20

—Hola, preciosa. —Una voz grave, conocida, me hizo levantar la cabeza de la carta que estaba introduciendo en un sobre.

Vi la imagen de Malcolm de pie en la puerta del área de recepción del señor Meikle y sonreí. Mi corazón se aceleró un poco cuando él respondió con una sonrisa cariñosa, todo refinamiento y estilo en su traje de diseño.

—Malcolm —dije con calidez.

Los oscuros ojos le brillaban. Entró tranquilamente y se me acercó.

—Me alegro de verte.

Permanecí torpemente paralizada en mi sitio unos instantes mientras decidía qué hacer, cómo iba a saludarle. Malcolm aguardaba en el otro lado de mi mesa, las cejas arqueadas con aire interrogativo.

Al haber visto antes su nombre en la lista de citas del día, había notado que empezaba a revolvérseme el estómago. Habíamos estado mandándonos mensajes, pero esta sería la primera vez que nos veíamos en persona desde la ruptura. Y ahora que lo tenía delante, no sabía cómo reaccionar.

Riendo un poco ante mi nerviosismo, retiré la silla, rodeé la mesa y abrí los brazos. Él inmediatamente me dio un fuerte abrazo al que yo correspondí, sorprendida de lo contenta que estaba de verle. De todos modos, tuve que apartarme cuando empezó a deslizar las manos por mi espalda. Me ruboricé, culpable por haber permitido a Malcolm tocarme de una manera que no era ni mucho menos la de un amigo.

Habían transcurrido dos semanas desde el sábado con los padres de Cam. Cam y yo llevábamos saliendo seis semanas. Aunque seis semanas no parecía mucho tiempo, daba la impresión de ser toda una vida. Lo bastante larga para saber que ese sería la clase de devaneo con otro tío que cabrearía a mi novio.

—Tienes buen aspecto. —Le dediqué otra rápida sonrisa para disimular mi brusca retirada.

—Tú también. Deduzco que te va bien.

Asentí, me senté y me recliné en la silla observándolo con verdadero interés.

—¿Y a ti?

—Sí. Estoy bien. Ya me conoces.

—¿Y cómo está tu madre soltera?

Se rio secamente.

—Ah, se acabó. No encajábamos del todo.

—Lo siento.

—¿Y Cameron?

Se me acaloraron de nuevo las mejillas y me costó aguantarle la mirada.

—Está bien.

Malcolm frunció el ceño.

—¿Aún le importas?

—Sí.

—Bien. —Soltó aire entre los labios mirando alrededor, creo que para parecer despreocupado—. Por lo visto, ya conoce a Cole y a tu madre. ¿Es así?

Mierda. Me inundó más sentimiento de culpa y sentí que me asfixiaba y no podía contestar. De pronto temí que, si le contaba la verdad, que Cam sabía de mi vida mucho más de lo que jamás había sabido Malcolm, este se sentiría aún peor de lo que estaba.

Al parecer, mi silencio fue respuesta suficiente. Se le nublaron los ojos al mirarme.

—Lo interpreto como un sí.

—¡Malcolm! —bramó el señor Meikle tras abrir la puerta de su despacho—. Joanne no me ha anunciado su llegada. Entre, entre.

Era la primera vez que me sentía agradecida a mi severo jefe. Gracias a él no había tenido que responder ante esa mirada dolida en el rostro de Malcolm.

Todo el rato que Malcolm estuvo en el despacho de Meikle no le quité los ojos de encima a la puerta, mordiéndome el labio, subiendo y bajando inquieta la rodilla mientras esperaba que reapareciera. Pasé veinte minutos preparándome para su reacción, y al final salió, me dirigió una sonrisa superficial y me dijo que ya hablaríamos un día. Y se marchó.

Me encogí en la silla mientras mi cuerpo se liberaba de la tensión.

—Johanna.

Me volví de golpe, sorprendida no solo de que el señor Meikle hubiera dicho bien mi nombre sino también de que, siendo él, lo hubiera pronunciado en un tono mordaz. Estaba de pie en el umbral, mirándome con los ojos entrecerrados y la expresión casi incrédula.

—¿Señor?

—¿Has roto con Malcolm Hendry?

Ante la inoportuna pregunta, me clavé las uñas de una mano en la palma de la otra mientras mi cerebro mandaba a Malcolm al infierno.

—Señor.

—Estúpida. —Meneó la cabeza, casi como si se compadeciera de mí. Mi corazón empezó a latir con fuerza preparándome para el insulto sin duda inminente, la sangre hirviendo ya de cólera—. Una chica tan limitada como tú debería pensar con más cuidado en el futuro antes de desperdiciar la oportunidad de vincularse a un hombre acomodado como Malcolm Hendry.

Su cruel ataque me transportó de súbito al pasado.

«¡Apártate de en medio!», bramó papá, que me propinó un puntapié en el trasero con sus botas de trabajo al pasar yo. Tropecé, y la mezcla de humillación y dolor me hicieron volverme y mirarlo con actitud desafiante. Se le ensombreció la cara, y dio un paso amenazador hacia mí. «No me mires así. ¡Me oyes! No eres nada. No eres más que una inútil».

El recuerdo, suscitado por la condescendencia del señor Meikle, me mantuvo clavada en la silla. Estaba calentándoseme la piel con humillación renovada. Es difícil no considerarte inútil cuando tu padre se pasa casi todo el tiempo de tus años de formación diciéndote lo inútil que eres. Una nulidad absoluta. Yo sabía que llevaba esto a cuestas. No hacía falta ser un genio para entender mi poca autoestima o la escasa fe que tenía en mí misma.

O por qué seguramente no tendría nunca ni una cosa ni otra.

No obstante, estaba tan acostumbrada a pensar así que cuando los demás expresaban esa misma idea parecía algo normal. Aunque Joss se había pasado los últimos meses intentando hacerme entender que eso no tenía nada de normal, yo no acababa de asimilarlo del todo.

Hasta que llegó Cameron.

Cam quería que yo me exigiera más a mí misma. Se enfadaba al ver que yo no lo hacía, y se ponía furioso al ver que otras personas me menospreciaban. Me decía cada día de mil maneras que me consideraba especial. Procuraba acabar con todas mis dudas sobre mi inteligencia, mi personalidad, y, pese a seguir todas ahí, gracias a su apoyo se habían reducido mucho. Cada día recibían un nuevo empujón hacia los rincones más profundos de mi mente.

Cam decía que yo era más.

¿Cómo se atrevía alguien que no me conocía a decirme que yo era menos?

Me aparté de la mesa, y la silla móvil salió disparada hacia los archivadores metálicos que había a mi espalda.

—Me voy.

El señor Meikle parpadeó rápido; el color de sus mejillas se intensificó hasta alcanzar un rojo sonrosado.

—¿Cómo dices?

Fulminándole con la mirada, cogí el bolso del suelo y estiré la mano hasta el colgador que tenía junto a la mesa. De pie en la puerta del área de recepción, seguí mirándole fijamente a los ojos mientras me ponía la chaqueta.

—He dicho que me voy. Busque a otra para agobiarle con su lengua viperina, viejo charlatán.

Giré sobre mis talones con las piernas temblando y lo dejé farfullando detrás y salí a toda prisa por la puerta, bajé las escaleras y crucé la entrada principal. Tenía la adrenalina a tope mientras iba calle abajo impulsada por la cólera y la indignación envanecida.

El aire frío me agitaba el cabello y me rozaba las mejillas hasta que empezó a menguar la furia y aumentar el tembleque.

Acababa de dejar mi empleo.

El empleo que Cole y yo necesitábamos.

Me quedé de pronto sin aliento y tropecé contra una verja de hierro forjado, forcejeando para meter otra vez aire en mis pulmones. ¿Qué íbamos a hacer? Con lo que ganaba en el bar no sobreviviríamos, y conseguir un empleo no era fácil. Tenía algo de dinero ahorrado, pero era para Cole, no para fundírmelo mientras buscaba otro trabajo.

—Mierda, joder —mascullé, con las lágrimas escociéndome las comisuras de los ojos mientras me apartaba de la verja mirando el camino por donde había venido. Notaba los ojos de los transeúntes en la cara, atentos a mi pena y preguntándose seguramente si necesitaba ayuda. «Tengo que volver». Di dos pasos en dirección a la oficina, y me paré con los puños apretados en los costados.

Me detuvo el orgullo.

¿Yo? ¿Orgullo?

Solté un bufido de risa histérica y me apreté el estómago y resistí el impulso de vomitar.

No podía volver. Después de lo que acababa de decirle, Meikle no me readmitiría.

—Oh, Dios mío. —Me pasé una mano temblorosa por el pelo y tragué todo el aire que pude.

Entonces caí en la cuenta.

Había sido culpa de Cam.

Debido a mi atracción hacia él, yo había plantado a un hombre guapo, rico y afectuoso a quien, no me cabía duda, yo le importaba. ¡Y ahora dejaba mi empleo! ¿Y por qué? ¿Porque Cameron era tan encantador que me hacía sentir especial y mejor conmigo misma? ¿Y lo real, qué? ¿Qué tal si me decía algún día que me amaba, eh?

Habían pasado solo seis semanas, y yo sabía que lo amaba. También él sabría si me amaba a mí, ¿no? Porque de eso sí que era capaz. ¡Amaba a la maldita Blair!

Me temblaron más lágrimas en las pestañas. Estaba arruinando mi vida por su culpa. Tomando decisiones estúpidas e impulsivas que iban a echar por tierra toda esperanza de un futuro económicamente seguro para Cole.

Oh, Dios… Cole.

También le había permitido acercarse a Cole.

¿Quién había hecho todo eso?

¿Quién había jugado a la ruleta rusa no solo con sus propias emociones sino también con las del puñetero crío?

Tenía que hacer algo. Enseguida. Necesitaba espacio. Tiempo para reflexionar antes de que fuera demasiado tarde.

Tenía que ver a Cam.

Pese a mi ritmo trepidante, y a que los cuarenta minutos habituales iban a reducirse a veinticinco, el trayecto parecía eternizarse, y en Dublin Street me paré frente al portal de Joss al pasar por delante. Quizás hablar de eso con una amiga serviría de algo, aclararía mis dudas, pero me daba miedo que Joss, que era del equipo Cameron, me convenciese de que yo solo estaba histérica.

Quizá lo estaba.

De hecho, en mi fuero interno tenía pocas dudas de que lo estaba, pero en ese momento la cólera y el pánico rechazaban toda lógica.

La lógica que Joss probablemente habría utilizado para convencerme. Pero ahora Joss estaba escondiéndose de Ellie porque Els estaba pasándose de la raya con sus planes para la fiesta de compromiso que iba a celebrarse dentro de dos semanas. Con el cerebro listo para explotar, la otra noche Joss me había dicho que tenía la nueva costumbre de no contestar a la puerta durante el día. ¿Cinco semanas de planificación para una fiesta? Si yo fuera Joss, también me escondería.

Sin nadie que me persuadiera de que bajara del burro y con mis emociones disparadas por todas partes, irrumpí en mi bloque y empecé a subir ruidosamente las escaleras, sin aliento al llegar al rellano de Cam. A lo mejor aporreé la puerta más fuerte de lo necesario.

—Dios santo… —Cam se quedó sin habla al abrir la puerta y verme ahí plantada, despeinada y jadeando—. Jo… ¿Qué…? ¿Cómo es que no estás trabajando?

Le eché un vistazo. Para ser Cam, iba casi elegante. La camiseta Diesel que llevaba parecía nueva y le quedaba algo más ajustada que las habituales, con lo que quedaban esculpidas las finas líneas musculares del fornido cuerpo. ¿Eran nuevos esos vaqueros? Posé los ojos en los Levi’s negros y me sentí casi aliviada al ver que calzaba las raspadas botas de motero. ¿Por qué se había puesto semielegante?

Estaba para comérselo.

Cuando me miraba con aquellos cálidos ojos azules, incluso preocupados e inquietos como ahora, me ponía a cien.

—Jo. —Salió del piso y tendió la mano.

Yo quería apoyarme en él, dejar que me sujetara, aspirarlo, notar sus labios en la piel. Quería eso para siempre.

¡No, maldita sea! Retrocedí, lo que le pilló por sorpresa. Yo necesitaba espacio. Cada vez que estábamos cerca, él me ofuscaba el cerebro.

Frunció el ceño y dejó caer el brazo.

—¿Qué pasa?

Tuve de pronto un irresistible deseo de echarme a llorar. Lo mantuve a raya y miré a todas partes menos a él.

—He dejado el trabajo.

Se hizo el silencio entre nosotros, y luego Cam habló:

—Esto es bueno.

Mi fulminante mirada lo clavó en la pared de detrás.

—No, no es bueno. No es bueno, joder, Cam.

—Muy bien, cariño, cálmate. Está claro que ha pasado algo. —Soltó un resoplido y se pasó una mano por el pelo—. Y yo estoy a punto de mejorarlo o de empeorarlo. He de decirte una cosa.

Meneando la cabeza, subí un peldaño en dirección a mi piso.

—No quiero saber nada, Cam. —Aspiré profundamente e hice acopio de fuerzas para decirlo—: Necesito espacio para pensar.

Cam puso cara de asombro; como si yo le hubiera dado un golpe.

—¿Espacio?

Asentí y me mordí el labio con ganas.

Entonces se le oscurecieron los ojos y toda su expresión fue volviéndose tensa por el enojo inminente. Dio un paso adelante.

—¿Espacio lejos de mí?

Asentí.

—A la mierda —gruñó, y alargó las manos hacia mí, pero se contuvo y retrocedió—. ¿Qué coño ha pasado?

—Lo has hecho tú —repliqué con toda la calma que pude.

Los ojos se le volvieron más ardientes y azules. Por lo visto, mi calma solo exacerbaba su cólera.

—¿Yo?

—No he dejado de tomar decisiones precipitadas y de ser completamente egoísta y esto no es bueno para Cole.

Cam hizo una mueca.

—¿Decisiones precipitadas? ¿Soy yo una puta decisión precipitada? ¿Estás diciendo esto?

—¡No! —grité, aterrada ante el dolor en sus ojos—. No. No lo sé. —Levanté las manos hecha un lío, con el único deseo de que me tragase la tierra—. ¿Lo eres? ¿Lo somos? Quiero decir, ¿qué estamos haciendo aquí? Yo sigo pensando…

—¿Pensando el qué?

—Que un día te levantarás, te darás cuenta de que te aburres como una ostra y lo darás todo por terminado.

Se instaló de nuevo un silencio tenso entre nosotros, y yo observé con creciente nerviosismo que Cam forcejeaba por controlar su frustración. Por fin me miró fijamente y preguntó en voz baja:

—¿Te he dado alguna vez esta impresión? ¿Crees que solo estoy tonteando? Por el amor de Dios, te presenté a mis padres, y eso por no hablar de lo que he hecho hoy. Estas sandeces están solo dentro de tu cabeza, y no soy yo quien las ha puesto ahí. ¿Qué pasa?

Alcé otra vez los brazos, ahora con lágrimas en los ojos.

—No sé. He dejado mi empleo pero como se me ha pasado el enfado conmigo misma, ¡tenía que enfadarme también contigo! Además tengo la regla, o sea que seguramente estoy más emotiva de la cuenta. —Reprimí las lágrimas.

Ahora se le ondularon los labios y le desapareció el disgusto del semblante.

—¡No tiene maldita gracia! —Pisé el suelo con fuerza como una niña irascible.

Con un gruñido, Cam respondió tirando de mí y estrechándome entre sus brazos. Automáticamente lo envolví con los míos y hundí la ardiente cara en su cuello.

—Dejamos eso del espacio, ¿vale? —dijo con voz ronca, el cálido aliento en mi oído.

Asentí, y sus brazos me apretaron con más fuerza.

—¿Por qué has dejado el trabajo?

Me aparté, y aflojó el abrazo sin acabar de soltarme. Ahora que estaba tan cerca de él, tampoco quería soltarle yo.

Dios santo, iba hecha un mapa.

—Se ha enterado de que había cortado con Malcolm y me ha dicho cosas horribles.

A Cam se le nubló la cara.

—¿Qué cosas horribles?

Me encogí de hombros.

—Básicamente, que era estúpida por haber plantado a un hombre rico cuando no iba a encontrar nada mejor en la vida.

—Voy a matarlo. Primero, vas a denunciarlo por mala conducta, y luego yo lo mato.

—No quiero tener nada más que ver con él.

—Se ha pasado de la raya, Jo.

—Sí, es verdad. Pero no me sobra tiempo para pasar por el follón de verlo ante una especie de tribunal de pacotilla. Debo encontrar trabajo.

—Braden.

—No. —Apreté los labios.

Cam cabeceó.

—Eres más terca que una mula. —Y luego me besó la boca cerrada, los labios suaves al principio y luego presionando con más fuerza, arrastrándome cada vez más hacia su exigencia.

Cuando por fin me dejó respirar, su semblante revelaba aflicción.

—No vuelvas a hacerme esto, ¿vale?

Avergonzada por mi conducta, y jurando estar absolutamente segura de una decisión antes de arrojar por la borda algo tan importante como la relación con Cam, le di un beso cogiéndole las rasposas mejillas con las manos ahuecadas, esperando que ese beso le dijera más de lo que yo era capaz de decir con palabras.

—Lo siento —susurré.

Alisándole con las manos la camiseta nueva, arrugué las cejas pensativa.

—¿Cómo es que vas tan elegante? ¿Y qué era eso de «por no hablar de lo que he hecho hoy»?

Cam me apartó un poco.

—Hay alguien que quiere verte.