10

—¿Adónde vas? —Malcolm me pasó el brazo por la cintura para no dejarme salir de su cama.

Me quedé inmóvil, confundida. Era el momento del final de la noche en que siempre me iba.

—Quédate. Quédate conmigo esta noche.

Tras la aparición de Callum, la cena había sido un asunto extraño. Malcolm parecía desconectado: unas veces se mostraba engreído y otras posesivo conmigo, y a Becca se le había avinagrado el humor con Cam. Menos mal que Malcolm dio por terminada la sesión y me llevó a su casa. Y el caso es que se me echó encima en cuanto llegamos a la puerta, con besos intensos y exigentes, presagio de una necesidad acuciante.

Acabamos en el sofá. Era la primera vez que no lo hacíamos en la cama.

Yo quería considerarlo fascinante, pero no. Había sido como la reclamación de un derecho, y con mi cabeza tan dispersa como estaba, no estaba yo para reclamaciones. Tras meses de suspirar por un momento así, ahora estaba poniendo en entredicho si lo quería de veras o no.

Tras hacerlo en el sofá, Malcolm me había llevado a la cama, donde me hizo el amor con ternura, con dulzura… pero por mucho que yo lo intentase, no podía desconectar el cerebro y mis pensamientos me zumbaban como un montón de carritos en un pasillo del supermercado: eran pertinentes, pero no iban a ningún sitio que tuviera sentido.

—Es como si esta noche estuvieras en otro sitio. —Malcolm me agarró de la cintura para acercarme más—. Me siento mejor si te quedas, pero solo si quieres.

Aspiré hondo intentando recordarme a mí misma que eso era exactamente lo que yo quería. A ver, Malcolm no me conocía tanto como se imaginaba. Esto estaba bien. Y en todo caso, Cole se quedaba a pasar la noche en casa de Jamie. Solo debía preocuparme por mamá, lo que al final se reducía a esperar que no incendiara el piso.

Me relajé y me acurruqué contra Malcolm.

—Vale.

Me abrazó con fuerza y me acarició suavemente el brazo.

—Me gustaría saber qué pasa.

Me puse tensa.

—No pasa nada.

—Siempre dices lo mismo, pero no te creo.

Revolví en busca de una excusa.

—Ahora mismo hay problemas con mamá.

—Podrías dejar que te ayude.

Ante su amabilidad, me fundí con él y le estampé un tierno beso en el cuello.

—Ya me ayudas. Siendo como eres.

Me besó el pelo.

—Esta noche no estabas conmigo. Y no es la primera vez ni la segunda. Acaso la tercera.

Oh, no. Sabía que no me había corrido tampoco esta vez. Si conmigo el sexo era aburrido, ¿se desharía Malcolm de mí? Me puse rígida.

—No estoy criticando. Me preocupa simplemente. —Se apartó de mí y me levantó la barbilla para mirarme a los ojos—. Me importas, Jo. Y espero importarte también yo a ti.

Asentí con rapidez y sinceridad.

—Me importas, claro. Solo han sido unas semanas difíciles, pero te prometo que todo irá mejor.

Me dio un suave beso en los labios y los dos nos acurrucamos bajo el edredón.

—Para empezar, necesitas dormir bien. Trabajas demasiado.

Me aferré a él, dejando que su paciencia y su afecto actuaran como un bálsamo de mis atribulados nervios. Estaba ya quedándome dormida cuando él habló con calma:

—Parece que te llevas bien con Cam.

Abrí los ojos de golpe.

—La verdad es que no mucho.

—Emmm… —Deslizó la mano para agarrarme de la cadera y tiró de mi cuerpo hacia sí—. No lo tengo muy claro. No me gusta cómo te mira. Y no me gusta que viva tan cerca de ti.

Mi cuerpo quería tensarse ante la sospecha en la voz de Malcolm, por lo que hice lo imposible para tranquilizarme. Esta noche su comportamiento había sido muy extraño.

—Esta noche estabas un poco ausente. Quizá por la aparición de Callum…

Malcolm resopló.

—No. Eras tú quien estaba incómoda con él. Todo el mundo lo ha visto. No, eso no me ha molestado.

Pero a Cam sí. Esta noche, la ligera posesividad de Malcolm y su reclamo en el sofá no tenían nada que ver con Callum. Tenían que ver con Cam. Había visto la forma en que Cam me miraba, y eso había inflamado su macho alfa interior. Y aunque Callum me había tocado el culo delante de Malcolm, eso no le había molestado porque yo no había reaccionado.

Sin embargo, Cam sí que le había molestado.

Porque yo había reaccionado.

Me acurruqué contra Malcolm intentando ralentizar así mis pulsaciones.

—Además me irrita. —Traté de ocultar mi atracción poniendo excusas para justificar mi respuesta a Cam—. Para serte sincera, en el trabajo apenas cruzamos una palabra.

Ni siquiera había reparado en que Malcolm estaba tenso hasta que noté que sus músculos pegados a mí se relajaban.

—Intentaré encontrarle un empleo de diseñador gráfico. Por Becca.

Ya. Por Becca.

Después de esa conversación, tardé un rato en quedarme dormida.

Abrí los ojos de repente. El corazón me aporreaba las costillas. Tenía la sensación de que pasaba algo malo.

¿Dónde me encontraba? Parpadeé para quitarme el velo de sueño de los ojos y poder ver bien.

¿Cómo es que se estaba tan calentito, puñeta?

Malcolm. Era su habitación.

Desplacé los ojos hasta el brazo que colgaba sobre mi cintura y volví la cabeza para ver a Malcolm durmiendo profundamente detrás de mí.

Mis pestañas se agitaron contra la brillante luz que entraba a raudales a través de las persianas.

¿Qué hora era?

Levantando el brazo lo más suavemente posible, abandoné la cama y fui de puntillas hasta el mueble oriental lacado en negro, donde estaba mi reloj.

«Mierda», solté con un bufido. Pasaban de las doce del mediodía. De un domingo. Cole habría regresado a casa temprano con la esperanza de que yo lo llevara a cenar a casa de los Nichols. Y yo no estaba. ¿Dónde tenía el móvil? ¿Y el vestido?

Mierda, mierda, mierda.

—Jo… —farfulló Malcolm, y mis ojos volaron a la cama, desde donde él me miraba somnoliento.

—¿Adónde vas?

—Me he quedado dormida. Ahora debería estar en casa con Cole y mamá.

—Joder —masculló él—. ¿Qué hora es?

—Las doce y cuarto.

—Parece más temprano.

—Pues no lo es —repliqué, exasperada, no muy segura de con quién. Me precipité hacia él y le planté un rápido beso en la mejilla antes de irme zumbando—. ¡Te llamo luego! —grité, y cogí el vestido del suelo. En el salón encontré los zapatos, las bragas, el sujetador y el bolso, y mientras me vestía a toda prisa llamé a un taxi con el teléfono de manos libres.

Llegó al punto. Salí volando del dúplex y al notar la ráfaga de aire frío procedente del mar, me estremecí. Me sumergí en la cálida atmósfera del vehículo. Aproveché para ver si tenía mensajes.

Había uno de Joss en que me preguntaba si hoy iría a comer.

Y, maldita sea, también había uno de Cole enviado hacía horas. Se me había pasado. Por lo visto, los padres de Jamie habían tenido una fuerte discusión, y Cole había vuelto a casa anoche en taxi.

¡Mierda!

Con los nervios y la confusión que llevaba yo encima, lo de la comida del domingo no era una buena idea. Envié a Joss el mensaje de que esta semana me la saltaba.

Cuando el taxi paró frente al piso, subí las escaleras de estampida con mis tacones de doce centímetros sin importarme el ruido de clavos contra el acero en todo el edificio. Miré con mala cara la puerta de Cam al pasar, y luego acabé de recorrer los últimos peldaños e irrumpí en mi casa y me recibió la risa de Cole. Risa que fue seguida de una grave risa de hombre.

—¿Cole? —Desde el pasillo entré de sopetón en la sala de estar y me paré en seco.

Mi hermanito estaba sentado en el suelo, rodeado de sus dibujos, riéndose frente a la cara de Cameron MacCabe. Los ojos de Cole estaban iluminados como no lo habían estado en mucho tiempo, y por un momento solo se me ocurrió lamentar que no pareciera así de feliz más a menudo.

A continuación registré el hecho de que Cam estuviera en mi piso.

Cam estaba en mi piso.

El piso en el que vivía mi madre.

Sentí náuseas.

—Jo. —Cole se puso en pie de un salto, ahora con los ojos más apagados—. Estaba preocupado.

—Perdóname. —Negué con la cabeza señalando mi móvil—. No he visto tu mensaje hasta hace unos veinte minutos.

—No pasa nada. —Se encogió de hombros—. Todo va bien.

Cam se puso en pie sonriendo a Cole. Esa expresión se desvaneció por completo al volverse hacia mí: la suavidad convertida en la nada más absoluta.

—Jo.

—¿Qué estás haciendo aquí, Cam? —pregunté sin aliento, mirando furtivamente al pasillo, pensando en mamá, escondida en su cuarto. Quizá podía hacerle salir antes de que apareciera ella.

Cam pasó por el lado de Cole, al que dio unas palmaditas en el hombro con gesto protector, y se me acercó.

—Vamos a hablar. En el pasillo.

Vi atónita que salía.

—Ahora, Jo.

Ante la exigencia en su voz me estremecí, y al desconcierto le siguió el fastidio. ¿Cómo se atrevía a hablarme así? Yo no era un puto perro. Miré a Cole entrecerrando los ojos.

—¿Qué ha pasado?

—Ahora, Johanna —soltó Cam.

Enderecé la columna. Bien podía azotarme el trasero con un cinturón. Dirigí a Cole una mirada que anunciaba castigo por haber dejado entrar a Cam en el piso, y a continuación giré sobre mis talones y seguí a Cam al pasillo. Él ya había bajado el primer tramo de escaleras.

Me puse las manos en las caderas y adopté una actitud desafiante mientras lo fulminaba con la mirada.

—¿Y bien?

—¿Vienes o qué? —Su voz autoritaria atrajo mi mirada a sus tensos rasgos; sus ojos azules eran brasas encendidas. Alguien estaba de veras cabreado—. No voy a gritarte desde aquí.

Con un resoplido de irritación, me quité los zapatos que tanto me molestaban y los tiré al interior del piso. Toqué con los pies descalzos el gélido hormigón y bajé los escalones a toda prisa, lo que pareció despertarme. También me volvió consciente de lo desastrada que iba.

—¿Qué? ¿Qué hacías en mi piso?

Cam se inclinó hacia mí, las respectivas caras casi al mismo nivel. Había desaparecido otra vez la suave ondulación de su labio superior, apretado contra el otro. Hoy tenía sus preciosos ojos azul cobalto inyectados en sangre y parecía aún más cansado que ayer. A pesar de su palpable y misteriosa irritación conmigo, no pude menos que desear arrimarme a él, sentir que esos fuertes brazos me envolvían, inhalar el aroma a aftershave.

—A ver si primero me explicas qué clase de persona deja a su hermano pequeño solo toda la noche con una madre alcohólica que tiene la mano demasiado ligera. O qué clase de hermana dejaría a un niño en estas circunstancias para poder abrirse de piernas ante alguien que seguramente no la conoce en lo más mínimo —dijo siseando con los ojos reflejando asco—. Justo cuando pienso que me he equivocado contigo, vas y me demuestras que tenía razón sobre tu egoísmo de la peor calaña.

Me había quedado sin respiración.

¿Qué era eso de que mi madre tenía la mano demasiado ligera?

—Anoche tuve que ayudar a Cole. Oí gritos y subí a ver si estabas bien. Ni rastro de ti. Y él estaba solo con eso. —Cam no habría podido sentirse más decepcionado de mí aunque lo hubiera intentado. De hecho, esa decepción parecía enfurecerlo más—. Deberías morirte de vergüenza.

No podía creerlo.

Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas pero las reprimí; no quería que él me viera llorar. Su ataque parecía dar vueltas alrededor de mi cabeza y tardé un momento en recobrar la compostura, en tomar una decisión acerca de cómo reaccionar.

Mi primer pensamiento fue para Cole.

¿Qué quería decir Cam? En mi estómago empezaban a mezclarse el miedo y una cólera incipiente.

En cuanto a Cam, a saber qué le gustaba de mí. Lo único seguro es que se había excedido a la hora de sacar sobre mí conclusiones precipitadas y ponerme a caer de un burro. Por mucho que me atrajera, estaba fuera de toda duda que ese hombre no me gustaría nunca. Me había hecho daño con demasiada facilidad.

Ni siquiera se merecía una respuesta.

Me volví con lo que esperaba fuera una dignidad serena, pero Cam no iba a darse por satisfecho.

Me apretó el brazo con la mano y tiró de mí para ponerme frente a él, y cuando la agresión desenterró viejos recuerdos me quedé lívida.

«Dame esto, zorra inútil». Papá me agarró el brazo, y me lastimó con los dedos al atraerme hacia él y quitarme el mando a distancia.

Me quedé paralizada de miedo a la espera del siguiente golpe.

«Siempre tocando los huevos». Al inclinarse hacia mí, el aliento le olía a cerveza, la cara roja por el alcohol y la furia. Le brillaban los ojos. «¡No me mires así!» Alzó la mano y me preparé para lo peor, la vejiga floja por el miedo antes de que me golpeara con el reverso de la mano, lo que me mandó directa al suelo y me dejó la mejilla ardiendo de dolor y escozor en la nariz y los ojos. Notaba las bragas húmedas. «Apártate de mi vista antes de que te dé unos buenos azotes».

Gimoteé intentando ver a través de las lágrimas.

«¡Levántate!» Se me acercó, y yo gateé por el suelo

—Suéltame —susurré presa del pánico—. Suéltame, por favor.

La mano de Cam me soltó al instante.

—Jo…

Meneé la cabeza mientras volvía a fijarme en él. Advertí que también Cam había palidecido, el asco esfumado de sus ojos y sustituido por cierta inquietud.

—Jo, no voy a hacerte daño.

Emití un sonido de mofa. Demasiado tarde.

—Aléjate de mí, Cam —logré decir con voz temblorosa, y esta vez me volví para irme sin que él me lo impidiera.

Cole estaba en el pasillo, y del puro enojo en sus rasgos juveniles deduje que había oído todas y cada una de las palabras de mi bronca a Cam. Cabeceó con los puños cerrados a los lados.

—Lo siento —dijo, y cerró la puerta a mi espalda—. Echó una mano con mamá y luego… se interesó por mi trabajo, mis cómics. He sido un estúpido. Creía que era un tío guay. Perdona, Jo.

Me apoyé en la puerta todavía temblando. Tenía preguntas que hacer y no estaba muy segura de querer escuchar las respuestas.

—¿Por qué le has dejado entrar?

Cole suspiró y se pasó una mano por el pelo.

—Llegué a casa tarde y seguramente la desperté. Agarró uno de sus berrinches. Se puso a gritar, y yo no podía hacerla callar. Entonces oí que golpeaban la puerta y a Cam gritando tu nombre. Iba a despertar a todo el bloque, así que fui a abrir para ver quién demonios era.

Cuadré la mandíbula. Cam sabía la verdad sobre mamá.

Mi vida no podía ser más asquerosa.

—Bueno, ahora ya lo sabe todo sobre mí.

Como si Cole recordara lo que había oído decirle a Cam en el pasillo, Cole entrecerró los ojos y en sus pupilas se formaron sendas rajas vengativas.

—Y una puta mierda.

—Esa lengua.

Cole me miró fijamente, y entretanto yo le busqué marcas en la cara. ¿Tenía la mejilla enrojecida o era solo la luz? El peso de las emociones me tensó el pecho.

—Dice… —dije a duras penas, flexionando los temblorosos dedos—. Dice que te ha pegado.

—No ha sido nada. —Cole se encogió de hombros.

Se encogió de hombros, y todo mi mundo se tambaleó peligrosamente.

—¿Mamá te ha pegado? ¿Lo había hecho antes? —Noté que las lágrimas de rabia me picaban en las comisuras de los ojos, y Cole se dio cuenta.

Esta vez le tembló un poco la boca al responderme.

—Solo bofetadas, Jo. Nada que no se pueda aguantar.

Se me hizo un nudo en el estómago, tuve náuseas y empezaron a brotar las lágrimas.

No. ¡No! ¡NO!

Entre sollozos, me apoyé de espaldas en la puerta.

Creía haber hecho todo lo que estaba en mi mano para protegerle del dolor emocional y físico que pudiera causar un progenitor abusivo. Y al parecer no había hecho ni mucho menos lo suficiente.

—Jo. —Noté que Cole se me acercaba tímidamente—. Por eso no dije nada.

—Debías haberlo hecho. —Traté de respirar pese a las lágrimas—. Debías habérmelo dicho.

Me rodeó con los brazos y, como solía pasar últimamente, en vez de consolar yo a mi hermano pequeño me consolaba él a mí.

Al final cesaron las lágrimas, y pasé a la sala de estar, adonde Cole me llevó una taza de té. Cuando la bebida caliente se derramó en mi estómago, fue como si se avivaran las llamas de la ardiente rabia contra mi madre.

Una cosa era desatender a Cole.

Otra muy distinta abusar físicamente de él.

—¿Cuántas veces?

—Jo…

—¿Cuántas veces, Cole?

—Ha sido solo el último año. Algún bofetón suelto. Dice que soy como papá. Pero yo no he devuelto ningún golpe, Jo. Te lo juro.

Recordé los recientes comentarios sobre el parecido entre Cole y papá… el resentimiento, la culpa, el rencor. Tenía que haberme dado cuenta. Peor aún, recordé un moretón que Cole tenía en el ojo derecho y el pómulo unos meses atrás. Según él, Jamie le había golpeado cuando los dos se habían animado demasiado durante un videojuego de lucha libre. Le miré la mejilla.

—¿Y esto?

Cole sabía de qué hablaba yo. Bajó la mirada al suelo y encorvó los hombros.

—Estaba histérica. No dejaba de pegarme y yo intentaba zafarme de ella sin hacerle daño, pero me caí en un rincón de la cocina.

Por haberme criado con un padre agresivo era ahora asustadiza ante los enfrentamientos, las discusiones, la ira. Me había vuelto pasiva. Me costaba enfadarme. Hasta que conocí a Cam.

Aun así, no creo haber sentido nunca el tipo de rabia que sentía ahora.

Cole había sido siempre como un hijo para mí. Era mi pequeño.

Y yo no lo había protegido.

—Voy a ver un poco la tele —le dije con calma intentando lidiar con esa nueva información.

—Estoy bien, Jo, de verdad.

—Vale.

Cole exhaló un suspiro y se levantó.

—Supongo que hoy no iremos a casa de los Nichols.

—No, no iremos.

—Bien. Bueno… si me necesitas estoy en mi habitación.

No sé cuánto tiempo estuve ahí delante del televisor con la mirada vacía, dudando entre ir al cuarto de mi madre y asfixiarla con una almohada o simplemente hacer mi equipaje y el de Cole y huir a la carrera esperando que las amenazas de mamá fueran vanas. Oí un ruido a mi espalda, parpadeé y me volví. No había nada.

Creí haber oído abrirse la puerta del piso.

Estaba volviéndome loca.

Agotada por el cúmulo de emociones de las últimas veinticuatro horas, me dejé caer en el sofá y cerré los ojos. Tenía que ducharme y cambiarme, pero me daba miedo acercarme al cuarto de mi madre. Temía que mi yo pasivo perdiera su buena forma.

Unos instantes después sucedió lo peor.

La puerta del cuarto de mamá se abrió y yo me incorporé, con los músculos cada vez más tensos al verla aparecer. Iba toda despeinada y se agarraba la descolorida bata rosa mientras arrastraba los pies hasta la cocina sosteniendo una botella vacía y una taza.

Se me agolpó la sangre en los oídos al tiempo que mi cuerpo se levantaba sin haber recibido órdenes mías al respecto. Era como si yo estuviera metida dentro de mi cabeza pero ya no ejerciera ningún control sobre los miembros. Con el corazón aporreándome las costillas, la seguí a la cocina.

Al oír mis pasos, ella se dio la vuelta y se apoyó en la encimera, en la que dejó la taza.

—Hola, tesoro —dijo con una débil sonrisa.

La miré y lo único que fui capaz de recordar fue la absoluta humillación a manos de mi padre, con sus puños rápidos y sus palabras aborrecibles. Por culpa de aquel hombre, yo carecía totalmente de autoestima.

¿Cómo se atrevía ella a hacerle lo mismo a Cole… a deshacer todo lo que había hecho yo para evitar que llegara a sentirse así? Que tus padres te consideren inútil, que te consideren tan despreciable que acaben dañando lo que la naturaleza les ha dicho que protejan, es un dolor peculiar. Nunca quise que Cole sintiera ese dolor…

… y esta bruja se lo había causado.

Con un grito animal, de profunda rabia lacerante, me arrojé contra ella. Estrellé mi cuerpo contra el suyo en la encimera, y su cabeza golpeó en el módulo superior de la cocina, y me satisfizo ver su mueca de dolor.

¿Qué se siente, eh? ¿Qué se SIENTE?

Estiré la mano para agarrarla sin apretar pero amenazante, y ella me miró a la cara con ojos consternados, redondos como platos.

Me incliné hacia ella, temblando por mi reacción, sacudiéndola por su traición.

Traición, sí.

Nos había traicionado para conseguir ginebra.

Me había traicionado a mí haciendo daño a lo que yo más quería.

El pecho me subía y bajaba deprisa; intenté recuperar el aliento y apreté la mano en su cuello.

—Si alguna vez… —Negué incrédula con la cabeza—. Si alguna vez vuelves a tocar a Cole… te mato. —La empujé—. ¡Te mato, maldita sea!

Noté algo que me tocaba en el brazo.

—Jo…

Lento pero seguro, el mundo regresó y tuve un escalofrío, y al volverme a la izquierda abrí la mano.

Cole estaba de pie a mi lado, desaparecido el color de su cara, mirándome como si no me hubiera visto nunca antes.

Dios mío.

Miré más allá de su hombro y vi a Cam de pie en el umbral de la cocina con expresión adusta.

Dios mío.

Me di la vuelta, y mi madre estaba encogida de miedo junto a la encimera.

¿Qué estoy haciendo?

Me invadió la vergüenza… y eché a correr.

Pasé por el lado de Cole y empujé a Cam, y no le hice caso cuando me llamó. Salí por la puerta y me precipité descalza escaleras abajo, sin saber adónde iba, sabiendo solo que debía huir de la persona que había llegado a ser yo en esa cocina.

Algo me asió el brazo y tiró de mí hasta detenerme.

El rostro de Cam apareció borroso, y yo intenté zafarme de él con la idea de huir, pero sus brazos parecían estar en todas partes. Arremetí contra él, resoplando e insultándole, pero cuanto más forcejeaba, más relajante era su voz.

—Cam, suéltame —suplicaba yo con los miembros cada vez más exhaustos—. Por favor. —Me puse a sollozar antes de poder evitarlo, y luego empecé a llorar, un llanto duro, afligido, potente, bañado en lágrimas, apagado enseguida en mi garganta cuando me envolvió con sus cálidos brazos.

Me rendí, dejé que me sostuviera. Mis lágrimas le empapaban la camiseta y la piel mientras sus brazos me aferraban con fuerza.

—Desahógate —me susurró reconfortante al oído—. Desahógate.