Introducción: Sombras sobre River Street.
Los detectives de Robert E. Howard

Javier Jiménez Barco

A comienzos de los años 30, el autor Robert E. Howard se vio obligado a ampliar su posible mercado, como consecuencia de sus necesidades económicas, agravadas por los gastos de la enfermedad de su madre, y por los continuos retrasos en los pagos que debía recibir de la revista Weird Tales. En ese sentido, podría decirse que sus personajes detectivescos, Steve Harrison, Butch Gorman y Brent Kirby, nacieron de la necesidad, en una época en la que las historias policiacas, y las revistas que las publicaban, se pagaban mucho mejor que las pocas que se dedicaban a ofrecer material fantástico. Como ejemplo de dicho factor, podemos tener en cuenta a dos de las historias que aparecen en el presente volumen: «Lord of the Dead» fue vendida a un centavo por palabra, mientras que «Names in the Black Book» se vendió por una suma total de 100 dólares. El total, de 222 dólares —a descontar la comisión de su agente literario—, a cambio de unas veinticinco mil palabras más o menos, superaba con creces el medio centavo por palabra, o incluso el quinto de centavo que recibían algunos de los colegas de Howard. No obstante, aunque el autor disfrutaba con algunos de los nuevos campos que exploraba, como el aventurero, no estaba igual de satisfecho con sus historias de detectives.

De hecho, en una misiva a un compañero, el escritor declaraba: «Ya he abandonado de forma casi definitiva el campo detectivesco, en el que hasta ahora no he logrado publicar nada, y que representa un tipo de historia que, en realidad, detesto. Me resulta difícil incluso leer los cuentos de esa clase, y ya no digamos escribirlos.» No obstante los escribió… espoleado, como decimos, por sus necesidades económicas. La primera historia de detectives de Howard en ser publicada sería «Black Talons», aunque, en realidad, se trataba de un cuento de la categoría «Weird Menace», del tipo que solía publicarse en lo que ha venido a denominarse «shudder pulps». El agente de Howard, Otis A. Kline, logró colocarla en Nickel Detective, cuando la revista cambió su cabecera por la de Strange Detective Stories, alterando también su formato y contenidos. «Black Talons» apareció en el número de diciembre de 1933, y la seguirían muchas otras, centradas más en climas amenazadores, cultos extraños y trampas mortales, que en tramas policiacas propiamente dichas. Howard envió la historia «Lord of the Dead» a su agente en agosto de 1933, y este logró colocarla en Strange Detective Stories al segundo intento. De hecho, el número de febrero de dicha revista, anunciaba ya la novelette de Howard, con el nuevo título de «Dead Man’s Doom», a pesar de lo cual el anuncio era prematuro, debido a que aquel fue el último número de la revista, y el manuscrito regresó a manos de Kline en marzo de 1934. Mientras, Howard había terminado ya una de las secuelas, «Names in the Black book», que entregó a Kline en enero del 34, y aparecería publicada en el número de mayo de 1934 de Super-Detective Stories. Durante dos años, Howard lograría colocar numerosas historias en los pulps policiacos, la mayor parte de ellas, cuentos de Weird Menace, y muchas protagonizadas por su duro detective Steve Harrison.

A comienzos de 1935, Howard escribía a su compañero en Weird Tales, August Derleth: «Estoy a punto de tirar la toalla con las historias de detectives… me parece que no le cojo el tranquillo a ese género. Puede que sea porque no me gusta escribirlo.» Obviamente, Howard era un escritor demasiado impulsivo y visceral. Rara vez planificaba un material con detalle. Sencillamente, se dejaba llevar por su imaginación, y no se veía capaz de escribir un material en el que no creía. Quizá por ese motivo, la mayor parte de sus historias de detectives no son del todo detectivescas, sino que se centran en ambientes misteriosos y exóticos, provocando en el lector una miríada de sensaciones, que van desde el suspense hasta el sentido de la maravilla.

Steve Harrison

Aunque Howard definió por completo al personaje en su historia de presentación, «The Silver Heel» es, en sí misma, una contradicción. Harrison es un detective de policía con ropas de paisano, que «defiende la Ley del hombre blanco» en las sinuosas callejas del Barrio Oriental. Se trata de una figura mítica en el barrio, tanto que basta mencionar su nombre para que todo el mundo deje de hacer preguntas. Incluso en Comisaría le dejan obrar a sus anchas. Parece como si el inspector jefe estuviera a sus órdenes, y no al revés. Harrison tiene carta blanca para cargarse a quién quiera, y nadie le pone el menor problema: entra, de este modo, en la categoría de «vengadores» tan habitual en las revistas pulp de los rabiosos años 30. En una época de crisis generalizada, en la que las instituciones, los políticos, la policía… estaban corrompidos hasta el tuétano, la iconografía popular entronizó a todos eso personajes que, como «La Sombra», atajaban el mal de raíz, sin preocuparse de minucias legales. Volviendo a Harrison, el autor lo ideó como su típico «irlandés negro», esto es, un sujeto corpulento, con hombros de toro, cabello negro y ojos azules. Hasta aquí, todo parecía normal… solo que Howard se contradijo con la propia historia. Aunque «The Silver Heel» ofrecía una presentación perfecta del personaje y su entorno, el intento de Howard por escribir una historia convencional de detectives demostró sus limitaciones en dicho campo. Para empezar, se vio obligado a rebajar a su personaje a la categoría de «ser humano», en un intento por acercarle al retrato verosímil y realista que solía caracterizar a los personajes de los pulps hardboiled. En su primera historia, Harrison no puede resultar más torpe: tropieza y se cae continuamente, recibe golpes y palizas, y, sobre todo, no paran de engañarle. Dada la debilidad de Howard a la hora de abordar tramas detectivescas clásicas, se vio obligado a que su personaje no se enterara de la misa la mitad durante toda la historia, con el fin de alargar esta convenientemente. Durante todo el relato, Harrison no deja de equivocarse y aventurar las deducciones más descabelladas, demostrando que su capacidad deductiva es un verdadero desastre. Resulta lógico, al fin y al cabo, ya que el propio Howard había definido perfectamente a sus personajes protagonistas cuando afirmó:

«Se trata de personajes simples. Si uno les mete en un embolado, nadie espera de ellos que se expriman las neuronas para intentar salir de él. Son demasiado estúpidos como para hacer otra cosa más que cortar, disparar o abrirse paso a base de golpes, hasta salir del fregado».

A pesar de que «The Silver Heel» es el relato más flojo del ciclo de Steve Harrison, —no es de extrañar que no llegara a ser publicado en vida del autor—, lo cierto es que se lee con agrado, y resulta una excelente presentación del detective. Además, cumplió una función mucho más importante: forzó a Howard a darse cuenta de que debía atraer a su terreno sus historias de detectives. No tenía sentido intentar escribir como los demás autores de novela criminal. Su héroe debía volver a adquirir sus proporciones míticas, convirtiéndose en algo así como un «Conan con gabardina». Howard no podía sentirse cómodo con un protagonista como el Harrison inicial. Además, las tramas detectivescas podían ser obviadas, centrándose en otro tipo de misterios. Por un lado, la influencia del Fu-Manchú de Sax Rohmer había quedado patente pocos años antes, cuando Howard escribió el serial de «Skull-Face» para la revista Weird Tales. El autor pensó que podía sumergir a su héroe en ese tipo de historias, en las que el ambiente y la acción cruda prevalecían sobre la trama, y, al hacerlo, dio con la fórmula correcta. El otro posible enfoque sería tratar sus historias como relatos de «Weird Menace», esto es, terroríficos misterios de carácter aparentemente sobrenatural —sólo aparentemente—, que permitirían al autor centrarse en el ambiente, y en emociones básicas como el miedo o el suspense, de un modo que podía, y sabía controlar.

En «The Lord of the Dead», Steve Harrison es ya el pedazo de animal que todos deseamos encontrar al leer una historia de Howard. Al enfrentarse a un gigante, prefiere guardar la pistola y liarse a mamporros, antes que acabar el asunto con un limpio disparo. Y, cuando en el clímax de la historia, Harrison se rasga la camisa y defiende su posición con una descomunal hacha de dos manos, uno no puede evitar sonreír, sabiendo que está leyendo un Howard en estado puro.

Aparte de sus atributos howardianos, ya plenamente mostrados, Harrison posee una vida bastante poco atractiva. «¿Usted nunca duerme?» pregunta uno de los secundarios al comienzo de la saga. «Cuando tengo algo de tiempo» responde nuestro cruzado contra el crimen. No es de extrañar. El crimen no descansa, y Harrison tampoco puede hacerlo. De hecho, su habitación resulta igualmente poco atractiva, a la par que impersonal. Aparte de su camastro, su único atributo destacable es una mesa sobre la que extiende las pistas de los casos, para reflexionar sobre ellas, en una escena que recuerda de manera directa a «La Sombra» en su «Sancta Santorum». Harrison vive inmerso en su trabajo y el Barrio Oriental se le ha metido en la sangre, hasta el punto de que todas sus posibles parejas son muchachas orientales: desde la bailarina filipina Zaida López hasta la interesante euroasiática Joan La Tour. No es de extrañar que en una de sus historias, «The Voice of Death» (de próxima aparición en el segundo volumen de los casos de Steve Harrison), el detective de policía se haya tomado unas vacaciones, «para intentar descansar de las guerras entre los tongs y los asesinos lanzadores de hachas».

Por tal motivo, Steve Harrison es, sin duda, uno de los personajes más sombríos, bruscos y malhumorados de Howard. Puestos a buscarle un parecido con otros héroes de Howard, la primera elección recaería en el puritano Solomon Kane, hosco y amargado, y enfrascado siempre en su cruzada con las fuerzas del mal. En ese sentido, pese a compartir con Conan un salvajismo primitivo, es evidente que Harrison carece de la despreocupación y de la desbordante alegría de vivir del cimmerio.

Por último, es importante señalar que la figura de Steve Harrison ha sido objeto de homenajes y pastiches, por parte de la generación posterior. En primer lugar, el autor Lin Carter, responsable de haber terminado algunos de los fragmentos de Howard, se acordó de Harrison a la hora de crear a su investigador de lo sobrenatural. Antón Zarnak, un cruce entre el Van Helsing de Stoker y el Doctor Extraño de los cómics Marvel, vive, precisamente, en «El Callejón del Chino», entre River Street y Levant Street, las dos calles principales del Distrito Oriental en las que opera Harrison. De hecho, ese mismo callejón tiene un papel protagonista en la historia de presentación de Harrison, y, para colmo, por si alguien no hubiera reparado en ello, el propio Carter insistió sobre el tema en su relato «Dead of Night» que comienza:

«Bajo la calle catorce, entre Chinatown y el río, se extiende una desconocida región de callejones crípticos e intrincados, edificios destartalados, muelles putrefactos, almacenes abandonados al borde de la ruina. Moran aquí los desechos humanos de un millar de puertos orientales: hindús, japoneses, árabes, chinos, mediterráneos, turcos y portugueses. Hace tiempo, estas aceras, oscuras y siniestras, y estos fétidos callejones fueron el campo de batalla de las guerras entre los diferentes tongs; todo eso ocurrió en la época del legendario detective, Steve Harrison, que, trabajando en solitario, se las arregló para hacer triunfar la Ley y la Justicia del hombre blanco en las calles de River Street…»

Con este comienzo, Lin Carter no sólo deja patente que ambos personajes comparten el mismo universo —e incluso han sido vecinos—, sino que da a entender que Harrison y Zarnak trabajaron juntos en un caso, durante los años 30. Incluso llega a mencionar que el detective se retiró a mediados de los cincuenta.

Aquello era demasiado jugoso como para no aprovecharlo. De modo que, cuando empezó a prepararse un volumen recopilatorio con todos los casos sobrenaturales de Antón Zarnak, —no sólo los escritos por Carter, sino también por algunos compañeros—, el autor y editor Robert M. Price se prestó a escribir el pastiche. El resultado fue «Dope War of the Black Tong», que viene a ser algo así como el primer caso de Steve Harrison en River Street, asesorado por Antón Zarnak. Se trata de una precuela, que hemos considerado muy seriamente incluir en este volumen. No obstante, al final hemos decidido olvidarnos de ella. En primer lugar, no es una obra de Howard —ni siquiera es de Lin Carter—, con lo que los lectores podrían sentirse defraudados al encontrarla. Además, dado su carácter de precuela, lo suyo habría sido incluirla al comienzo del libro, esto es, como primera narración, despreciando la presentación del personaje que el propio Howard escribiera: «El tacón de plata». Por último, y más importante, el relato ya ha sido traducido al español, y ha aparecido en la antología «Los discípulos de Lovecraft» de La Factoría de Ideas. Volver a traducir algo que ya estaba en español se nos antojaba innecesario, sobre todo habiendo tantas obras inéditas por traducir. No obstante, siempre cabe la posibilidad de incluir el cuento dentro de los apéndices del segundo tomo. Los lectores tienen la palabra.

River Street y los tong

Todos los relatos del presente volumen se desarrollan en el destino habitual de Steve Harrison: el Distrito Oriental en general, y River Street en particular. Aunque Howard intentó ser prudente a la hora de ubicar su Barrio Chino, uno de sus personajes le delata un poco ya en la primera historia, revelando en qué ciudad No nos encontramos. El propietario de la tienda francesa en la que se han comprado los zapatos con tacones de plata, revela al lector, de forma bastante indiscreta, que no podemos encontramos en Nueva York. Es probable que se tratara de un desliz de Howard, ya que, en ningún otro lugar se menciona la menor referencia a la ciudad en la que trabaja Harrison. Este recurso era bastante habitual en los pulps de la época, sobre todo cuando uno narraba las aventuras de un personaje contemporáneo en las calles de la ciudad. El motivo era evidente: los editores preferían que el lector ordinario pudiera trasladar la acción hasta las calles de su propia ciudad, una fantasía que se perdía en cuanto el autor mencionaba o negaba alguna ciudad en concreto. Décadas después, Lin Carter identificaría como San Francisco la ciudad en la que se hallaba River Street, aunque, como decimos, no todos los autores solían ser tan esclarecedores. No obstante, siempre había pistas para guiar al lector curioso. Según muchos aficionados, Harrisonville, la ciudad del famoso caza fantasmas de Seabury Quinn: Jules De Grandin, era, en verdad, Nueva Jersey, mientras que el famoso barrio de China Hill, hogar de las aventuras de El Susurrador (junto con The Spider, el mejor imitador de La Sombra), era claramente el Barrio Chino de San Francisco (en la primera serie) y de Nueva York (en la segunda). En ese sentido, podríamos decir que River Street y China Hill (de la primera serie del Susurrador) podrían haber sido el mismo distrito, al menos en el universo pulp. ¿Conocería el inspector Wildcat Gordon al Jefe Hoolihan? ¿Se habrían podido encontrar Steve Harrison y el Susurrador?

Bromas aparte, River Street es el corazón del Barrio Oriental, y se convierte, en las historias de Harrison, en el lugar a mencionar cuando uno habla de dicho distrito. Se trata de su calle principal, de la que surgen una miríada de intrincados y siniestros callejones, en los que los hijos de oriente llevan a cabo sus más turbios negocios. Hay que reconocer que, en este sentido, Howard cargó mucho las tintas, y no se puede negar que, al menos en esta saga, peca bastante de racista. La serie está llena de frases lapidarias del estilo de «defendía la Ley de Hombre Blanco, ante una gente que la consideraba incomprensible» o «El corredor discurría de forma tan críptica y retorcida como el carácter de sus habitantes».

Ese marcado carácter xenófobo, que hoy en día nos resulta a la vez aberrante e ingenuo, no tenía en los años 30, nada de particular, y no debería impedirnos disfrutar con estos cuentos. En aquella época, escribir historias de «peligro amarillo», que es como se llamó a dicho subgénero, estaba a la orden del día, y contaba con una verdadera legión de seguidores. Hay que tener en cuenta, además, que las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX conocieron una clara expansión de las sociedades secretas chinas en el mundo anglosajón. Originadas basándose en las primitivas tiandihui de la dinastía Qing, las sociedades secretas se originaron al incrementarse el flujo migratorio de los chinos a Estados Unidos y las colonias inglesas, creándose como entidades destinadas a mantener la cultura «celeste» y a proteger a los inmigrantes chinos. Esas profundas raíces patrióticas no tardaron en tergiversarse en los tongs norteamericanos y las tríadas de las colonias inglesas, derivando en sociedades secretas criminales que controlaban la prostitución y el tráfico de drogas. Además el carácter reservado de los inmigrantes chinos no ayudaba demasiado, sino que, por el contrario, contribuyó a crear una aureola de misterio en torno a dichas organizaciones.

Con «Limehouse nights» del xenófobo Thomas Burke y las novelas del —no tan racista como siempre se ha dicho— Sax Rohmer, se abre un nuevo subgénero literario dedicado a explotar las tramas y ambientes de los muelles de Limehouse en Londres, un barrio plagado de fumaderos de opio y toda suerte de negocios ilícitos llevados a cabo por los inmigrantes orientales. Mientras, en los Estados Unidos, la inquietud generada por las sociedades secretas locales llegaría a su clímax durante los años 20, en lo que se ha venido a llamar las «Guerras Tong», en las que las diferentes sociedades tong de numerosas urbes norteamericanas se declararon una guerra abierta, para lograr el control de las calles y hacerse con el dominio absoluto de la prostitución y el tráfico de drogas. Estas guerras entre sociedades secretas resultaron especialmente crudas en las ciudades de Cleveland, San Francisco y Los Ángeles, lo cual confirma, en cierto modo, que el River Street de Steve Harrison podría estar enclavado en el famoso Barrio Chino de San Francisco, tal como afirmara Lin Carter en su saga de Antón Zarnak. Para alguien que lo ha visitado, como el que escribe estas líneas, no resulta muy difícil imaginar al hercúleo detective paseando por esos sinuosos callejones que, al paseante causal, le inducen a pensar que, de repente, acaba de trasladarse a otro país diferente, a un mundo remoto en el que no rigen las leyes occidentales, y en el que uno no puede evitar sentirse un extraño no demasiado bienvenido.

Fu Manchú y Erlik Khan

Aparte de Joan La Tour, cuya relación con Harrison resulta, cuanto menos, ambigua, Howard introduce numerosos personajes secundarios: desde el jefe de policía Hoolihan, acostumbrado a «dejar hacer» a Harrison, hasta algunos habitantes de River Street que, pese al lugar en el que viven, son gente decente: en esta categoría encontramos al erudito Richard Brent o al anticuario chino Wang Yun. Dos personajes a los que Harrison, respeta y admira, pese a ser un hombre de acción, y que desprecia a «los que se dan de listos» (como deja patente al final de «Luna Negra»). Al igual que su creador literario, Harrison no tiene problemas para distinguir entre los snobs que miran por encima del hombro y los eruditos sinceros, que viven entregados a una pasión por el conocimiento.

No obstante, el Barrio Oriental cobija a seres mucho más siniestros y negativos. Aparte de las incontables hordas de sicarios orientales, Howard nos presenta a varios de sus jerifaltes: en primer lugar Ti Woon, un mandarín que lidera el tong más importante de River Street. Pese a su papel de líder mañoso, se muestra como un hombre justo y de gran educación, capaz de aceptar sus errores y de prestar su colaboración a los «diablos extranjeros», nombre por el que los «celestes» o chinos conocen al hombre blanco en River Street. Pero, a pesar de su carácter casi mítico, Ti Woon no es sino un jefecillo local con buenas conexiones fuera de la ciudad. Existen otros personajes aún más siniestros y poderosos.

Sin duda, el peor de todos ellos es Erlik Khan, un príncipe mongol que, curiosamente, es descendiente directo de Genghis Khan. Señalamos este aspecto como curioso, ya que otros muchos villanos orientales de los años 30 parecían compartir dicho parentesco… sin ir más lejos el ínclito Shiwan Khan, la archinémesis de La Sombra, que, sin embargo, aparecería varios años después —a finales de los años 30—. Comparado con Erlik Khan, el líder tong Ti Woon es una hermanita de la caridad. Aunque Howard repitió en «The Lord of Death» algunos de los tópicos en torno al personaje (la túnica de seda, el verdugo cachas con un enorme espadón y un bloque de madera para las decapitaciones…), lo cierto es que el señor del tong resulta un personaje mucho más positivo, e incluso se hace simpático, llegando a permitir a Harrison que lidere a los asesinos tong en una «caza del hombre». Erlik Khan no es tan comprensivo, ni mucho menos, ni tampoco tan limitado. No se conformará con controlar todo el crimen de la ciudad, sino que ambiciona un dominio global, extendiendo sus siniestros tentáculos a todo el orbe… incluso tiene planes para sustituir a los actuales políticos por nuevos títeres designados por él, a la manera del «Presidente Fu Manchú». Erlik Khan no es una leyenda local, sino una figura mítica a nivel global… un fantasma, una palabra susurrada cuyo significado es conocido por sólo unos pocos. Sus ejecuciones, además, difieren de la limpia rapidez decapitadora de Ti Woon… Erlik Khan prefiere los potros de tortura, los hierros al rojo, y los gases tóxicos que consumen la carne en vida… no se limita a amenazar con la muerte, sino con algo incluso peor…

El parecido con el Fu Manchú de Rohmer no se limita al físico o al deseo del villano de organizar todas las sociedades secretas orientales en una sola, sino que se extiende a esos malvados métodos que ya hemos mencionado: insectos letales, drogas exóticas, víctimas en estado cataléptico, hipnosis, siniestros santuarios a los que se accede con una oscura contraseña, cámaras opulentas en el interior de edificios aparentemente ruinosos, túneles subterráneos, cámaras de tortura… todos estos elementos aparecen a lo largo de la saga del siniestro doctor Fu Manchú.

Además de sus semejanzas con el Fu Manchú de Rohmer y el Kathulos del propio Howard, Erlik Khan aparece mencionado en varias piezas del autor, como «The Daughter of Erlik Khan», perteneciente a la saga de El Borak y sin relación aparente con la presente serie, excepto por la procedencia de ambos nombres: una deidad del pueblo altai kizhi, conocido también por el nombre de Erlen Khan, del que se decía que era el guardián del inframundo, y dueño de todos los muertos. Vemos, pues, que cuando Howard, por boca de su villano, afirma que Erlik Khan significa «El Señor de la Muerte», sabe muy bien de lo que está hablando. Aunque el personaje aparece en solo tres de las historias, Harrison volverá a encontrarse con sus seguidores, «Los hijos de Erlik» en la historia «The tomb’s secret», que aparecerá en el segundo tomo de las aventuras de Steve Harrison.

Pero Erlik Khan no fue el único nombre que Howard empleara en otras historias. El ya mencionado Richard Brent había aparecido anteriormente en un cuento de memoria racial, «El pueblo de la oscuridad», que, precisamente, comenzaba con la lapidaria frase: «Penetré en la Caverna de Dagon para asesinar a Richard Brent…», no obstante, el personaje podría o no ser el mismo. Por otra parte, en la breve saga de sus detectives Gorman y Kirby hace su aparición el villano hindú Ditta Ram, que había sido mencionado en la saga de El Borak (Three— Bladed Doom). En esa misma saga, la de Francis Xavier Gordon, aparece también un afgano camorrista, llamado Khoda Khan, que coprotagoniza junto a El Borak las dos primeras historias de la serie: el cuento «The coming of El Borak» y la novela inconclusa «Khoda Kharis Tale», ejerciendo además, en ambas, el papel de narrador. No resulta extraño que, —ya que algunos villanos como Ditta Ram han podido emigrar a Estados Unidos—, el bueno de Khoda Khan haya hecho lo propio. Los eventos narrados en las dos primeras piezas de El Borak tienen lugar durante los años 20, esto es, una década antes de los sucesos que tienen lugar en este libro. Pese a ello, nunca podrá asegurarse que se trate del mismo personaje. Bien podría ser un signo de pereza por parte del autor, aprovechando un nombre que ya había empleado anteriormente. No obstante, el personaje es igual: un camorrista afgano que, pese a su carácter violento y aparente amoralidad, posee un peculiar código de honor, que le pondrá del lado del protagonista.

Las historias

No resulta difícil ordenar las historias de Steve Harrison en tres categorías básicas: intrigas orientales, relatos criminales y cuentos de weird menace. Existen un total de 10 piezas y una sinopsis. De ellas, cinco (cuatro novelettes y un relato corto) se desarrollan en River Street y pertenecen de lleno a la intriga oriental; son, por tanto, las cinco piezas que aparecen en este primer volumen. El resto, (tres novelas cortas de weird menace, dos relatos criminales y la sinopsis) aparecerán en el próximo libro recopilatorio de los casos de Steve Harrison: se trata de «Fangs of Gold», «The Tomb’s Secret», «Graveyard Rats», «The House of Suspicion», «The Voice of Death» y «Untitled Synopsis», respectivamente.

En cuanto al presente libro, «The Silver Heel» fue escrita como una clara presentación del personaje y su entorno habitual, pese a lo cual no resulta representativa del tipo de historia que Howard desarrollaría en la serie. La narración nos presenta a Steve Harrison, un detective de la policía que se dedica a «defender la Ley del hombre blanco» en el Distrito Oriental de la ciudad. A diferencia de sus posteriores historias en River Street, nos encontramos con una intriga criminal al estilo más clásico. Los asesinatos se van multiplicando, y Harrison investiga a la manera de los más puros detectives de la novela negra. Se trata de un claro intento de Howard por escribir una historia convencional de policías, que, sin embargo, no resultó, ya que Otis A. Kline, el agente literario de Howard, no llegó a colocarla en ninguna revista en vida del autor. Aguardó en un cajón hasta mayo de 1984, fecha en la que apareció en «Two Fisted Detective Stories», una publicación amateur de Cryptic Publications con una tirada muy limitada. En ella, asistimos a uno de los habituales casos de Harrison en River Street, y conocemos al primer señor del crimen del Barrio Oriental, mucho menos amenazador y bastante más colaborador que el siniestro personaje que habrá de sustituirle.

La segunda pieza de este primer volumen, «Lord of the Dead», presenta al villano Erlik Khan, —cuyo apodo da título al volumen—, y fue escrita para ser publicada en el número de marzo de 1934 de Strange Detective Stories. No obstante, el cuento no llegó a aparecer, dado que la revista cerró en el número de febrero de ese año. La novelette no llegó a ser publicada en vida del autor, y permanecería inédita durante décadas, hasta su aparición en 1978 en «The Skull-Face ómnibus» de Berkley y en el volumen «Lord of the Dead» de Donald M. Grant (1981). Resulta curioso, dado que su secuela más directa, «Names in the Black Book», que cierra este volumen, apareció en el número de mayo de 1934 de Super-Detective Stories, y contenía numerosas referencias a la historia anterior (una historia que los forofos de Howard aún tardarían más de cincuenta años en poder leer).

En la tercera pieza, «The Mystery of Tannernoe Lodge», el lector empieza a comprender que Erlik Khan no se ha ido para siempre, sino que se ha limitado a permanecer en la sombra, recuperando fuerzas. Esta tercera pieza fue, durante años, un fragmento inacabado de Howard, hasta que fue completado por el estudioso Fred Blosser y publicado en el libro de 1981 de Donald M. Grant.

La cuarta historia, «The Black Moon», fue otra de las que permanecieron en el olvido durante un lustro, hasta ser publicada por Cryptic Publications. Apareció en el librito grapado «Bran Mak Mom, a play, and others» en 1983, en una edición aún más limitada, y que resulta imposible de encontrar hoy día incluso en EE.UU. En ella, asistimos de nuevo a un misterioso asesinato en el Barrio Oriental, que, aparentemente no está conectado con el archivillano Erlik Khan.

No obstante, el genio criminal de origen mongol regresa en la quinta y última pieza del libro, «Names in the Black Book», que pone punto final, no solo a los cuentos de ambientación oriental de Steve Harrison, sino también a la «minisaga» centrada en Erlik Khan. Nuestra intención, por tanto, ha sido ofrecer al aficionado a Howard un libro de contenido compacto, sin añadidos, que pueda ser leído de un tirón, como si se tratara de una novela en cinco partes.

El ilustrador

G. Duncan Eagleson no es un ilustrador de la Era Pulp, sino que se trata de una figura de plena actualidad. Nacido en la década de los sesenta y habitante de Rhode Island, ha ilustrado numerosas portadas de los últimos descendientes de las revistas pulp, como «The magazine of Fantasy and Science Fiction» de la cual fue ilustrador habitual en los años 80. Su trabajo le ha llevado a ilustrar a Neil Gaiman en algunos de los mejores cómics del reconocido «Sandman» de la línea Vértigo de DC., e incluso adaptó al noveno arte el libro de Anne Rice «The witching hour» en una excelente novela gráfica. Su versatilidad le ha permitido instalarse con comodidad en toda clase de trabajos: desde carteles de películas (por ejemplo el de «Pesadilla en Elm Street»), hasta cubiertas de discos y camisetas para The Who, Strait Cats o Eric Clapton, pasando, claro está, por las portadas —y, en ocasiones, interiores— de numerosas novelas, para algunas editoriales como Warner, Grant o Doubleday. Su estilo, ecléctico pero muy actual, y fuertemente influenciado por las nuevas tecnologías en el campo del dibujo y la ilustración, podrían haberle descartado para ilustrar un libro exótico de Robert E. Howard. No obstante, creemos que realizó un buen trabajo con este volumen, mezclando elementos clásicos del hard&boiled con otros mucho más exóticos, y ciñéndose, además, a una estética «retro», que creemos extraordinariamente acertada en este caso en particular; el lector avispado notará, además, el parecido de Harrison con el propio Howard, y la innegable influencia de Boris Karloff, caracterizado como Fu Manchú en la película «La máscara de Fu Manchú» (1932) a la hora de diseñar gráficamente el personaje de Erlik Khan.

Un último apunte: como quiera que el libro de Donald Grant no incluía las historias «El tacón de plata» y «La Luna negra», estas últimas carecían de interiores. No obstante, hemos solventado esa carencia empleando los pequeños diseños genéricos obra del propio Eagleson, así como dos ilustraciones realizadas por el artista francés Jean-Michel Nicollett para la edición francesa de «Steve Harrison et le talón d’argent» (editada en los 80 por NEO), y que ilustra dos de los momentos cruciales de la obra. Hemos pensado que el trabajo de Nicollett no resultaba incompatible con el de Eagleson, y, de hecho, algunos de nuestros colaboradores no han sido capaces de notar la posible diferencia.