21
Cabría pensar que, tras presenciar mi exaltado drama emocional, Cam se portaría bien conmigo y me prepararía para el encuentro con la persona que estaba en el piso esperándome.
Pero no.
Quería que fuera una sorpresa.
Algo nerviosa por el misterio que me aguardaba, lo seguí al salón.
Mis ojos se vieron atraídos de inmediato por una joven que se levantó del sofá. Más baja que yo pero más alta que Joss, se quedó ahí de pie, todo curvas y culo y un pelo asombroso. Por alguna razón, pensé enseguida que era Blair. Me fijé en aquellos ojos color avellana inusitadamente claros, tanto que parecían dorados, y sentí que se me obturaba la garganta. Podría decirse que la mujer tenía un ligero sobrepeso, pero lo único que procesaba yo eran las grandes tetas y el curvilíneo trasero, que a ella le quedaban la mar de bien. Su pelo negro azabache le caía por la espalda formando un increíble desorden de ondas suaves. Creyendo que la mujer era Blair, y soportando a duras penas tenerla delante, hasta al cabo de un rato no me di cuenta de que el resto de sus rasgos no llamaban precisamente la atención. El pelo, los ojos y el tipo daban la impresión de algo extraordinario.
De pronto ella sonrió.
Exhibía una sonrisa fantástica que descolocaba.
—¿Jo?
Y acento americano.
—Ehhh… ¿cómo?
—Johanna…
La voz áspera desvió mi mirada a la izquierda, y ante la imagen del hombre corpulento que estaba de pie junto a la chimenea de Cam abrí los ojos como platos. La fuerza de sus ojos avellana claros me hizo tambalearme hacia atrás. Estaba tan consumida por los celos pensando que la mujer era Blair, que no había siquiera registrado lo familiares que eran aquellos exóticos ojos.
—Tío Mick… —Tomé aire y lo recorrí con los ojos de arriba abajo.
Parecía más viejo; algunas canas le salpicaban la barba y el pelo oscuros, pero era él. Una torre de metro noventa y cinco y anchas espaldas que aún parecía sano y en forma como once años atrás. Todo el mundo había dicho siempre que el tío Mick era fuerte y resistente como un cagadero de ladrillos. Seguía igual.
¿Qué estaba haciendo aquí?
—Jo. —Meneó la cabeza y me dirigió una sonrisa que despertó mi añoranza—. Siempre supe que serías un bombón, muchacha, pero fíjate. —Su acento me hizo llegar por un instante la marcada y brusca inflexión de los escoceses suavizada ligeramente en ciertas palabras que los americanos pronunciaban arrastrándolas. Lo mismo que Joss pero al revés.
Todavía muda de asombro, solo fui capaz de repetir su nombre.
—Tío Mick. —Miré a Cam boquiabierta, con el corazón en un puño—. ¿Qué pasa?
Cam dio un paso al frente y me cogió la mano para tranquilizarme.
—Me dijiste el apellido de Mick, que se había ido a vivir a Arizona, y me enseñaste viejas fotos. Mick tiene una cuenta en Facebook, lo localicé, y aquí está.
¿Facebook? Volví a mirar a Mick incrédula, sin creerme aún que estuviera ahí presente. Todo lo bueno de mi niñez estaba delante de mí, y yo aún no sabía si quería lanzarme a sus brazos de cabeza o darme la vuelta y salir corriendo.
—Cam me ha contado lo difíciles que han sido para ti las cosas, cariño. Lo lamento de veras. —La voz de Mick era baja, como si estuviera hablándole a un animal asustado—. Lamento no haber estado aquí.
Tragué saliva y traté desesperadamente de no llorar por enésima vez ese día.
—¿Cómo es que has venido?
—Estuvimos hace unos años en Paisley para una breve visita, pero nadie sabía adónde habíais ido. Vi a tu padre.
Al recordar a mi padre torcí el gesto.
—¿Sigue allí, entonces?
Mick asintió y dio un paso hacia mí.
—Me alegro de que Fiona os alejase de él. Me alegra de que no tenga ni idea de adónde fuisteis; por otra parte, es demasiado estúpido para encontraros.
Noté que me escocía la nariz por las lágrimas que ya no podía contener.
—Así que has hecho todo el viaje para verme.
Sonrió burlón.
—Ha merecido la pena comprar el billete de avión, pequeña.
Pequeña. Me llamaba siempre así, y me encantaba. Por eso llamaba yo «pequeño» a Cole. Me brotó un sollozo de la boca antes de poder remediarlo, y al parecer harto de tener paciencia, el tío Mick emitió un ruido ronco, cruzó la sala y me estrechó fuertemente entre sus brazos. Yo le devolví el abrazo, aspirándolo. Mick no se había puesto nunca aftershave. Siempre había olido a jabón y a tierra. El dolor en mi pecho se intensificó al volver a ser una niña de diez años acurrucada en sus brazos.
Nos quedamos así un rato, hasta que por fin se me fue apagando la llorera, y entonces Mick me soltó, con sus ojos claros mirándome llenos de vida…, ojos que yo había amado más que nada en el mundo hasta que apareció Cole.
—Te he echado de menos.
Me eché a reír en un intento de frenar otro ataque de llanto.
—Yo también a ti.
Tras aclararse la garganta y cambiar incómodamente de postura, embargado por las emociones, Mick se volvió para mirar a la otra mujer. Me la presentó, pero yo ya no necesitaba que me dijeran quién era. Sus ojos la delataban.
—Jo, te presento a Olivia. Mi hija.
Cuando Olivia dio un paso hacia mí, tenía lágrimas en los ojos.
—Encantada de conocerte, Jo. Como papá lleva años hablándome de ti, parece como si ya te conociera. Ha sonado como un tópico, pero en fin.
Sonreí débilmente, aún no muy segura de cómo me caía. Al ver el embeleso con que el tío Mick miraba a su hija, me alegré por él. Me alegré de que hubiera encontrado su propia familia. Sin embargo, la chica de trece años de mi interior tenía celos de Olivia… de entrada, por ser quien se había llevado a Mick.
Traté de anular ese sentimiento sabiendo que era inútil, pueril y mezquino, pero, por mucho que yo no quisiera, seguía ahí.
—Como en Paisley no os encontramos, lo intentamos a través de Facebook, pero se ve que no tienes cuenta. Creíamos haber localizado a Cole, pero no estábamos seguros, y además papá temía que, en todo caso, no quisieras saber nada de él.
Alcé la vista hacia Mick y le apreté el brazo con la mano.
—Me sabe mal haber interrumpido el contacto. Fue algo infantil.
—Pequeña, eras solo una niña.
—Cam estaba casi seguro de que querrías ver a papá. —Olivia sonrió agradecida más allá de mí, y me volví hacia Cameron.
—Es increíble que hayas hecho esto —susurré bajito, sabiendo, aun sin importarme en ese momento, que todo lo que sentía por él aparecía reflejado en mis ojos.
Cam me rozó afectuosamente la mandíbula con los nudillos.
—¿Feliz?
Asentí con un nudo en la garganta. Me sentía feliz. La mera presencia de Mick en la estancia… me daba seguridad.
Tomamos asiento alrededor de la mesita de Cam mientras él nos preparaba un refrigerio. Me senté entre Mick y Olivia, sorprendida por la simpatía y el entusiasmo de ella. La había imaginado furiosa por haber tenido yo a su papá durante los primeros trece años de su vida, pero no parecía furiosa en absoluto. Daba la impresión de que le alegraba que su padre se hubiera reencontrado conmigo.
—¿Cuánto tiempo os vais a quedar? —pregunté a Mick, ya relajado en los cojines, el largo brazo extendido por detrás del sofá, a mi espalda.
Contestó al tiempo que sus ojos saltaban a Olivia.
—Aún no lo sabemos.
Cam se reunió con nosotros, y de mi boca empezaron a surgir preguntas.
Algunas respuestas me apenaron, y mi resentimiento hacia Olivia comenzó a disminuir. Yo no era la única que lo había pasado mal.
Mick se había trasladado a Phoenix para conocer a su hija, y se reavivó la relación con su madre, Yvonne. Trabajó para algunos contratistas, se casó con Yvonne, y formaron una familia feliz. Hasta que a Yvonne le diagnosticaron un cáncer de mama en la etapa IV. Había muerto hacía tres años dejando a Olivia y a Mick solos en el mundo. La madre y la hermana de Yvonne vivían en Nuevo México, pero la relación con ellas no era muy estrecha.
—Pensamos que los e-mails de Cameron eran una señal —me dijo Olivia en voz baja—. Quizá necesitábamos precisamente salir de Arizona… —Se encogió de hombros—. Nos pareció lo mejor venir a verte y respirar un poco.
Fruncí el ceño.
—¿Y vuestra vida allí? ¿Los negocios del tío Mick? ¿Tu trabajo?
—En Phoenix, hacía tiempo que las cosas ya no nos iban igual —explicó Mick—. Creímos que una pausa nos vendría bien. —De la tristeza alojada en el fondo de sus ojos deduje que había cambiado todo mucho desde la muerte de Yvonne. Mick me sonrió con dulzura—. ¿Te apetece dar una vuelta conmigo, Jo? Así hablamos.
***
Vaya día más estrambótico. Caminaba yo al lado del gigantesco Mick y por primera vez en mi vida adulta me sentí físicamente pequeña. Él permanecía pegado a mí, pero yo alcanzaba a ver que sus ojos lo absorbían todo durante el trayecto hasta Leith Walk y Princes Street. El tío Mick miró al otro lado de la carretera y se fijó en el Hotel Balmoral cuando pasamos por delante.
—He echado de menos este lugar. Edimburgo no es siquiera mi ciudad y la he echado de menos. He echado en falta todo lo de aquí.
—Imagino que las diferencias entre Escocia y Arizona son abismales.
—Sí, cuánta razón llevas.
—Pero fuiste feliz, ¿no?
Noté sus ojos volviendo a mi rostro mientras sorteábamos la marabunta de transeúntes. Tan pronto estuvimos otra vez uno al lado de otro, él se puso a hablar:
—Mientras estuve con Yvonne y Olivia, sí, fui feliz. Sin embargo, nunca dejé de pensar en ti, Cole y Fiona. En mi vida me arrepiento de dos cosas, Jo. Una es haberme perdido los primeros trece años de la existencia de Olivia, y la segunda no haber estado aquí cuando me necesitabais. Sobre todo ahora que sé por lo que habéis pasado.
—Entonces Cam te lo ha contado todo.
—Me habló de Fiona. De lo mucho que trabajabas tú. Me explicó que habías criado a Cole y que Cole es un buen chico. Ha sido una época difícil, pero menos mal que has conocido a alguien que se preocupa por ti, pequeña.
Recordé que hacía un momento había perdido los papeles con Cam y sentí que me caía encima otro chaparrón de culpa. Debería compensarle de algún modo.
—Me gustaría ver a Fiona.
—No creo que sea buena idea.
—Debo comprobarlo de primera mano. No fue nunca una persona llevadera, pero éramos amigos.
Exhalé un suspiro y pensé en la clase de drama que desencadenaría en mi diminuto piso la aparición de Mick. Pero el hombre había recorrido miles de kilómetros para venir a vernos. No podía decirle que no.
—Muy bien.
—Y me gustaría ver a Cole también.
—De acuerdo.
—No sé cuánto tiempo nos quedaremos por aquí, pero me apetecería pasar contigo todo el tiempo posible.
Le dirigí una sonrisa irónica a la vez que preocupada.
—Bueno, no habrá problema. Hoy he dejado mi empleo.
***
Desde el sofá, acurrucada en el regazo de Cam, miraba la televisión en silencio.
En cuanto hubimos regresado al piso de Cam, el tío Mick y Olivia se marcharon, y poco después llegó Cole a casa y tuve que explicárselo todo.
Cam había insistido en que nos quedáramos a cenar con él. Y cuando me levanté con la idea de irme para que Cole pudiera ducharse y hacer sus deberes, Cam insistió aún más. Como a mí seguía sin gustarme que Cole se quedara solo en el piso con mamá mucho rato, accedí siempre y cuando Cole se duchara en el piso de Cam.
—Apenas has abierto la boca —dijo de repente Cam deslizando una larga caricia por mi brazo—. Antes has dicho que te alegrabas de que los hubiera localizado. ¿Sigues pensando lo mismo?
—Sí —le aseguré—. Saber que él está bien me ha traído una especie de paz. Y Olivia parece maja. —Giré el cuello para mirarle a los ojos—. Gracias.
Se encogió de hombros y volvió a mirar la tele.
—Solo quiero hacerte feliz.
El estómago me dio otra voltereta.
—Ya lo haces.
—¿En serio? Entonces el drama de antes no ha sido solo algo femenino… de orden emocional…
Quise reírme, pero la verdad es que toda la mierda que había soltado antes en el pasillo no tenía nada de divertido.
—Lo siento. No ha sido agradable. Estaba cabreada por lo de Meikle, lo retorcí todo en la cabeza y luego tuve que echarle la culpa a alguien. Alguien accesible a mi mala leche.
Cam resopló.
—Y ese alguien soy yo, claro.
Le acaricié el pecho con cariño.
—Perdona.
Me miró con atención.
—¿Es un mal momento para decirte que he encontrado trabajo?
Sorprendida, me incorporé un poco.
—¿Como diseñador gráfico?
—Sí.
Me invadió una gran alegría y acabé sonriendo como una idiota.
—¿Dónde?
—Aquí. Recupero mi antiguo empleo. La reestructuración no funcionó muy bien, y se dieron cuenta de que les faltaba alguien. Para hacer frente al volumen de trabajo actual necesitan otro diseñador. Mi jefe me ha echado un cable. —Se encogió de hombros—. Volver con ellos es una lotería, pero pagan bien y al menos haré lo que me gusta.
Me apoyé en él y le di un suave beso en la boca.
—Me alegro por ti, Cam. ¿Cuándo empiezas?
—El lunes. —Me estrechó más con el brazo—. Su se ha enfadado un poco por no haberle dado el preaviso de dos semanas, pero no podía arriesgarme a perder la oportunidad.
—Su sabrá arreglárselas. Seguramente yo haré más turnos. —Torcí el gesto ante la idea de hacer más segundos turnos.
—Mira, si aceptaras el ofrecimiento de Braden, ya no habría problema.
—He dicho que no. Encontraré algo. No te preocupes.
Cambió de postura debajo de mí, más tenso.
—Eres tozuda con ganas. Siempre andas preocupada por Cole, su bienestar y su porvenir. Lo de esta tarde en el pasillo tiene que ver con que a tu juicio le has fallado, seguro. Si tanto te preocupas por él, acepta ese maldito empleo que te ofrecen.
Con las mejillas ardiendo ante el tono condescendiente, me libré de su abrazo. Me estiré en el otro lado del sofá, alcancé el mando de la televisión y subí el volumen del programa de ciencia ficción que estábamos viendo. No me molestaba tanto el tono como el hecho de que tuviera toda la razón.
El cansado suspiro de Cam llenó el salón.
—Vale —rezongué—. Mañana llamo a Braden.
Como obtuve el silencio por respuesta, le lancé un rápido vistazo antes de centrarme de nuevo en la tele. El dominante cabrón se esforzaba por no sonreír.
—Bien. Me alegra oírlo.
—¿Estás tratando de ser un capullo petulante adrede?
Soltó un resoplido.
—¿Cómo es que he pasado de ser el tipo que ha reunido a tu familia a ser un capullo petulante? ¿Cómo es que antes te acurrucabas y ahora te sientas lo más lejos posible? —Me agarró la pantorrilla—. Ven aquí.
Me zafé de él.
—Basta.
—Muy bien. Pues iré yo por ti.
Se lanzó sobre mí y me inmovilizó en el sofá, y yo chillé.
—Quítate de encima. —Cam enterró la nariz en mi cuello haciéndome cosquillas con los dedos en la cintura, y me eché a reír.
—¿Te portarás bien? —farfulló contra mi piel.
Hice un mohín.
—Yo siempre me porto bien.
Cam levantó la cabeza y me quitó el mohín de la boca con un beso, y lo que había empezado como un juego fue adquiriendo temperatura. Lo atraje hacia mí, su pecho contra mis sensibles senos mientras el beso se intensificaba.
Cuando sus caderas comenzaron a apretarme suavemente las mías y su erección fue abriéndose camino entre mis piernas, separé de golpe la boca sintiendo como si todo mi cuerpo fuera a estallar en llamas.
—No —dije sin aliento, apretando las caderas para detener su movimiento erótico—. No podemos hacer nada y yo estoy cachonda como una perra. No me tortures.
—¿Sí? —La sonrisa de Cam era perversa mientras su mano se deslizaba por mi cintura hasta posarse en uno de mis pechos, que apretó, lo que desencadenó en mi sexo una extraña mezcla de ternura dolorosa y descarga de deseo.
—¡Mis ojos! —gritó Cole.
Cam y yo nos separamos bruscamente, y yo giré la cabeza y vi a mi hermano de pie en la puerta, en pijama, mechones húmedos de pelo cayéndole en la frente. Se tapaba los ojos con el antebrazo.
—¡Estoy ciego, joder! —bramó y se volvió y chocó contra la pared antes de acordarse de bajar el brazo. Después, salió del piso a trompicones y cerró de un portazo a su espalda.
Aterrada, miré el rostro de Cam con los ojos abiertos de par en par.
—Creo que esta vez seré más flexible con las palabrotas.
Cam resopló y soltó una risotada mientras dejaba caer la cabeza en mi hombro, todo el cuerpo temblándole de regocijo.
Pese a mi mortificación por Cole y por mí misma, sentí que se me escapaba una risita incontenible.
—No tiene gracia. La impresión le habrá dejado marca. Mejor voy a ver.
Cam meneó la cabeza con los ojos brillantes de alborozo.
—Ahora mismo eres la última persona que quiere ver.
—Pero está arriba con mamá.
—Seguro que se ha parapetado en su cuarto y está haciendo todo lo posible para borrar de su cabeza la imagen de su hermana restregándose conmigo.
—¿Por qué has de tener siempre la razón? Es de lo más fastidioso.
Se limitó a sonreír.
—No, hablo en serio. O paras el carro o te vas a ver una y otra vez en el otro extremo del sofá.
—Bien. —Me lanzó otra vez esa sonrisa insinuante—. Me gusta la parte de la reconciliación.
Lo besé bruscamente con fuerza; me había gustado su respuesta y estaba demasiado enfebrecida para importarme que él supiera cuánto me excitaba su petulancia. Cuando por fin le dejé respirar, le rocé la boca con el pulgar, esperando dejar allí fija para siempre aquella sexy ondulación del labio.
—Gracias por lo de hoy. Por todo. Por tratarme con cariño y por haberte tomado la molestia de traerme al tío Mick.
Se le iluminaron los ojos de afecto y dulce ternura mientras me escrutaba la cara despacio, como si estuviera memorizando un rasgo tras otro.
—No hay de qué, nena.
Me acurruqué más contra él y nos quedamos en silencio unos momentos. Le pasé los dedos por el pelo y hablé con cierto tacto:
—Cam…
—¿Sí?
—Ya sé que abandonaste la idea de encontrar a tus verdaderos padres, pero viendo cómo ha ido lo del tío Mick… ¿estás seguro?
—Es diferente. —Su aliento me susurraba en la clavícula—. Tú y Mick teníais una relación. Yo no conozco a las personas que me abandonaron. Y, sinceramente, ya no necesito conocerlas. En Anderson y Helena MacCabe tengo todo lo que he llegado a querer. No me hacen falta razones ni excusas porque… bueno… con independencia de lo buenos que sean ahora, esto nunca cambiará el hecho de que yo tuve para ellos menos importancia que esas supuestas excusas. Me abandonaron. Qué más da si tuvieron razones lógicas, prácticas… Esto no cambiará el impacto que sufrí al saber la verdad. ¿Qué sentido tiene, entonces?
Le pasé la mano suavemente por la espalda, con ganas de tenerlo dentro de mí, donde se le amaba más de lo que se figuraba.
—No sabrán nunca lo que se han perdido.