25
¿DÓNDE ESTÁS? X
Miré el texto de Cam, emití un leve suspiro y le respondí al punto.
COLE Y YO HEMOS IDO A ALMORZAR FUERA
CON MICK Y OLIVIA. ¿RESACA? X
—Sé que no es asunto mío, pero pareces un poco ausente —señaló Olivia bajito mientras caminaba a mi lado.
El tío Mick y Cole iban por delante, y yo veía a Mick charlar muy animadamente con mi hermano. Habíamos ido a almorzar al Buffalo Grill, un asombroso tex-mex de detrás de la universidad. Ahora estábamos bajando las hamburguesas dando un agradable paseo dominical por los Meadows. No éramos los únicos que disfrutábamos del gran parque que había tras la uni, invadido de familias y grupos de amigos que jugaban a fútbol y a tenis, perseguían a perros juguetones, o en general rondaban por ahí gozando del buen tiempo primaveral mientras durase. Esa mañana había decidido que no tenía ganas de enfrentarme a Cam ni a nuestros problemas. En vez de ello, me abalancé sobre Cole tan pronto llegó a casa y luego llamé al tío Mick para proponer lo del almuerzo. Ya estaba respirando algo mejor en cuanto Cole y yo salimos del bloque y había estado intentando pasármelo bien hasta que Cam se entrometió en mis pensamientos con su mensaje.
Sonó mi móvil antes de poder responder al comentario de Olivia.
Era la respuesta de Cam:
UN POCO. ¿TÚ ESTÁS BIEN? X
—Un segundo, Olivia —mascullé disculpándome antes de contestar que estaba bien y que lo vería a mi regreso.
—¿Es Cam? —dijo indicando el móvil con la cabeza.
—Sí. —Había deseado con sadismo que sufriera la peor resaca de su vida. Pues ni eso—. Nunca le había visto tan borracho.
—¿Se encuentra bien?
La examiné un momento. No nos conocíamos mucho, así que no sabía si podía confiar en ella. Me había dirigido a Joss y Braden en busca de ayuda porque sabía que serían sinceros, pero anoche Cam se había zambullido en el fondo de la botella e hizo trizas sus palabras de apoyo. Tenía ganas de hablar con alguien, pero… ¿Olivia? Si casi no la conocía.
Como si hubiera percibido el cariz de mis pensamientos, me dirigió una sonrisa comprensiva.
—Lo entiendo. No estás segura de poder hablar conmigo. Es lógico; pero que sepas que soy muy buena dando consejos y guardando secretos. Si no hubiera sido bibliotecaria, seguramente habría sido consultora sentimental de día y espía de noche.
Me reí entre dientes.
—Pues es bueno saberlo. A decir verdad, ni siquiera sé qué decir. No sé si realmente hay un problema o si está todo en mi cabeza.
Olivia se aclaró la garganta.
—Algo te aflige, sin duda… y… bueno… en el pasado aprendí una dura lección sobre hacer caso omiso de una señal por creer que estaba solo en mi cabeza.
Distraída por momentos, pregunté con cierta timidez:
—¿Qué pasó?
Olivia entrecerró sus peculiares ojos, y advertí que apretaba los puños inconscientemente.
—Mamá. Antes de enterarse del diagnóstico estuvo un tiempo rara. Se mostraba insolente, impaciente, irascible; y eso tratándose de la persona más tranquila y relejada que yo conocía. Mi instinto me decía que pasaba algo grave, pero no le dije nada. Tenía que haberlo hecho. En tal caso, quizás habríamos acabado yendo a consultar al médico acerca del bulto en el pecho. En vez de ello, ella se quedó paralizada por el miedo, y cuando por fin reunió el coraje necesario, ya era demasiado tarde.
—Dios mío, Olivia. Cuánto lo siento.
Se encogió de hombros.
—Desde entonces llevo la culpa conmigo, de modo que si tu instinto te dice algo, hazle caso.
Estaba tan absorta analizando las oscuras sombras que merodeaban en sus ojos que eludí por completo su consejo.
—¿El tío Mick sabe cómo te sientes sobre la muerte de tu madre?
—Sí. —Asintió—. Le preocupa. Pero estoy bien.
—Si alguna vez quieres hablar…
Olivia me sonrió con aire triste.
—Gracias, Jo. En serio. Te has portado realmente bien conmigo aquí, y sé que no debe de ser fácil. Por el modo en que miras a papá, entiendo lo importante que es él para ti, y tras ver cómo está tu madre, de algún modo me detesto a mí misma por haberlo alejado de ti cuando tanto lo necesitabas.
—No te sientas así. Eres su hija. Y él te necesitaba a ti. Lo comprendo. Mi «yo adolescente» no lo entendía, pero mi «yo adulto» sí que lo entiende. Y el «yo adulto» finalmente lo acepta. —Vi a Mick riéndose de algo que Cole había dicho—. Pero es bonito tenerlo aquí una temporada.
—Con todo lo que se ha esforzado por encontrarnos, será que a Cameron le importas de verdad, ¿no?
En su pregunta había otra pregunta, y para Olivia estaba claro que lo que me preocupaba tenía que ver con Cam. Sentí la necesidad de confiarme a ella y poner la cuestión encima de la mesa. Llevaba tanto tiempo guardándomelo todo dentro que seguramente estaba cansada de echarme a la espalda cualquier pequeño problema sin decir ni pío.
—Ayer, Cam y yo nos tropezamos con su ex novia por la calle.
Olivia suspiró sonoramente.
—Ah.
—Hace un tiempo me dijo que había estado enamorado de la Blair esa. Cortaron porque ella se marchó a estudiar a una universidad de Francia, no porque hubieran dejado de estar enamorados. Ahora ella ha vuelto, y ya están los dos mandándose mensajes. Tenías que haber visto lo apagado y extraño que estuvo Cam después, y luego fíjate la cogorza que pilló… cuando no se emborracha nunca. Así que me pongo en lo peor. Blair ha vuelto, y Cam está hecho un lío porque todavía la quiere.
—Vaya. Pues no está mal. —Olivia echó los hombros hacia atrás y se puso a contar con los dedos—. Uno: no sabes si él todavía la quiere; dos: tropezarte con un ex con quien has tenido una historia real lía la cabeza de cualquiera; tres: Cam no va a iniciar sin más una amistad con esa mujer sin discutirlo contigo, lo que me lleva al cuatro: tienes que hablar con él sobre esto, de lo contrario, la incertidumbre irá desgastando vuestra relación como un virus.
Asentí.
—Tenías razón. Eres buena en esto.
—Lo sé. Entonces, ¿vas a seguir mi consejo?
—Como tengo un pequeño problema de inseguridad, quizá tarde un poco en reunir el valor necesario para hablar con él.
—En otras palabras, tienes miedo de que se dé la vuelta y diga que está enamorado de la tal Blair.
Fruncí el entrecejo.
—En tu currículum también podrías poner que lees el pensamiento.
—Sí, ya hemos dejado claro que soy impresionante. —Sonrió con aire pícaro.
Yo sonreí a mi vez.
—Estamos de acuerdo.
Olivia volvió a ponerse seria tan rápidamente como hubo desaparecido su sonrisa.
—Has de tener coraje y planteárselo, Jo. Si no, la bola irá haciéndose cada vez más grande.
—¿Coraje? —Arrugué la frente—. ¿Crees que puedo descargarlo de Internet?
—No me extrañaría. Aunque seguramente venga con hilos atados a un sinfín de desagradables ramificaciones.
—¿Tendré que robárselo a alguien, entonces?
—¿Qué quieres decir con eso de robar el coraje? Johanna Walker, eres una de las personas más fuertes y valientes que he conocido, lo cual es decir mucho… Vengo de Arizona, donde entre mayo y septiembre unos seis millones de personas viven de buen grado bajo un calor insoportable.
—También Cam dice que soy fuerte —murmuré, incrédula.
—Habla con él, tía. No me creo que un hombre que te mira de esa manera pueda estar enamorado de otra.
Aspiré hondo.
—Vale. Hablaré con él.
Olivia me dio una palmada en la espalda guiñándome el ojo.
—¡Esta es mi chica!
***
Unas horas después me despedí del tío Mick y Olivia en Princes Street con la idea de quedar para cenar entre semana y luego dejé a Cole en el Omni Centre, donde iba a encontrarse con sus amigos. Antes de irme, me agarró del brazo.
—¿Estás bien, Jo? —preguntó con las cejas juntas en señal de preocupación.
Me maravillé de estar ahora mirando a mi hermano a los ojos. Lamenté que fuera tan alto para su edad; si aún pareciera un niño, eso al menos me permitiría actuar como si no estuviera creciendo. De todos modos, con más o menos estatura, su intuición estaba fuera de toda duda. Eso formaba parte de su personalidad, de nuestra relación; me conocía bien. Me encogí de hombros.
—Estoy bien.
Cole pegó las manos a los vaqueros, se encorvó e inclinó la cabeza hacia mí buscándome con los ojos.
—¿Hay algo que deba saber?
—No estoy muy católica. Cosas de chicas. —Le tranquilicé con una dulce sonrisa—. Anda, vete. Sal por ahí con tus amigos y sé inmaduro. Responsable —añadí a toda prisa—, pero inmaduro.
Puso mala cara.
—¿Van de la mano ambas cosas?
—Si tu inmadurez trae malas consecuencias, entonces ya es irresponsabilidad.
Cole soltó un gruñido.
—Deberías anotar toda esta mie… todas estas cosas.
—He oído «mierda», pequeño, y como castigo te robo la última PopTart.
—Qué dura que eres, Jo. —Negó con la cabeza y retrocedió con una sonrisa—. Pero qué dura.
Puse los ojos en blanco, lo saludé con la mano y lo dejé ahí, con la esperanza de que en el camino de vuelta a casa se reforzara mi coraje.
Al llegar a la puerta de Cam creía estar preparada para llamarle la atención sobre sus gilipolleces. Tras mandarle un mensaje para decirle que iba de camino, no me tomé la molestia de llamar.
—Soy yo —dije, y entré y cerré la puerta.
—Pasa.
Seguí su voz hasta el salón, donde me sorprendió ver a Nate. Lo más sorprendente era que la tele no estaba encendida. Al ver los tazones de café y los bocadillos a medio comer, tuve claro que Nate se había pasado para charlar.
El corazón empezó a latirme con fuerza.
Vaya. Eso no podía ser bueno.
—Hola, Nate. —Sonreí temblorosa.
—Jo. Estás estupenda como siempre, nena. —Me sonrió burlón, sacudiéndose las migas de los dedos.
No sabía cómo saludar a Cam. Tras el encuentro con Blair, no me había tocado. Cam, que parecía incapaz de respirar si no me tocaba, no me había puesto encima ni la punta de un dedo. No me había cogido la mano, ni me había estrujado la cintura, ni me había hundido cariñosamente la nariz en el cuello. Desde que habíamos empezado a salir, creo que no habíamos estado juntos ni una sola vez sin que me acariciara el cuello con el hocico.
Como no estaba de humor para verme rechazada por sus repentinas pocas ganas de tocarme, no fui a darle un beso como habría hecho en circunstancias normales. Me quedé allí sin más, incómoda, mirándole. No parecía tener nada de resaca el muy cabrón.
—¿Cómo te encuentras?
Cameron no contestó enseguida. De hecho, durante lo que pareció un momento larguísimo, estuvo acunando su tazón de café mientras sus ojos deambulaban por mi cara absorbiendo todos y cada uno de los rasgos. Poco a poco se le fue formando una sonrisa en los labios, y la ternura en su mirada me provocó un dolor en el pecho.
—Mucho mejor, nena. Mucho mejor.
Tras sus palabras parecía haber algo más que información sobre su salud física. Pero no me quedaba claro qué era.
—Bueno, mi trabajo aquí ha terminado. —Nate se dio sendas palmadas en las rodillas y se puso en pie.
Seguí sus movimientos totalmente confundida.
—¿Qué trabajo?
—Oh. —Meneó la cabeza, sonriendo con aire de complicidad como si tuviera un secreto—. Pues dar de comer al Chico de la Cervecera aquí presente. —Sin dejar de sonreír, Nate se me acercó y me plantó un suave beso en la mejilla, los ojos oscuros brillando felices al retirarse—. Encantado de verte, como siempre, Jo. Hasta luego.
—Adiós —contesté con calma, asombrada por sus muestras de afecto, desconcertada por la misteriosa conducta de los dos, y preguntándome dónde demonios me había metido.
—Hasta luego, colega —le gritó Cam, y Nate se despidió agitando la mano y nos dejó en el silencioso vacío del piso.
La perplejidad me hizo arrugar la nariz. Me volví hacia Cam.
—¿De qué iba todo esto?
Cam negó con la cabeza y dejó el tazón en la mesita.
—Solo se ha pasado para charlar un rato. —Se le curvaron los labios hacia arriba en las comisuras—. ¿Por qué estás ahí si yo estoy aquí? —Dobló un dedo indicándome que me acercara con una confianza sexy que al instante izó pequeñas banderas verdes en todas mis zonas erógenas. La aceleración de mis motores sexuales me ronroneaba en los oídos, ondeaban las banderas, listas para bajar…
Tuve un escalofrío y me recordé a mí misma que había ido ahí a hablar con él, no a arrojarme en sus brazos a la menor oportunidad. El mero hecho de que Cam se mostrara agradable y afectuoso no significaba que yo tuviera que ceder. Quería respuestas sobre su conducta del día anterior.
¿No?
—Jo… —Cam levantó una ceja—. Ven aquí, nena.
—No. —Eché el mentón hacia delante y lo miré entrecerrando los ojos. ¿A qué jugaba conmigo?—. Ven tú, si quieres.
Un largo gruñido fue lo último que oí antes de que Cam se moviera a una velocidad sorprendente habida cuenta de su resaca. En un segundo pasó de estar en el sillón a estar en el otro extremo de la estancia, con su cuerpo apretándome contra el escritorio. Manejándome con cierta brusquedad, me cogió los muslos y me pasó las piernas alrededor de sus caderas para poder incrustarme su erección. Me agarré a él, las manos en su cintura, la cabeza hacia atrás en un placer instantáneo mientras su nariz se me hundía en el cuello.
—Cam —gemí intentando recordar el motivo de mi visita mientras él empujaba con las caderas, la tela en torno a su erección frotando la costura entre las perneras de mis pantalones. Yo jadeaba, húmeda y apurada. ¿Qué estaba pas… qué estábamos ha… qué…?
Noté su lengua en mi garganta y opuse más resistencia a sus movimientos.
Cam me acribilló de besos el cuello hasta llegar a la oreja.
—Esta mañana te he echado de menos —susurró con voz ronca.
—¿Ah sí? Creía que con tanta resaca no ibas a darte cuenta. —Deslicé las manos por su espalda hasta rodearle el cuello, enredé los dedos en su pelo y le giré la cabeza para mirarle a los ojos y ver si percibía la verdad en ellos. Inspiré hondo, temerosa de que lo que estaba a punto de decir supusiera la lamentable pérdida de Cam en mis brazos—. Ayer estabas ausente. Después… Blair…
Cam asintió con cuidado, acariciándome los muslos en lo que parecía un gesto tranquilizador.
—Al verla, me quedé desconcertado. Estuve un buen rato absorto.
—Y después te emborrachaste. —Esbocé una débil sonrisa—. ¿Estás seguro de que todo va bien? ¿De que… estamos bien?
Con ternura en la mirada, Cam me tomó la barbilla con la mano.
—Estamos mejor que bien, nena. —Me besó, me acercó más hacia sí, con más fuerza, y me relajé con un gemido. Dios mío, quería creerle como no había creído a nadie en mi vida.
Su lengua jugueteó con mi labio inferior mientras yo notaba sus dedos en el botón de mis vaqueros. Me eché hacia atrás, las expectativas y la excitación alejando de mi cabeza el resto de dudas. Cam me había asegurado que estábamos bien. Con eso bastaba. Me lamí el labio donde acababa de estar su lengua y le sostuve la abrasadora mirada mientras me desabotonaba. Tras saltar el último botón, Cam acunó mis caderas y me deslizó suavemente hacia delante para que mi culo colgara precariamente del borde del escritorio. Introdujo sus cálidos dedos en mi cinturilla y yo me agarré a la mesa y alcé las caderas para facilitarle el acceso mientras él me bajaba los pantalones, que se cayeron junto con los zapatos bajos.
Con movimientos incitantes, Cam me bajó despacio las bragas, que, una vez fuera, se guardó en el bolsillo trasero de los pantalones.
—Eres un pervertido.
Se rio bajito, mirándome mientras yo le miraba bajarse la cremallera de los pantalones. Los empujó hasta los tobillos junto con los calzoncillos, sin dejar nunca de observarme la enrojecida cara mientras se acariciaba la polla despacio.
Me retorcí, y fui abriendo las piernas de manera inconsciente.
Cam dio un paso adelante, los vaqueros susurrando alrededor de sus tobillos, y justo cuando creía yo que iba a penetrarme, descendió hasta ponerse de rodillas, me separó los muslos e insinuó el rostro entre mis piernas.
—Oh, Dios —gemí, y ante el contacto eléctrico de su lengua en mi clítoris eché la cabeza hacia atrás. Le agarré del pelo, lo sujeté, y me mecí suavemente contra su boca mientras él me lamía y me espoleaba hacia el clímax.
Y entonces me chupó el clítoris. Con fuerza.
Solté un grito y me corrí contra su boca en una explosión de luz y calor. Se me estaban relajando los músculos cuando Cam se levantó, me cogió de las caderas, las elevó e incrustó la polla tan adentro que casi fue doloroso. Di un grito ahogado y me aferré a él mientras mis músculos interiores latían a su alrededor con ligeras réplicas.
Me agarraba con tanta fuerza que me magullaba, sus movimientos eran bruscos, duros y frenéticos, pero me daba igual. Dentro de mí, la tensión ya había entrado en una espiral, y mis gritos y jadeos farfullados pidiendo más se mezclaban con sus gruñidos y resoplidos bestiales.
Estaba cachonda.
Demasiado cachonda.
Quería romper mi camiseta y la suya, pero eso significaría parar, y ahora no podía pararme nada.
Una mano abandonó mi cadera para agarrarme el cogote, y entonces Cam estrelló su boca contra la mía, un jadeante deslizamiento de labios y lengua…, nada de finuras, solo la salvaje necesidad de imitar con nuestras bocas lo que hacía su polla en mis tripas. Cam me subió más las caderas, y cuando yo me agarré soltó su boca de la mía. Al arremeter, la posesividad se reflejaba en sus ojos sombríos.
Sentí como si todo mi cuerpo estuviera irradiando fisuras ardientes, como si cada empujón me llevara a un punto crítico.
Y al final…
Acabé hecha añicos.
El orgasmo llegó en una oleada tras otra, y estaba tan atrapada en aquel instante extraordinario que apenas oí el «¡joder!» de Cam al correrse y darme una sacudida.
Deslicé la mano por el escritorio mientras se me licuaban los músculos, y entonces Cam me rodeó la cintura con los brazos y sosteniéndome vertical siguió resoplando en mi hombro.
Fue el polvo más bestia de mi vida, una especie de experiencia de placer-dolor. No sabía si la épica respuesta de mi cuerpo había sido al sexo duro o a la necesidad posesiva, como de otro mundo, que parecía haber impulsado a Cam, una necesidad de tenerme, de reclamarme. Siempre era un poco así, pero esta vez había sido… diferente.
Casi desesperado.
—¿Te he hecho daño? —preguntó en voz baja, como con cargo de conciencia.
Negué con la cabeza contra su hombro, la tela de su camiseta, húmeda de sudor, en la que frotaba la mejilla. El olor del aftershave, el jabón de brisa marina que usaba y su sudor fresco eran reconfortantes.
—No.
—¿Estás segura?
—Segurísima. —Me reí un poco—. Aunque ahora podría estar un mes durmiendo.
Cam emitió un resoplido.
—Yo también. —Se retiró sonriendo con dulzura, con ternura, rozándome la mejilla con los nudillos—. No hay nada mejor que estar dentro de ti.
Y, como de costumbre, así alejaba mis inseguridades. «No hay nada mejor que estar dentro de ti».
Su beso fue cálido y delicado, suave en comparación con lo que habíamos acabado de hacer… como si lo sucedido entre nosotros le hubiera tranquilizado y hubiera aliviado cierto pesar.
Recordé a Andy cuando me dijo que nunca había visto a Cam tan feliz como cuando estaba conmigo, y de pronto me sentí una estúpida por haber dudado de nosotros. Por haber dudado de él. Como un gatito satisfecho, me apoyé en los codos y miré a Cam mientras se ponía de nuevo los pantalones. Me dijo que me quedara donde estaba. Se fue de la sala y regresó al cabo de unos minutos con una toallita. Aún me daba un poco de vergüenza cuando Cam me ayudaba a limpiarme después de haber hecho el amor, pero algo acababa de cambiar entre nosotros; ahora me sentía más segura. Más que nunca. Ya no sentía vergüenza. Me sentía… fuerte.
Abrí las piernas con una sonrisa insinuante, y sus ojos azules brillaron ante mi perversidad.
—Sexy de cojones —farfulló apretando el trapo entre mis piernas.
Mis pestañas se agitaron cerrándose ante el contacto frío, y me levanté un poco para ayudarle. Sus cálidos labios se cerraron sobre los míos y su lengua se introdujo en mi boca. Desapareció la toallita, y chillé en su boca cuando dos dedos se deslizaron en mi hinchada vagina.
Yo ya no podía más.
Negué con la cabeza y me aparté de él.
—No puedo.
Cam discrepaba. Me metía y secaba los dedos mientras me observaba con atención. Creía yo que después de aquel fantástico clímax haría falta cierto tiempo para estar en condiciones de tener otro, pero mi cuerpo seguía estando muy sensible, y su penetración junto con la pasada insoportablemente suave de su pulgar en mi clítoris me mandó de cabeza a otro orgasmo. No fue tan intenso como el otro, pero la piel casi me ardía por el uso excesivo.
—Me vas a matar.
Cam me besó de nuevo y volví a sentir la toallita entre las piernas.
Aún estaba yo temblando cuando Cam me ayudó a bajar del escritorio y a subirme los pantalones. Ni siquiera me molesté en pedirle las bragas. Ya me imaginaba su respuesta.
Al cabo del rato ya nos habíamos acomodado en el sofá. Yo estaba colocada entre sus piernas, mi espalda contra su pecho, y mirábamos una película. Me sentía relajada por primera vez desde hacía días. Costaba creer que nos hubiéramos encontrado con Blair ayer mismo. Daba la sensación de que aquello llevaba semanas atormentándome.
Cam soltó una carcajada ante el televisor, y me volví para sonreírle.
—Hoy estás de mejor humor, desde luego.
Me estrujó con el brazo.
—Hoy las cosas van bien. Sexo increíble, fantástica compañía, buenos amigos. Esto me recuerda algo. ¿Te dije que la semana que viene organizo una fiesta?
Sonreí y negué con la cabeza.
—Sí, estaba hablando con Nate y Blair sobre eso. El próximo fin de semana invito a todo el mundo al piso. También a Olivia.
Lo único que oí fue «… Blair sobre eso».
—¿Blair?
Cam asintió y volvió a mirar la televisión, declinando ya su concentración en mí.
—He hablado con ella esta mañana, justo antes de que llegara Nate. Pensé que estaría bien que se pusiera al día con Nate y Peetie.
—¿No dijiste que había sido un shock verla ayer? —Yo intentaba pasar por alto los fuertes latidos de mi corazón, y esperaba que Cam no los notara.
—Es verdad. Pero fue un shock bueno. Tropezarme con Blair era justo lo que necesitaba… —Cam soltó un bufido mirando la pantalla—. ¿Qué demonios va a hacer con eso? —La película lo había interrumpido a media frase.
¿Qué quería decir con «tropezarme con Blair era justo lo que necesitaba»?
Y en un abrir y cerrar de ojos estuve otra vez como al principio.
Había llegado el momento de preguntarle lisa y llanamente cómo se encontraba ahora que Blair había vuelto a su vida. ¿Qué significaba eso para nosotros? ¿Qué sentía por ella? ¿Aún estaba enamorado?
Oh, Dios. ¿El sexo duro y feliz era solo eso?
Noté que se me tensaba el pecho y que no podía respirar.
¿Su buen humor se debía a la conversación con Blair? ¿Estaba Cam transfiriéndome a mí pensamientos posesivos y acaramelados sobre ella porque yo estaba presente y dispuesta?
¿O mis inseguridades grandes, inmensas, ilógicas y psicóticas estaban surgiendo otra vez de su escondrijo y retorciéndolo todo?
—¿Estás bien? —preguntó Cam con suavidad, pasando su mano por mi brazo.
¡Díselo! ¡Pregúntale!
Pero estaba aterrorizada. Si le preguntaba y él seguía enamorado de Blair, se vería obligado a contarme la verdad y yo tendría que soltarme de sus brazos y no volver a ellos nunca más.
Qué patético que yo me sentara de buen grado con él sobre una mentira solo para poder sentir su aliento en la oreja.
—Estoy bien —susurró bajito, hundiendo la nariz en su pecho. Cerré los ojos—. Solo cansada.
Me pasó los dedos por el pelo, y yo di otro puñetazo a mis inseguridades. El sexo primero, los arrumacos después… Esto solo podía pasarme a mí.
A Cam le importo.
Le importo de veras.
—Sé que te pasa algo, Jo. Tienes todo el cuerpo tenso.
¡Maldita sea!
Suspiré y me eché atrás apoyando las manos en su pecho mientras le miraba el bello y familiar rostro. De pronto tuve el estómago hecho un revoltijo de mariposas.
—Solo pensaba si debería preocuparme por el hecho de que el amor de tu vida haya regresado repentinamente.
Las cejas de Cam chocaron. Daba la impresión de que mi pregunta lo había dejado perplejo.
—Nunca he dicho que fuera el amor de mi vida, sino que habíamos estado enamorados. Habíamos estado. Ahora somos personas distintas. Bueno, al menos yo. —Me pasó el pulgar por el labio y con los ojos fue siguiendo el movimiento antes de mirarme fijamente los míos—. No tienes por qué preocuparte. Ya te lo dije. Me crees, ¿no? —Deslizó la mano hasta mi nuca y atrajo mi cara con fuerza hacia la suya—. ¿Confías en mí?
Cuando Cam me miraba así, con esa sinceridad y esa intensidad, era difícil responder con otra cosa que no fuera una afirmación tranquila.
—Confío en ti.