29
—Voy a matarlo —amenazó Braden con tan serena seguridad que un escalofrío me recorrió la columna. En sus ojos brillaba un resplandor implacable de venganza. Esto me provocó otro estremecimiento mientras Joss me curaba el labio.
Bufé ante el picor del antiséptico en el corte y lancé a Joss una mirada lastimera.
Ella hizo una mueca y retiró el algodón.
—Lo siento.
Braden dio un paso hacia mí, todo él un macho enojado, colérico; intimidaba incluso en camiseta y pantalones de chándal.
—¿Dónde está?
Negué con la cabeza.
—Dímelo, Jo.
No se lo dije, y dio otro paso y me lo exigió con frialdad.
—Dímelo.
—¡Basta, hombre! —le gritó Joss, también ella con los ojos brillantes de enfado y angustia—. La vas a asustar. —Bajó el tono pero sin perder autoridad—. Ya ha pasado por bastantes cosas en una sola noche, ¿no te parece?
Se miraron fijamente uno a otro unos instantes, y a continuación Braden masculló algo para sus adentros y retrocedió. Se apoderó de mí un renovado respeto por esa mujer. Sería pequeña, pero también de lo más feroz…, el tipo de persona que todo el mundo necesita a su lado.
Cuando un rato antes Joss había abierto la puerta tras aporrearla yo durante lo que parecieron cinco minutos, se me quedó mirando conmocionada durante un segundo, de pie, medio dormida, en pijama, con el pelo sobre los hombros hecho un revoltijo. Al avanzar y tropezar con mi expresión dolorida, la sangre seca en la cara y la blusa, fue la primera vez que se evidenció lo mucho que le importaba. Tiró de mí hacia dentro, y percibí que su cuerpo temblaba de ira mientras me ayudaba a pasar al salón, pidiendo ayuda a Braden a gritos con su voz ronca.
Me desplomé agotada en el sofá, sin un gramo de fuerza ahora que ya estaba con ellos. Mientras Joss me limpiaba la herida del labio, les expliqué lo sucedido. Y entonces comenzaron las amenazas del temible cavernícola.
—¿Es muy grave? —pregunté a Joss bajito, con los temblorosos dedos tocando tímidamente los aledaños del labio. Lo notaba sensible e hinchado.
Joss puso mala cara.
—Menos mal que no te ha hecho saltar un diente. —Me miró el costado izquierdo—. Tendrán que mirarte las costillas.
—No creo que estén rotas.
—Ah, ¿ahora eres médico?
—Joss —dije con un suspiro—, si me llevas al hospital, habrá preguntas, la policía, y ahora mismo no quiero que los servicios sociales metan las narices en nuestra situación. Mamá está peor que nunca. Podrían quitarme a Cole.
—Jo, tu madre no puede evitar su enfermedad, y tú estás ahí cuidando de tu hermano —dijo Braden con voz tranquilizadora.
Con la mirada le dije a Joss que era increíble. Había guardado mi secreto, incluso con Braden. Se lo agradecía enormemente, pero ya estaba algo cansada de tanto ocultamiento. Como si fuera algo de lo que yo tuviera que avergonzarme.
—Braden, mi madre no sufre el síndrome de fatiga crónica. Es alcohólica.
Aparte de enarcar levemente las cejas, Braden no reaccionó ante la noticia. Nos quedamos sentados un rato en silencio, y de pronto él se acercó y se agachó junto a la mesita para quedar justo frente a mí. Por un momento me perdí en sus preocupados ojos azul claro.
—Mi médico de cabecera podría verte por la mañana. Será discreto. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, lo está —respondió Joss por mí con tono contundente.
No la miraba, pero advertía su mirada fulminante, retándome a desafiarla. Yo asentí ante él y noté el movimiento del sofá cuando Joss se desplomó aliviada.
—Antes de ir a ver al médico necesito un plan. —Miré a Braden y luego a Joss, la desesperación y la resolución compitiendo por un sitio en mis ojos—. No puedo permitir que se acerque a Cole.
—¿Y quiere dinero de Malcolm? —Joss retorció el labio asqueada.
—Sí.
—¿Por qué no has acudido a Malcolm, entonces? —dijo con algo más que curiosidad en la voz—. Te lo daría.
—Ya lo sé —dije con calma y también cierta tensión—. Pero pertenece a un mundo que yo ya no reconozco y al que no quiero volver. Enfrentarme a él, asegurarme su lealtad, significaría volverme de nuevo otra persona. No puedo hacerlo. Ahora solo soy «Jo». Y también sé que ya no puedo hacerlo todo por mi cuenta. —Le dirigí una sonrisa temblorosa—. Menos mal que por fin me he dado cuenta de que tengo amigos en los que confiar.
Joss tragó saliva con fuerza, me cogió la mano y entrelazó sus dedos con los míos.
—Y tanto que sí. —Se le volvió el semblante fiero al mirar a Braden—. Te lo quitaremos de encima. Pagaremos al gilipollas para que desaparezca.
Volví la cabeza y sorprendí el reticente gesto de asentimiento de Braden. No quería pagarle en dinero. Quería pagarle en sangre.
El dolor en el costado y mi maltrecho orgullo me empujaban a coincidir con Braden. ¿El dinero mantendría realmente a Murray a raya o volvería por más? Siempre había hecho eso cuando éramos pequeños. Cogía cualquier cantidad de dinero extra que mamá tuviera por ahí, desaparecía unos días, y cuando se le había acabado regresaba a casa. La única vez que desapareció de verdad fue cuando el tío Mick le pegó una paliza tremenda y empezó a hacer de guardaespaldas por…
—¡Tío Mick! —Solté las palabras de forma súbita, excitada, y agarré la mano de Joss con tanta fuerza que seguramente le hice daño.
—¿Mick? —Braden, perplejo, tenía las cejas cosidas.
Asentí.
—Mick. No paguéis a Murray, chicos. Lo considerará una debilidad y volverá por más. No. —Los miré, incapaz de sonreír por el triunfo debido al corte en el labio—. Solo hay una persona de la que Murray Walker ha llegado a tener miedo, y cree que esa persona se halla en los Estados Unidos.
Braden sonrió con suficiencia.
—Mick.
—Mick.
Braden se volvió hacia Joss y señaló la puerta.
—Venga, vamos a vestirnos. Llevamos a Jo donde Mick, y luego Mick y yo haremos una breve visita al señor Walker.
—No, Braden, no quiero que…
Braden alzó una mano para tranquilizarme.
—No voy a pelearme. —Se le ensombreció la mirada—. Mick y yo solo tendremos… unas palabras con él.
—¿Llamamos a Cam? —sugirió Joss cuando ella y Braden se pusieron en pie.
La mención de su nombre me causó en todo el cuerpo un dolor más insoportable que las heridas físicas. Noté que me ardían las mejillas al hablar:
—La verdad es que primero fui a su casa —admití en voz baja—. Estaba un tanto ocupado con Blair.
Los dos se quedaron callados un instante mientras codificaban mis palabras, y de repente Braden soltó una maldición. Al pasar rozó a Joss y le apretó el hombro mientras le dirigía una sonrisa voraz que no se reflejaba en sus ojos.
—Más valdría que me ataras las manos. Me parece que esta noche mis puños se van a encontrar con más de una cara. —Y con esta declaración, salió del salón con aire resuelto, seguramente para cambiarse.
Lo miré sin estar segura de si había dicho en serio lo que a mi juicio había dicho en serio.
Joss esbozó una sonrisa.
—Habla en broma. Braden no pelea. Bueno… normalmente… —Levantó pensativa una ceja—. De todos modos es un poco sobreprotector. Y desde luego no le gustan los hombres que pegan a las mujeres y tampoco los tramposos… pero habla en broma… —Volvió la cabeza hacia la puerta—. Supongo.
***
El Caledonian era un hotel de la cadena Waldorf Astoria, o sea un sitio bonito. Para asegurarse de que les dejaban pasar, Joss y Braden se habían puesto elegantes, y yo me acurruqué detrás de Joss durante todo el trayecto hasta la tranquila área de recepción. Eran las cuatro y media de la mañana. Braden dirigió a la recepcionista un ademán serio y enérgico, lo que junto a su aspecto —lucía una gabardina negra de Armani sobre los pantalones de vestir y la camisa— parecía acreditar que estábamos en nuestro ambiente.
En mi estómago, las mariposas se hallaban en pleno alboroto mientras subíamos a la cuarta planta en el ascensor. Me sentía culpable por arrastrar a todo ese jaleo a Joss, Braden y Mick, pero el caso es que no lo hacía por mí, sino por Cole, y si estaba Cole por medio yo tenía un largo historial de actuaciones egoístas. Por suerte para mí, Joss, Braden y Mick me querían, y sabía que harían todo eso y más aunque no se lo hubiera pedido.
Nos paramos frente a la puerta de Mick, y Braden llamó con fuerza y Joss me pasó un brazo por los hombros y me atrajo hacia sí. La presión en el costado se tradujo en una mueca de dolor, tras la cual obtuve la inmediata recompensa de una atropellada disculpa de mi amiga. Habría sido divertido oír la cantidad de veces que se llamó a sí misma gilipollas si no hubiera sido porque yo intentaba recobrar el aliento.
La puerta se abrió de golpe, y me sorprendió ver al tío Mick totalmente vestido y alerta. Me miró con ojos entrecerrados, y le vi los músculos de la mandíbula forcejeando contra su furia.
—He estado llamándote —dijo lacónico.
Parpadeé bruscamente, confundida.
—Esto… tengo el móvil desconectado. —Lo había apagado cuando Cam había intentado llamarme otra vez.
Mick asintió y se hizo a un lado para que pudiéramos entrar. Braden, que iba el primero, se paró de golpe. Supe por qué cuando me acerqué sigilosamente a su lado con Joss.
Estaban Cam y Olivia.
Braden me miró y atrajo mi atención.
—Si quieres, le atizo ahora.
No voy a mentir; reflexioné seriamente sobre esa posibilidad antes de hablar con un suspiro:
—No merece la pena.
—Jo —dijo Cam con su voz áspera.
Lo miré, y noté que Joss me agarraba con más fuerza. Los azules ojos de Cam me buscaban el rostro y, como le había pasado a Mick, se le ensombreció el semblante y en sus ojos empezó a destellar la furia en estado puro.
—¿Quién coño lo ha hecho? —preguntó con los dientes apretados.
No contesté. Su presencia era inusitadamente dolorosa. Su indignación ante mi agresión parecía una impostura en vista de que me había engañado con Blair.
—Quiero que te vayas.
Cam cerró los ojos como si sintiese dolor.
—Jo, por favor. Lo que has visto…
—Vete.
—Jo. —Olivia se adelantó—. Dale la oportunidad de explicarse.
—Más tarde —terció Mick, con sus ojos dorados fijos en mi boca herida—. Quiero un nombre. Ahora.
Tragué saliva, notando que en la habitación se incrementaba la amenaza de violencia. Mick contagiaba su ira a Cam y Braden.
—Murray.
Al oír el nombre, las fosas nasales de Mick llamearon.
—Lo ha hecho papá —aclaré.
—¿Cómo? —chilló, y su exclamación se vio acallada por una sarta de improperios de Cam.
Olivia se puso en medio intentando calmarlos.
—Nos van a echar del hotel —avisó, y luego se volvió hacia mí—. Explica qué ha pasado.
Conté la historia por segunda vez aquella noche; cuando hube terminado el aire estaba cargado de testosterona. Al final, Cam no pudo aguantar más; cruzó la estancia y me tomó la barbilla con una temblorosa mano ahuecada. Al sentir el roce de su piel contra la mía, eché la cabeza hacia atrás. Hice una mueca ante la punzada de dolor en el cuello, donde había sufrido la sacudida debido al golpe de Murray.
—Jo, no he hecho lo que tú crees —insistió.
Yo no podía mirarle. Solo era capaz de imaginarme su cara sobre la mía mientras me hacía el amor, sus ojos diciéndome que me quería, y acto seguido la imagen se rasgaba por el centro para dejar al descubierto a Blair y Cam revolcándose desnudos en su cama. Solo pensarlo se me revolvió el estómago, y el dolor en el pecho se volvió insoportable. Así que lo de tener el corazón destrozado era eso.
—Para empezar, ¿por qué estás aquí?
—Porque pensé que era el lugar al que acudirías si tenías algún problema.
Su respuesta me sobresaltó. Mis ojos me traicionaron y buscaron los suyos. Él había pensado que yo vendría aquí.
—¿Y por qué no a casa de Malcolm?
Meneó la cabeza con expresión de desespero.
Eso me desconcertó. No me gustaba. Bajé la mirada; mis confusos pensamientos me daban dolor de cabeza. Después de todo, Cam había confiado en que yo no recurriría a Malcolm.
Me veía.
Me mofé de la esperanza que borbotaba en mi interior.
También se había follado a Blair.
Abatida, noté que se me caían los hombros.
—¿Dónde está? —quiso saber Mick—. Voy a meter en cintura a ese cabrón de una vez por todas.
A mí no me gustaba la violencia. Quienes me conocían lo sabían. Pero al ver la afligida y vengativa mirada de mi tío, no tuve suficiente fuerza de voluntad para mentirle. Yo quería creer que combatir la violencia con la violencia nunca podía ser bueno. Quería creer que había un sistema mejor. Y quizá para otras personas lo había. Por desgracia, el único lenguaje que Murray Walker entendía era el del miedo. Era un bravucón de patio de colegio, y en el fondo los bravucones eran cobardes. Y Murray lo era, sin duda… pero solo delante de Mick.
Un día le preguntaría a Mick por qué.
Pero no esta noche.
—El piso de encima de Halway House, en Fleshmarket Close.
Mick cogió el móvil de la mesilla de noche y se lo guardó en el bolsillo. Se volvió hacia Olivia.
—Lleva a Jo a casa. Cuando haya terminado, te llamaré. —Hizo un gesto de asentimiento ante Cam y Braden—. Vosotros dos venid conmigo.
Mis ojos volvieron a desobedecerme y buscaron los de Cam. La emoción que empañaba esos ojos azules era como una valla electrificada que me atrapaba. Aguantándome la mirada, dio unos pasos hacia mí y me tomó suavemente la cara con las manos y apretó su frente contra la mía sin decir palabra. El familiar aroma, la calidez, el tacto de su piel… todo me hizo estremecerme con una ráfaga de deseo angustiado.
—Sabes que no me he acostado con ella, Jo —susurró contra mi boca, y todos los demás parecieron esfumarse como por ensalmo. Me moría de ganas de creerle.
Se apartó para mirarme a los ojos sin soltarme. Tuvimos una conversación silenciosa.
Tienes que confiar en mí.
La vi allí. Con tu camiseta. ¿Qué voy a pensar?
Que yo nunca te haría daño así.
Nos envolvió un diluvio de imágenes en forma de revoloteos y susurros de color y emoción. La ternura en sus ojos, la sinceridad que yo le reconocía, nuestras risas, unas manos que por lo visto no podían pasar un día sin sentir mi cuerpo al tacto…
El regreso de Blair a la vida de Cam suponía para mí un problema. De todos modos, no era porque temiera que él hiciera algo tan cruel como engañarme con ella. Sí, tenía miedo de que me dejara por ella, pero no creía que pudiera hacerme daño así. Confiaba en que él nunca haría eso. ¿Todavía existía esa confianza? Le escruté el rostro en busca de la respuesta.
No. Cam nunca me haría algo así.
Al reparar en mi conclusión, algo cambió en su mirada y se le escapó un suspiro entre los labios.
Ahí la tienes.
Lo inmovilicé con una mirada indicativa de que aún no había salido del atolladero.
—Tenemos que hablar.
Cam asintió con la mirada parpadeando en mi boca. Apretó ligeramente la mandíbula y al verme el labio hinchado y magullado incorporó un destello de dureza al semblante.
—¿Alguien sabe lo que acaba de pasar aquí? —preguntó Mick impaciente.
Joss soltó un gruñido.
—Creo que Jo dice que piensa que Cam no se ha acostado con la Blair esa.
—Ojalá tú fueras igual de intuitiva con nuestra relación —rezongó Braden.
Joss frunció el entrecejo.
—Si no estuviera tan preocupada por ti ahora que vas a enfrentarte a ese tío, a lo mejor te ponía el culo como un tomate.
Levanté una ceja y miré a la prometida de Braden, que entrecerró los ojos mientras yo veía desplegarse otra conversación silenciosa. Lo que dijera él la turbó.
—Bien, ya basta —refunfuñó Mick con tono cascarrabias al tiempo que abría la puerta de la habitación y salía en tromba seguido de Braden. Cam me dirigió otra mirada elocuente, conmovedora, antes de desaparecer tras ellos.
Sentí un nudo en el estómago al pensar en lo que iban a hacer.
***
Otro taxi nos llevó a Joss, a Olivia y a mí de vuelta al piso. Aunque estaba agotada, también me sentía lo bastante despierta para lanzar a la puerta de Cam una mirada tan feroz que fue extraño que en el umbral no estallaran llamas que lo devorasen todo.
—Nos lo ha explicado todo a papá y a mí —dijo de pronto Olivia, que a todas luces había captado mi mirada—. Has de hablar con él.
—Ahora mismo lo único que ha de hacer es descansar —recalcó suavemente Joss, que mientras subíamos los últimos peldaños hasta mi puerta me había cogido las llaves del bolso.
—No pasa nada —mascullé—. Le creo. Verla a ella ha sido toda una impresión. Se me ha hecho un lío en la cabeza… pero Cam no haría eso. De todos modos, ello no significa que no esté pensando hacerlo.
—No está pensando hacerlo —dijo Olivia para tranquilizarme, pero yo estaba demasiado cansada para escuchar.
Procuramos calmarnos. Me acomodé en el sofá con Olivia mientras Joss preparaba té, y entonces oí que se abría la puerta de Cole. Cerré los ojos y aspiré hondo.
—¿Qué pasa? —le oí decir; obviamente hablaba con Joss.
Joss le susurró algo, y lo siguiente que oí fueron los pasos ligeros de mi hermano en el suelo de madera dura.
—¿Qué demonios…?
Abrí los ojos de golpe y vi a Cole frente a mí en pijama. Me miraba con los ojos muy abiertos y asustados mientras asimilaba mi cara, y en un santiamén volvió a ser un niño pequeño.
—Estoy bien. —Traté de tranquilizarlo, y aguantándome el dolor le cogí la mano y lo arrastré a mi lado.
El miedo fue desapareciendo de su expresión para ser reemplazado por algo muy presente esa noche: la promesa de la venganza masculina.
—¿Quién lo ha hecho?
Pese a todos los horrores ocurridos en las últimas veinticuatro horas, todo ese enfado y esa indignación por lo que me había pasado empezaba a transmitirme la idea de ser de veras querida.
—Papá —respondí tras haber decidido que no se lo iba a ocultar.
Se lo conté todo. Y no solo lo de esa noche. Expliqué a los tres los malos tratos de mi padre cuando yo era pequeña.
Habían pasado varios minutos desde que saliera de mi boca la última palabra, y nadie había dicho nada todavía. Estábamos sentados en el salón guardando un silencio embarazoso. Mientras esperaba que mi hermano hablase, notaba el estómago revuelto.
Joss fue la primera en decir algo.
—Bueno, ahora espero que Mick mate al canalla.
—No lo dices en serio —farfullé.
—¿Ah, no? —soltó Olivia, que siempre estaba tranquila y relajada pero ahora me sorprendió con su tono colérico—. Las personas pueden ser… bueno, pueden ser maravillosas. Y a veces, por desgracia, pueden ser monstruos que alejamos del interior de nuestra casa. Tenemos miedo de que esos monstruos encuentren la forma de entrar. No tememos que ya estén dentro. Se supone que tu padre y tu madre deben protegerte de eso. Se supone que ellos no van a ser monstruos.
—Tiene razón. —Cole se inclinó hacia delante con los codos abrazándose las rodillas, la cabeza gacha mirando al suelo—. Mick tiene que darle una lección. Una que esta vez se le quede grabada.
No soportaba verlo apenado y le puse la mano en la espalda y empecé a masajearle trazando círculos relajantes entre las paletillas.
Me miró de nuevo.
—Por eso te subes por las paredes cuando mamá dice que soy como él.
Apreté los labios.
—No te pareces…
—… en nada a él —terminó Cole—. Sí. Ahora lo entiendo.
Nos quedamos callados un momento, y luego mi hermanito volvió a mirarme.
—Debes dejar de protegerme tanto, Jo. Ya no soy un niño. Te encargas de todo tú, y no es justo. Así que ya está bien. Somos un equipo.
El orgullo y la gratitud se juntaron para hacerme un nudo en la garganta, de modo que asentí y le pasé cariñosamente la mano por el pelo. Ante la caricia, él cerró los ojos y, con gran sorpresa de todos, se pegó a mi costado sano y me abrazó con fuerza. Estuvimos así tanto rato que me quedé dormida…