NOTA DEL AUTOR
Gladiadora es una obra de ficción y se tiene que leer como tal (no pretendo ser un erudito en el período clásico), pero los antecedentes de la historia tienen su base en hechos reales.
Que las mujeres lucharon en los anfiteatros del imperio romano es irrefutable. Varios escritores clásicos hacen referencia a la figura de la gladiadora en sus comentarios. Suetonio, por ejemplo, nos cuenta que: «Domiciano ofrecía muchos espectáculos extravagantes en el Coliseo y en el Circo. Además de las carreras acostumbradas de bigas, organizaba un doble combate de infantería y caballería; en el anfiteatro una batalla naval; cacerías de fieras; luchas de gladiadores a la luz de antorchas, en las cuales luchaban no solamente hombres, sino también mujeres».
En los espectáculos de la arena, la tarde y la noche eran las partes del día en las que tenía lugar el acontecimiento principal, los combates de gladiadores. Luchar a la luz de las antorchas era prueba de que estos combates de mujeres fueron tomados en serio por Domiciano, aunque hay que decir que nunca suplantaron a los gladiadores en interés ni en importancia. Se puede formar un paralelismo con el fútbol de hoy en día. El femenino tiene su grupo de hinchas, pero el deporte sigue dominado por el hombre. Lo mismo ocurría con los combates de gladiadores.
Además de los comentarios de los escritores clásicos, la prueba más perdurable de la figura de la gladiadora es una estela encontrada en Halicarnaso en el siglo XIX.
En ella se ven dos gladiadoras en posición de lucha, las dos armadas hasta los dientes y la inscripción en la parte inferior de la estela nos cuenta incontestablemente que las dos luchadoras son mujeres: se llaman Amazona y Aquilia, la última es la forma femenina de Aquiles y, por supuesto, nuestra palabra «amazona» deriva del léxico del griego antiguo, que describe a las legendarias y temibles guerreras.
Encima de las luchadoras está la palabra griega apelythesan, que se refiere a su honorable retiro del juego. De esto se deduce que Amazona y Aquilia (estos eran casi con toda seguridad sus nombres artísticos) debieron de ganar su libertad por sus prestaciones en la arena.
En esta novela, he intentado ofrecer a las misteriosas mujeres de la estela de Halicarnaso una historia, un relato que habría impulsado a sus coetáneos a celebrar el combate femenino en una inscripción en piedra. Debió requerir mucho tiempo y ser indudablemente caro encargar una obra así, por eso el combate entre estas dos gladiadoras tuvo que ser un encuentro espectacular y memorable.
He intentado intercalar la ficción de Gladiadora con hechos conocidos de la historia clásica, tanto como me ha sido posible.
Sexto Julio Frontino fue en efecto el gobernador de Asia hacia el 85 ࢤ 86 d. C, durante el gobierno de Domiciano, y Frontino fue conocido por sofocar a las tribus rebeldes silurianas de Gales durante su puesto en Britania. Posteriormente en su carrera profesional tuvo que servir en Dacia.
Marco Ulpino Trajano, el emisario y aficionado ocasional a los combates de gladiadoras se convertiría finalmente en emperador de Roma, y marcaría su lugar en la historia con su campaña contra los dacios.
La princesa espartana Arquidamia, a quien se refiere en esta novela el sacerdote Telémaco, también fue un personaje real. Durante la invasión de Esparta a por Pirro, ella (según Plutarco narra en su Vidas) «Entró en el Senado (de Esparta) con una espada en la mano» y lideró a las mujeres de la ciudad para que cavaran trincheras y defender así la ciudad. Se ha afirmado (y esto está en Wikipedia, así que tiene que ser verdad) que fue «capitana de un grupo de guerreras».
Lo que yo creo es que los espartanos crearon una orden religiosa casi militar basada en las acciones de Arquidamia y nuestra protagonista, Lisandra, es producto de esta secta. Esto es ficción: no hay pruebas que sugieran que los espartanos, aunque fueran muy liberales en sus actitudes hacia las mujeres, crearan una orden así. Sin embargo, dada su sociedad tan militarizada y religiosa, no creí que fuera exagerar mucho imaginarme que hubiera existido.
Aunque he procurado ceñirme lo máximo posible a los hechos como los conocemos, como con todas las novelas, me he permitido alguna que otra licencia para aumentar el drama. Aparte de esto, si existe algún error histórico, toda la culpa recaería en mí (junto a mi teclado) y lo único que puedo hacer es pedir disculpas.