24
Al cabo de veinte minutos la limusina llegó a la comisaría de policía de Wuxi, en el centro de la ciudad. La comisaría ocupaba varios edificios de cemento. Tenía un reluciente letrero vertical frente al edificio principal y una verja de hierro gris a un lado. Dos policías armados custodiaban la entrada.
—¿Quiere que entremos con la limusina? —preguntó el conductor, tras mirar primero la verja y darse luego la vuelta para dirigirse a Chen.
—No, bajaré aquí. Aquí mismo, y no frente a la comisaría, por favor.
—Lo que usted prefiera —dijo el conductor, sin tratar de ocultar su expresión de desconcierto.
—Puede volver al centro —indicó Chen—. Ya cogeré un taxi hasta la estación cuando haya acabado lo que tengo que hacer aquí.
—Hoy hay varios trenes a Shanghai —explicó el conductor de buen grado—. No se preocupe por el billete, puede comprar uno en la estación. Incluso cinco minutos antes de que salga el tren.
—Gracias, eso haré.
Aún no eran las doce del mediodía. Chen echó un vistazo a su alrededor en busca de algún lugar donde sentarse. Al otro lado de la calle vio una casa de té que no quedaba justo enfrente de la comisaría, pero que ofrecía una amplia vista de ésta. Era uno de los nuevos establecimientos al estilo de Hong Kong que se habían puesto tan de moda últimamente, en los que se servía té además de otras bebidas y comidas ligeras. En la terraza había varias mesas de plástico y un gran parasol rosa con el logotipo de la cerveza Budweiser. Casi parecía una cafetería al aire libre. El inspector jefe eligió una mesa que había tras un sauce.
Pensando que los agentes de la comisaría podrían frecuentar el establecimiento, Chen se puso unas gafas de sol. Esperaba que nadie lo reconociera, salvo quizás Huang.
Esta vez, para variar, pidió un té negro con una rodaja de limón colocada sobre el borde de la taza. Mientras bebía el té a sorbos se fijó en una tienda de comestibles que no quedaba demasiado lejos de la comisaría. Era una tienda de tamaño medio que, al parecer, abría las veinticuatro horas del día. Los clientes entraban y salían constantemente rodeando un peral en flor situado cerca de la entrada. Chen se reclinó en la silla y cruzó las piernas.
Había tomado de improviso la decisión de ir hasta allí. Puesto que el camarada secretario Zhao lo presionaba para que le enviara el informe y Shanshan se negaba a responder a sus llamadas, seguramente ésta sería la única oportunidad que tendría de verla antes de volver a Shanghai aquella tarde.
Shanshan quería despedirse de Jiang, un deseo comprensible dados los problemas del activista y el carácter generoso de la joven ingeniera. Chen creyó entenderlo, y sintió más admiración todavía por ella.
Mientras miraba a su alrededor, ansió poder verla antes de que ella se encontrara con Jiang. El inspector jefe Chen no pensaba hacer nada para impedir ese encuentro. Simplemente quería decirle a Shanshan que tenía que marcharse, pero que volvería.
Su móvil comenzó a vibrar. Lo sacó al instante y contestó. Era una llamada del oficial Huang.
—Lo he llamado un par de veces, jefe, pero siempre comunicaba.
—Lo siento. He recibido una llamada de Pekín —explicó Chen, y cayó en la cuenta de que había estado demasiado absorto hablando con Zhao para fijarse en la llamada entrante.
—Después de hablar con usted, jefe, hemos descubierto algo muy importante, y todo se debe a esa conversación. Nada más colgar, empecé a registrar de nuevo el piso de Fu, y ¿sabe qué? La estatuilla desaparecida estaba allí, colocada sobre una estantería entre otros premios y estatuillas, justo delante de mis narices.
—Exacto, como en «La carta robada». Parece propio de una mente diabólica.
—¿Cómo dice?
—Es el título de un relato de Poe.
—Entonces tengo que leerlo, jefe. De todos modos, si trabajara a sus órdenes aprendería mucho más que si leyera durante diez años a Conan Doyle o a Poe —dijo Huang, parafraseando un antiguo proverbio—. Bueno, pues después de meter en una bolsa la estatuilla, que estaba llena de huellas de Fu, así como de algunas manchas negras minúsculas (la sangre de Liu, me juego lo que sea), fui a encontrarme con mis compañeros de brigada en la empresa química. Aún estaban interrogando a Fu, quien lo negó todo salvo su aventura clandestina con Mi. Según él acababa de romper con ella, así que la secretaria debía estar desesperada y por eso había reaccionado de esa forma. Dado que Mi seguía histérica y que Fu continuaba negándolo todo, Seguridad Interna intentó oponerse a que la investigación no se centrara únicamente en Jiang. Puede que Fu aún hubiera tenido una oportunidad de librarse, pero al ver la estatuilla se vino abajo allí mismo y lo confesó todo.
—¿Qué contó acerca de la noche del crimen?
—Dijo que el asesinato no fue premeditado. Poco después de que Mi volviera a la empresa, Fu entró a hurtadillas en el piso de Liu. Como era de esperar, vio el borrador del plan de reestructuración sobre el escritorio y empezó a copiarlo con un lápiz escáner. Según él, quería hacerse con los detalles del plan a fin de poder escribir un informe en el que revelaría las maniobras de Liu para convertir una empresa estatal en una empresa privada gestionada por su familia. Pero Liu comenzó a moverse inesperadamente y alargó el brazo…
—Puede que Mi le hubiera suministrado un puñado de pastillas —interrumpió Chen— pero no las suficientes para dejarlo inconsciente del todo.
—Aterrorizado, Fu cogió la estatuilla del escritorio y le abrió la cabeza a Liu con la pesada base de mármol.
—Espere un momento, Huang. Entonces, ¿la estatuilla estaba en el escritorio y no en el estante?
—Eso es lo que Fu ha dicho.
—Supongo que es posible. Liu podría haberla colocado sobre el escritorio por alguna razón, pero también es posible que Fu lo haya dicho para que sus actos parezcan menos premeditados.
—Después, Fu limpió sus huellas del despacho y se llevó la estatuilla a su casa, junto a la copia del plan de reestructuración y la taza con los somníferos que reposaba sobre el escritorio de Liu. Quemó el documento, rompió la taza y tiró los trozos a la basura, pero no se deshizo de la estatuilla. Al parecer, creyó que nadie se fijaría en ella en su piso. Y, si se fijaban, no sospecharían que se trataba del arma del crimen. Después de todo, la estatuilla le pertenecía, ya que iba a ser el nuevo director de la empresa.
—¡Qué karma tan cruel!
—¿A qué se refiere, jefe?
—El premio concedido a la empresa por sus éxitos durante la gestión de Liu resultó ser el arma que lo mató. Ahora que la empresa había pasado a manos de Fu, la estatuilla se ha convertido en la prueba irrefutable que lo condenará. Y todo esto lo ha causado un premio concedido por aumentar la producción y los beneficios a expensas del medio ambiente. Mal karma, desde luego.
—Usted siempre ve las cosas desde un ángulo distinto, jefe.
—¿Y qué hay de Mi?
—Cuando se enteró de que Fu lo había confesado todo, ella hizo otro tanto. Sin embargo, insistió en que no sabía nada acerca del auténtico plan de Fu, y en que no le administró a Liu una dosis letal de somníferos, sino una cantidad lo bastante grande para dormirlo profundamente. También confesó haberse encargado de las amenazas a Shanshan. Eso fue idea de Liu: insinuar que unos matones de la tríada iban a agredirla a fin de silenciarla en el momento crítico anterior a la OPV. Liu le pidió a Mi que se encargara de todo, así que la secretaria pagó a un matón para que llamara a Shanshan desde una cabina. Cuando Liu murió, ya no hizo falta seguir llamándola.
—Ahora entiendo por qué Shanshan dejó de recibir esas llamadas —dijo Chen—. Aunque todo esto coincide bastante con lo que ya había supuesto.
—Pero usted debió de darse cuenta de que era una pista importante. Yo tendría que haberla investigado mucho antes.
No serviría de nada explicárselo a Huang: le había pedido que investigara las llamadas únicamente por su interés personal en Shanshan. Pero, a ojos del joven policía, Chen poseía una capacidad deductiva similar a la de Sherlock Holmes.
—Por cierto, lo llamo desde el coche —comentó Huang—. Estoy muy cerca de la comisaría. Llevaré a Jiang a la cárcel desde allí. Ahora tengo que colgar, pero ya me las arreglaré para mantenerlo informado.
—Gracias, Huang. Si surge algo nuevo, hágamelo saber.
Mientras depositaba el móvil sobre la mesa y tomaba otro sorbo de té, Chen recordó la carta enviada por mensajero que se había metido en el bolsillo de la chaqueta cuando aún estaba en el centro. Preguntándose quién podría habérsela mandado, echó la ceniza lentamente en el cenicero negro con forma de concha.
Sacó el sobre, lo abrió y, después de leer la carta, se incorporó de golpe en la silla.
«Querido Chen:
»Te escribo esta carta porque no me veo capaz de despedirme de ti. Tanto tú como yo deberíamos haber sabido que este final era inevitable.
»Si echo la vista atrás, creo que fue durante la noche que pasé en tu habitación cuando empecé a tomar esta decisión, podríamos decir que de forma inconsciente. En nuestro primer encuentro en el restaurante del tío Wang ya me di cuenta de que había algo diferente en ti: intuí que eras un hombre con contactos y lleno de recursos, pero, al mismo tiempo, íntegro y apasionadamente idealista. No, no te lo digo sólo para quedar bien contigo en esta carta. Lo que has hecho por mí, sobre todo después de saber que hubo algo entre Jiang y yo, dice mucho de ti.
»Nunca me has preguntado nada al respecto. Como pasaban tantas cosas a nuestro alrededor, y tan rápidamente, ni siquiera tuve la oportunidad de hablarte más de mí. Sí, hace mucho que conozco a Jiang. Compartimos muchos intereses comunes, como sabes, y surgió una relación entre nosotros. Habrás leído varios informes sobre él: es un hombre obsesionado con la causa ecologista, hasta el punto de haberme metido a mí en un lío. Me disgusté tanto que rompí con él. Esto sucedió antes de conocerte.
»Entonces se vio involucrado en problemas muy serios, más serios de lo que nunca hubiera imaginado. Ayudarlo no estaba a mi alcance. Sin embargo, ni por un momento sospeché que hubiera cometido los delitos de los que lo acusaban.
»Durante estos últimos días he estado pensando mucho en él. Quizá me equivoqué al juzgarlo. Jiang debía de ser consciente del riesgo que corría, pero, tras haber tomado una decisión, aceptó las consecuencias de defender sus creencias, que resultan ser también las mías. Si lo dejara en la estacada nunca podría sentirme en paz conmigo misma.
»Además, Jiang no es tan fuerte como tú. Ahora me necesita más que nunca.
»Espero que comprendas por qué he tomado esta decisión. No ha sido fácil, créeme. ¿Podrías hacerme el favor de no ponérmelo más difícil?
»Aún no sé cuál es realmente tu profesión. No, no me quejo. Debes de tener tus razones para no habérmelo dicho. Pero, en vez del maestro estudioso que afirmas ser, eres un hombre que puede hacer mucho bien en nuestra sociedad. Estoy segura de que conseguirás llegar muy lejos, aunque sea dentro del sistema.
»Por otra parte, a mí me han incluido en una lista negra política por lo que he hecho.
»Crees que puedes solucionar mis problemas, y quizá tengas razón. Por esta vez. Sin embargo, si estuviéramos juntos te causaría problemas continuamente, algo que nunca podría perdonarme. Tu estás “en posición”, como dices a veces, de cambiar las cosas en la sociedad actual. Ya lo has demostrado. Lo cierto es que no me necesitas para avanzar en tu carrera profesional, salvo como compañera temporal durante alguna de tus vacaciones, por un breve periodo.
»Con todo, nunca podré olvidar el recuerdo de ese momento. Un día de estos puede que me enorgullezca de haber tenido una relación tan estrecha contigo, de ser casi la mujer de tu vida, pese a que una voz interior me dijera: “No, no soy la más indicada para ti”.
»También quiero decirte algo que puede parecerte absurdo pero que es importante para mí, así que déjame que te lo diga: incluso en nuestros momentos más íntimos, tuve la curiosa sensación de que seguías pensando en algo relacionado con tu trabajo, algo esencial para ti, pero sobre lo que yo no sabía nada.
»Aquella mañana, a primera hora, mientras yacía a tu lado, leí en la penumbra los versos que habías escrito. Es un poema magnífico, y tienes que acabarlo. Hazlo por mí. Como ves, ya me estoy enorgulleciendo de aparecer en tu poema.
»Me recordó otro poema, uno de mis preferidos. Permite que estos versos expresen lo que yo soy incapaz de expresar. Después de todo, tú tienes tu destino y yo el mío, como en el poema.
Como una nube en el cielo, inesperadamente,
proyecto una sombra en el oleaje de tu corazón.
No te sorprendas tanto,
ni te alegres tanto:
en un instante todo desaparece.
Nos conocimos en el mar envuelto en noche:
tú tienes tu destino, y yo el mío.
Recuérdalo si quieres,
pero será mejor que olvides
la luz que se produjo en el encuentro.
»En honor a la luz que se produjo en nuestro encuentro, por transitoria que fuera, sobre el lago envuelto en noche, ¿puedes perdonarme este desengaño y continuar siendo mi amigo?
»Shanshan.»
El poema citado al final de la carta se titulaba «Inesperadamente», y lo había escrito Xu Zhimo, un célebre poeta chino moderno. A ella también le había gustado la poesía en la universidad.
Para su sorpresa, la carta no lo pilló demasiado desprevenido.
Shanshan decía lo que podía decir. La carta explicaba, al menos en parte, la visita inesperada que le hizo aquella noche, y su decisión repentina de esa mañana. Además, mencionaba algunas cuestiones sobre las que el propio Chen había estado reflexionando. Para empezar, la posición que le permitía cambiar las cosas en la sociedad actual. No le gustaba demasiado la «posición» en sí, pero al estudiar detenidamente la situación, se dio cuenta de que el cargo de inspector jefe conllevaba cierto grado de responsabilidad. Mientras ostentara dicho cargo, podría esforzarse por reclamar justicia y seguridad —por escasas y limitadas que éstas fueran— para la gente.
¿Merecía la pena presionar a Shanshan ahora para que se encontrara con él?
Sería mejor conservar su imagen en aquel poema inacabado, en el recuerdo fragmentado de la nube que se convierte en lluvia y la lluvia que se convierte en nube, mientras el agua del lago besa la noche.
Había llegado el momento de irse, pensó, y dobló la carta.
Una sirena reverberaba a lo lejos de vez en cuando. Comenzó a lloviznar. Aun así, Chen permaneció sentado a la mesa, con una taza vacía delante, sin poder evitar observar la puerta de hierro gris.
Te vas, una nube se aleja
al otro lado del río, los recuerdos
caen como un amento de sauce
al suelo, amontonándose, después de la lluvia.
Pero ¿iba a darse por vencido tan pronto?
No, ni su supuesta posición, ni su carrera profesional tenían demasiada importancia. No si no podía mejorar su vida junto a la mujer a la que amaba.
Y tampoco creía que ella hubiera tomado esta decisión simplemente porque quería a Jiang más de lo que lo quería a él.
Más bien lo hacía para no perjudicar al inspector jefe Chen. Por ello se presentó en su habitación aquella noche, y por ello también lo dejaba marchar esa mañana.
Al otro lado de la calle, la puerta de hierro gris comenzó a abrirse con un fuerte chirrido.
Shanshan apareció por fin, con el rostro pálido y la negra melena cayéndole despeinada sobre un vestido blanco. Salió de la tienda de comestibles con aire resuelto, sosteniendo una bolsa de plástico llena de alimentos recién comprados.
Huang lo había organizado todo. Chen no tenía ni idea de cuánto tiempo habría pasado allí Shanshan. No creía que ella lo hubiera visto sentado tras el árbol, esperando. La ingeniera también esperaba a alguien, pero esa persona no era él.
Una furgoneta negra de la policía salió del edificio, y nada más torcer a la derecha se detuvo cerca de la tienda de comestibles. Huang bajó del vehículo, le hizo un gesto con la mano al policía que ocupaba el asiento del conductor, dijo algo inaudible y se dirigió a la tienda.
Alguien bajó la ventanilla trasera del vehículo y Shanshan se acercó rauda a la furgoneta con paso vacilante.
Desde donde se encontraba, Chen no podía ver con claridad lo que sucedía. Pero Shanshan se había inclinado hacia el coche con el rostro demacrado, y su hombro desnudo, de un blanco refulgente, resaltaba contra las flores transparentes del peral… La escena lo conmovió profundamente.
Durante una décima de segundo Chen creyó estar viendo una película desde lejos, embelesado. Entonces cayó en la cuenta, muy a su pesar, de que Shanshan aún sentía un profundo cariño por Jiang, al que sin duda consideraba un combatiente por una causa encomiable.
Aquel momento les pertenecía a los dos.
El inspector jefe Chen, un mero espectador, ni siquiera se planteó salir a su encuentro.
Se preguntó si sería digno de presenciar la escena. Eran Jiang y Shanshan los que luchaban, sufrían y se sacrificaban por la causa medioambiental. Quizá Chen se había aprovechado de la situación sin ser consciente de ello: puede que hubiera deslumbrado a Shanshan cuando la muchacha se sentía sola y era vulnerable.
Por dura y difícil que fuera la batalla, Shanshan no la abandonaría, y Jiang, que tantos intereses compartía con ella, podría ser su compañero ideal. Si Shanshan era capaz de perdonar a Jiang y de tenderle la mano de nuevo cuando él más la necesitaba, ¿qué podía hacer Chen?
Las preguntas se agolpaban en su cabeza y, serpenteando como las bocacalles de Wuxi, lo conducían a una cuestión abrumadora: ¿podría Shanshan olvidarse de Jiang algún día?
Puestos a suponer, ¿qué sucedería si el inspector jefe acababa conquistándola? Si estuvieran juntos, ella tendría que cambiar para no perjudicarlo. Un valor político en alza como él no podía permitirse cargar con una esposa disidente. Por mucho que ascendiera en el sistema de partido único chino, ¿sería justo esperar que Shanshan se comportara como una buena esposa y abandonara la lucha que tanto significaba para ella?
El inspector jefe Chen podía cambiar por ella, por supuesto, y olvidarse de cualquier consideración sobre su carrera o su posición. Pero ¿sería un buen compañero para Shanshan? Al principio de sus vacaciones había compuesto un par de estrofas en las que especulaba con la idea de que la identidad propia existe en las interpretaciones de los demás. Aquello era cierto, pero no del todo. Para el oficial Huang, y para algunas personas más, Chen era un policía eficiente; pese a sus muchas peculiaridades, Chen se sabía capaz de cambiar las cosas, como había hecho en aquel caso, aunque menos de lo que hubiera deseado.
En su carta, Shanshan no se equivocaba al afirmar que el inspector jefe tenía la posibilidad de hacer algo, pero esa posibilidad se esfumaría si ella permanecía a su lado, y también si Chen se involucraba en un tema que estaba más allá de su experiencia y de sus conocimientos.
Huang asomó la cabeza por la puerta de la tienda unos segundos.
—Un minuto más —le gritó al conductor de la furgoneta antes de volver a desaparecer, quizá reacio a separar a los dos enamorados tan pronto.
Chen había pensado esperar allí hasta el final del encuentro, pero empezó a cambiar de opinión. ¿Qué podría decir él después de que Jiang y Shanshan se hubieran visto?
De hecho, ¿qué podría decir ella, mientras contemplaba cómo la furgoneta de la policía se alejaba envuelta en una nube de polvo?
Chen no tenía ni idea. Era demasiado difícil pensar en ello en aquel momento.
Sus vacaciones en Wuxi habían comenzado de forma repentina, y así habían acabado también.
Olvidando que estaba lejos de casa,
en un sueño, me dejé llevar
por un momento de placer.
Mientras intentaba dejar atrás las vacaciones recordó algunos versos que había leído mucho tiempo atrás. Ansiaba valerse de aquellos fragmentos antiguos para protegerse de la pérdida presente, así como para poner fin a sus impulsos encontrados de lucha y de huida.
«Nada puede evitar la caída del telón.» Le vino a la memoria un verso de otro poema que sonaba como un eco distante. Se preguntó si le proporcionaría alguna pista, o alguna indicación sobre lo que sucedía a su alrededor.
Entonces se acordó. El verso provenía de un poema ruso sobre Hamlet, el cual, solo, de pie en el escenario, ruega que le permitan abandonar la obra: «Interpretar el papel hasta el final no es cosa de niños».
La obra continuaría para los demás, desde luego.
Fu sería castigado, al igual que Mi, por lo que cada uno de ellos había hecho.
La señora Liu seguiría jugando al mahjong, y Wenliang estudiaría la ópera de Pekín con el dinero heredado de Liu.
Pero ¿qué sería del lago, del lago contaminado?
Quienquiera que sucediera a Liu y a Fu gestionaría la empresa igual que antes con tal de mantener el negocio competitivo y rentable y de afianzar su cargo, todo ello a expensas del medio ambiente. La Empresa Química Número Uno de Wuxi no sería la única en hacerlo. Muchas otras fábricas construidas alrededor del lago, y por todo el país, harían lo mismo.
Funcionarios del Gobierno de distintas jerarquías, más que conscientes de las consecuencias desastrosas de la contaminación, habían consentido todo esto con tal de no perjudicar al Partido.
Como miembro del Partido, y como cuadro emergente, el inspector jefe Chen podía elaborar una lista de puntos relevantes en su defensa, pero, por el momento, tenía que abandonar esa batalla.
Al levantarse de la mesa para ver más de cerca a Shanshan, la cual a su vez miraba a Jiang en la furgoneta policial, Chen recordó el final de una película que había visto años atrás.
El solitario protagonista, pese a haber conseguido que se hiciera justicia, tenía que renunciar a sus deseos personales y permitir que la mujer a la que amaba se fuera con otro hombre.
Pero el inspector jefe Chen no se parecía en nada al protagonista de aquella película. No había cumplido casi ninguno de sus propósitos, concluyó apesadumbrado antes de salir en dirección a la estación de ferrocarril.
Se preguntó si podría dormir una siesta en el tren. Comenzaba a asaltarlo un terrible dolor de cabeza.