14
El sábado siguiente, todo lo que yo evitaba sentir, todo lo que no reconocía en voz alta, alcanzó su punto culminante.
La semana anterior, Malcolm me había invitado a una fiesta que organizaba un compañero de piso de Becca. La fiesta iba a celebrarse en el apartamento de Bruntsfield, y Malcolm dijo que haría acto de presencia. De todos modos, no quería parecer un pulpo en un garaje y prácticamente me suplicó que le acompañara. La verdad es que no me apetecía nada ver a Cam y Becca juntos, pero como había sido infiel a Malcolm de pensamiento, pensé que era lo mínimo que podía hacer por él.
Ese sábado por la mañana me levanté temprano porque mamá nos había despertado rompiendo botellas de ginebra en el fregadero de la cocina. Llegué antes de que hiciera más estropicio, le puse unas tiritas en los pequeños cortes de las manos, la sostuve acurrucada contra mí mientras berreaba como un bebé, y finalmente acepté la ayuda de Cole para llevarla de nuevo a la cama. Mi madre tenía atrofiados los músculos de las piernas; era un milagro que pudiera andar. Cole y yo habíamos renunciado ya a sacarla a pasear, y ahora, al ver lo deteriorada que estaba, empecé a sentirme culpable.
En el intento de sacudirme la lúgubre tristeza que siempre me abrumaba cuando mamá encontraba el modo de hacernos saber que su adicción la enfurecía tanto como a nosotros, pensé en pasar una extraña mañana de sábado leyendo mientras Cole se apresuraba al piso de Cam. Como todavía estaba sopesando si podríamos permitirnos las clases marciales de Cole, Cam había empezado a enseñarle un poco los sábados por la mañana. A Cole le encantaba, y, para ser sincera, creo que Cam disfrutaba enseñando lo que había aprendido.
Estaba metida de lleno en la traducción de una novela romántica de uno de mis escritores japoneses favoritos cuando sonó el timbre.
Era Jamie, el amigo de Cole.
Tan pronto abrí la puerta, el bajito y algo regordete muchacho se puso rojo como un tomate. Me mordí el labio tratando de no sonreír.
—Qué tal, Jamie.
—Qué tal, Jo. —Tragó saliva mientras intentaba mirar a cualquier parte menos a mi cara—. ¿Está Cole? Habíamos quedado hace quince minutos.
A Cole se le había pasado la hora, sin duda. Sofoqué un suspiro de exasperación y salí del piso y cerré la puerta a mi espalda… Estaba en una parte realmente buena del libro.
—Ven. Te llevo con él.
Llamé a la puerta de Cam, y este me dijo que pasara. Dejé a Jamie esperando fuera y tras entrar vi a Cam y Cole de pie en el centro del salón junto a una estera. Los demás muebles estaban arrimados a las paredes. Cole sonreía; tenía el cuello perlado de sudor, que además le formaba manchones por toda la camiseta. Cam llevaba una camiseta y pantalones tipo joggers, aún bastante presentables.
Miré a Cole enarcando las cejas.
—¿No has olvidado algo?
Cole frunció el ceño al instante.
—No.
—Díselo a ese chico que está en la puerta.
—Oh, mie… —se calló—. No me acordaba de Jamie.
—Está esperando.
Cole se apresuró a recoger los calcetines y las zapatillas.
—Gracias por la clase, Cam.
—De nada, tío.
—¡Lávate y cámbiate de ropa antes de salir! —le grité mientras desaparecía por el pasillo—. Me mandas un mensaje y me dices qué estás haciendo… —Cerré la boca al oír que se cerraba la puerta. Me volví hacia Cam—. ¿Por qué me tomo la molestia?
Cam me dirigió una sonrisa torcida —mi cuarto gesto preferido tras el labio sinuoso— y con el dedo me indicó que me acercara.
—¿Quieres seguir donde lo ha dejado él?
Di inmediatamente un paso atrás negando con la cabeza.
—Va a ser que no.
—Venga, vamos. —De pronto se puso serio—. Me he fijado en cómo te hablan algunos clientes, y Joss me ha dicho que más de una vez ha tenido que rescatarte de alguno demasiado fogoso. Esto te ayudará a reaccionar cuando te quedes paralizada.
Pensé que estaría muy bien ser capaz de enfrentarme a capullos agresivos por mi cuenta sin la ayuda de amigos protectores. Pero ¿entrenarme con Cam? No. Esto sería echar más leña al fuego.
—No, gracias.
Cam suspiró pero se dio por vencido.
—Muy bien. ¿Te apetece una taza de té?
Asentí y le seguí a la cocina intentando mirar cualquier cosa que no fueran sus hombros musculosos y su culo prieto. Aunque tampoco hice un gran esfuerzo.
De pie junto a la encimera, me quedé absorta pensando en la noche que nos esperaba mientras Cam preparaba té y café, cuando de pronto, por el rabillo del ojo, advertí movimiento. Miré y casi me da un ataque cardíaco fulminante al ver el tamaño de la araña que trepaba por los azulejos de la cocina.
—¡Oh, Dios santo! —chillé, y resbalé al punto hacia atrás con un pedrusco en la garganta.
—¿Qué… qué? —Cam se dio la vuelta con los ojos fijos en mí.
Yo miraba fijamente la araña.
—Deshazte de esto o no podré moverme. —No hablaba en broma. Estaba literalmente paralizada de miedo. No sé de dónde procedía mi fobia a las arañas, pero era lo bastante fuerte para tener que comprar repelentes que enchufábamos en el piso. Aun así, siempre se colaban algunas, y Cole se encargaba de ellas.
Cam miró la araña y luego otra vez a mí. Alcancé a ver que una sonrisa empezaba a rizarle las comisuras de la boca.
—Ni se te ocurra reírte. No tiene gracia.
Se le suavizó la mirada cuando por fin pareció comprender la dimensión de mi miedo.
—Vale. Que no cunda el pánico. Ya me libro de ella. —Fue a un armario y sacó una sartén.
Fruncí el ceño.
—¿Qué vas a hacer? ¡No la mates!
Cam se quedó de piedra y me miró ladeando la cabeza divertido.
—¿Cómo que no la mate? Creía que te daba miedo.
—Lo que me da es terror —le corregí—. Pero ¿qué diría esto de la especie humana si fuéramos por ahí matando cosas solo porque las tememos? —Nada bueno, te lo aseguro.
Los preciosos ojos de Cam me reconfortaron aún más, y de repente me olvidé del miedo y quedé atrapada en aquella mirada.
Meneó la cabeza.
—Nada. Tú solo… nada.
—¿Cam?
—¿Hemmm…?
—La araña.
Parpadeó rápidamente antes de inmovilizar la araña con los ojos.
—Bien. —Quitó la tapa de la sartén—. No la mataré. Solo necesitaba algo para meterla dentro.
Mientras rescataba a la araña de mí y a mí de la araña, me acurruqué en un rincón de la cocina, temerosa de que Cam no se moviera lo bastante deprisa y la araña de algún modo se me echara encima. No tenía nada que temer. Cam metió el bicho en la sartén en un tiempo récord y vi con creciente alivio que la llevaba a la ventana de la cocina y la depositaba en el alféizar.
—Gracias —dije soltando aire.
Cam no respondió. Lo que sí que hizo fue cerrar la ventana con cuidado, dejar la sartén en el fregadero y volverse hacia mí.
De pronto, pareció que entre nosotros el aire estaba cargado de electricidad, como cuando trabajábamos uno al lado del otro. Yo había hecho todo lo humanamente posible para asegurarme de que esos momentos se limitaran al bar, intentando simular una interacción normal en el mundo real.
Hoy no habría simulación.
Ante la intensidad de su mirada, aguanté la respiración mientras él empezó a acercárseme despacio. Cuando estuvo a la distancia que sería considerada socialmente aceptable entre dos amigos que tenían sendas parejas, me dispuse a hacerle preguntas, a entretenerlo, pero entonces mis senos rozaron su pecho y me tragué las palabras junto con todo el aire de la cocina. Noté que sus manos me sujetaban suavemente los brazos, el aftershave familiar y embriagador, el calor de su cuerpo volviendo el mío fláccido.
No era capaz de sostenerle la mirada, así que estaba mirándole la garganta cuando él me plantó en la frente el beso más dulce imaginable. En mi pecho estalló un anhelo, profundo y creciente, y me fundí con él, sintiendo que sus labios daban caza a un delicioso estremecimiento a través de la piel. Reemplazó la boca con su propia frente. Cerré los ojos mientras él cerraba los suyos y nos quedamos apoyados uno en otro, respirándonos mutuamente.
Yo estaba llena de deseo; deseo que, al ser correspondido, solo se intensificaba.
—Cam —susurré, queriendo que me soltara y necesitando que no se fuera nunca.
Emitió un gemido y deslizó suavemente la frente por el lado de la mía, rozándome la mejilla con la nariz, que siguió el perfil de mi mandíbula y descansó por fin en mi garganta.
Contuve la respiración y aguardé.
Me tocó la piel con los labios calientes. Una vez. Dos.
Y entonces noté el húmedo y erótico contacto de la lengua y me estremecí y me rendí a él. Se me endurecieron los pezones contra la fina camiseta; que no parase, por favor.
Un timbrazo agudo y penetrante hizo añicos el aire entre nosotros, y di una sacudida hacia atrás y recuperé la sensatez. Cam soltó una maldición y apretó tanto la mandíbula que estuvo a punto de romperla en pedazos. Alargó la mano hasta la encimera, cogió el móvil y se quedó lívido al ver quién llamaba. Me dirigió una mirada insondable.
—Becca —dijo con gravedad.
Tragué saliva; no podía creer que le había permitido tocarme, que habíamos estado a punto de lastimar a dos personas que no merecían ser lastimadas. Peor que eso: me horrorizaba el hecho de que me había traído sin cuidado… mi necesidad de Cam era de todo punto egoísta.
Eso no estaba bien.
Si se hubiera tratado de otra persona, le habría sugerido que ya era hora de poner cierta distancia entre nosotros. Pero era Cam. Y yo necesitaba a Cam.
—Debo irme. Malcolm pasará a recogerme dentro de unas horas. —Me alisé la blusa y me coloqué bien la cinta que sujetaba la coleta. No era capaz de mirarle a la cara.
—De modo que volveremos a fingir que entre nosotros no hay nada.
Ante su tono cortante, puse la columna rígida y alcé la vista; y al ver el enfado en sus ojos me dio un escalofrío.
Mierda.
No quería perder la amistad de Cam. Desde Cole, era lo mejor que me había pasado.
—No, Cam, por favor. Yo estoy con Malcolm y tú estás con Becca.
Abrió la boca para replicar, pero huí de su presencia antes de verme obligada a escuchar lo que él tenía que decirme.
***
Todo el día me sentí como si fuera a tener náuseas en cualquier momento. Apenas podía hacer nada; en realidad solo me tomé cierto tiempo para contestar el mensaje de Cole en que decía que se quedaba a pasar la noche en casa de Jamie. Para la fiesta, me vestí de manera inusitadamente informal: una minifalda negra ceñida y una camiseta impresa de Topshop que combiné con unas botas hasta la rodilla, unas medias afelpadas para que no se me congelaran las piernas y una cazadora oscura de piel sintética comprada en las rebajas y que normalmente me ponía con algo más elegante.
Esa noche no tenía ganas de brillar. Quería comodidad, juventud… Quería ser yo aunque fuera solo un poco. Todo el rato que estuve vistiéndome no dejé de temblar, de preguntarme qué estaba haciendo Cam, de pensar si volvería a hablar conmigo. Aún notaba su boca en mi garganta, que ardía por la sensación de cosquilleo provocada por su lengua. ¿Por qué quería Cam que afrontásemos nuestra atracción mutua si estábamos saliendo con otras personas? ¿Quería él dejar a Becca? ¿Quería que yo dejara a Malcolm?
Y la pregunta más importante de todas: ¿Podía yo dejar a Malcolm?
¿Podía dejar a un hombre que se preocupaba de mí, que era capaz de procurarme seguridad y protección? ¿Iba a arriesgar eso por Cam? Si lo hacía, ¿qué pasaría si al final entre nosotros todo era meramente físico? Ninguna emoción, solo la chispa incendiaria.
El sobrecargado corazón me aporreaba el pecho.
Malcolm esperaba fuera, junto al taxi, y casi me quedé paralizada al verle la cara mientras me miraba el atuendo. Una vez dado el vistazo, esbozó una leve sonrisa antes de estamparme un rápido beso en los labios.
—¿Qué pasa? —pregunté, notando algo raro que no me gustaba. Mi estómago ya estaba bastante revuelto ante la idea de enfrentarme de nuevo a Cam; solo me faltaba preocuparme también de Malcolm.
Malcolm me hizo subir al taxi, y arrancamos. Me examinó detenidamente las piernas antes de volver a mirarme a la cara.
—Esta noche pareces muy joven.
Bajé la vista a mi vestimenta y fruncí los labios. Esta noche parecía tener la edad que tenía. Me parecía a mí misma.
—No te gusta —mascullé.
Soltó una risotada.
—Cariño, estás más atractiva que nunca, pero pareces una niña alocada saliendo con un viejo cascarrabias.
En su voz había algo que atrajo mi mirada, y advertí en sus ojos un rayo de desazón. Parecía preocupado. El rostro de Cam rondaba tan cerca del mío que el sentimiento de culpa me aplastaba.
—Tú no eres un viejo cascarrabias. Eres mi viejo atractivo.
Relajó los hombros.
—Si tú lo dices.
—No volveré a ponerme esto.
—Bien —murmuró, y se inclinó para darme un beso en la mejilla—. Te prefiero con los vestidos que compramos. Pareces mayor, más sofisticada.
En otro momento, un comentario así no me habría molestado, pero esa noche me escoció un poco. Fingí una sonrisa y le dejé apretarme la mano deseando con toda el alma estar de vuelta en mi piso, sola y con un buen libro.
Cuando hubimos llegado al edificio de Becca, tenía el estómago revuelto y tomé aire para neutralizar la sensación de mareo. Malcolm se volvió bruscamente hacia mí con gesto ceñudo.
—¿Estás bien?
—Me encuentro un poco rara —mentí—. Creo que he cogido un virus o algo.
—¿Quieres que nos vayamos?
¡SÍ! ¡SÍ! ¡SÍ!
—No. —Señalé con la cabeza la botella de vino que llevaba él en la mano—. Al menos subamos y tomemos una copa.
Arriba, la fiesta estaba en su apogeo. El inmenso apartamento daba la impresión de necesitar una mano de pintura y un poco de orden, como muchos de los viejos pisos de estudiantes de Edimburgo. Por lo visto, a Becca no le importaba el revoltijo, ni las alfombras rotas, la madera astillada o las paredes amarillentas, y a los invitados tampoco. Sus cuadros cubrían casi todo el espacio libre de las paredes, pero la gente no parecía hacer demasiado caso.
Reconozco que me sorprendí un poco ante tantos colores, rayas y salpicaduras. Me recordaban esas imágenes absurdas que se supone que uno ha de mirar hasta que aparece una imagen real.
—¡Mal, Jo! —gritó Becca en cuanto nos vio entrar en el amplio espacio. Se abrió paso corriendo entre sus amigos y se arrojó en brazos de Malcolm. Tras retirarse, dio palmadas como una niña pequeña—. Has traído el vino bueno.
—Así es. —Malcolm le dedicó una sonrisa burlona y le dio la botella.
Observé a Becca atentamente, analizándola como no había hecho nunca antes. Ahí estaba ella, con su amplia y bonita sonrisa, sus ojos inteligentes llenos de brillo. ¿Qué tenía para que se fijase en ella alguien como Cam? De pronto fui desagradablemente consciente de los atributos positivos de Becca y no me gustaron nada los celos que me provocaron.
Becca también parpadeó al ver mi indumentaria y sonrió de oreja a oreja.
—Estás fantástica, Jo.
—Gracias —dije bajito sintiéndome tremendamente culpable por… bueno… por lo que Cam y yo casi habíamos hecho.
—¡Cam! —Becca se dio la vuelta e hizo un gesto a través de la multitud—. Ven a saludar.
Al acercarse Cam, comencé a notar palpitaciones en el cuello. No debí de disimular mi reacción lo suficiente, pues Malcolm deslizó una mano alrededor de mi cintura y la cerró atrayéndome hacia él. Se inclinó para susurrarme al oído.
—¿Qué pasa? Pareces tensa.
Mierda. Puñeta. La estaba pifiando. Aspiré hondo y me volví hacia él tras decidir que era mejor fingir que me preocupaba haberle disgustado.
—No tenía que haberme puesto esto.
Malcolm hizo una mueca y me pellizcó la mejilla con gesto afectuoso.
—No te preocupes. Si hubiera pensado que iba a molestarte, no habría dicho nada. Estás preciosa. Como siempre.
Alcé los ojos hacia sus amables ojos y me sentí aún peor conmigo misma. Como compensación, resolví hacerle feliz aun a costa de mi dignidad.
—No me gusta decepcionarte.
Al oír esto, sus ojos se volvieron cálidos…, de hecho, se podría decir que se volvieron ardientes y que me sentí atraída con más fuerza hacia él.
—No me has decepcionado. Pero espero desvestirte más tarde.
Mis propias mentiras me mareaban. Yo había creado el personaje que, a mi juicio, quería Malcolm que yo fuera: yo era quien él quería que fuera. En otras palabras, no era yo. Y cuando al pensarlo me cayó encima una sensación de tristeza, solté una risita y él sonrió.
—Eh, vosotros. —Becca rio entre dientes, y ambos nos volvimos de golpe hacia ella y Cam—. ¿Necesitáis una habitación?
Los ojos de Cam me perforaron con una furia apenas controlada y sus rasgos faciales se tensaron debido a la desazón. Aquello me sentó como un puñetazo en el estómago, y de pronto tuve ganas de apartarme de Malcolm y pedirle perdón a Cam de rodillas.
O escapar de los dos como alma que lleva el diablo.
En resumidas cuentas, estaba hecha un lío de narices.
Menos mal que Becca distrajo a Cam y le pidió que le ayudara a dar la bienvenida a otros invitados. Me quedé sola con Malcolm para intentar asegurarle que no pasaba nada. Que no nos pasaba nada. Le reí las bromas, lo toqué cariñosamente, y estuve pendiente solo de él, incluso cuando estuvimos en grupo hablando con Cam y Becca. Incluso cuando noté la mirada ardiente de Cam, dediqué toda la atención a Malcolm.
Al cabo de una hora, agotada por el esfuerzo, me excusé y fui al baño del pasillo, cerca de la entrada. Acababa de entrar y me disponía a cerrar la puerta cuando algo me obligó a volver a abrirla. Me tambaleé hacia atrás, estupefacta, y Cam entró al punto y cerró de un portazo a su espalda. Corrió el pestillo y se encaró conmigo.
Ojalá hubiera llevado tacones. Con las botas planas, medía solo metro setenta y cinco, y Cam me superaba en unos cinco centímetros, no mucho, pero era de complexión robusta, y si hervía de cólera, podía machacarme sin problemas.
Temblando, señalé la puerta con una mano temblequeante.
—¿Qué haces? Podría verte alguien.
Sus ojos azules me escupieron fuego frío.
—Querrás decir, Malcolm.
—O Becca —le recordé con los dientes apretados—. ¿No te acuerdas? Tu novia.
Cam no me hizo caso, y temblé al ver su mirada bajar lentamente por mi cuerpo y subir de nuevo. Sentía un hormigueo por todo el cuerpo. Al encontrarse nuestras miradas, sus labios se curvaron en los extremos.
—Esta noche estás guapísima. No te había visto nunca así.
Mientras seguíamos mirándonos en silencio, noté que se me aceleraba la respiración y el ritmo cardíaco. Tenía que salir de allí antes de cometer la estupidez de mi vida. Esperando parecer adecuadamente resuelta y cabreada, marqué la distancia entre los dos.
—Déjame salir de aquí, Cameron.
Levantó las manos en señal de rendición y se hizo a un lado, pero en cuanto alcancé el pomo me vi pegada de espaldas a la puerta, el cuerpo de Cam apretado contra el mío y las manos agarrándome ambos lados de la cabeza, aprisionándome.
—¿Qué…?
—Calla. —Susurró su aliento en mis labios y bajó las manos hasta rodearme con ellas la cintura—. Tú también tienes ganas de esto. Desde la noche en que nos conocimos.
No me salían las palabras, perdida en una mezcla de júbilo por no haber estado sola en eso desde el principio y de ansiedad por estar haciendo algo malo y correr el peligro de que nos sorprendieran. Me lamí los labios nerviosa.
Él lo entendió como una invitación.
Mi grito ahogado fue engullido por su beso, con la boca caliente mientras su lengua se deslizaba contra la mía. Su barba de tres días me arañaba la piel mientras el beso se hacía más profundo, y su mano derecha se desplazó por mi costado, por las costillas, hasta pararse en mi pecho. El pulgar rozó la parte inferior adrede. La piel se me encendió al instante y estiré los brazos y con ellos le rodeé el cuello para atraerlo hacia mí. Gemí en su boca, el corazón latiendo acelerado mientras se sobrecargaban mis sentidos. Saboreaba el café en su lengua, percibía el olor de su piel, notaba su calor, su fuerza. Estaba rodeada. Y quería más.
Me olvidé de dónde estábamos.
De quiénes éramos.
Solo me importaba trepar dentro de Cam.
Nos agarrábamos con tanta fuerza que casi era doloroso, los besos duros, húmedos, desesperados.
Vale.
Cam soltó un gemido, y la vibración me resonó en el pecho y me bajó hacia abajo, entre las piernas, y me contorsioné contra él. Cam recibió el mensaje y me presionó más el cuerpo con el suyo, clavándome su erección en el bajo vientre mientras sus piernas separaban las mías. Gimoteé de deseo descontrolado, y Cam se retiró para mirarme los hinchados labios. Nunca había visto a un hombre tan perdido en una niebla sexual, y mi sexo se cerró al ser consciente del poder que tenía yo sobre él, con las bragas húmedas a medida que mi cuerpo iba estando listo.
Cam me mordisqueó el labio inferior y luego lo lamió.
—He fantaseado miles de veces con esta boca —me dijo con voz ronca antes de apretar de nuevo sus labios contra los míos.
El abrazo fue más descontrolado que el anterior, y cuando noté sus cálidos dedos en el interior de mis muslos, lo besé con más fuerza, instándole a seguir explorando. Y cuando introdujo los dedos en mis bragas, casi exploté.
Cam deslizó los torturantes dedos dentro de mí, y yo chillé contra su boca, y mis caderas dieron una sacudida contra su mano.
Cam separó su boca de la mía y jadeó junto a mi cuello.
—Si no paramos, voy a follarte aquí mismo.
Aquellas palabras me cayeron como un jarro de agua fría, y reaccioné súbitamente bajo la impresión helada: una rociada de culpa y vergüenza que nunca antes había sentido. Cam levantó la cabeza y me miró.
Asimiló despacio mi expresión. La bruma sexual se desvaneció de sus ojos, y noté la pérdida de sus dedos.
—Jo…
Negué con la cabeza y le aparté los hombros intentando contener las lágrimas.
—No podemos. ¿Qué estamos haciendo?
Le temblaba la mandíbula, y me soltó bruscamente solo para agarrarme de los brazos, con una expresión que reflejaba cierta emoción no identificada.
—Voy a cortar con Becca. Esta noche.
¿Esta noche? ¿Ahora? Se me agolpó la sangre en los oídos. Me entró el pánico al darme cuenta de lo que quería decir…
—Lo sé. Es una mierda, lo sé. Pero no puedo seguir así. No soy el típico tío que engaña a su novia. Y no puedo seguir siendo el tío que folla con su novia deseando siempre que ella sea otra persona.
Me invadieron la euforia y el miedo en igual medida.
—Cam, yo…
—Tú quieres esto, lo sé. —Apretó su frente contra la mía y yo cerré los ojos, aspirándolo—. ¿Dejarás a Malcolm?
Se me trabaron los músculos y supe que Cam lo notó, pues me agarró con más fuerza.
—¿Johanna?
La verdad es que yo no sabía la respuesta a esa pegunta. Dejar a Malcolm no tenía que ver solo conmigo, sino también con Cole y su futuro.
—¿Estás diciéndome que vas a seguir con ese tipo? —Cam habló con dureza, zarandeándome un poco—. Vas a pasarte el resto de la vida a su lado en las fiestas, con esta estúpida y maldita risita falsa, los ojos contradiciendo a la boca cada vez que la abras. —Se echó atrás, y me estremecí al ver la aversión en sus ojos—. Esa chica que eras ahí fuera no es Jo. No sé quién es, pero sí que sé que es una imbécil que me revienta. Es falsa, pánfila, superficial. No eres tú.
Nos quedamos en silencio, respirando sonora y entrecortadamente mientras procurábamos rebajar la tensión entre nosotros. Herida por sus palabras y aun así de acuerdo con ellas, empezó a darme vueltas la cabeza mientras intentaba sopesar las opciones, las consecuencias, lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Tardé demasiado en contestar.
Cam me soltó, y yo sentí frío al punto y empecé a temblar. Al verle la mirada, me quise morir.
Sin decir nada más, Cam me apartó a un lado sin miramientos. Abrió la puerta de golpe y desapareció en la fiesta.
Las lágrimas me atascaban la garganta, pero, con los puños apretados en los costados, conseguí que no se desplazaran hasta los ojos. Podía manejar eso sin llorar como una Magdalena. Sabía que podía.
Con las piernas temblorosas, me desplomé sobre el lavabo, miré mi imagen en el espejo y ahogué un grito de horror. Tenía las mejillas coloradas, me brillaban los ojos, y la falda aún se veía algo arrugada por donde Cam había deslizado la mano entre mis piernas. Reprimí otro grito al recordar sus dedos dentro de mí, y agarré el lavabo con tal fuerza que se me volvieron blancos los nudillos. Se me notaban los pezones bajo la blusa.
Si no me controlaba, todo el mundo sabría lo que había estado haciendo.
Me concedí diez minutos, y al volver con Malcolm vi a Cam por el rabillo del ojo abriéndose camino entre la gente en dirección a la salida. Enseguida se oyó la puerta principal cerrarse de un portazo.
—¿Estás bien? —La voz de Malcolm me hizo girar la cabeza.
—¡Cabronazo! —De pronto se oyó a Becca por encima del zumbido de música y voces. Malcolm y yo nos acercamos a ella serpenteando. Sus amigos la consolaban en un rincón.
—¿Crees que la ha plantado? —me preguntó Malcolm al oído—. Mientras estabas en el baño han discutido.
Avergonzada por saber de sobra la respuesta, no fui capaz de mirarle a la cara.
—Eso parece.
—¿Estás bien? —repitió.
—No me mola esta fiesta. —Me encogí de hombros.
—Sí, parece que Becca está a punto de estirar la pata. —Malcolm exhaló un suspiro—. ¿Sería algo muy horrible que nos escabulléramos?
Esbocé una débil sonrisa.
—Sería fantástico.
Me alcanzó la cazadora, y me la puse. Dos segundos después dejé que me sacara del piso. Sin decir palabra, bajamos por Leamington Terrace hasta la calle principal que daba a Bruntsfield Place y allí esperamos un taxi. Como no había suerte, Malcolm sacó el móvil.
—Llamaré uno. Vamos un rato a mi casa, ¿vale?
Me imaginé yendo a su piso, a él llevándome a su habitación como siempre, desnudándome despacio y empujándome a la cama…
Me quedé fría.
La culpa me daba náuseas.
Era como si estuviera engañándole…
Malcolm acababa de llevarse el teléfono a la oreja cuando hablé inopinadamente:
—Para.
Desconcertado, Malcolm bajó al punto el móvil y lo apagó. Me barrió la cara con los ojos y lo que vio le hizo apretar los labios. Al cabo de un momento, preguntó:
—¿Qué pasa?
Mi sentido práctico había salido corriendo y saltado por el precipicio más próximo. Al contestar, mis emociones estaban completamente al mando.
—No puedo ir a tu casa.
Y luego él me dejó de piedra.
—Por Cam.
Tras esforzarme tanto antes por controlarlas, ahora esas condenadas lágrimas me llegaban a los ojos.
—Lo siento.
Malcolm suspiró, y advertí aflicción parpadeando en su mirada mientras me buscaba el rostro.
—Me importas de verdad, Jo.
—Tú a mí también.
—Veo el modo en que te mira. El modo en que lo miras tú. Sabía que había algo…
—Lo siento.
Meneó la cabeza alzando una mano para detenerme.
—No.
—Me siento fatal.
—Ya lo veo.
—No me he acostado con él.
Cuadró la mandíbula y luego se relajó lo suficiente para responder:
—Lo sé. No eres de esa clase de chicas.
Con dedos trémulos, me subí la manga de la cazadora y me quité el reloj Omega que él me había regalado por Navidad. Como no mostraba intención de cogerlo, le levanté la mano y puse el regalo en su palma y le cerré los dedos.
—Gracias por todo, Malcolm.
Cuando alzó la vista desde el reloj, del pecho me surgió un dolor penetrante ante el abatimiento que percibí en su cara.
—Es solo un muchacho que no tiene la más remota idea del regalo que supones para él, pero espero que cuando haya terminado, cuando cometa el error de dejarte, vuelvas conmigo. —Dio un paso hacia mí, y me quedé paralizada cuando agachó la cabeza y me plantó un dulce beso en mis fríos labios—. Podríamos ser felices de veras.
No volví a respirar hasta que hubo de nuevo cierta distancia entre nosotros. Malcolm alzó una mano y vi que estaba parando un taxi, que hizo el cambio de sentido y se arrimó al bordillo. Me abrió la puerta.
—Cuando se haya cansado de ti, estaré esperándote.
Lo dejé allí de pie, en la acera, mientras el taxi me llevaba a London Road.
Había roto con Malcolm.
Dios mío.
Me sentía apesadumbrada. Arrepentida. Me preocupaba no estar haciendo lo debido. No obstante, por encima de todo estaba la desesperación de encontrar a Cam, de decirle que sentía lo mismo que él. Por primera vez desde que tenía memoria, iría por lo que quería. Quizá mañana lamentaría la decisión, pero esta noche solo deseaba por una vez una pequeña muestra de algo puro y bueno.
Casi le tiré el dinero al taxista, y acto seguido me precipité al edificio, golpeando despreocupadamente el suelo al subir las escaleras. Me acercaba ya al rellano de Cam cuando oí abrirse una puerta. Al llegar arriba, apareció él en mi campo visual, descalzo en su puerta, esperándome.
Abrumada, su mera imagen me llenó el pecho de tanta emoción que dolía; avancé dando traspiés y mis botas pisaron el umbral.
Cam no dijo nada. Cada centímetro de él estaba rígido de tensión mientras me miraba.
—Cam…
Mis palabras fueron engullidas por el movimiento de su mano al sujetarme la muñeca, y me ciñó a su cuerpo y pegó su boca a la mía. Lo envolví al instante, y enredé mis dedos en su cabello de la nuca mientras lamía y chupaba y entrelazaba mi lengua con la suya, en un beso tan profundo que ni siquiera me había dado cuenta de que estaba dentro del piso hasta que oí la puerta cerrarse a nuestra espalda.
Cam interrumpió el beso para retirarse un poco, y me quitó la cazadora deslizándola de los hombros. La dejé caer al suelo, llena de júbilo… los pechos hinchados, la piel ardiente, y me sorprendió una vez más comprobar que, solo con un beso y las expectativas de placer, ya estaba húmeda.
—Cam… —susurré con apremio, pues necesitaba que en todo momento me tocase algo. Deslicé la mano por debajo de su camiseta, y noté en la palma la piel sedosa, dura y caliente—. He roto con él.
Asintió con las manos en mi cintura mientras tiraba de mí, mis senos rozándole deliciosamente el pecho. Tuve un escalofrío, y Cam sonrió, plenamente consciente del poder que tenía sobre mí. Como reacción a su petulancia, mi mano empezó a deslizarse por el fibroso abdomen y no interrumpió el descenso. Cam tomó aire mientras yo le frotaba a través de los pantalones y veía que sus pómulos adquirían un color subido.
—Lo he captado, nena —dijo con un gruñido—. Si no, no estarías aquí.
—¿Estamos haciéndolo de veras? —le susurré en la boca.
Me estrujó la cintura con las manos, y yo le miré a los ojos. De tanto calor abrasador, eran casi azul marino.
—Estamos haciéndolo de veras. No hay vuelta atrás. —Me rozó suavemente la mandíbula con los labios hasta que detuvo la boca en mi oreja—. Te voy a follar con tanta fuerza, me voy a meter tan dentro de ti, que no vas a poder librarte de mí nunca. Nunca.
Ante esas palabras, sentí una descarga eléctrica en todo el cuerpo.
Le alcancé la boca. Me encantaba el sabor, la sensación, su manera de besar, como esperaba que sería su manera de follar. Le chupé la lengua con fuerza, y él se estremeció, y su gemido me instó a seguir hasta que nos dimos el beso más húmedo y más sucio que había experimentado yo en mi vida.
Arremetió, y di con la espalda en la pared.
—No puedo esperar —dijo sin aliento.
Meneé la cabeza, con el pecho palpitando contra el suyo, diciéndole en silencio que tampoco podía esperar yo.
Noté sus manos cálidas y ásperas en los muslos mientras me rozaba la piel y me subía la falda hasta la cintura. Con un gruñido casi animal, Cam agarró la tela de mis bragas y tiró hacia abajo, y el ruido del desgarrón y el súbito aire entre mis piernas incrementaron el ardor entre nosotros llevándolo a un nivel inflamable. ¡Acababa de arrancarme las bragas! ¡Por todos los demonios!
Eso iba en serio.
Creía que me sentiría vulnerable, incómoda, ahí de pie con la falda subida hasta la cintura, mi parte más íntima a su disposición. Pero nada de nada.
Lo único que sentía era apremio.
Nuestras bocas colisionaron, mordieron, mordisquearon, lamieron, mientras ambos alcanzábamos la bragueta de sus vaqueros, que se bajó junto con los bóxers hasta los tobillos quedando la polla liberada, y entonces vi que cogía la cartera del bolsillo trasero y sacaba un condón. Cuando se lo puso en la erecta verga, ahogué un grito. Era grande, pero eso no era nuevo para mí. El grito ahogado no era por eso. Era por la anchura.
—Madre mía —solté sintiendo que las gotas entre mis piernas estimulaban mi ya excitado estado.
—Vaya, gracias. —Cam me lanzó una sonrisa chulesca que me hizo reír…, una risa que acabó entre jadeos cuando me agarró las piernas, las separó y me penetró.
—¡Cam! —grité debido a la placentera impresión mientras su palpitante calor me abrumaba. Yo tenía todos los pensamientos, los sentimientos y la atención centrados en la sensación de su grosor dentro de mí, y respiraba a duras penas mientras el cuerpo intentaba adaptarse y relajarse. Era como si tuviera inflamados todos los nervios y un cambio minúsculo entre nosotros suscitara una sacudida de deliciosa tensión de la que inmediatamente quería yo más.
Cam seguía pegado a mí, resoplando mientras trataba de recuperar cierto control. Mi cuerpo no quería eso. Quería más y quería más ahora. Empujé con las caderas, y él me agarró los muslos con tanta fuerza que casi hacía daño.
—Espera —dijo con voz ronca—. Dame un minuto. Llevo siglos deseando esto, y eres alucinante, joder. Dame solo un minuto. —Al oír esta erótica confesión, cerré los músculos interiores alrededor de su polla y él aspiró con brusquedad. Cabeceó sorprendido al tiempo que sus ojos se cruzaban con los míos—. Nena, si vuelves a hacer esto, no voy a durar nada.
Negué con la cabeza y le hundí los dedos en los músculos de la espalda.
—No importa. Muévete y nada más, por favor. Muévete. Te necesito.
Se le acabó el control.
Cuando me levantó las piernas, mi cuerpo siguió el ejemplo y lo envolví. Apretándome a él con fuerza, jadeaba excitada mientras él me machacaba contra la pared, penetrándome con dureza, entrando y saliendo de mi acogedora vagina, el húmedo contacto de las carnes espoleándonos hacia el clímax.
Noté que su pulgar me presionaba el clítoris, y me desmoroné, y mi grito de liberación provocó el de Cam, que echó la cabeza hacia atrás, los ojos fijos en mí, los músculos tensos al soltar un gruñido gutural, mi sexo latiendo a su alrededor mientras se estremecía en mi interior tras llegar al orgasmo.
Me cayó encima, sus labios en mi hombro, su pecho contra el mío, mis brazos rodeándole todavía. Volvió la cabeza y me besó en el cuello.
—No sabes cuántas veces he llegado a imaginar que estas largas y preciosas piernas me envolvían mientras te follaba.
Meneé la cabeza sin estar lo bastante recuperada para hablar.
—Cada día. Y ninguna de las fantasías ha superado a la realidad.
Al oír esto sonreí dulcemente, y él alzó la cabeza para besarme. Hizo el gesto de retirarse, pero le alcancé la boca deslizando mis manos por su cogote, sujetándolo mientras lo besaba con un fervor seguramente indicativo de que yo no había terminado ni mucho menos. Me recosté y levanté la vista hacia sus magníficos ojos. Se había apoderado de mí algo travieso y un poco perverso. Lo deseaba otra vez. Y lo deseaba de la forma cruda y salvaje de hacía un momento.
—No sabes cuántas veces, en las últimas semanas, he estado tendida en la cama tocándome mientras pensaba en ti.
Le chisporroteó el aliento, y noté que su polla se movía dentro de mí.
—Dios santo —dijo suspirando y con los ojos dilatados—. Sigue hablando y mañana no podrás andar.
Sonreí burlona y volví a apretar con los músculos interiores.
—De eso se trata.