesa en su lado y preguntó:

—¿Vives aquí?

—En el piso de encima.

Soltó un resoplido y meneó la cabeza mientras miraba a su amigo.

—Qué suerte la de Cam. Cabrón.

Al oír el nombre me puse tensa.

—¿Por qué tardáis tanto? —preguntó una voz grave y conocida desde dentro del piso.

Ya tenía yo la boca colgando cuando salió Cam a recibir a sus amigos.

—¡Cam! —chillé incrédula.

Sobresaltado, Cam me miró con la estupefacción aflojándole los rasgos.

—¡Jo!

—Eh… —La cabeza del más alto saltó de mí a Cam y al del gorro—. El cabrón ya la conocía.

No les hice caso. El corazón me aporreaba el pecho mientras mis ojos inmovilizaban a Cam en el rellano. Cam llevaba vaqueros y una de sus viejas camisetas, las botas de motero, el pelo revuelto y los ojos oscuros de no haber dormido. Pese al evidente cansancio, parecía desprender una energía que me absorbía. Cuando Cam entraba en algún sitio, uno percibía su vitalidad, su fuerza. Pocas personas en el mundo tenían esa presencia. Braden Carmichael era así. Cameron MacCabe también, sin duda.

¿Estaba mudándose al piso de abajo?

Ante la idea de que Cam estaría tan cerca de mis secretos y mi vergüenza, me resultaba imposible desacelerar el pulso.

—¿Te mudas?

Sus ojos miraron más allá de mí, a la planta de arriba.

—¿Vives aquí? Dios santo. —Cam exhaló un suspiro; por lo visto, aquello le fastidiaba tanto como a mí—. Qué pequeño es el mundo.

Como un pueblo.

—Y que lo digas —murmuré. ¿Cómo había podido pasar eso? ¿Es que el destino me la estaba jugando? De todas las posibles casualidades en el mundo, ¿por qué se me tenía que endilgar a mí esa mierda pinchada en un palo?

—Eh, esto pesa —se quejó el tío alto señalando la mesa.

Advertí los bíceps y dudé mucho de que la encontrase pesada.

Cam indicó el interior del piso.

—Adentro, chicos. Gracias.

—No, no. —El de la gorra meneó la cabeza sonriendo con complicidad—. Primero preséntanos a miss Escocia.

Noté que me ruborizaba ante el cumplido; detestaba que alguien ahondara en la opinión de Cam sobre mí.

El cuerpo de Cam se puso tenso y cruzó los brazos.

—Meted esto dentro y ya está.

Dios mío, qué indigno era presentarme siquiera a sus amigos. Pasé por alto lo dolida que me sentía y dediqué una sonrisa al del gorro:

—Me llamo Jo.

El del gorro y el alto se quedaron con la boca abierta.

—¿Jo? —dijeron sorprendidos al unísono… como si hubieran oído hablar de mí.

Confundida, arrugué la frente mientras dirigía una mirada inquisitiva a Cam, que ahora tenía el cuerpo rígido mientras miraba a sus amigos negando casi imperceptiblemente con la cabeza.

Los otros dos no captaron lo que Cam quería decirles.

—¿La Jo del bar? ¿Jo?

¿Les había hablado, Cam, de mí? Me moví incómoda, no muy segura de cómo había sido descrita.

—Sí.

Los dos sonrieron burlones, y el de la gorra me dijo hola con un asentimiento de la cabeza.

—Yo soy Nate y este es Peetie.

Observé incrédula al tipo alto.

—¿Peetie? —Era un nombre un poco raro para alguien de su tamaño.

—Gregor. Peterson de apellido.

—Ah, vale.

—Cam nos ha hablado de ti, Jo —prosiguió Nate, evitando el ceño fruncido de Cam.

Algo alterada por el hecho de que Cam hubiera hablado de mí con sus amigos y presa de la curiosidad sobre qué les habría dicho, decidí que ya era hora de ir tirando y de empezar a hacerme a la idea de que Cam era mi nuevo vecino.

Ahora que me acordaba, él le había dicho algo a Joss de que buscaba un piso más barato.

Pero es que… con tantos sitios como había, ¿por qué tenía que ser mi bloque?

Fingiría que me daba igual lo que hubiera dicho Cam.

—Bueno, no os creáis ni una palabra. —Pasé por delante de Cam sin mirarlo y dediqué una sonrisa a sus amigos—. Cam tiene la mala costumbre de formarse una opinión de las personas antes de conocerlas.

Nate asintió.

—Sí, ya nos contó lo estúpido que había sido contigo.

Esto me detuvo a media zancada, y me volví para mirar a Cam.

Cam se encogió de hombros, todavía con cara de póker.

—Ya te dije que lo lamentaba.

Mis ojos saltaron a sus sonrientes amigos y otra vez a él.

—Bien, supongo que ahora puedo creerte. Vecino. —Me despedí de todos con un gesto y empecé a bajar las escaleras con cuidado.

—¿Esta es Jo? —preguntó Nate en voz alta cuando yo hube desaparecido de su campo visual, y no pude menos que parar la oreja.

—Cállate —le siseó Cam—. Hay que subir las demás cosas.

—Virgen Santísima, no hablabas en broma, ¿eh? Vaya piernas más largas, joder.

—Nate…

—¿Cómo puedes aguantar, colega? Si no intentas algo con ella, ya lo haré yo.

El rugido de Cam me retumbó en las tripas.

—¡Entrad en el puto piso!

Se oyó un portazo y yo di un salto hasta el último descansillo. ¿Qué demonios significaba todo eso? ¿Qué les había dicho Cam de mí?

***

El estilo sencillo del restaurante, con su madera de tonos suaves y su relajante decoración beige y crema habría debido añadir una apariencia de calma a la situación.

Pero no.

Me senté frente a Becca y Cam, con Malcolm a mi lado, y recé por ser yo la única que percibiera la empalagosa tensión en la mesa. Habíamos pedido y nos habíamos comido ya los aperitivos, y Becca y Malcolm mantenían la conversación a flote todo el rato. Mientras esperábamos el segundo plato, cambié de postura varias veces ante el incómodo silencio que reinaba ahora en el grupo.

Desde que hube llegado con Malcolm, había evitado desesperadamente mirar a Cam. Había estado pensando en él todo el día, y juro que desde el descubrimiento de que era el nuevo vecino tenía el pulso acelerado. Y en mi cabeza se desarrollaban los peores escenarios imaginables. Cam oyendo a mi madre, Cam descubriendo por qué mi madre hacía a veces tanto ruido, Cam revelándole eso a alguien importante para mí… digamos, Malcolm.

Y sí, si era sincera conmigo misma, también me preocupaba que la ya mala opinión de Cam sobre mí quedara completamente superada por la verdad sobre la situación de mi madre. No entendía por qué me importaba tanto lo que pensara él. De hecho, no sabía qué clase de hombre era.

—Me encanta tu vestido, Jo. Malcolm tiene buen gusto, ¿eh? —Becca sonrió desde lo alto de su copa de vino.

Compuse una débil sonrisa en respuesta, no muy segura de si resultaba sincera o maliciosa.

—A mí también me gusta el tuyo. —Ahí sí siendo sincera. Becca lucía un vestido de lentejuelas de tono dorado oscuro con un escote alto y una falda corta. Rebosaba dispendio y estilo.

Malcolm iba elegantísimo, como siempre, con su traje con chaleco y una corbata verde esmeralda a juego con mi vestido. Y Cam… bueno… Cam era Cam.

Aunque evité mirarlo directamente, eché irremediablemente un vistazo a su atuendo. Su única concesión a la ropa de etiqueta eran unos pantalones negros… pantalones que combinaba con una camiseta impresa, una gastada cazadora de cuero negro y las botas de motero. Por educación, al sentarse a la mesa se había quitado la cazadora.

De alguna manera no podía menos que admirarle. Vestía como quería y le importaba un pito lo que pensaran los demás. Seguramente por eso era tan puñeteramente atractivo con independencia de lo que llevara puesto.

—Tus zapatos también son monos. —Becca sonrió burlona—. Me he fijado antes.

Cam soltó un bufido y dejó el tenedor sobre la servilleta denotando un aburrimiento distraído. Se le levantó un poco la comisura de la boca.

—Me encanta tu corbata, Malcolm. Combina de maravilla con tus ojos.

Malcolm le sonrió la gracia con aire socarrón y le señaló los tatuajes.

—Y a mí me gusta el arte. ¿Qué pone aquí?

Me incliné hacia delante. Había querido saber eso desde el primer día.

—Sé Caledonia —respondió Becca mirando irritada el brazo de Cam—. Y no te molestes en preguntarle qué diablos significa porque no te lo dirá.

Ya no me sorprendía el cálido hormigueo entre mis piernas ante el modo en que Cam ondulaba divertido los labios. Al parecer, cualquier cosa que hiciera me excitaba. Nuestros ojos se cruzaron un momento y yo bajé los míos ruborizada.

—Bueno, ¿y qué hay del dragón? —prosiguió Malcolm—. ¿Significa algo?

Cam asintió.

—Cuando me lo hice iba significativamente borracho.

—Oh, no. —Malcolm se echó a reír—. Qué estupidez.

—Sí, qué estupidez. Tenía yo veintidós años y salía con una mujer mayor que casualmente era tatuadora. Nos emborrachamos, acabé sentado en su silla, me preguntó qué tatuaje quería, le dije que me sorprendiera… —Se encogió de hombros.

Me reí ante la imagen de Cam levantándose de la silla para descubrir que tenía un fiero dragón en el brazo.

—Así que te dibujó un dragón negro y púrpura.

Cam me dirigió su sonrisa paralizante.

—Le sobraba fantasía. Tenía que haberlo recordado antes de acceder a sentarme en su silla.

—Es una obra de arte asombrosa.

—Bueno, Anna era una artista asombrosa.

—Basta, que podría ponerme celosa —interrumpió Becca riendo, aunque su risa sonaba fingida. No había ahí ningún «podría». Tomó un sorbo de vino e hizo saltar la mirada de su novio a mí—. Bien, Cam me ha hablado de la feliz coincidencia.

Malcolm me miró.

—¿Qué feliz coincidencia?

—Pues que el piso nuevo de Cam… está en el bloque de Jo. El de debajo, de hecho.

—¿En serio? —Malcolm me dirigió una mirada guasona antes de volverse hacia Cam con aire de complicidad—. Ya me dirás cómo es. Jo no quiere que me acerque siquiera.

Me retorcí bajo la mirada curiosa de Cam, cuyos ojos parecían preguntar ¿Qué demonios de relación tenéis vosotros dos?

—Es como cualquier otro sitio de Edimburgo.

—Vaya. Gracias, Cam. Eres tan elocuente como Jo.

—¿Has tardado mucho en llevar tus cosas? —preguntó Becca cuando llegaba el segundo plato.

Cam esperó a que todos estuviéramos servidos y hubiéramos empezado a comer.

—Todo el día.

—Mira, habrías tardado menos si te hubieras deshecho de todos esos libros de cómics.

—Ya rechacé esa sugerencia —le replicó Cam con gesto perezoso.

Becca negó con la cabeza y se dirigió a nosotros a todas luces frustrada.

—Tiene centenares, con cierres de plástico, cajas y cajas. Es ridículo. Sé que como artista debería entenderlo, pero no puedo, de ninguna manera.

Malcolm hizo un gesto de asentimiento.

—Admito que nunca he entendido la fascinación por los cómics.

—No sé. —Me sorprendí hablando, pensando en los mundos que Cole había creado y que había compartido conmigo gracias a su afición a los cómics y las noveles gráficas—. Creo que tienen algo absorbente. En realidad, la mayoría tratan solo de personas comunes a quienes pasan cosas fuera de lo común. Leemos libros así cada día. Estos solo tienen imágenes chulas para ilustrar lo que las palabras no pueden expresar.

Yo quería evitar la reacción de Cam, pero el calor de su mirada atrajo la mía, y cuando se cruzaron se quedaron trabadas. Noté que, ante su sonrisa suave y sus ojos cálidos e inquisitivos, yo apenas respiraba.

—Joss dice que tu hermano dibuja y escribe sus propias historias.

El recuerdo de Cole me aflojó los labios y esbocé una sonrisa más relajada.

—Tiene mucho talento.

—Un día me encantaría echarles un vistazo.

—Creo que a Cole no le importaría. —No sé por qué dije eso. Yo no quería que Cam se acercara a Cole ni a mi piso. Sería el modo de mirarme. Era como si Cam estuviera viendo algo que le gustaba, algo totalmente ajeno a mi cara bonita, mis piernas largas o mis tetas sugerentes. Las palabras que habían salido a trompicones de mi boca le habían complacido, y yo ahora me deleitaba en su buena opinión.

Vaya idiotez la mía.

—Jo…

Al oír la voz, desprendí la mirada de la de Cam.

No. Me puse tensa. No puede ser.

Me cambié de posición en la silla y miré a los ojos de alguien muy conocido. Me estalló en el pecho un dolor inesperado mientras me invadía una oleada de recuerdos.

Dios mío. ¿Era hoy un día especialmente cruel, o qué? ¿Cuántas casualidades podía soportar una persona a la vez?

—Callum. —Busqué con los ojos el bello rostro de mi ex novio. Hacía más o menos un año que no lo veía. Desde la separación, tres años atrás, nos habíamos tropezado varias veces, pero nunca en un sitio donde pudiéramos hablar.

Alrededor de los ojos le vi un par de arrugas que no estaban cuando salíamos juntos, si bien eso solo incrementaba su atractivo. Ni uno solo de sus sedosos cabellos oscuros estaba fuera de su sitio, y llevaba un traje de corte impecable para su físico perfecto. La morena bajita que estaba a su lado, aproximadamente de mi edad, exhibía una belleza lozana.

—Me alegro de verte, Jo. —Se separó un paso de su novia y por un momento me pareció advertir en sus ojos un parpadeo. Me levanté de la mesa y enseguida me vi envuelta en su abrazo. No había cambiado de colonia, y eso desencadenó un goteo de recuerdos sensuales. El sexo con Callum había sido el mejor de mi vida: nada pervertido ni excepcionalmente audaz, sino primitivo y satisfactorio. Me pregunté con tristeza si habíamos aguantado tanto tiempo gracias a eso.

Las manos de Callum se deslizaron con confianza por mi cuerpo mientras me abrazaba, y ahora una de ellas me apretaba en la parte inferior de la espalda y la otra me tocaba el culo.

—Te he echado de menos —susurró, y me dio un apretón en la nalga.

Me reí nerviosa y me zafé de su abrazo.

—Yo también a ti.

Se aclaró una garganta y me volví y vi a Malcolm mirándonos, con las cejas a la altura del nacimiento del pelo.

—Ah, Malcom, te presento a Callum Forsyth. Callum, te presento a mi novio, Malcolm Hendry.

Malcolm se levantó a medias para inclinarse y estrecharle la mano a Callum, que lo miró atentamente y murmuró un educado «hola» antes de volver a mirarme a mí.

—Estás estupenda.

—Gracias. —Lancé una mirada rápida a su chica sin saber si iba a presentármela. Tras seguirme la mirada, Callum pareció caer de pronto en la cuenta de que la otra estaba ahí—. Ah, te presento a Meaghan. Mi prometida.

Pues vaya manera de saludar a una ex novia delante de la prometida. Casi le regaño.

—Encantada.

—Encantada —dijo ella educadamente sonriendo a Callum con dulzura.

Si yo fuera ella, me habría cabreado que mi prometido hubiera tocado el culo de otra mujer. Si yo fuera ella…

Tonterías, Jo. Me reprendí a mí misma. No estás diciendo más que tonterías. Si hubieras sido tú, habrías fingido no haber visto nada para no provocar una discusión ni molestarle.

Mientras miraba a mi ex novio y su prometida, vi que no había cambiado nada. La chica sería bajita y morena, pero probablemente era solo otra versión de mí. Esa mirada de deseo vehemente a los ojos de Callum quizá certificaba nuestra magnífica vida sexual pero nada más porque… él no me había conocido.

Yo era la novia perfecta. Si me ponía a pensar, no recordaba haber tenido jamás una pelea. ¿Por qué? Porque yo no discutía nunca. Siempre me mostraba de acuerdo con él o me mordía la lengua. Me daba igual lo que hiciéramos mientras así él fuera feliz. Yo era la personificación de lo anodino agradable. Y cuando por fin dejé de satisfacer todos sus caprichos tras haber colocado las necesidades de mi familia por delante de las suyas, cortó conmigo.

Me recorrió un súbito tembleque y me aparté de Callum mientras se desvanecían esos cálidos recuerdos. ¿Veía Cam eso cuando pensaba en mí y en Malcolm? ¿Con Malcolm era yo también así? No discutíamos nunca. Yo siempre estaba de acuerdo… pero eso era para conservarlo, ¿vale? Le lancé una mirada y vi que me observaba con el ceño fruncido. Quería que un día ese hombre me propusiera matrimonio, ¿no? Daba igual si la proposición era a mi verdadero yo o no.

Se me revolvían las tripas.

¿Vale?

Daba igual.

… ¿vale?

Miré a Callum sonriendo con los labios apretados.

—He de volver a mi mesa. Me alegra haberte visto después de tanto tiempo; un placer conocerte, Meaghan. —Asentí con la cabeza y volví a sentarme.

Supe que se habían marchado cuando la mirada de Malcolm se posó de nuevo en mí.

—¿Estás bien?

—Sí.

—¿Quién era ese?

—Un ex novio.

Becca ahogó una risita.

—Un ex novio sobón.

—Demasiado sobón —susurró Cam, y alcé la vista y nuestros respectivos ojos chocaron. No sabía yo muy bien qué pasaba detrás de los suyos. ¿Estaba enfadado?

—Sí, bueno —dijo Malcolm, ahora más tenso—. Desde luego no le ha importado que su novia estuviera precisamente al lado.

¿Te ha importado a ti, Malcolm?, ¿te ha importado a ti? Le lancé una mirada y casi suelto una palabrota por el modo en que miraba a Cam. No, no era Callum. Era Cam. Torcí el gesto, totalmente confusa.

—¿Estás enfadado?

Con esa cuidadosa mirada dirigida a Cam, Malcolm me sonrió y deslizó el brazo por el respaldo de mi silla.

—Al final de la noche acabarás en mi cama, cariño. No tengo motivo ninguno para estar enfadado.

Desconcertada por su inusitado comentario, le sonreí débilmente y miré furtivamente a Cam. Parecía estar muy interesado en su plato, y como no pude interpretar su semblante, interpreté su cuerpo. Tenía los hombros tensos, la mandíbula apretada y el puño tan cerrado en torno al tenedor que se le veían blancos los nudillos.

¿Ahora estaba enfadado Cam?

Madre mía, ¿a qué estábamos jugando todos?